jueves, 11 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 35

 


Un rato después, tumbada a su lado, escuchando su respiración, lenta y profunda, sintiendo el calor de su cuerpo desnudo, sintió una paz interior, una felicidad, que le era completamente ajena. Nunca había sentido aquella necesidad de estar tan cerca de un hombre.


¿Sería eso lo que sentía uno al enamorarse? ¿Acaso era posible hacerlo en menos de una semana?


Si era amor, tenía menos de tres semanas para superarlo. Porque aunque ella quisiese más de aquella relación, era evidente que Pedro no. Y era normal, después de lo que le había hecho su prometida. Además, aunque considerase en algún momento volver a casarse, dudaba que quisiera hacerlo con alguien como ella. Eran demasiado diferentes. No obstante, podían disfrutar del tiempo que les quedaba juntos.


Aunque luego sufriesen un poco al separarse. O mucho.


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Decidido. Se había vuelto completamente loco.


¿Cómo podía haberle pedido a Paula que lo acompañase al rancho? Era evidente que no había pensado antes de hablar, porque iba a ser una pesadilla logística.


–¿Estás loco? –le preguntó su ama de llaves, Elisa, cuando la llamó para contárselo el jueves por la tarde.


Solo había dos personas que sabían lo que estaba haciendo en Vista del Mar y una de ellas era ella.


–Creo que sí –le respondió.


Ya no podía echarse atrás. Paula parecía emocionada con la idea de acompañarlo y lo cierto era que él también quería llevarla. Quería compartir una parte de su vida con ella.


Estaría bien poder hacerlo sin descubrir su tapadera.


–¿Puedes preparar la habitación que hay al lado de la mía y poner sábanas limpias en la cama? –le pidió a Elisa–. Nos instalaremos allí.


–¿No quieres dormir en tu habitación?


–¿Piensas que va a creerse que mi jefe me deja su dormitorio?


–Es verdad.


–También necesito que recorras la casa y quites cualquier cosa en la que aparezca mi nombre, o fotografías en las que salga yo.


–Eso no me va a costar mucho, porque solo tenías fotografías con la fresca esa, y las quemaste todas.


A Elisa nunca le había caído bien Alicia, siempre había pensado que era una niña mimada y egoísta. Y Alicia había insistido muchas veces en que despidiese a Elisa, quejándose de que la miraba mal y la trataba como a una extraña. Desde que la había echado al descubrir el engaño, Elisa se refería a ella como «la fresca».


Elisa, una mujer menuda, pero con carácter, había sido como su madre desde que había llegado al rancho. En ocasiones lo trataba más como un adolescente que como a su jefe, pero él la adoraba.


–¿Qué vas a hacer con los hombres? –le preguntó.


–Claudio va a hablar con ellos.


Su capataz era la otra persona que conocía su plan.


–Seguro que alguno mete la pata y te llama jefe.


–Paula piensa que me van a dar el puesto de capataz cuando vuelva al rancho, así que utilizaré esa excusa si ocurre. Mientras que nadie utilice mi nombre completo, no habrá ningún problema.


–Aun así, creo que estás jugando con fuego. Lo que significa que te debe de gustar mucho esa mujer. ¿Cuánto tiempo hace que la conoces, una semana?


–Ni siquiera.


–A la fresca tardaste tres semanas en traerla.


–Paula es distinta a las demás. Piensa que soy un peón de rancho sin estudios y parece que no le importa. Y ambos tenemos en común una niñez muy difícil. Me gusta. Me siento bien cuando estoy con ella. Y el sexo…


–¡Entendido! –gritó Elisa.


Pedro se echó a reír.


–Se va a llevar una buena sorpresa cuando se entere de la verdad –añadió ella.


–Supongo que sí.


Sobre todo, porque podía destrozar su reputación profesional. Y, aunque no tenía elección, en los últimos días había empezado a desear no averiguar nada malo de la fundación. Si sus sospechas eran ciertas podía hacerle daño a mucha gente. A Ana, que dirigía la fundación, e incluso a su hermana Emma, que estaba en la junta. Por no mencionar a los voluntarios.


–Es posible que se enfade contigo.


–Sí, lo sé.


De hecho, era inevitable. La cuestión era cuánto se enfadaría.


–Si de verdad te importa, ¿crees que merece la pena arriesgarse?


–No tengo elección. Tengo que hacerlo. Por los habitantes de Vista del Mar.


–¿Estás seguro de que lo haces por ellos? Sé que sientes que le fallaste a tu padre. ¿No estarás intentando aliviar tu culpabilidad.


Un mes antes habría tenido clara la respuesta a esa pregunta. En esos momentos, ya no estaba tan seguro.





APARIENCIAS: CAPÍTULO 34

 


Aunque Paula había pensado que no era posible, el sexo con Pedro era cada vez mejor.


Nada más llegar a su apartamento, habían empezado a besarse y a quitarse la ropa. Pedro parecía saber qué debía hacer exactamente para volverla loca.


Después de hacer el amor, ensayaron para la gala con Pedro desnudo. Y luego volvieron a hacer el amor. Después, Paula debía haberse vestido para volver al despacho a terminar los preparativos de una boda que tenía al fin de semana siguiente, pero, en su lugar, se quedaron en la cama, sudorosos, agotados, con las piernas entrelazadas, acariciándose.


–¿Qué prefieres que prepare para cenar el viernes, comida italiana o mexicana? –le preguntó.


–Precisamente de eso quería hablarte –le contestó él–. No va a poder ser.


A Paula le sorprendió sentirse tan decepcionada, pero intentó que no se le notase. Tenían una relación informal, que Pedro cancelase una cena no tenía importancia.


–Ah, bueno, no pasa nada.


–No es que no quiera venir, sino que tengo que estar en el rancho el sábado por la mañana para ver a un ganadero. Está en juego una venta muy importante.


–¿No debería ser tu jefe quien se ocupase de eso?


–Lo haría en circunstancias normales, pero se marcha de viaje ese fin de semana y quiere que esté yo en su lugar.


–Eso está bien, ¿no? Quiero decir, que confíe tanto en ti.


–Sí, pero odio tener que cancelar la cena. Tal vez podríamos posponerla al sábado. A no ser que…


Paula lo miró, parecía pensativo.


–¿Que qué?


–Que quieras… acompañarme.


–¿Al rancho?


–Podríamos ir el viernes cuando terminases de trabajar y volver el domingo por la mañana temprano. Solo perderías un día de trabajo. Piénsalo.


Paula pensó que podía permitirse perder un día, dado que la organización de la gala iba muy avanzada y su reunión con el señor Cameron unas horas antes había salido muy bien.


–¿Y dónde dormiría?


Él sonrió.


–No te preocupes, que no te voy a meter en el barracón con los hombres, si es eso lo que estás pensando.


–Me preguntaba si habría algún hotel cerca del rancho.


–A mi jefe no le importará que utilicemos una de las habitaciones que hay libres en la casa principal. Además, podemos ir a dar un paseo hasta el río y montar a caballo. Y te llevaré al pueblo, seguro que te gusta Wild Ridge.


La oferta era tentadora, aunque cualquier cosa que le hubiese propuesto Pedro le habría parecido bien.


–¿Estás seguro de que a tu jefe no le importará?


–Completamente.


Había algo en su mirada que decía que aquello era muy importante para él.


Y Paula no podía negar que sentía curiosidad por ver dónde vivía. Por verlo en su elemento. Además, solo sería un día. Uno de los diecisiete que les quedaban juntos. Y quería pasar el máximo tiempo posible en su compañía.


–Entonces, iré –le dijo–. Estoy deseando ver el rancho.


Pedro sonrió. Era evidente que estaba contento y eso la ponía contenta a ella también.


–¿A qué hora podrás estar lista el viernes? –le preguntó él.


–¿Qué tal sobre las seis?, y ¿qué ropa debo llevar?


–Cómoda. Por el día hace calor y por la noche, frío.


–¿Me llevo el pijama de franela?


–No voy a dejar que te pongas pijama –respondió él, dándole un apasionado beso.


Luego empezó a acariciarla otra vez y, a pesar de que Paula necesitaba descansar, no pudo decirle que no. En esa ocasión hicieron el amor muy despacio, de manera tierna y dulce. Cuando terminaron y Pedro se levantó de la cama para vestirse, no quería dejarlo marchar, así que lo agarró de la mano para que volviese a su lado.


–Es tarde. ¿Por qué no te quedas a dormir?


–¿Estás segura? –le preguntó él.


–Sí –le respondió, tirándole de la mano para que se metiese de nuevo en la cama.




APARIENCIAS: CAPÍTULO 33



El aire le soltó varios mechones del pelo a Paula y ella se los metió detrás de las orejas.


–Cuando veo tu pelo así me entran ganas de despeinarte –le dijo él.


–De eso quería hablarte –le dijo ella–. No de mi pelo, sino de nuestra… relación.


–De acuerdo.


–Sé que ya hemos hablado del tema, pero quiero dejar las cosas claras. Es una relación informal, ¿verdad?


–Ese era el plan, sí.


Paula parecía aliviada.


–Bien. Es solo… que no estaba segura de haber sido lo suficientemente clara.


–Sí, ya lo fuiste la primera vez.


Era irónico, que en la mayoría de las relaciones que había tenido, siempre hubiese sido él quien hubiese querido dejar claro que eran relaciones sin compromiso.


Había estado más de un año con Alicia antes de considerar que su relación era una relación seria. Y cuando por fin encontraba una mujer que lo veía tal y como era, alguien con quien quizá desease tener algo serio, era ella la que tenía problemas con el compromiso.


Aunque él tampoco estuviese preparado para comprometerse en esos momentos, sabía que podía llegar el momento y, si así era, haría todo lo que estuviese en su mano para convencer a Paula de que era lo mejor. Porque aunque se hiciese la dura, en realidad era frágil y vulnerable.


–No tiene mucho sentido pensar en una relación seria si voy a marcharme de la ciudad el día después de la gala –le dijo él.


Lo que le daba dos semanas y media para decidir adónde iba a ir a parar su relación.


–Entonces, divirtámonos hasta entonces.


Él sonrió.


–Encantado, sobre todo, si nos divertimos sin ropa.


–Sí –admitió ella, avanzando un paso y humedeciéndose los labios, como si fuese a darle un beso, pero antes de hacerlo, retrocedió–. Aquí no podemos hacerlo.


–¿Hacer el qué? –le pregunto Pedro, acercándose más.


Paula volvió a retroceder.


–Lo que estás pensando. Besarnos, tocarnos.


–Meter la mano debajo de tu falda y…


–Exacto.


–¿Llevas liguero, como el otro día?


Ella frunció el ceño.


–¿Cómo sabes que lo llevaba?


–Porque se te levantó la falda al subir a la camioneta y lo vi. Resulta que es una de mis prendas favoritas.


–Pues tal vez lo lleve hoy también.


–Necesito comprobarlo.


–Aquí, no.


–No nos ve nadie –le dijo él, abrazándola por la espalda y metiendo la mano debajo de su falda.


Pedro, por favor –le rogó ella, aunque no quisiese que parase.


Él le dio un beso en el cuello y le subió un poco más la falda. Entonces vio que llevaba un liguero de encaje rojo.


Supo que debía parar, pero le metió la mano entre los muslos y la hizo gemir. Le acarició el sexo y notó cómo se le entrecortaba la respiración y apretaba las piernas.


Iba a meter los dedos por debajo de las braguitas de encaje cuando oyó voces acercándose desde el aparcamiento, así que sacó la mano y retrocedió.


Paula se giró a mirarlo, se alisó la falda y le dijo en voz alta:

–¿Volvemos dentro, señor Dilson?


Pedro sonrió. Paula tenía las mejillas sonrojadas y los ojos de un color violeta muy intenso.


–Por supuesto, señorita Chaves.


Pasó delante de ella para abrirle la puerta y una vez dentro, Paula le dijo en un susurro:

–No puedo creer que te haya permitido hacer eso. No sé lo que me pasa.


–¿Te ha gustado?


–Claro que sí.


–Pues asúmelo, guapa, en el fondo eres una chica mala. Tan mala que deseas que te lleve a algún lugar donde pueda desnudarte.


Supo que Paula quería darle la razón, pero se resistió.


–Tengo que prepararte para la gala. Se nos está acabando el tiempo.


–Estoy seguro de que, siendo creativa, podrías enseñármelo todo en tu cama.


–No.


Él alargó la mano para acariciarle la mejilla.


–Piensa en lo mucho que nos divertiríamos.


Ella miró hacia el otro lado del salón, donde debía de tener pensado trabajar con él y luego, hacia la puerta. Luego suspiró y dijo:

–Eres una mala influencia para mí.


Pedro sonrió.


–Y eso te encanta.


Ella le dio la razón con una sonrisa.


–Voy a por mi maletín y marchémonos de aquí.