sábado, 7 de octubre de 2017

RUMORES: CAPITULO FINAL






Paula contempló su reflejo en el espejo e intentó ordenar sus confusos pensamientos. Pedro no estaba casado. Aquel era el único cambio en las circunstancias.


-¿Y ahora qué? -preguntó en voz alta al ver un movimiento por el rabillo del ojo-. ¡Tú! ¿Cómo has entrado?


Estaba segura de haber cerrado la puerta con llave.


Pedro agitó una llave.


-Me la dio Ana. Este cuarto de baño corresponde a dos habitaciones, creo recordar.


-Mi hermana es una podrida traidora.


-Si no me hubiera dado la llave, hubiera echado la puerta abajo. Si te hubiera seguido la última vez que saliste corriendo, nos habríamos ahorrado ambos dos semanas de agonía.


¿Agonía? ¿Él también la había sufrido? Aquella noticia le produjo una oleada de optimismo.


-Colorado es delicioso en esta época del año. Hasta tuve oportunidad de esquiar.


-Ya lo sé. Vi las fotografías en las páginas del corazón. ¿Es con el financiero o con el príncipe europeo con el que vas a casarte? Había bastante controversia al respecto.


-Con ninguno.


-Creo que eres inteligente. El príncipe era bastante pobre y los dólares del chico rico no podrían quitarle esa barriga.


Si no hubiera estado tan enmudecida, hubiera dicho algo para desinflar aquel exceso de confianza.


-¿Qué crees que estás haciendo?


-Cerrando la puerta. Así no nos molestarán.


-¡Dame esa llave inmediatamente!


-Si la quieres, consigúela.


Paula miró con incredulidad cómo se la deslizaba en el interior del bolsillo.


Pedro! -gimió con voz estrangulada-. No puedo creer lo que acabas de hacer.


-Ya sé que no es muy original. Las mujeres en las películas de los cuarenta se guardaban las cosas de valor en el escote. Es el equivalente para mí. Y esos sonrojos estropean tu imagen de sofisticación.


-Tú eres la única persona que me hace sonrojar.


-¡Eso es bonito! -dijo con una sonrisa de superioridad.


-No tiene nada de bonito -protestó ella con ardor.






RUMORES: CAPITULO 32




El desfase horario podría habérsele despejado, pero sus otros problemas no se habían resuelto para cuando llegó a la Antigua Rectoría. No conseguía superar un dilema: amaba a Pedro Alfonso y siempre lo amaría.


Plantó los pies en las losas de piedra de la entrada e intentó despegarse una hoja del zapato. El sonido que llegaba de la casa era familiar y acogedor, pero Paula no se había sentido más sola en toda su vida.


-No te molestes en llamar. Los ventanales franceses están abiertos.


Paula contuvo un grito cuando Pedro emergió de entre las sombras dibujadas por un viejo roble.


-Estabas escondido -lo acusó.



-Te estaba esperando a ti


La expresión de sus ojos le debilitó las piernas y le produjo un vuelco en el estómago.


-Muy amable por tu parte -consiguió decir con tono impersonal.


-No soy un hombre amable, Paula.


«Tú lo has dicho», pensó ella con amargura. Estaba claro que no pensaba ponérselo fácil.


-Hace frío. Será mejor que entremos.


Sintió su presencia tras ella mientras recorrían el camino que bordeaba el edificio.


Los ventanales franceses en cuestión daban directamente al comedor. Había una mesa larga en el centro con mantelería blanca y una exposición de comida para hacer la boca agua, el fuego brillaba en la chimenea y había un gran árbol de Navidad lleno de serpentinas y cuernos de niños.


Paula escuchó cerrarse la puerta despacio tras ella.


-Ya veo que Ana se ha decidido por lo tradicional.


-Está precioso, ¿verdad? Te entra hambre solo con mirarlo -mintió.


-No.


Paula apretó los dientes con exasperación.


-Estaba intentando... ¡Bueno, olvídalo! -desplomó los hombros con gesto de derrota-. Será mejor que vuelvas con Rebecca.


-Rebecca no está aquí.


Paula lo miró asombrada.


-¿Dónde está?


-No lo sé.


¡Oh, Dios! ¿Ya habían roto tan pronto? ¿Sería culpa de ella?


-No puedes adoptar esa actitud -le dijo con seriedad-. Nunca te he tomado por un derrotista. Tienes que luchar por lo que quieres.


-Eso pretendo.


La convicción de su voz y el brillo de resolución de sus ojos la hicieron tambalearse.


-Lo siento. No es asunto mío.


-Lo es si tú quieres -declaró él sin rodeos.


Paula lanzó un suspiro audible.


-¿Cómo te atreves a decirme eso?


Pedro deslizó un dedo sobre el guacamole con gesto acariciante. Alzó entonces el dedo, se lo llevó a los labios y se lo chupó con voluptuosidad.


Era insoportablemente erótico mirarlo. Paula pudo sentir el ardor subirle por todo el cuerpo y nublarse el cerebro con sensualidad. Pedro metió el dedo una vez más y se lo ofreció.


-Prueba un poco.


No había error posible; él sabía exactamente lo que estaba haciendo. Paula sacudió la cabeza en silencio.


-Insisto. Abre los labios, chica.


Sus ojos grises estaban nublados de deseo al inclinarse de manera íntima hacia ella sin hacer caso de su débil protesta.


-¿No está bueno? -preguntó con voz ronca al retirar el dedo-. ¿Te ha gustado?


¿Gustarle? Paula inspiró con fuerza para calmarse.


-Le pediré a mamá la receta para ti. Yo también soy golosa.


-Entonces podríamos...


-¡Párate, Pedro!


Paula se quitó el sombrero y lo tiró sobre una silla para ahuecarse el pelo con fiereza.


-A pesar de lo que pienses, yo no soy material de amante. No salgo con hombres casados.


-Yo no estoy casado.


Paula se detuvo con incredulidad.


-¿Qué?


-Que no estoy casado.


-Rebecca...


-Rebecca se casó con su ex marido. No iba a casarse conmigo en ningún momento.


-Pero me dejaste que creyera... -la rabia explotó en su cabeza. Todas aquellas miserables noches de agonía imaginándola en sus brazos-. ¡Rata! -murmuró con voz cargada de veneno-, ¿Tienes la más leve idea de lo que me has hecho pasar? Por supuesto que sí, ¡hasta te habrás divertido!


Pedro se señaló la mandíbula como para que le pegara.


-No me rebajaría -gritó ella sospechando que casi estaba divertido por su explosión.


Era tentador sin embargo... tan tentador.


Paula apretó los puños, pero sintió una oleada de inspiración y se adelantó para meter la mano en el cuenco del guacamole. Toda sus emociones contenidas iban cargadas en aquel gesto. Con la boca abierta contempló cómo la pasta se deslizaba por las solapas de su americana hasta caer en sus abrillantados zapatos.



El bajó la mirada con gesto inexpresivo.


-¿Te sientes mejor?


Se sacudió la americana abierta con expresión de disgusto.


-Iba dirigido a tu cara.


-Necesitas una mano más firme.


Paula lanzó un grito de protesta al sentir la crema en el centro de su nariz.


-¡Eh, tú!


-¡Oh, no! ¡No lo harás más!


La mano que había llenado con la viscosa crema fue capturada con fuerza de acero mientras se sentía empujada hacia atrás hasta quedar aprisionada contra la pared. 


Consiguió dar unas cuantas patadas que dieron en sus espinillas antes de rendirse por fin con el pecho jadeante


-Creo que me llevas ventaja en un cuerpo a cuerpo. Suéltame, Pedro -dijo mirando con nerviosismo a la puerta cerrada-. Si alguien entrara ahora... Estoy hecha un desastre. Tengo que ir a limpiarme.


Ya que había empezado a calmarse se daba cuenta de lo vergonzosa que era la situación en la que se encontraba.


-Déjame -Pedro se sacó un pañuelo del bolsillo y empezó a limpiarle la cara. Incluso aunque tenía las manos libres, Paula no se movió mientras él le frotaba la cara con ternura-. Te ha caído en el pelo. Es un pelo tan precioso.


Su leve toque y sus suaves palabras parecieron sumergirla en un letargo sensual.


-No es natural, ¿sabes? Me pongo mechas en invierno y me tiño las pestañas.


-¡Y me lo dices ahora!


-Hablo en serio, Pedro.


-Es desilusionante, pero...


-¡Esto no es divertido! -protestó ella con debilidad cuando sus dedos se deslizaron por la graciosa curva de su cuello-. Te odio.


Los dedos de Pedro encontraron una zona pegajosa en su cuello.


-Ha quedado un poco.


Entonces dobló la cabeza y le limpió con la lengua. Si no la hubiera tenido sujeta por las axilas, Paula se hubiera desplomado. Las sensaciones que la asaltaron fueron incendiarias.


-Es la mejor crema que he probado en mi vida -Paula esperaba que las piernas la aguantaran cuando Pedro la soltó y apoyó ambas manos contra la pared-. ¿Quieres probar un poco?


Sus roncas palabras evocaron una vivida imagen de ella lamiendo su cuerpo antes de que se derritiera en la cálida superficie de su piel.


-¡No! -jadeó como si le hubiera hecho una sugerencia indecente.


-Pensé que eras más aventurera.


El tono burlón en su ronca carcajada le hubiera hecho protestar si él no hubiera fundido sus cuerpos por la parte inferior.


-Eres un hombre muy malo -susurró con voz ronca.


La presión contra las sensibles zonas de su abdomen era indescriptible. Paula sintió un ligero alivio al notar que su deseo no era menos urgente que el de ella.


-Seré malo si eso es lo que tú quieres -prometió él con un susurro.


-Eres tú lo que quiero -gritó ella de repente-. ¡Oh, Pedro!


Con un gemido entrelazó los dedos alrededor de su cabeza mientras él entreabría los labios para dejar acceso a su lengua.


Paula se arqueó sinuosa para apretar más el cuerpo contra él.


-Puedes dejar la crema. Te comeré a ti.


Los brazos alrededor de su tórax se apretaron con fuerza cuando ella susurró a su oído.


-Tío Alejo dice que podemos empezar a comer cuando todo el mundo esté listo. ¿Por qué no podemos...?


-Solo mira, tío Alejo. Ellos también han hecho un desastre.


Paula miró con impotencia a sus espaldas ante las miradas de los sobrinos idénticos de Alejo, uno de ellos sentado sobre los hombros de Samuel Rourke.


-Nosotros... nosotros.


Dirigió una ansiosa mirada de socorro en dirección a Pedro.


-Teníamos hambre.


Pedro recibió su mirada de reproche con gesto de inocencia.


-¡Vaya con la caballerosidad! Muchas gracias. Y si te ríes, Samuel, yo...


Plantó las manos en las caderas y lo miró con resentimiento.


-Samuel, tendrás que mantener a estos dos alejados de la comida o... -Ana se detuvo con los ojos como platos al contemplar la escena que tenía delante-. ¡Ah, ahí te habías metido, Paula! Estaba a punto de enviar a Alejo a buscarte.


-Pedro la encontró. Y la pobre chica se estaba muriendo de hambre, así que...



-¡Samuel! -gritó Ana intentando sin éxito contener la risa.


-Me alegro de haberte procurado diversión -se atragantó Paula-. No te importe reírte a mi costa. Y pensé que al menos tú tenías más tacto -le dijo a Samuel.


Aquello fue demasiado para Ana, que se dobló de la risa.


-Voy a limpiarme -dijo Paula con helada dignidad.


-Yo iría por las escaleras de atrás si fuera tú -dijo su hermana a sus espaldas.


Paula siguió su consejo.




RUMORES: CAPITULO 31





Pedro pasó un brazo por el respaldo del banco y le rozó ligeramente los hombros. Paula sintió un escalofrío por todo el cuerpo.


-Hace frío aquí, ¿verdad? -comentó Lidia.


Los dedos de Pedro le rozaron la nuca.


-Yo te siento caliente -el débil roce de sus dedos contra su piel le produjo oleadas de deseo por todo el cuerpo tembloroso-. El joven Joaquin parece un admirador tuyo.


-¡Oh, somos uña y carne! Por Dios bendito, Pedro. Es un crío. Supongo que no pensarás también que soy una pederasta.


Estaba harta de que interpretara mal hasta la más inocente de sus acciones.


-Está mucho más cerca de tu edad que yo.


Paula creyó notar un tono de insatisfacción en la voz de Pedro. Seguramente no estaría celoso de Joaquin, ¿verdad?


El niño que tenía en brazos lanzó un gorgorito y la miró con cara de total confianza. Era el tipo de gesto que provocaba calidez a cualquier mujer y Paula no era una excepción.


«Probablemente acabaré como una solterona rodeada de gatos», pensó con tristeza.


-¿No es un querubín? -suspiró Lidia tocando la barbilla redondeada de su sobrino.


-Agárralo si quieres.


-¿Puedo?


Un problema resuelto. Ella no estaba en condiciones de sujetar a un niño pequeño en ese momento. Tenía los síntomas clásicos de la conmoción: sudores fríos, temblores y el cerebro nublado.


-¿Qué estás haciendo aquí?


-Me pidieron que fuera el padrino de Jose.


-Ya sabes lo que quiero decir. ¿Y por qué llevas calcetines verdes fluorescentes?


No pudo dejar de mencionar aquel detalle. El color resaltaba demasiado contra su traje oscuro.


-Ya te he contado que no distingo los colores. ¿Cuál es tu excusa? ¿Por qué te aterran tanto los niños?


-¿Qué? Ah, quizá porque sean muy imprevisibles. Y siempre fui muy torpe de pequeña -frunció el ceño al recordar sus largas extremidades-. No puedes dejar caer a un bebé. Y no cambies de tema.


En aquel momento regresó Ana a recoger a su hijo.


-El vicario está listo -anunció.


Los niños se comportaron de forma impecable durante toda la ceremonia. Paula consiguió dar las respuestas correctas sin poder evitar vibrar ante el tono de barítono del hombre que tenía a su lado. Estar juntos en aquella ocasión tan familiar era terriblemente doloroso. Él pertenecía a otra mujer y lo peor era que ella no tenía control sobre sus sentimientos. ¡No le hubiera deseado aquella situación ni a su peor enemigo!


-El vicario y su mujer volverán a casa con mamá y papá. Pedro dice que te llevará él.


-¡No! No me llevará -no le importó que la miraran con sorpresa. Una tenía sus límites-. Pedro querrá estar a solas con su mujer ¿Dónde está Rebecca?


No la había visto hasta el momento entre los asistentes.


-¡Mujer! -Ana se volvió a Pedro con una mirada interrogante, pero él no rompió el silencio.


-No incordies, Ana. Me apetece pasear. Es solo media milla.


-¿Pasear?


-¡Por Dios bendito, pareces un loro!


-¿También lo has notado, tú, ¿verdad? -dijo Alejo enroscando un brazo alrededor de la cintura de su mujer-. Deja a tu hermana tranquila, Ana. Un buen paseo sirve para despejar el desfase horario.




RUMORES: CAPITULO 30





Un sol invernal pálido bañaba la antigua iglesia de piedra en una suave luz cuando avanzaron por el camino de piedras.


-¡Paula! Ahora es perfecto. Joaquin acaba de volver de sus viajes anoche, así que estamos todos. ¡Oh! Ten cuidado con el bebé -Ana cambió al bebé de cadera para abrazar a su hermana-. Tienes que sentarte con los otros padrinos. Con gemelos, todo es doble -se rio.


-¿He oído mi nombre? ¡Hola, preciosa!


Paula se vio envuelta en un entusiasta abrazo.


-¡Cuidado con mi sombrero!


Joaquin era el tipo de persona que hacía sonreír a las mujeres. El parecido entre el alto joven y Alejo, su tío, era más asombroso que nunca.


-¡Como un oso! -bromeó Paula señalando la perilla de su barbilla.


-Si me hace parecer sensible e inteligente, ese era el propósito.


-Siéntate, Joaquin -ordenó Ana-. Haces que todo se agite.


-Sí, querida tía -respondió él con sumisión -. ¿Puedes sentarse Paula a mi lado?


-No, la aburrirás con todas tus historias de peligros y aventuras. Y es todo una exageración porque se aloja la mayoría de las veces en albergues juveniles, espero. Tú siéntate aquí, Paula.


La sonrisa ante la broma de Joaquin murió en sus labios y el humor desapareció de sus ojos azules. Ni siquiera el cariño por su familia la hubiera hecho ir si hubiera sabido que el pequeño Jose no tenía un sustituto de padrino. Pedro debería estar en su luna de miel. ¿Qué estaba haciendo allí?


Paula se había quedado inmóvil demasiado tiempo y no fue solo Ana la que empezó a mirarla con preocupación. No podía estar allí. Debían ser alucinaciones suyas.


El grito estridente de un niño la sacó del trance.


-Eh, sujeta a este.


Paula se puso rígida al sentir el bulto caliente en sus brazos


-Ven a sentarte antes de que se te caiga.


Paula se encontró empujada hacia Lidia, que se apretó más a su marido.


-Hay sitio para uno más pequeño -le dijo a Pedro.


-Tampoco eres tú una sirena, ángel.


No sabía qué la distraía más, si el niño en el regazo o el muslo apretado contra el de ella.