jueves, 15 de octubre de 2020

EN SU CAMA: CAPÍTULO 12

 


Pedro la guió hasta la escalera principal, colocándole suavemente la mano en la parte baja de la espalda, y comenzaron a subir los escalones lentamente. A Paula no le pasaron desapercibidos sus continuos intentos de familiaridad. Y mientras las yemas de sus dedos le caldeaban la piel a través del tejido del vestido, enviando pequeñas corrientes de deseo a todo su sistema nervioso, no pudo por menos de preguntarse si no sería aquélla la primera fase de su plan para seducirla.


Aunque lo fuera, no funcionaría.


Era más fuerte. Puede que Pedro fuera encantador y guapo, y que hubiera cierto atractivo en el hecho de que fuera príncipe, pero eso no quitaba que la había atraído hasta su país con mentiras, y no tenía la intención de caer en la trampa.


—Y dime —comentó él, con voz susurrante y persuasiva—, ¿has tenido tiempo de echar un vistazo a los expedientes que dejé en tu habitación?


Era cierto. Había encontrado, sobre el escritorio, una pila de carpetas de distintos colores con los resúmenes de varios organismos benéficos que funcionaban en la isla, organismos con los que supuso que tendría que trabajar si decidía quedarse.


—Les eché un vistazo —contestó ella.


—Y…


—Algunos de esos organismos son muy interesantes.


—No funcionan tan bien como deberían —dijo él.


—Ya me he dado cuenta.


—¿Crees que podrías hacer algo?


Ahí estaba el problema, que sí podía. Aunque sólo había leído por encima los expedientes, durante unos minutos antes de vestirse para la cena, le había bastado para apuntar varias ideas que mejorarían el rendimiento de esos organismos. Por no mencionar, que también sabía cómo concienciar a la gente y conseguir grandes aportaciones.


Estaba emocionada y ansiosa por poner en marcha sus ideas. Pero para ello, tendría que permanecer en Glendovia y cumplir los términos del contrato.


—Excelente —dijo él, esperando a que continuara—. ¿Significa eso que has decidido quedarte?


—Me quedaré —respondió ella—. Un mes, tal como exige el contrato, pero transcurrido ese tiempo me concederás la prima prometida.


—Por supuesto.


Tal vez estuviera dispuesto a abundar en el tema, pero ella lo interrumpió.


—Y los que quiera que no fueran tus motivos para traerme, lo que esperaras que ocurriera, no me acostaré contigo. Ya puedes ir tachando ese artículo, de tu lista de deseos para Navidad.


Y con esas palabras, Paula giró el pomo de la puerta y se metió en su habitación.



EN SU CAMA: CAPÍTULO 11

 


Segundos después, se abrieron las puertas del comedor para dar paso a otra pareja. A Paula le resultó obvio que por lo menos el caballero estaba emparentado con Pedro. Tenía la misma constitución, tono y estructura facial que Pedro y el rey.


La mujer también compartía algunos rasgos físicos, pero Paula no quiso dar nada por sentado, por si acaso se trataba de una esposa o novia y no una hermana.


—Buenas noches a todos —saludó el hombre con voz atronadora y una amplia sonrisa.


—Madre, padre —entonó la joven, borrando así toda duda que pudiera haber en torno a su relación con los presentes—. Pedro —añadió, posando las manos en los hombros de su hermano al tiempo que se inclinaba a darle un beso en la mejilla.


—Diablillo —replicó él, sonriendo ligeramente antes de desviar la mirada hacia Paula—. Te presento a mi hermano pequeño, Sebastian, y mi hermana, Mia, el bebé de la familia.


La princesa Mia suspiró agobiada.


—Detesto que me presentes así —le dijo.


—Lo sé. Por eso lo hago —respondió él.


A Paula no le pasó por alto el brillo afectuoso presente en los ojos de Pedro, ni el gesto divertido que cubría el rostro de su hermana conforme rodeaba la mesa para tomar asiento a la izquierda de ella.


—Nuestro hermano mayor, Dominic, está fuera del país en estos momentos, pero confío en que lo conozcas antes de irte.


Mia sacudió la servilleta sobre su plato y se la colocó suavemente en el regazo mientras decía: —Me alegro de conocerte, Paula. Pedro me dijo que vendrías. Dice que tienes ideas brillantes para aumentar los fondos, que recaudan las organizaciones sin ánimo de lucro.


Paula dirigió la mirada hacia Pedro, halagada por sus elogios indirectos, pero éste estaba mirando a su hermana.


—Ha hecho un trabajo excepcional para algunos organismos benéficos en su país —dijo Pedro.


Desde su sitio al otro lado de la mesa, Sebastian dijo: —Eso está muy bien. En la isla contamos con un montón de esas organizaciones y te aseguro que no les vendría nada mal un empuje. Y ayuda mucho que sea tan bella —Sebastian le guiñó el ojo al decir esto último.


Por un momento, Paula se quedó sorprendida ante el desparpajo del chico, y más todavía estando delante de su familia. Pero entonces se dio cuenta de que debía de ser así normalmente. Era el hijo más joven, el más alejado del trono en la línea sucesoria, y a juzgar por su aspecto, todo un donjuán.


Ella le devolvió la irresistible sonrisa, antes de fijarse en el ceño fruncido de Pedro. El gusto agradable del momento se desvaneció al instante y Paula tuvo una sensación de lo más extraña en la boca del estómago. No sabía si mostrarse preocupada o intimidada, o incluso divertida.


Pedro la había llevado a su palacio para convertirla en su amante; lo sabía. Con la excusa de que trabajaría para su familia, sí, pero eso no cambiaba el hecho de que quería llevársela a la cama.


Sin embargo, eso no justificaba el enfado hacia su hermano, por un comentario totalmente inofensivo.


A menos que Pedro y Sebastian se hubieran peleado, o hubieran compartido el gusto por una misma mujer. ¿Acaso le preocupaba a Pedro que a ella pudiera atraerle su hermano, antes de que él pudiera seducirla?


La situación tomaba un giro interesante. Y le estaría bien empleado por haber tejido semejante red de engaños, sólo para atraerla hasta la isla.


En ese momento, llegaron los sirvientes con las bebidas, agua y vino tinto. Cuando se hubo servido la ensalada, la conversación giró hacia la familia y asuntos de Glendovia. Paula comía en relativo silencio. Le interesaban los temas de conversación, aunque poco podía añadir ella.


En el postre, Mia y Sebastian se interesaron por su familia y su vida en Texas. Ella se mostró encantada de responder, pero se cuidó de mencionar el escándalo por el que había decidido aprovechar la invitación de Pedro y abandonar Estados Unidos.


—¿Y qué ideas tienes para Glendovia? —preguntó Mia—. ¿Por dónde querrías empezar?


Antes de que Paula pudiera contestar, Pedro interrumpió.


—Eso es algo que pretendo discutir en profundidad con ella, pero acaba de llegar y no he tenido oportunidad de ponerla al corriente de detalles que necesitará saber —empujó la silla hacia atrás y se levantó—. De hecho, si nos disculpáis, me gustaría tratar el tema ahora mismo.


Rodeó la mesa y se colocó junto a Paula, dándole pocas opciones aparte de levantarse y acompañarlo. Dio las buenas noches y lo siguió fuera de la sala.


Pedro —lo llamó la reina justo cuando llegó a la puerta—. Me gustaría hablar de algo contigo.


—Claro, madre —replicó él con tono respetuoso—. En cuanto acompañe a Paula a su habitación me reuniré contigo en la biblioteca.


Su madre asintió casi imperceptiblemente y Pedro y Paula abandonaron la estancia.



EN SU CAMA: CAPÍTULO 10

 


A las ocho menos cinco, Paula deshizo el camino por el laberinto de pasillos de la segunda planta del palacio, hasta dar con la escalera principal. La doncella que se había pasado poco antes por su habitación para ver si todo era de su agrado, le había dado indicaciones de cómo llegar al comedor y Paula había pensado que podría encontrarlo sola.


Pero no tendría por qué haberse preocupado. En cuanto llegó a las escaleras, encontró a Pedro esperándola al pie.


Iba vestido con un traje oscuro, lo cual reafirmó la elección de su propio atuendo. No sabía muy bien cómo debería vestirse para su primera cena con la familia real, de modo que había optado por un sencillo vestido de seda azul.


—Buenas noches —la saludó Pedro, observándola fijamente mientras ésta bajaba las escaleras.


Paula era totalmente consciente de su mirada de los pies a la cabeza y se puso nerviosa. Era un hombre peligroso, sin duda. Si decidía quedarse, debería tener cuidado de no caer en la trampa de aquellos ojos azules y aquel precioso rostro, y terminar haciendo algo que normalmente no haría.


—Buenas noches —respondió ella, deteniéndose al pie de las escaleras.


—¿Me permites? —le preguntó él, ofreciéndole el brazo.


Paula vaciló un segundo antes de aceptar, y deslizó suavemente la mano por el hueco del brazo doblado de él.


—Estás preciosa —le dijo según atravesaban el suelo de mármol.


Habían encendido la araña de cristal, que reflejaba la luz por todo el vestíbulo y más allá.


—Gracias.


Pedro le ahorró la incomodidad de tener que hablar, hasta que llegaron al comedor. Entonces abrió una de las altas puertas dobles y la invitó a entrar.


La sala era tan opulenta como el resto del palacio. Estaba presidida por una larga y estrecha mesa rodeada de pesadas sillas de respaldo alto y el asiento decorado con lo que parecía el escudo de armas de la familia bordado. La iluminación de la sala provenía de otra araña de luz colgada encima de la mesa y numerosos apliques de pared con una luz más tenue.


El rey y la reina estaban sentados ya a la mesa, preparada con servicios para seis comensales. Pedro la guió hacia la mesa, y se detuvo delante del que Paula supuso sería su asiento.


—Madre, padre, me gustaría presentaros a Paula Chaves. Viene de Estados Unidos y será nuestra invitada durante el próximo mes, para ayudarnos a gestionar de manera más adecuada las organizaciones benéficas de Glendovia. Y con suerte a aumentar el margen de beneficios. Paula, éste es mi padre, el rey Horacio, y mi madre, la reina Eleanor.


El hombre se levantó y rodeó la mesa hasta llegar junto a ella, le tomó la mano y depositó un delicado beso en sus nudillos.


—Bienvenida a Glendovia, querida. Te agradecemos mucho lo que vas a hacer por nuestro país.


—Gracias, Majestad —replicó ella, sólo levemente intimidada por el hecho de estar hablando con un rey de verdad—. Es un placer conocerle.


Se giró entonces hacia la reina y se percató de que no se había levantado de su asiento. Ni siquiera le ofreció la mano cuando ella se acercó a saludarla.


—Majestad —murmuró Paula respetuosamente, haciendo una pausa delante de la mujer.


Por respuesta la reina se limitó a asentir con rigidez, dándole la incómoda sensación de que no era tan bienvenida en Glendovia, como Pedro o su padre le habían dado a entender.


—Por favor, siéntate —le dijo la reina—. Pronto servirán la cena.


De vuelta junto a Pedro, Paula le permitió que le retirara la silla para ayudarla a sentarse, antes de rodear la mesa y tomar asiento justo frente a ella.