viernes, 8 de enero de 2021

AVENTURA: CAPITULO 18

 


La preocupación que Paula había dedicado a pensar que Pedro y Matías pudieran no establecer un vínculo, había sido una gran pérdida de tiempo.


Matias lo adoraba. Había quedado absolutamente fascinado con él desde el segundo en que había cruzado la puerta, y dedicar las últimas dos horas a verlos jugar había sido la experiencia más enternecedora, confusa y aterradora de su vida.


Para alguien con tan poca experiencia con bebés, Pedro hacía todo bien. Era gentil y paciente, pero no temía jugar con Matías, quien estaba acostumbrado, por no decir que vivía para ello, a armar jaleo con los otros niños. Ni siquiera pareció importarle cuando Matías lo manchó con trozos masticados de gofre ni cuando le mojó el pantalón de su vaso de zumo.


En realidad, Matías se hallaba tan concentrado en él, que ella había dejado de existir y no pudo evitar sentirse aislada. De hecho, se sintió aliviada cuando llegó el momento de acostar a su hijo. Al menos así podría tener algunos momentos íntimos con él cuando lo arropara, pero entonces Pedro preguntó si podía ayudar a preparar al pequeño para acostarse. Desde el día en que salió del hospital, el momento de meter a Matías en la cama había sido un ritual que siempre habían compartido solo ellos dos. Aunque sabía que se suponía que todo eso era para que llegaran a conocerse, no pudo evitar sentirse un poco celosa. En especial después de ponerle el pijama y que Matías alargara los brazos hacia Pedro para que este lo acostara.


–¿Qué debería hacer ahora? –preguntó Pedro.


–Acostarlo y taparlo –le dio un beso a su hijo y observó desde la entrada de la habitación mientras Pedro obedecía con cierta torpeza en sus movimientos.


–Buenas noches, Matias –dijo, sonriéndole con el mismo hoyuelo que se reflejaba en la carita del pequeño.


Y aunque Paula se moría por acercarse a la cuna para darle otro beso y asegurarse de que estaba bien arropado y decirle que lo quería, sabía que debía dejar que padre e hijo tuvieran su tiempo juntos.


No había tenido idea de que resultaría tan duro.


–¿Ya está? –quiso saber Pedro.


Ella asintió y apagó la lámpara de la cómoda.


–Se quedará dormido de inmediato.


Él la siguió al salón. Las cosas había ido realmente bien esa noche, entonces se preguntó por qué se sentía al borde de una fusión emocional. ¿Por qué las lágrimas amenazaban con salir?


Tener a un papá en su vida no significaba que Matías fuera a quererla menos.


–Es un chico estupendo –alabó Pedro.


–Lo es –convino ella. Fue a la cocina para meter los platos en el lavavajillas con la esperanza de que Pedro captara la indirecta y se marchara. En cambio, la siguió.


–Parece que todo ha ido bien –comentó mientras se apoyaba en la encimera al lado de la cocina, con ella dándole la espalda.


–Muy bien –convino ella, conteniendo las lágrimas que querían acumularse en sus ojos. «Para, Paula, estás siendo ridícula». Nunca era tan emocional. Era más dura que eso.


–Paula, ¿sucede algo? –preguntó él tras unos momentos de silencio.


–Claro que no –la voz chillona fue innegable en ese momento, al igual que la lágrima que cayó por su mejilla. Dios mío, se comportaba como un bebé. Hacía tiempo que había aprendido que llorar no la llevaría a ninguna parte. Su padre carecía de tolerancia para las exhibiciones emocionales.


Pedro le apoyó una mano en el hombro y consiguió que se sintiera peor.


–¿He hecho algo mal?


Ella movió la cabeza. La aprensión en la voz de él hizo que se sintiera como una idiota. La preocupación de Pedro era sincera y merecía una explicación. Lo que pasaba era que no sabía qué contarle. No sin sonar como una boba.


–Paula, háblame –la hizo girar para tenerla de frente–. ¿Estás llorando?


–No –afirmó mientras se secaba los ojos con la manga de la camisa. Como si negarlo pudiera hacer que las lágrimas fueran menos reales.


–Me siento confuso. Creía que esta noche había ido todo bien.


–Y así ha sido.


–Entonces… ¿por qué las lágrimas? ¿Empiezas a arrepentirte de todo eso?


–No es eso –movió la cabeza.


–Entonces, ¿qué es? ¿Por qué estás tan perturbada?


Ella se mordió el labio y miró al suelo.


Él apoyó las manos en sus hombros.


–Paula, no podemos hacer esto si no me lo explicas.


«Por favor, no me toques», pensó. Así solo empeoraba las cosas.


–Si he hecho algo mal…


–¡No! Has hecho todo bien. Matias te adora. No podría haber salido más perfecto.


–¿Y piensas que eso es malo?


–No exactamente.


Pedro frunció el ceño confundido. Lo que oía no tenía sentido.


–Desde que Matías nació, hemos sido nosotros dos. Él depende de mí para todo. Pero esta noche, al veros juntos… –la voz se le quebró y se reprendió por esa fragilidad–. Supongo que estaba celosa. No sé qué haría si Matías no me necesitara más.


–Por supuesto que te necesita.


Ella se encogió de hombros y derramó más de esas estúpidas lágrimas.




AVENTURA: CAPITULO 17

 

Maldijo para sus adentros. Habría pensado que con el tiempo el deseo por ella habría disminuido, pero el impulso de ponerle las manos encima era tan poderoso como siempre. Y por el bien de ambos, no podía.


–Es un niño precioso –dijo al cerrar el álbum–. De hecho, se parece mucho a Julián a su edad.


Ella se levantó y guardó el álbum en su sitio. Una parte de él esperó que regresara al sofá y se sentara a su lado, y la decepción que experimentó cuando no lo hizo, le indicó con claridad que era hora de que se largara de allí. Debería estar concentrándose en su hijo, pero solo podía pensar en ella.


Se bebió el resto del vino y se puso de pie.


–Es tarde –anunció, aunque apenas eran pasadas las nueve–. Mi mañana empieza temprano. Debería irme.


Sin parecer decepcionada, lo acompañó a la puerta.


–Entonces, ¿te veremos mañana alrededor de las siete? –preguntó Paula.


–O antes, si me las arreglo –se puso la cazadora y ella le abrió la puerta.


–Me alegro de que hayas venido esta noche –comentó ella.


–Yo también –se detuvo justo más allá del umbral.


–Y hablaba en serio acerca de la elección que haces. Incluso después de esto, si decides que no puedes llevarlo a cabo, no te lo reprocharé. Ser padre es duro. Requiere toneladas de sacrificios.


–Suena como si intentaras disuadirme.


–También es la experiencia más gratificante que jamás he tenido. Te cambia de un modo que nunca esperarías. Cosas que solía pensar que eran importantes ya no me lo parecen. Ahora todo gira en torno a él.


No estaba seguro de poder hacer de un niño el centro de su vida.


–Ya sí que empiezas a asustarme.


Ella sonrió.


–Sé que suena intimidador, y en cierto sentido lo es. Cuesta explicarlo. Supongo que lo sentirás o no.


–Supongo que tendremos que esperar hasta comprobarlo.


–Supongo –corroboró ella.


Se hallaba con un pie en el porche cuando ella lo agarró del brazo.


Pedro, espera.


Se volvió hacia ella. Si Paula fuera inteligente, no lo tocaría, pero el daño ya estaba hecho. En ese momento él solo podía pensar en tomarla en brazos y abrazarla antes de pegar los labios a los suyos.


–Cuando estábamos mirando el álbum de Matias, comprendí lo mucho que había cambiado en estos nueve meses y en lo mucho de su vida que ya te has perdido. Solo quería decir… quería que supieras que… –luchó con las palabras–. Lo… siento.


Era algo que él no se esperaba y la sorpresa debió reflejarse en su cara, porque ella se apresuró a añadir:

–Sigo manteniendo que todo lo que hice fue lo mejor para Matías.


–De modo que… no lo sientes.


–Lo hice pensando en lo mejor para Matías, pero eso no significa que no fuera un error.


Quizá había algo que estaba mal en él, pero verla con esa humildad le resultó excitante.


Se inclinó levemente hacia ella, solo para probar las aguas, para ver cuál sería su reacción. Abrió un poco más de la cuenta los ojos y vio que contenía el aliento. Estaba seguro de que retrocedería, pero a cambio sus pupilas se dilataron y sacó la lengua para humedecerse los labios.


No era exactamente la reacción que había esperado. ¿O sí? Podía ser realista o podía ser inteligente. Si era realista, si se inclinaba y la besaba, ella le devolvería el beso y aunque necesitaran una noche, o cinco, terminarían en la cama.


Lo inteligente sería retroceder mientras aún podía hacerlo y eso era exactamente lo que planeaba hacer. Pero no fue fácil.


–Debería irme.


–De acuerdo –ella asintió algo aturdida.


–A menos que vengas conmigo –bajó la vista a la mano de ella–, vas a tener que soltarme el brazo.


–Lo siento –parpadeó y retiró la mano, ruborizándose a la luz del porche.


Paula no era de las mujeres que se ruborizaba. Irradiaba seguridad y carecía de vergüenza… al menos por fuera. No pudo decidir quién era más excitante, la seductora imperturbable o la muchacha vulnerable.


De modo que Pedro se apartó.


–Nos vemos mañana.


Ella asintió.


–Nos vemos mañana.


Comenzó a bajar las escaleras y se detuvo en el momento en que ella comenzaba a cerrar la puerta.


–Eh, Paula.


–¿Sí.


–Disculpas aceptadas.





AVENTURA: CAPITULO 16

 


Hasta que no se completara la investigación de la explosión en Western Oil no se anunciaría, pero no podía decirle eso. Solo unos pocos sabían que dicha investigación estaba en curso. La explosión la causó un equipo defectuoso, un equipo que acababa de ser comprobado una y otra vez para garantizar su seguridad, y como resultado de ello trece hombres habían resultado heridos. La junta estaba convencida de que había sido un trabajo desde dentro, y sospechaba que Chaves Energy, específicamente el padre de Paula, era el responsable. El objetivo era desenmascarar al culpable. Pero había sido un proceso arduo, lento y frustrante.


–No nos han dado una fecha definitiva –le dijo a Paula–. Como mínimo, unos meses más.


–¿Y cómo te sentirías si recae en Julian?


–No lo hará –en su opinión, de los tres candidatos Julián era el menos cualificado y Pedro estaba seguro de que la junta pensaría lo mismo. Julian había recurrido al encanto personal para llegar donde estaba en ese momento, pero eso solo lo llevaría hasta un punto.


–Suenas muy seguro.


–Porque lo estoy. Y no te ofendas, pero no quiero hablar de mi hermano.


–De acuerdo. ¿De qué quieres hablar?


–Quizá podrías contarme algo sobre mi hijito.


–De hecho, podría hacer algo mejor –dejó la copa de vino, se levantó de la silla y cruzó el salón hacia la biblioteca. Sacó un libro grande de la estantería y volvió junto a él.


Él esperaba que se lo diera, pero Paula se sentó a su lado, tan cerca que sus muslos casi se tocaban.


Prefería tenerla frente a él.


–¿Qué es? –preguntó.


Dejó el álbum sobre su regazo y lo abrió en la primera página.


–El libro de Matías de bebé. Tiene fotos y notas. He estado trabajando en él desde antes de que naciera.


Quedaba claro desde las primeras páginas, ya que consistía de fotos en sus diferentes fases del embarazo, e incluso una de la prueba de embarazo que daba positivo.


–Se te veía muy bien –dijo él.


–Tuve muchas náuseas el primer trimestre, pero después de eso me sentí estupendamente.


La siguiente hoja era toda de ecografías, con una que mostraba con claridad que el bebé era un niño, y notas que ella había tomado después de las visitas a la doctora. Las páginas siguientes eran todas de Matías. Se dijo que quizá no fuera objetivo, pero Matías era un crío precioso. Pero mientras Paula seguía pasando las páginas, descubrió que cada vez la miraba más a ella. Dieciocho meses atrás ni se le habría pasado por la cabeza alargar la mano para colocarle un mechón suelto detrás de la oreja. Acariciarle la mejilla, la columna del cuello. Posar los labios sobre la delicada protuberancia de la clavícula…