viernes, 19 de febrero de 2021

UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 6

 

Como agente inmobiliaria, Paula se consideraba una especie de casamentera que unía a la casa adecuada con el comprador adecuado.


Y tenía la sensación de que Samantha y Lucas MacDonald se iban a enamorar de Bellamy.


Como buena casamentera, había preparado la casa cuidadosamente gracias a los servicios de Julia. Le habría gustado tener tiempo para hacer algo más que limpiarla y plantar algunas flores nuevas, pero no había sido posible.


Así que todo estaba lo más perfecto que podía estar. El sol brillaba contra las ventanas y realzaba la bonita casa que, en su día, debía de haber sido una verdadera joya.


La joven pareja que iba a verla llegó a las once en punto.


—Me parece que esta os va a encantar —les dijo Paula, dándoles unas hojas con los detalles de la casa—. Acaba de salir a la venta e, inmediatamente, he pensado en vosotros.


Abrió la reluciente puerta negra y la luz salpicó el recibidor y el suelo de madera de roble recién encerada. Era increíble lo que se podía conseguir limpiando una buena casa. La dueña la había cuidado mucho, pero desde que esta había fallecido, había permanecido cerrada, acumulando polvo. Esa mañana el aire olía a flores, a los lirios y las rosas que Julia había puesto en un jarrón encima del aparador de la entrada.


Sus tacones repiquetearon contra el suelo de madera mientras enseñaba el comedor y el salón, resaltando las características más originales de la casa, como la chimenea labrada a mano y los armarios con puertas de cristal. Julia había hecho un milagro. Había retirado las cosas que sobraban y sustituido lo que estaba demasiado viejo por piezas modernas, también había dado un toque de color a la casa cambiando cojines y mantas.


Era evidente que a Samantha y a Lucas les estaba encantando y a Paula no le extrañaba. ¿Quién no iba a querer una casa así? Se les pasaba un poco del presupuesto, pero podían comprarla. Miró a la pareja, que ya estaba decidiendo dónde colocar la nevera de vino y cómo hacer que todo fuese más seguro para cuando tuviesen el bebé.


—Podríais cambiar la cocina, está por aquí —les dijo ella, llevándolos hasta esa habitación.


Personalmente, le gustaban los viejos muebles y las paredes pintadas de amarillo, pero sospechaba que los MacDonald preferirían electrodomésticos de acero inoxidable y encimeras de granito. Samantha le recordó a su marido que tendrían que añadir todos los gastos a su presupuesto y este gimió de manera melodramática, pero su sonrisa le indicó que también estaba emocionado con la casa.


A Paula le encantaba estar soltera. Aunque también había veces, como aquella, en la que se imaginaba teniendo otra vida. Un hombre a su lado, un bebé en camino… y un hogar.


Le encantó la manera en la que Julia había echado una manta morada sobre el sofá gris, como queriendo dar la impresión de que la casa estaba habitada por alguien con mucho gusto.


—¿Tiene cuatro dormitorios? —preguntó Samantha.


—Eso es. Uno es ideal para el bebé, hay otro con buen tamaño para habitación de invitados, un despacho y la habitación principal. Venid, os lo enseñaré.


Subieron al primer piso. Paula les enseñó primero las dos habitaciones más pequeñas y un cuarto de baño, que estaban bien, pero sin más. Y luego abrió la puerta de la habitación principal.


—Es mi habitación favorita de la casa. La cama con dosel es muy antigua y tal vez podáis comprarla con la casa si os interesa. Es una habitación muy grande, con un banco delante de la ventana, chimenea y cuarto de baño incorporado.


Dio la luz del techo. Se sabía aquella habitación de memoria, pero quería ver la cara que ponían sus clientes al descubrirla.


Los dejó pasar delante de ella.


—¿Qué os parece?


Samantha abrió mucho los ojos y luego miró a su marido, que se había quedado igual de sorprendido que ella.


Paula se giró y vio la cama cuya colcha blanca había alisado la tarde anterior. En ella había tumbado un hombre grande y que estaba sin afeitar, con una camisa verde y azul, pantalones vaqueros desgastados y calcetines desemparejados.


Estaba profundamente dormido.


Había dos mugrientas zapatillas en la alfombra.


Durante unos segundos, reinó el silencio.


—¿Este también está incluido en la casa? —preguntó Samantha.


UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 5

 

Pedro sacó su mochila del maletero del taxi y le pareció que pesaba una tonelada. Tenía los ojos secos, irritados, y le dolía muchísimo la pierna. La niebla había hecho que un viaje de ocho horas se convirtiese en otro de dos días y él nunca había sido capaz de dormirse en un avión, una pena, teniendo en cuenta lo mucho que tenía que viajar.


Pero por fin estaba en casa. O muy cerca de ella.


Se quedó mirándola y sintió una profunda tristeza.


Su abuela ya no estaba allí.


Ni siquiera había podido ir al funeral porque todo había ocurrido de repente. Le habría gustado asistir, no por ella, a su abuela le habría dado igual, sino por él mismo. La había visto unos meses antes y tal vez había estado más frágil.


¿Habría sabido su abuela que su fin estaba cerca y no se lo había dicho?


Negó con la cabeza. No.


Con ochenta y ocho años, su abuela lo había impresionado con su agudeza mental. Lo había reprendido y le había dicho que tenía que darse prisa en casarse y darle bisnietos, antes de que cumpliese los cien. Y él, cómo no, le había respondido con la verdad. Que no se casaría hasta que no encontrase a alguien como ella. Tenía treinta y cinco años y todavía no había ocurrido.


Dudaba que fuese a ocurrir.


Ella se había echado a reír y había comentado que tenía que bajar el listón. Pedro sonrió al recordarlo. No. Era evidente que su abuela no había sabido que iba a morirse.


Se maldijo. Iba a echarla mucho de menos.


Tenía asuntos que tratar y papeles que firmar, pero en esos momentos solo podía pensar en beberse un vaso de agua, darse una ducha bien caliente y dormir.


Dormir del tirón, sin interrupciones, y en una cama de verdad.


Levantó la mochila y recorrió el camino cojeando. Entonces se dio cuenta de que alguien había barrido las escaleras y había puesto plantas nuevas en las jardineras.


Era principios de septiembre y la noche era fresca, pero después de haber pasado cinco semanas en el desierto africano, para él hacía frío.


No supo quién podía haber puesto aquellas plantas ni por qué. Estaba demasiado cansado para intentar averiguarlo. Ya lo haría al día siguiente.




UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 4

 


A veces pensaba que había habido tanto caos en su vida que las listas le daban la estabilidad y seguridad que no había tenido de niña. Habían cambiado de casa doce veces en trece años y eso hacía que necesitase orden. Su pobre madre pronto había dejado de intentar decorar las casas por las que iban pasando. ¿Para qué?


No necesitaba psicoanalizarse para entender por qué había decidido trabajar en el sector inmobiliario. Le encantaba ayudar a sus clientes a encontrar casas para toda la vida.


—¿No echas de menos tener a un hombre en tu vida? —le preguntó Julia en voz baja—. ¿No echas de menos el sexo?


—Tengo muchos hombres en mi vida: agentes inmobiliarios, clientes, amigos.


Julia arqueó una ceja.


—¿Y sexo?


—Tengo sexo —respondió ella, poniéndose a la defensiva—. Bueno, no mucho. Hace tiempo que no, pero para mí el sexo implica compromiso. Desde que rompí con Octavio…


Había pensado que Octavio, que era abogado, era el hombre perfecto para ella. Habían trabajado juntos varias veces. Ambos eran trabajadores y ambiciosos. Y no se había dado cuenta de lo mal que encajaban sus agendas hasta que habían empezado a buscar fecha para la boda. Él quería trasladarse a Nueva York para trabajar con una gran firma de abogados. Ella estaba empezando con su negocio en Seattle. Él quería tener hijos lo antes posible. Ella prefería esperar a que el matrimonio tuviese una base sólida. Hacía un año que Octavio se había marchado a Nueva York, sin ella. Desde entonces, Paula se había dedicado a trabajar y no lo había echado de menos tanto como había imaginado.


—Fue un imbécil al elegir Nueva York en vez de a ti.


—Gracias. Yo pienso lo mismo.


—Entonces, ¿cuál es esa novedad?


—Una casa nueva. La oportunidad de mi vida. Tío Néstor, un viejo amigo de mi padre, me ha llamado y me ha ofrecido la casa Bellamy.


Julia volvió a abrir mucho los ojos.


—¿Esa casa preciosa, antigua, que hay en la colina?


—Sí. Su dueña murió hace un par de meses. Tío Néstor es su albacea. El nieto ha dado el visto bueno para la venta.


—Eso es estupendo.


—Sí. Solo hay un problema.


Julia le agarró la mano.


—¿Tienes que preparar la casa?


—¡Sí! Pero lo antes posible. Creo que tengo a los compradores perfectos. Siento tener que pedirte el favor, pero ¿crees que podría estar lista mañana? Me gustaría enseñársela el jueves.


—Los milagros son mi especialidad —respondió Julia—. ¿Tienes la llave?


—Sí.


—Si me enseñas la casa esta noche, veré qué voy a necesitar y tendrás tu milagro para mañana por la noche.


—Estoy deseando enseñártela. Esta casa nos va a cambiar la vida.