miércoles, 16 de octubre de 2019

LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 55




Pedro se daba cuenta de que se había portado mal con Paula.


La llamada de Alejandro le había devuelto todos los sentimientos de esperanza y dolor. Había escuchado lo que el detective le decía con el corazón en un puño. Era como si hubiera desaparecido todo a su alrededor.


No podía terminar de creerse lo que le había contado.


El ex novio había accedido a quedar al día siguiente con Alejandro. Pedro le había pedido que no lo viera hasta que él pudiera llegar y estar presente, pero el detective creía que ese tipo no iba a querer esperar tanto, que quizá esa fuera su única oportunidad. Pedro no quería arriesgarse, no quería echarlo a perder. Aunque una parte de él le recordaba que no debía hacerse ilusiones.


Pero Alejandro pensaba que ahora sí que habían dado con una pista importante. Iba a llamarlo en cuanto él y ese tipo cambiaran dinero por información sobre el paradero de la niña.


Pensó en Paula y en cómo había dejado que se fuera en vez de explicarle lo que pasaba. Le debía una disculpa.


Fue hasta su habitación y llamó a la puerta con algo de indecisión. Ella abrió poco después, llevaba puesto uno de los gruesos albornoces blancos del hotel. Su pelo estaba recogido en una coleta y tenía la cara brillante, como si se acabara de lavar.


—Hola —le dijo.


—Hola —contestó ella.


—¿Podría hablar un minuto contigo?


—Claro —le dijo.


Ella salió de la habitación y se sentaron en el banco de madera que había al lado de la puerta.


No sabía por dónde empezar, se sentía algo incómodo.


—Siento lo que…


—No tienes que disculparte —lo interrumpió ella.


—Sí, tengo que hacerlo —insistió él—. Te ignoré por completo y me encerré en mí mismo. Es algo que se me da muy bien. Cuando las cosas se complican, me bloqueo en vez de buscar ayuda en los demás.


—¿Estás bien? —le preguntó Paula con preocupación.


Quería decirle que sí, pero la verdad era que estaba asustado.


—Esa llamada… Era de mi detective privado. Mañana va a hablar con un tipo que estuvo con mi ex mujer y al que ella abandonó. Dice que sabe dónde están y nos dará la información a cambio de dinero.


—¡Pedro! —exclamó ella con entusiasmo.


—Sí —repuso él suspirando—. Puede que esta vez consigamos algo…


Paula se quedó callada unos instantes. Después colocó su mano sobre la de él.


—¿No deberías irte?


—En cuanto me llame Alejandro. No es la primera vez que hemos creído estar cerca de dar con ella. La última vez, tuve que volar hasta Seattle nada menos, pero resultó ser una falsa alarma. La verdad es que no sé si podría soportar otra decepción como aquélla.


Paula le apretó la mano con cariño.


—No sé qué decirte.


—Faltan las palabras, ¿verdad?


—Sí…


Era muy agradable estar allí así, con las manos unidas. Ese contacto humano lo estaba ayudando mucho.


—Paula, en cuanto a lo que pasó antes de que sonara el teléfono…


—No, no pasa nada. No tenemos por qué hablar de ello.


—Eso quería pedirte. No se muy bien adónde vamos con todo esto. Pero si vamos a alguna parte, ¿crees que podría esperar hasta que…?


—Sí, claro, eso puede esperar —contestó ella con una sonrisa.


Tomó la mano de Paula entre las suyas, la hizo girar y recorrió su palma con el pulgar.


—Nunca me habría imaginado estar así hace sólo una semana…


—Yo tampoco —confesó ella.


Se agachó y la besó con ternura.


—¿Te gustaría quedarte? —le preguntó ella de manera tentativa mientras señalaba la habitación—. Bueno, quedarte y nada más. Así no tendrás que estar solo esta noche.


Se sintió muy aliviado y agradecido. Le angustiaba tener que volver a su habitación y enfrentarse de nuevo a todos sus miedos y dudas.


—Sí —le dijo él—. Me encantaría quedarme.


Paula se puso en pie y le ofreció la mano. Él la tomó y entraron en la habitación, cerrando tras ellos la puerta.


LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 54




—Eres muy mala.


Paula se volvió y se encontró frente a Pedro, que la miraba con las manos en los bolsillos de los vaqueros y media sonrisa en la boca.


—Había que tomar medidas desesperadas…


Pedro cruzó la arena y se sentó a su lado.


—Está claro que decidiste sacar la artillería pesada.


—¿Crees que me he pasado?


—No, no. He oído que Hernan acaba de acompañar a Peyton de vuelta a su hotel.


—¿En serio? —preguntó ella sin poder ocultar una sonrisa.


—En serio —repuso él—. Intenté verte después de la cena, pero saliste disparada del restaurante.


Se pasó las manos por el pelo. Sus ojos estaban clavados en el oscuro horizonte. Aquello era muy difícil de explicar, ni ella misma lo tenía claro.


Se había sentido sola durante la cena. Todos contaban historias y reían, pero ella se había sentido fuera de lugar y triste. No sabía por qué. 


Quizá fuera porque se había dado cuenta de que había aprendido a apreciar a esas personas en poco tiempo, pero sus vidas volverían a la rutina muy pronto, y su existencia, lejos del barco, estaba vacía.


—No sé qué me pasa. Supongo que he estado pensando mucho en todo lo que ha pasado hoy.


—¿Y?


Tomó un poco de arena y dejó que se escurriera entre los dedos.


—Es como si algo se hubiera encendido dentro de mí.


—¿En qué sentido?


No sabía cómo contestarle, pero supo que tenía que ser sincera con él.


—No es fácil para mí admitirlo, pero yo he sido siempre el centro de mi vida. Mis necesidades, mis deseos, mis caprichos y poco más. Pero ahora… Ahora creo que no quiero volver a esa existencia.


Él se quedó mirándola durante largos segundos. 


Era difícil interpretar su expresión en la penumbra del anochecer, pero le pareció que había respeto en sus ojos. Se sentía agradecida con él, pero también la hacía sentirse culpable. 


Había muchas cosas que no le había contado. 


Una parte de ella quería sincerarse y comprobar si aún la miraba con el mismo respeto.
Intentó no pensar en lo que había sentido esa tarde entre sus brazos, pero no pudo evitarlo.


Había sido increíble sentir sus manos en la cara y sus bocas tocándose.


Lo estudió con detenimiento. Tenía un rostro apuesto y masculino. Su mandíbula era fuerte y marcada, su nariz recta.


Sentía algo en el pecho que le impedía respirar.


Pedro se acercó entonces a ella y la besó. Se dio cuenta de que él había estado recordando el mismo momento.


El sonido rítmico del océano los envolvía como una sensual melodía. Podía saborear la sal del mar en sus labios. Pedro se apartó después de unos minutos. La miraba con tal intensidad que su pulso se aceleró aún más.


—No esperaba encontrarte en este viaje —le dijo él.


—Yo tampoco.


Parecía uno de esos instantes cruciales en la vida. Un momento mágico en el que había que tomar una decisión. Estaba segura de que para ella no había vuelta atrás.


Pero el teléfono móvil de Pedro sonó en ese instante. Lo sacó rápidamente del bolsillo y descolgó.


—¿Diga?


Permaneció callado unos segundos, escuchando con gran intensidad.


Paula se separó para no escuchar a la persona que lo estuviera llamando y darle la necesaria privacidad.


—Quiero verlo —dijo Pedro—. ¿Puedes hacer que espere hasta que llegue allí?


Hablaron un poco más y se despidió.


Se quedó inerte, en pie, de espaldas a ella y con la vista perdida en el mar.


—¿Está todo bien? —le preguntó.


Pedro se giró hacia ella con sorpresa en sus ojos, como si se le hubiera olvidado que no estaba solo en la playa.


—Eso creo.


Ella se levantó y sacudió la arena de su vestido y sus piernas.


—Bueno, creo que debería volver ya al hotel —le comentó.


Sentía que Pedro quería estar solo.


—Muy bien. Te veo por la mañana —repuso el asintiendo.


Caminó despacio de vuelta al hotel. No sabía de qué iba la conversación telefónica que había presenciado, pero tenía algo muy claro. Si una puerta se había abierto ese día entre Pedro y ella, esa inoportuna llamada la había cerrado de un portazo. Y aún podía oír el golpe en sus oídos.




LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 53




Cuando llegaron al restaurante, todos estaban ya sentados a la mesa.


Paula caminaba un par de pasos por detrás de Margo, quería darle protagonismo.


Hernan estaba sentado al otro lado de la mesa, con Pedro y una explosiva rubia a su lado. 


Margo y Paula se sentaron al otro extremo, al lado de las hermanas Granger. Ella se esforzó por ocupar la silla que estaba vacía al lado del profesor Sheldon, no quería que Margo tuviera que sufrir esa noche los comentarios de su padre.


Todos se quedaron en silencio, mirándolas como si fueran dos extraterrestres. Justo lo que había querido lograr.


—Querida Margo, estás… —comenzó Lily—. Estás preciosa.


—Gracias, Lily. Pero el mérito es todo de…


—De Margo —la interrumpió Paula.


—Bueno, el caso es que estás muy guapa —apuntó Lyle.


Margo agradeció los halagos y alabó las coloridas túnicas de las hermanas.


—Te lo agradezco, querida —le dijo Lyle—. A mi edad, tengo que ponerme estos colores para que la gente me mire.


Todos rieron su buen humor. Paula admiraba la ilusión y entusiasmo de esas señoras. Soñaba con poder llegar a su edad con el mismo espíritu positivo.


Hernan no podía dejar de mirar a Margo.


—¿No nos vas a presentar a tu amiga? —le dijo Paula.


Él carraspeó y miró a la joven con algo de sorpresa. Parecía haberse olvidado de su presencia.


—Por supuesto. Esta es…


—Peyton —terminó Pedro al ver que su amigo se había quedado en blanco.


—Hamilton —intervino Hernan—. Peyton Hamilton.


—Hola, Peyton —la saludó Paula—. ¿Qué estás haciendo en la isla?


—Estoy trabajando. Participo en unas sesiones fotográficas en otro hotel de la playa. Pero es una visita muy breve. Mañana mismo nos vamos a Saint Barts.


—Entonces, ¿eres modelo?


La joven rubia asintió.


—Así es como conocí a Hernan. Usamos su yate para una sesión de fotos.


Podía percibir cómo Margo se iba abatiendo cada vez más y decidió intervenir.


—Debe de ser muy complicado combinar el trabajo de modelo con los estudios —le dijo Paula.


—Bueno, ya no estudio. Dejé el instituto a los dieciséis años. Además, ¿quién necesita todo eso? ¿No?


Paula miró a Hernan y sonrió.


—Claro, claro.


Vio cómo Hernan miraba de nuevo a Margo. 


Parecía claro que estaba comparando a las dos mujeres. Tanto como que era Peyton la que salía perdiendo.