martes, 25 de abril de 2017

EL VAGABUNDO: CAPITULO 23




—Dios mío, cariño, quítate esos zapatos inmediatamente, están empapados — dijo Mirta Maria mirando a Paula a los pies.


A continuación, cogió el paraguas de su sobrina, que estaba goteando.


—¿Dónde tienes la gabardina?


Paula, sin contestar, se quitó los zapatos, los cogió y se encaminó a la cocina.


—Tengo que hablar contigo, tía Mirta. Acompáñame a la cocina. Vamos a preparar un té.


Mirta siguió a Paula hasta la cocina, donde olía a canela.


—Estaba calentándome un trozo de tarta de manzana —comentó Mirta—. El agua ya está caliente, me estaba preparando también un té.


Paula dejó los zapatos junto a la puerta que daba al jardín mientras Mirta sirvió el té y dos trozos de tarta.


—No te esperaba tan pronto —comentó Mirta colocando dos servilletas encima de la mesa—. ¿Cómo es que no has vuelto a la tienda después de almorzar con Sergio?


Paula se sentó y bebió un sorbo de té. Mirta la imitó.


—Sergio me ha propuesto matrimonio.


Mirta miró a su sobrina agrandando los ojos.


—¿Matrimonio? ¿Que Sergio te ha propuesto matrimonio?


—Sí. Incluso tenía un anillo y… y ha intentado ponérmelo en el dedo.


—Bueno, tenía que ocurrir tarde o temprano, pero ahora que le has rechazado ya ha pasado todo. No te preocupes más, cariño. Ya verás como Sergio acabará encontrando a otra mujer.


—Yo… no le he rechazado exactamente —dijo Paula partiendo con el tenedor un trozo de tarta.


—¡No me vas a decir que has aceptado su proposición!


—No, no la he aceptado. Pero tampoco he dejado claro que la rechazaba.


—Pero no quieres casarte con él, ¿no es verdad?


—Sí, es verdad, pero… Creo que ahora no me que da otro remedio. Tía Mirta, es posible que esté embarazada.


—¿Embarazada? ¡Dios mío! Embarazada. ¿Lo sabe Pedro? No, claro que no lo sabe. Si lo supiese estaría aquí y no haciendo de niñera de su ex mujer.


—Quizá debería decirle a Sergio que estoy embarazada y ver si después de saberlo aún quiere casarse conmigo.


—No seas ridícula. Te casarás con Pedro —declaró Mirta metiéndose un trozo de tarta en la boca.


—Creo que no será posible. Pedro no quiere casarse y mucho menos tener un hijo.


—Cambiará de idea cuando se lo digas. A veces, los hombres son muy raros y nos toca a las mujeres hacerles razonar. Con Tomas pasa lo mismo, insiste en que no quiere casarse conmigo hasta no haber ahorrado el dinero suficiente para llevarme de luna de miel a Hawaii. Eso llevaría años.


—¿Ha tenido Tomas noticias de Pedro recientemente? —preguntó Paula.


—Tú eres la única que ha tenido noticias —respondió Mirta.


—Sí, pero hace más de tres semanas que no sé nada de él. No puedo dejar de dudar que vuelva a Marshallton algún día.


—Volverá, ya lo verás.


Mirta acabó su trozo de tarta y sonrió.


—Ojalá no le hubiese conocido. Todo habría sido mucho más fácil, me habría casado con Sergio y… y habría tenido un hijo suyo y nunca habría sabido lo que es una gran pasión. Estaría mucho mejor.


Mirta se levantó de su asiento, se acercó a su sobrina y la abrazó.


—No deberías decir eso.


Paula no pudo reprimir las lágrimas por más tiempo.


—¿Qué voy a hacer, tía Mirta? Tengo treinta y nueve años y estoy soltera. Y para colmo estoy embarazada. La gente va a pensar que… que…


—La gente va a pensar que tú y Pedro Alfonso erais amantes y que vas a tener un hijo suyo. Yo daría cualquier cosa por tener un hijo de Tomas si fuese más joven.


Mirta volvió a abrazar a su sobrina y luego le acarició la espalda.


—No debería preocuparme lo que la gente pueda pensar, ¿verdad?


—Yo nunca lo he hecho —dijo Mirta sentándose junto a su sobrina—. ¿Por qué no subes y te das un baño caliente? Tomas va a venir ahora. Vamos a ir a Menphis a pasar el fin de semana y queremos hacer planes.


La puerta trasera de la casa, la que estaba en la cocina, se abrió y apareció Tomas, que inmediatamente se dio cuenta de que Paula había estado llorando.


—¿Qué ocurre aquí? ¿Se ha muerto alguien? —preguntó Tomas.


—Nada, cosas de mujeres —respondió Mirta acercándose a él.


—¿No trabajas hoy, Paula?


—No se encuentra muy bien hoy —dijo Mirta rodeándole la cintura con un brazo—. Estaba tratando de convencerla para que suba y se dé un buen baño caliente.


—Es posible que prefiera esperar a dárselo más tarde —comentó Tomas sonriendo—. En el Club de Campo hay un tipo que anda buscándola.


—¿Quién? —preguntaron Paula y Mirta al unísono.


Pedro ha vuelto —declaró Tomas—. Vino al hotel a verme. Me ha dicho que iba de camino a ver a Paula.


Paula se puso en pie de un salto, corrió hasta la puerta donde había dejado los zapatos y se los puso inmediatamente.


—¿Está bien? ¿Se va a quedar aquí? ¿Te ha dicho de qué quería hablar conmigo?


—Cálmate, jovencita —dijo Tomas poniendo las manos en los hombros de Paula—. Llama a Patricia y dile que le diga a Pedro que venga aquí.


—No, no. Tía, llama a Pato y dile que cuando vaya Pedro le diga que me espere.


Paula salió corriendo.


—Conduce con cuidado, ¿me oyes? —gritó Mirta Maria.


—Lo haré —respondió Paula también gritando.



EL VAGABUNDO: CAPITULO 22




Paula aparcó el coche en el callejón que había detrás del Club de Campo, salió y caminó hacia Pedro, que esperaba en la puerta. Cuando llegó hasta él, se lanzó a sus brazos.


Ese mismo día, después de compartir la noche y el dolor que Pedro albergaba en su corazón, habían quedado para cenar juntos y hablar de su futuro. Pero hacía diez minutos, Pedro la había llamado por teléfono para decirle que tenía que marcharse de la ciudad urgentemente.


—Cariño, no tenías por qué venir, podría haber ido a tu casa —le dijo Pedro estrechándola en sus brazos—. Voy a alquilar un coche en el Southland Inn, Tomas lo ha arreglado ya.


—¿Qué ha ocurrido? Me dijiste que tu hermano te había llamado por teléfono y que se trata de un problema de familia.


—Verás, Paula… ¿Te acuerdas del hombre que conociste en el bar del Club de Campo la noche de tu cumpleaños? Bueno, la verdad es que no era un amigo, sino mi hermano.


Paula miró a Pedro a los ojos.


—¿Tu hermano? ¿Que Julian es tu hermano?


—Sí. Yo… me mantengo en contacto con él. Le di el número de teléfono de este sitio.


—¿Le ha ocurrido algo a Julian ¿Está enfermo? ¿Ha tenido un accidente?


Pedro apartó a Leah de sí, pero le acarició los hombros.


—Julian está bien, se trata de Carolina.


—¿Tu ex esposa?


—Sí. Hoy ha intentado suicidarse.


—¡Dios mío!


—Escúchame bien, Paula. No quiero marcharme, y mucho menos ahora que los dos tenemos que hacer planes, pero… Julian me ha dicho que la culpa que Carolina siente respecto a la muerte de Santiago la ha vuelto loca. Al parecer, está fuera de sí.
Julian ha cuidado de ella todo este tiempo… Julian está encaprichado con Carolina. Mi hermano creía que estaba enamorado de ella y Carolina le está utilizando para… Lo cierto es que Julian no está enamorado de Carolina y ella tampoco de él, pero eso no le impide tratar de destrozar la vida de mi hermano. ¿Me comprendes?


—No —admitió Paula—. No estoy segura de entender nada.


—Paula, tengo que ir a ver a Carolina, asegurarme de que pasa esta crisis. De lo contrario, se aferrará a Julian y le manipulará hasta destrozarle por completo.


—¿Y tú? ¿No crees que ella conseguirá manipularte a ti también? —preguntó Paula.


—Soy inmune a los encantos de Carolina. La conozco demasiado bien. Pero Julian no es como yo, Julian se entrega por completo a ella.


—Así que te vas para proteger a tu hermano, ¿no es eso?


—En gran parte es eso.


Pedro vaciló momentáneamente, preguntándose si Paula comprendería que no sólo se lo debía a Julian sino también a Carolina. Y a Bess.


—Cariño, es una historia muy complicada y muy larga.


—Crees que se lo debes a Carolina porque era la madre de tu hijo, ¿verdad?


—En parte también es eso. Comprendo que el sentimiento de culpa haya llevado a Carolina a intentar cometer suicidio. Yo he intentado lo mismo durante tres años, aunque eligiendo una muerte lenta. Hay algo más, la hermana menor de Carolina, Bess, lleva enamorada de Julian desde que era una adolescente. Sin embargo, mi hermano no puede fijarse en ella porque está encaprichado de Carolina.
Bess estuvo fuera durante años, pero ahora ha regresado y no quiero ver cómo esos dos pierden la oportunidad de ser felices por culpa de Carolina.


Paula acercó el rostro de Pedro al suyo y le besó.


—Para ser un hombre que ha intentado escapar a todo tipo de responsabilidad, pareces muy comprometido con tu familia. Comprendo tu lealtad, te comprendo, Pedro


Pedro la estrechó en sus brazos.


—Eres maravillosa, ¿lo sabías? Soy el hombre más afortunado del mundo.


Pedro le llenó el rostro de besos y ella los aceptó. Le amaba con desesperación y sabía que nunca amaría a nadie como a Pedro.


Paula rezó porque, una vez que Pedro se reuniese con su familia, fuese capaz de olvidar el pasado y prepararse para un futuro con ella.






EL VAGABUNDO: CAPITULO 21





La luz del sol se filtraba por los cristales de las ventanas cuando Pedro se despertó. Se sentó en la cama y miró a Paula. Deseaba cogerla en sus brazos y besarla hasta despertarla y luego… volver a hacer el amor con ella. 


Aquella noche la había poseído tres veces, pero sabía que aquello no era suficiente para Paula.


Miró a su alrededor. La habitación de Paula reflejaba su exquisita personalidad, proyectaba calidez y amabilidad, una clase de elegancia que había pasado de moda desgraciadamente. Era una habitación a la antigua usanza, como Paula, pero tan acogedora como ella. Sintió como si aquello fuese su hogar… en esa cama, en esa habitación, con Paula.


—Buenos días —dijo Paula sonriendo y con los ojos abiertos, al tiempo que se incorporaba en la cama hasta sentarse,


Pedro le pasó un brazo por los hombros, atrayéndola hacia sí.


—Sí, es un día muy bueno, cariño. Es la mejor mañana que he tenido en años.


—A mí me pasa lo mismo.


Paula le miró a los ojos preguntándose si Pedro se daba cuenta de lo mucho que le amaba.


Pedro la besó breve, pero poderosamente.


—No puedes imaginarte el tiempo que hacía que no me sentía tan feliz.


De repente, Pedro lanzó una carcajada y añadió.


—A decir verdad, creo que nunca me he sentido tan feliz.


—Sé lo que quieres decir —comentó ella rodeándole la cintura con un brazo—. Por favor, dime que lo que ha ocurrido anoche entre los dos significa tanto para ti como para mí.


—Sí, ha significado lo mismo para mí —contestó Pedro temeroso de herirla con lo que iba a decir—. Quizá… demasiado.


—Pero Pedro


Pedro le selló los labios con un dedo.


—No quiero perderte, cariño. Quizá debería haberme marchado ya, pero no podía dejarte. Y ahora… ahora…


—¿Ahora, qué?


—Ahora quiero quedarme contigo y formar parte de tu vida. Sin embargo, no puedo ofrecerte el matrimonio. Todavía no, quizá nunca, no lo sé, aunque haces que considere la posibilidad de comprometerme contigo. He estado preguntándome si no es hora ya de pensar en el futuro y olvidarme del pasado.


—Entonces quédate, Pedro, y déjame que te ayude a poner tu vida en orden. Se que no quieres que te lo diga, pero… te amo y quiero hacerte feliz.


Los ojos de Paula se empañaron de lágrimas. La duda y la incertidumbre no consiguieron disminuir el amor y la felicidad que llenaban su corazón.


—No estoy seguro de creer en el amor. Ni siquiera sé si soy capaz de amar, pero quiero hacerte feliz. Lo que más me preocupa es que quieres un hijo, y yo no puedo dártelo… nunca volveré a tener un hijo.


—Puede que cambies de idea.


—No. Quiero que sepas, que comprendas lo que significa para mí saber que soy responsable de la muerte de mi hijo.


—Pedro, dime lo que ocurrió.


Pedro, apartándose de ella, se levantó de la cama y le dio la espalda a Paula.


Luego, cogió sus pantalones y se los puso.


A continuación, se sentó en la cama y le dio a Paula su bata.


—Si quieres que hablemos seriamente, será mejor que te cubras con algo porque si te veo así, desnuda, no puedo pensar con claridad.


Rápidamente Paula se puso la bata de franela color rosa y luego cogió la mano de Pedro.


—Háblame de tu hijo.


Sonriéndole, Pedro le apretó la mano.


—Se llamaba Santiago y fue lo único bueno de mi matrimonio con Carolina.


—¿Cuántos años tenía Sergio?


—Seis —respondió Pedro aclarándose la garganta—. Era muy alto, fuerte y muy sano. Tenía el cabello rubio, como Carolina, y los ojos castaños como yo. 


Pedro apartó la mano de la de Paula y se inclinó hacia delante, mirando al suelo.


—Y le querías mucho, ¿verdad?


—Más que a nada en el mundo. Pero… pero permití que Carolina se quedara con él cuando nos divorciamos. ¡Maldita sea! Debería haberme dado cuenta de que ella no podía hacerse responsable de Santiago. Fue culpa mía. La conocía muy bien y sabía lo inmadura que era, pero estaba demasiado ocupado amasando una for… con mi trabajo. Quería mucho a Santiago, pero estaba obsesionado con el trabajo.


—Qué le pasó a tu hijo?


—Se ahogó. La casa de Carolina tenía una piscina. A Sergio le encantaba el agua, era como un pez.


—¿Y no le enseñaste a nadar? —preguntó Paula.


—¡No, no le enseñé! No tenía tiempo. Carolina contrató a un…


Pedro se interrumpió, había estado a punto de decir que contrató un profesor de natación particular.


—Carolina le apuntó a unas clases de natación en un centro deportivo —añadió Pedro.


—Dime cómo ocurrió.


—Carolina y Santiago habían pasado la mañana en la piscina y se suponía que yo iba a pasarme al mediodía para recoger a Santiago y llevarle por ahí. Carolina tenía una
de sus acostumbradas jaquecas y tomó unas pastillas y se acostó. Antes había pedido que llevaran unas pizzas para almorzar ella y el niño: por lo tanto, le dijo a Santiago que pagara él las pizzas cuando las llevaran a la casa, que comiera él solo y que luego se cambiara de ropa antes de que yo llegase.


—¿Cómo es posible que relegara tanta responsabilidad en un niño tan pequeño?


—A los seis años cuidaba de su madre —dijo Pedro lanzando una amarga carcajada—. Yo me retrasé con un cliente. Era fin de semana, sábado, y ni siquiera en fin de semana podía dejar mi trabajo para ir a recoger a mi hijo a la hora acordada.


Pedro reprimió las lágrimas que se le agolpaban en la garganta.


—Santiago había tomado la pizza, se había cambiado de ropa y estaba viendo la televisión. Carolina estaba durmiendo por las pastillas que se había tomado.


De repente, Pedro se levantó de la cama y comenzó a pasearse por la habitación.


—Si hubiese llegado a su debido tiempo Santiago aún estaría vivo.


Paula contempló al hombre que amaba y le vio torturándose a sí mismo con aquellos dolorosos recuerdos de algo que no podría cambiar nunca.


—Como ya era tarde y veía que no llegaba, Santiago se hartó. Se quitó la ropa, se puso el traje de baño y volvió a la piscina. No… nunca sabremos exactamente lo que ocurrió —añadió Pedro con los ojos llenos de lágrimas—. Llegué con cuatro horas de retraso. Encontré a Carolina dormida en el sofá del cuarto de estar y las puertas del jardín trasero estaban abiertas de par en par. Salí y llamé a Santiago, pero él no respondió.


—Tú lo encontraste —dijo Paula con dolor.


Sí, Pedro había encontrado a su hijo en la piscina y se culpaba a sí mismo de su muerte por llegar tarde, por anteponer el trabajo a todo. También se culpaba por dejar que su esposa, tan irresponsable, se quedara con la custodia de su hijo.


—Lo encontré… flotando en la piscina —añadió Pedro llorando.


Pedro se volvió de cara a Paula y ella abrió los brazos para recibirle. Pedro se dejó caer de rodillas a su lado y escondió la cabeza en el regazo de Paula.


—Oh, Pedro, cuánto debes haber sufrido. Cariño mío, lo siento.


Pedro levantó el rostro y la miró.


—Fue culpa mía, ¿es que no te das cuenta? Yo le maté… ¡Le maté!


—No, Pedro, no le mataste. ¿No te das cuenta de que lo que le pasó a Santiago fue un accidente? Tú no tienes la culpa, ni tampoco Carolina.


Pedro lloró y lloró, y Paula le reconfortó.