lunes, 29 de marzo de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 17

 


La propia Paula colocó los topes en las ruedas de la avioneta, teniendo en cuenta que Claudio seguía durmiendo tranquilamente. La joven vaquera le mostró a su acompañante los edificios que formaban parte del aeropuerto privado. Estaba un poco nerviosa, pero Pedro lo comprendió.


Había sido un poco agobiante con el tema de la virginidad. La verdad es que para otros hombres habría sido un fastidio. Pero él lo encontraba curioso. Además, Paula estaba lo suficientemente segura de sí misma como para no tomárselo como un lastre.


De pronto, Claudio, que ya se había despertado, saludó a Paula desde dentro del camión remolcador. Cuando se bajó del vehículo le dio a la vaquera un gran abrazo de oso y un leve beso en los labios. Todo ello sin desplazar ni un milímetro su sombrero. Pedro observó la escena con detenimiento.


—¡Encantado de volver a verte! El jefe me dijo que te recogiera. ¿Quién es tu acompañante?


—Te presento a Pedro Alfonso —dijo Paula, mientras los dos hombres se daban la mano.


Ambos tenían la misma altura y aproximadamente la misma edad. Sin embargo, se veía que Claudio tenía la piel curtida por el contacto continuo con la naturaleza.


De inmediato, Pedro advirtió las marcas de los preservativos bajo la cinta del sombrero. Estaba claro que necesitaba tenerlos siempre a mano…


A Alfonso no le gustó pararse a pensar en el beso que le había dado Claudio a Paula. No es que estuviera celoso, pero no podía dejar de pensar que, probablemente, el vaquero cumpliría los requisitos para ser el marido ideal de Paula.


Pedro intentó recordar lo que ella realmente deseaba encontrar en un futuro cónyuge. No quería que su esposo muriese prematuramente, víctima de un ataque de hipertensión. Tampoco quería casarse con un hombre que sólo pensase en el dinero, porque compartir cama con una cuenta bancaria no le atraía demasiado. Alfonso se quedó pensando que, tener relaciones sexuales con alguien tan atractivo como Paula y tener una buena suma de dinero en el banco, podían ser dos cosas perfectamente compatibles. Y luego estaba el rancho…


La vaquera quería tener a su lado a un hombre que amase la naturaleza de Montana, para acompañarla hasta el final de sus días.


Con toda seguridad, Claudio era el tipo ideal. Era un vaquero en toda la regla, con el sombrero, las botas, etc…




FARSANTES: CAPÍTULO 16

 


Olvidando su mal humor, la vaquera le comentó que el conductor del camión remolcador siempre llevaba preservativos bajo la cinta del sombrero, y que por esa razón, tenía esas marcas tan curiosas en la banda de piel.


Pedro no sabía si Paula le estaba tomando el pelo, con esa historia tan típica del viejo Oeste americano.


—Sí, realmente se trata de una historia curiosa; espero que los vaqueros se quiten el sombrero para meterse en la cama…


Paula sonrió enigmáticamente.


—Te puedo asegurar que los vaqueros no se lo quitan, en ningún momento.


A Alfonso no le gustó esa sonrisa.


—Sí, por lo que dices, ese Claudio parece ser muy protector, pero no tiene aspecto muy ingenuo que digamos.


—Olvídate de él… Estamos en Montana, aquí puede pasar de todo, porque es la tierra de la individualidad.


—De acuerdo —dijo Pedro, abriendo su puerta de par en par—. Cambiemos de tema. ¿Por qué elegiste la docencia como carrera profesional? Ser profesora y vaquera a la vez no parece algo muy compatible.


—Es perfecto —comentó Paula, mientras bajaba de la avioneta—. En el rancho estamos completamente aislados de la vida civilizada, o sea que aquí puedo aprender un montón de cosas para cuando tenga que educar a mis propios niños. ¿Ves cómo no es tan incompatible?


En cierto modo, la vaquera tenía razón. Sin embargo, era obvio que ella apenas había tenido tiempo para entablar relaciones de pareja, por mucho que lo negara.


Alfonso suspiró plácidamente. Se le habían estropeado las vacaciones, pero el hecho de estar en el rancho, resultaba prometedor. Incluso, no estaba tan mal como había pensado en un principio.




FARSANTES: CAPÍTULO 15

 


Cuando las ruedas tocaron el suelo, Pedro pudo ver cómo era el aeropuerto privado. A primera vista, todo estaba cuidado y en orden y abundaban los carteles con el nombre del rancho. Un vaquero con el sombrero calado hasta las cejas fue a recibirlos.


Ante la vista del paisaje con los últimos rayos del atardecer, Pedro pudo observar que además de ser un chovinista, el abuelo poseía un buen olfato para vender su producto.


—Apenas has hablado —dijo Paula, desabrochándose el cinturón de seguridad.


Pedro se volvió para mirarla y le dijo:

—He estado conteniendo la respiración porque eres como un torbellino. En las últimas veinticuatro horas, no he podido disfrutar de un momento de calma.


—No estabas obligado a venir —comentó Paula, irritadamente.


Pedro intentó disimular que estaba encantado, habiéndose dejado llevar por el impulso del torbellino. Parecía como si nadie pudiese librarse de tanto entusiasmo, por una parte estaban sus alumnos, los clientes del rancho y el mundo en general. ¡Paula era verdaderamente irresistible!


Alfonso cayó en la cuenta de lo que estaba pasando. Irresistible no era un buen calificativo para una mujer. Aun menos para Paula. Ese concepto implicaba aprobación y compromiso. En el caso remoto de querer contraer matrimonio, nunca se casaría con una persona tan intensa. Por el momento, se limitaría a conocerla un poco más.


—Bueno, pues ya hemos llegado. Espero disfrutar de la estancia. Por cierto, ¿cómo se abre la puerta?


—Apretando esta palanca —dijo Paula, acercándose hacia la pieza en cuestión.


En ese momento, Pedro la tomó por las caderas, pillándola por sorpresa.


—¡Bonita vista! —la elogió Alfonso, fijándose en el generoso escote de la blusa que llevaba.


Paula se había desabrochado varios botones justo antes de llegar a Montana, para aclimatarse mejor a las altas temperaturas del rancho. El descarado agente de bolsa habría estado mucho más satisfecho, si se hubiera quitado la prenda por completo…


—¡Las manos quietas! —exclamó la vaquera, incorporándose de nuevo en su asiento.


—Deberías ser más amable con los turistas de pago…


—Escúchame bien, Pedro. ¡Puedo ser una anfitriona para ti… pero eso no quiere decir que esté disponible, para tus fantasías eróticas!


—Por supuesto que no. Eres muy suspicaz con el sexo. ¿Acaso eres virgen? —preguntó Alfonso, de modo impertinente.


Paula se puso colorada.


—¡Esto es realmente ridículo!


Pedro había querido tomarla el pelo, sin embargo, el tono de voz femenino le sugirió la siguiente pregunta.


—Por cierto, ¿cuántos años tienes?


—No creo que eso sea de tu incumbencia.


Paula parecía más una estudiante sexy y dinámica, que una consolidada profesional de la enseñanza. En realidad, debía ser mayor, y si además era virgen… Pedro se encontró de repente intranquilo, pero sobre todo hambriento.


—Está bien. Tengo veintinueve años y voy a cumplir los treinta la semana que viene —dijo Paula, con cierta tristeza.


—Yo tengo treinta y seis. Lo bueno de la treintena es que la gente ya no te trata como a un crío.


—Eso puedes decirlo tú, porque eres un hombre —le contestó Paula.


Pedro recordó lo que habían estado comentando en Washington…


—¿No crees que te estás agobiando, planteándote cuestiones propias de los cuarenta años?


—Quizá tengas razón, pero para ti el éxito no pasa por tener un montón de niños y lograr así el reconocimiento social.


Alfonso se quedó pensativo. Si él no podía comprender como los hombres se casaban y tenían descendencia, ¿cómo iba a hacerlo en el caso de una mujer?


—Realmente, no tengo ningún interés en tener hijos, o sea que no me planteo ese tipo de problemas.


Alfonso miró con simpatía a Paula, acariciándole un mechón de pelo color canela: ambos tenían grandes proyectos para el futuro.


—Tengo un plan… —comenzó a decir la joven vaquera.


—A ver si lo adivino. Quieres comprar el rancho familiar, rodearte de niños y previamente, encontrar a tu marido ideal. Pero, eres virgen.


—No sé por qué dices eso —dijo la vaquera, enfurruñada.


—Vas a necesitar a alguien que te ayude a dar todos esos pasos hacia el éxito personal —comentó Pedro, acariciándole la nuca suavemente.


—Gracias, pero no pienso contar contigo —respondió Paula, intentando deshacerse de la mano de Alfonso—. Si necesitas practicar el sexo, siempre hay un par de turistas solteras, deseosas de entablar una relación pasajera.


—No estoy desesperado. Y además, ¿cómo sabes que no estoy hablando de algo más profundo?


—Por la simple razón de que los hombres sólo piensan en el sexo.


Mientras Paula hablaba, estaba pendiente del pequeño remolcador que tenía que llevarlos hasta el hangar, para poder bajar de la avioneta. Pero el conductor se había quedado dormido al sol.


—De momento no podemos salir de aquí —dijo Pedro, sonriendo.


—Pues voy a gritar —dijo Paula indignada—. Claudio es muy protector conmigo…