miércoles, 13 de junio de 2018

THE GAME SHOW: CAPITULO 26




Paula se tomó el día libre y lo pasó con Maca. El programa le había concedido veinticuatro horas sin cámaras. A Pedro también le dieron el día libre. Pedro se fue a su casa para dar intimidad a Paula, aunque se dio cuenta de que lo que más quería era pasar el día con Paula, Maca y Chloe.


Le pareció que su casa estaba más desoladora que nunca sin los gritos y las carreras de las niñas. Entró en el salón y se tumbó en una otomana. Durante el cambio de papeles, Paula había visto a la decoradora. Ella no le había comentado gran cosa, sólo le había dicho que creía que le gustaría.


Echó una ojeada alrededor y asintió con la cabeza. Él no habría puesto el sofá carmesí con cojines floreados, pero tenía que reconocer que quedaba muy bien y daba colorido al ambiente. En un rincón, una serie de muebles se juntaban para formar una zona más recogida que hacía que la enorme habitación resultara acogedora. Paula tenía la virtud de conseguir que todo pareciera hogareño y cómodo.


Pedro subió a su dormitorio y se sentó en el borde de la cama para escuchar el silencio. 


Hacía meses que no se tomaba un día libre, pero ése se le estaba haciendo muy largo y solitario. Recordó las palabras de Paula: «La familia lo es todo».


Descolgó el teléfono y marcó el número de su familia. Su madre contestó inmediatamente y él se la imaginó sentada en su butaca favorita haciendo punto o leyendo un libro.


—Hola, mamá, soy Pedro.


—¡Pedro! Me alegro de oír tu voz —Pedro distinguió el cariño y la alegría en el tono de voz.


—Sí, yo también me alegro de oír tu voz.


—¿Va todo bien por Chicago?


Pedro se sintió muy mal al darse cuenta de que una simple llamada de teléfono pudiera preocuparla.


—Muy bien. Sólo llamaba para decirte que iré por casa… para el cumpleaños de papá.


—¡Es maravilloso! A tu padre va a encantarle… —su madre vaciló un instante—. Damian también estará… y Laura.


—Y los niños, espero. Creo que ya es hora de que conozca a mis sobrinos.


Pedro


—Estoy pensando en llevar a alguien. He conocido a una mujer.


Esa forma de decirlo no describía ni remotamente el cataclismo que se había producido en su vida.



Su madre no dijo nada.


—Mamá, ¿sigues ahí?


—Sí, estoy aquí —contestó con voz temblorosa.


—¿Te pasa algo?


—Nada, Pedro. Ahora todo es perfecto.


Pedro estuvo de acuerdo.


THE GAME SHOW: CAPITULO 25




Todo pasó cuando estaban a una manzana del apartamento. 


Macarena y Chloe habían estado muy tranquilas comiéndose los helados hasta que Maca se paró. Pedro supo que nunca, aunque viviera cien años, se olvidaría de la cara de espanto de la niña. Tenía los ojos desorbitados y le costaba respirar.


Encima del chocolate del helado se veían unas manchas marrones. Cacahuetes.


Pedro empujó a Chloe hacia Joel.


—¡Vigílala y llama a urgencias! —le gritó.


Agarró a Macarena en brazos y salió corriendo hacia el apartamento. Entró en el edificio y no esperó al ascensor. 


Subió las escaleras de dos en dos impulsado por la adrenalina y el pavor.


En la puerta, perdió unos segundos preciosos mientras buscaba las llaves. Maca seguía haciendo unos ruidos muy raros, que a él le parecieron una buena señal, aunque estaba pálida como la cera y tenía la piel sudorosa.


—Aguanta, Maca, aguanta.


La tumbó en el sofá y fue al cuarto de baño. 


Encontró la jeringuilla en el botiquín. Cuando volvió, Maca tenía las pupilas dilatadas y estaba amoratada. Le clavó la aguja en el brazo y vació el contenido mientras rezaba como no había rezado en su vida. A lo lejos, le pareció oír la sirena de una ambulancia.


—Vamos, Maca, vamos.


—¿Qué tal está?


Joel estaba detrás de él con Chloe, que lloraba, en brazos.


—No lo sé.


Paula tenía el pulso desbocado cuando atravesó las puertas batientes de la sala de urgencias.


—¡Mi hija! Macarena Chaves. La han traído en ambulancia por una reacción alérgica.


La mujer con bata blanca que estaba detrás del mostrador manejó tranquilamente el ratón de su ordenador. Era evidente que estaba muy acostumbrada a los padres presa del pánico.



—Están con ella, señora Chaves.


—¿Está bien?


—El doctor saldrá enseguida y se lo dirá. Entretanto, hay unos documentos que tiene que rellenar.


—¿Está bien? —repitió Paula al borde de la histeria.


La mujer sonrió compasivamente.


—Yo no puedo decírselo. Yo trabajo en el mostrador y me ocupo de los trámites del seguro. ¿Por qué no va con su marido? A lo mejor, él sabe algo.


—¿Kevin…? —dijo Paula casi para sí misma.


Cuando se dio la vuelta, vio a Pedro sentado en una de las sillas de la abarrotada sala de espera. Tenía los codos apoyados en las rodillas y la cabeza entre las manos.


Pedro, ¿qué pasa? ¿Qué tal está Maca?


Pedro se levantó y, sin decir una palabra, la abrazó con tal fuerza que hizo que el pulso se le acelerara el triple.


—¡Por Dios! ¿Va a ponerse bien?


—Sí, perdona. No quería asustarte. Va a ponerse bien —le temblaba la mano, pero ella lo creyó.


Paula cerró los ojos y se recostó contra él.


—¿Qué ha pasado? El mensaje que me ha hecho llegar Lottie a la reunión donde estaba era bastante críptico.


—El helado tenía cacahuetes. Todo pasó muy deprisa. Estaba perfectamente y de repente… no podía respirar.


Paula entendió su espanto. Ya había pasado por eso. También sabía que esas reacciones alérgicas empeoraban cada vez que tomaba cacahuetes.


—Pero le pusiste la inyección…


—Sí. Hice lo que me dijiste.


Había salvado a su hija. Lo besó en la mejilla y luego en los labios. Unos besos muy normales que cobraron intensidad por los sentimientos que llevaban consigo.


—Gracias, Pedro.


Se sentaron para esperar al médico. Paula se dio cuenta de que Joel también estaba allí y tenía en brazos a Chloe, que estaba profundamente dormida. Nicole, su hija, se ocupaba de la cámara. Aun así, Paula siguió agarrando la mano de Pedro cuando se sentaron. Ese vínculo era como un remanso de paz en medio del caos.


Llegaron muy tarde al apartamento. Paula estaba dispuesta a pasar la noche en el hospital, pero el médico le aseguró que Macarena iba a estar dormida toda la noche gracias al sedante que le habían dado y Paula accedió a irse a casa. 


Chloe ni se inmutó cuando Pedro la dejó en la cuna.


—Las niñas parecen ángeles cuando están dormidas —le comentó Paula, que se encontraba a su lado—. Todas las noches entro a verlas cuando están tranquilas. Cuando me pregunto qué sentido tiene todo, miro a mis hijas y lo sé. Ése es el sentido, Pedro. Son lo único importante que tengo en una vida anodina.


Se le quebró la voz con un sollozo.


Pedro la abrazó.


—Maca va a ponerse bien. Ya lo verás por la mañana. Mañana por la noche estará corriendo por aquí como siempre.


—Eso espero.


Volvieron a la sala y se sentaron en el sofá.


—Nunca podré agradecerte lo suficiente que hayas salvado a mi hija.


—A mí me ha quitado diez años de vida. Nunca había pasado tanto miedo.


Esa vez fue ella quien lo abrazó. Pasaron un rato en silencio y escuchando los ruidos de la ciudad.


—He decidido ir a casa de mi padre por su cumpleaños —dijo Pedro de repente.


—Estoy segura de que a tu madre le hará mucha ilusión. ¿Por qué lo has decidido?


—Por esta noche. Paula…


Se acordó de sus sobrinos. De los hijos de su hermano y su ex novia que se había negado a ver.


—No conozco a los hijos de mi hermano. Estaba tan concentrado en estar furioso con Damian y Laura que no me daba cuenta de lo que me estaba perdiendo —se rió con aspereza—. Llevo todo este tiempo sintiendo remordimientos por no formar parte de sus vidas. Sentía remordimientos al pensar en lo que les hurtaba con mi ausencia. Sin embargo, nunca me había parado a pensar en lo que yo estaba perdiéndome.


—La familia lo es todo, Pedro.


—Lo sé —le agarró la mano a Paula y se la besó—. Gracias por recordármelo.


THE GAME SHOW: CAPITULO 24




El flequillo de Macarena seguía teniendo algunos trasquilones y en vez de trenzas hasta los hombros tenía lo que en el mejor de los casos podía llamarse una melena corta. Pedro había hecho todo lo posible por remediar el desastre que ella se había hecho en su preciosa mata de pelo.


—¿Crees que mamá lo notará? —le preguntó Maca.


—Bueno, es bastante observadora.


—Podría llevar sombrero hasta que volviera a crecerme el pelo.


—No —Pedro le dio un golpecito con el dedo en la punta de la nariz—. Creo que lo mejor es que seas sincera y le digas que querías parecerte a la niña del anuncio de Barbie.


—También podrías decírselo tú…


Maca sonrió y desplegó todo el encanto de una adorable niña de siete años.


—De acuerdo, pero me debes una muy grande.


—Puedo hacer la cena —se ofreció ella—. Sé hacer espaguetis.


—No. Estaba pensando en algo más parecido a un abrazo.


Ella parpadeó por la sorpresa y titubeó.


—¿Un abrazo?


—Ya sabes, me rodeas con los brazos y aprietas. Un abrazo —ella lo miraba con cierto recelo—. ¿Qué te pasa, Maca? ¿Te doy miedo?


—No tengo miedo de nada.


Macarena levantó la barbilla como Paula y Pedro pensó que quizá tanto la niña como su madre tuvieran miedo de él. No un miedo físico sino afectivo. No querían confiar en ningún hombre.


—¿Prefieres chocar las manos? Podemos tener una manera propia de chocar las manos.


—De acuerdo.


Cinco minutos más tarde, Macarena se reía como una loca mientras se inventaban una forma muy complicada de chocar las manos.


Paula tuvo cinco reuniones antes de mediodía. 


Tendría que haberse concentrado en lo que le decía el asesor de marketing sobre una línea de productos, pero no podía olvidarse de aquella mañana. Se había despertado en brazos de Pedro y había notado su cálido aliento en la mejilla. Le habría encantado quedarse allí todo el día y sentirse querida y segura.


Él abrió los ojos cuando ella se sentó.


—Supongo que nos hemos quedado dormidos —farfulló Pedro.


—Eso parece —Paula se apartó el pelo de la cara y miró el reloj—. Será mejor que me vaya.


Pedro le puso la mano en el brazo.


—Paula.


Ella puso su mano encima de la de él.


—Es hora de que Cenicienta se convierta en princesa.


—Ya. Hasta esta noche.


Pedro esperó hasta que las niñas estuvieron viendo un vídeo de Disney para llamar a Celina. 


Su relación no llevaba a ninguna parte y mantenerla no era justo para ella. 


Naturalmente, ella sabía desde el principio que no estaba dispuesto a comprometerse. No lo había querido hacer desde que Laura le comunicó que quería casarse con su hermano. 


Celina le había dicho que a ella le parecía bien tener una relación informal. Sin embargo, él conocía lo suficiente a las mujeres como para saber cuándo aparecían los celos. Celos que habían aparecido desde que él vivía en casa de Paula.


—Qué sorpresa tan agradable —le saludó ella—. ¿Ya estás cansado de jugar a las mamás?


Estaba agotado, pero también estaba sorprendido de no estar cansado de estar con las hijas de Paula. Era muy estimulante observar que Chloe descubría pequeños placeres que él había dado por supuestos desde hacía mucho tiempo y que Maca se sentara en el sofá con él mientras leía. Todavía no habían llegado a darse un abrazo, pero le parecía que era una cuestión de tiempo.


Dio la espalda a Joel y bajó la voz.


—Me gustaría hablar contigo.


—Parece algo grave.


Pedro pasó por alto el comentario. No era partidario de tratar por teléfono los asuntos personales.


—¿Crees que podríamos quedar para tomar algo?


—¿Puedes ir a un bar con las nenas?


Pedro decidió también pasar por alto el tono hiriente.


—Esta noche tengo clase, así que vendrá la niñera. Puedo pedirle que venga antes y quedar contigo en O'Malley a las seis.


—Creo que podré escaparme.


Pedro no sabía de dónde. Que él supiera, su día consistía en ir de compras, alternar con amigas o ir a la peluquería. En una época, a él le había parecido que esa falta de responsabilidades era divertida. No tenía nada reprochable, pero se había enamorado de un tipo de mujer completamente distinto. Una mujer con las manos curtidas, que podía leer igual un cuento a su hija que un informe financiero. Por eso, sobre todo por eso, tenía que romper con Celina.



—Entonces, hasta luego.


Al ser padre soltero, aunque fuera durante un mes, enseguida se había dado cuenta de que las cosas casi nunca pasaban como las había planeado. Pedro se acordó de la conversación que había tenido con Paula en su despacho antes de intercambiar los papeles. ¿Realmente había creído que ella no tenía capacidad organizativa? ¿Realmente había creído que ocuparse de unas niñas era algo rutinario?


Si lo había creído, ya había escarmentado. La señora Murphy llamó veinte minutos antes de su cita con Celina.


—Lo siento, señor Alfonso, pero esta noche no puedo ir a cuidar a las niñas y no creo que pueda ir la semana que viene. Mi madre se ha roto la cadera. Tiene noventa años y los médicos están muy preocupados. Esta noche me voy a Florida.


—Lo siento mucho. Espero que todo salga bien.


—Paula suele pedirle a Miriam Davies, del apartamento 12B, que las cuide cuando yo no puedo ir. Espero que pueda arreglarlo con tan poca antelación.


—Gracias. No se preocupe. Nos apañaremos.


El optimismo se desvaneció después de pasar por el apartamento 12B. Miriam iba a cenar con la familia de su hija, pero podría ocuparse de las niñas durante el resto de la semana.


Pedro volvió al apartamento a repasar las alternativas. Era demasiado tarde como para llamar a Celina. Aunque pudiera encontrarla en el teléfono móvil, no quería posponer esa cita.


Agarró la bolsa de los pañales y se dirigió hacia el autobús con dos niñas de las manos y Joel pegado a los talones. El cámara, por lo menos, le había garantizado que no se emitiría su conversación privada con Celina.


Cuando llegó a O'Malley, vio a Celina que daba un sorbo de Martini en una mesa muy apartada del fondo del bar. Primero lo miró con los ojos fuera de las órbitas cuando vio a las niñas, pero los entrecerró amenazadoramente cuando vio que Joel también iba con ellos.


—No puedo creérmelo —le dijo entre dientes—. Me parece que no necesitamos público.


—No he podido evitarlo. Ya conoces a Joel de la otra noche…


—Señora… —dijo Joel desde detrás de la cámara.


—Éstas son Macarena y Chloe. Estaban acostadas cuando fuiste al apartamento la otra noche.


—Encantada. Yo me marcho. Avísame cuando dejes de jugar a los papás, Pedro.


Salió del bar como una diosa enfurecida. Algunos hombres lo miraron como si estuviera loco por dejar que se marchara una mujer como aquélla. Pedro se sintió muy aliviado.


—Ha salido muy bien —comentó Joel.


—Sí. Me parece que la conversación que íbamos a tener ya no tiene sentido. Ya que me he saltado la clase, ¿qué os parece si nos vamos todos a tomar un helado de camino a casa?


Chloe aplaudió con sus manitas regordetas.


—Heeeladooo. Papi.


Pedro se quedó paralizado aunque el corazón se le salía del pecho. ¡Papi…!


—La primera vez que lo oyes es como si te dieran un puñetazo en la boca del estómago, ¿verdad? —intervino Joel.


Pedro no contestó porque no pudo, pero sabía que tenía razón.