domingo, 28 de noviembre de 2021

CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 63

 


—¡No está! Su cama está vacía.


Paula salió corriendo de la casa y prácticamente cayó entre sus brazos con el cuerpo tembloroso.


—¿Cómo va a haberse marchado? Estábamos sentados en el porche — dijo él.


—La ventana. Habrá bajado por la pared —se giró hacia la oscuridad y gritó el nombre de su hijo en el silencio de la noche—. Dios, ¿y si nos ha oído discutir?


—Entonces se habrá ido hace pocos minutos.


—Tengo que encontrarlo —se dio la vuelta y regresó a la casa seguida de Pedro. Los niños pequeños y la maleza australiana por la noche no eran una buena combinación. Su corazón estableció un ritmo familiar. El ritmo del combate, el ritmo para el que su mente estaba entrenada. Latidos que dirigían sus pensamientos y que evitaban que perdiera el control.


No podía permitírselo con Paula desestabilizada.


Pero no iba a quedarse parado sin hacer nada mientras otro niño estaba en peligro. Su hermano tendría que esperar.


Se puso tras Paula mientras ella vaciaba el contenido de su mochila sobre la mesa de la cocina. Agarró el GPS, lo encendió, miró hacia el techo y cerró los ojos. Finalmente el aparato le devolvió la señal.


—¿Es para localizar a Lisandro?


—No tengo tiempo para otro sermón sobre el exceso de protección. Tengo que encontrar a mi hijo.


El aparato comenzó a pitar con fuerza. Paula lo dirigió hacia la puerta y el pitido se intensificó.


—¿Cuál es la fuente?


—Su mochila —Paula volvió a guardar todo en su mochila, se la colgó al hombro y salió corriendo hacia la puerta.


—¡Paula, espera! —apenas tuvo tiempo de agarrarle el brazo cuando pasó frente a él.


—Vete a buscar a Julián —dijo ella—. Déjame ir a buscar a mi hijo.


—También es peligroso para ti ir ahí fuera, Paula.


Ella lo miró fijamente, se zafó de su mano y salió corriendo. Era rápida cuando se lo proponía. Ya estaba a medio camino hacia los árboles antes de que pudiera alcanzarla. ¿Acaso sabía hacia dónde ir? Mantuvo la vista fija en el azul de su jersey. En pocos segundos, desapareció en la oscuridad.





CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 62

 


Y allí estaba. Ella llevaba en su vida solo unas semanas. ¿Qué posibilidades tenía contra el chico al que Pedro había pasado una vida entera intentando defender?


Se echó a un lado y lo dejó marchar.


Pedro odiaba que aquél fuese el recuerdo que se llevaría consigo para el resto de su vida. El dolor en el rostro de Paula. La confusión, la traición.


En el último momento se dio la vuelta y le dio un beso en el pelo. Sabía que no habría más besos. Ella ni siquiera deseaba eso, pues se apartó violentamente y se dirigió hacia la puerta.


Y entonces desapareció. Volvió dentro, con su familia.


Él se dio la vuelta para ir a buscar a la suya. La que le quedaba.


Mientras caminaba hacia su coche, intentó empujar aquella sombra oscura hacia el fondo de su alma, donde habitaban las demás. ¿Qué más daba un poco más de dolor en su vida? Intentar recuperar su vida era una fantasía absurda. Los hombres como él no tenían finales felices. No se lo había ganado.


Justo cuando se disponía a abrir la puerta del coche, un grito agudo rompió el silencio de la noche.


—¡Lisandro!


Pedro se dio la vuelta y salió corriendo hacia la casa, y hacia la mujer que gritaba en su interior.




CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 61

 


Paula sintió su pecho tan vacío y viejo como las cavernas que a Pedro le gustaba explorar. Como si todo lo que había dentro hubiese quedado suspendido en el tiempo, esperando a que el hombre perfecto lo iluminase con su luz y revelase sus misterios. Aunque durase poco, había sido espectacular.


—¿Aun así quieres que me vaya?


—Sí.


—¿Porque he delatado a tu hermano?


—Porque tenías que hacerlo. No quiero colocarte en esa posición, Paula. Que tengas que elegir entre tus valores o yo. He estado en esa situación y sé lo mucho que puede llegar a afectar a largo plazo. No puedo garantizar que no volvamos a estar en esa posición. Los momentos cruciales de mi vida han estado basados en malas decisiones. Cuando Julian estuvo a punto de ahogarse. Cuando no evité que el teniente matara a aquel niño. Cuando lo denuncié. Cuando dejé que mi padre se marchara, solo…


—Tienes una estrella en tu pared, Pedro.


—¿Tienes idea de por qué la conseguí? Me dispararon tres veces cuando mi unidad salía de un pueblo en zona de guerra. Me até a la parte delantera del vehículo y seguí disparando mientras retrocedíamos a toda velocidad hacia el desierto.


—¿Y qué tiene eso de indigno? Suena extraordinario.


—Me até con las correas de los rifles de mis compañeros muertos para que no me dejaran atrás si me desmayaba. Morir a manos de… —se levantó de la mecedora y atravesó el porche—. Morir solo.


—Eso solo te hace humano, Pedro.


—Se supone que he de ser sobrehumano, Paula. Proteger a los demás. Debo cuidar de los otros, no de mí. Le fallé a Julián, le fallé a ese niño en el desierto y ahora te estoy fallando a ti.


—¿En qué?


—Tengo la oportunidad de ayudar a Julián. Compensarle por lo que le ocurrió cuando yo estaba demasiado ocupado ligando con unas adolescentes como para cuidar de él. Compensarle por los retrasos en su educación. Se lo debo.


—Julián ha tomado sus propias decisiones, Pedro. Como niño y como adulto. Todos tomamos decisiones y hemos de vivir con las consecuencias.


—Es mi hermano pequeño, Paula. Y está en apuros. Si fuera Lisandro, ¿no harías todo lo que estuviera en tu poder para ayudarlo? ¿Sin importar qué camino hubiera tomado?


—Sí, lo haría. Pero tú mismo me dijiste que parte del viaje de todo chico consiste en defenderse solo. En cometer sus propios errores. Me dijiste que no puedo proteger a Lisandro de todo.


—No es lo mismo.


—¿No? Tal vez sea hora de que Julian crezca.


Los ojos de Pedro se oscurecieron.


—Debería irme.


Allí estaba. Era la última vez que lo vería.


—¿Vas a advertir a Julián?


—Tengo que hacerlo, Paula. Por favor, compréndelo.


—Hablaba en serio, Pedro. No puedo mantener a Lisandro aquí, tan cerca del peligro.


—Yo también hablaba en serio.


—¿Al decir que debería irme?


—Los dos deberíais. Marchaos a un lugar donde podáis ser felices. Donde la oscuridad no os envuelva.


—¿Tanto quieres a Julián? ¿Tanto que es más fácil dejarnos ir a nosotros que a él?


Ninguno de los dos fingió que no hubiera nada entre ellos.


—Tiene que ser así. No se trata de mí.


—¿Y si él no merece el sacrificio?


—Es mi hermano.