sábado, 23 de julio de 2016

LA MIRADA DEL DESEO: CAPITULO FINAL




Siendo consciente de la ironía, Paula observó desde la ventana cómo un operario plantaba un cartel con la inscripción Se alquila en el jardín delantero de la supuesta casa de Pedro.


Era una idiota. Una completa idiota. Había dejado que Pedro se marchara, y aunque sus decisiones mostraban que había antepuesto su carrera a un hombre que le había enseñado a vivir las fantasías, la verdad era que había tenido miedo. Nunca había esperado enamorarse con tanta fuerza ni rapidez. No había sido capaz de poner a un lado sus objetivos y aceptar la otra mitad de su corazón desgarrado. La mitad que pertenecía a Pedro.


Tenía un nuevo trabajo que le permitía fraternizar con quien le diera la gana, pero no con Pedro. Aunque impresionada por el informe que presentó sobre Stanley, la compañía de seguros no quiso ir en busca del estafador, pero tras una entrevista con el director de First Mutual, Paula consiguió un puesto como preparadora de investigadores y como responsable de un programa interestatal de seguros.


Había encontrado algo propio,y todo gracias a Pedro. Lo único que deseaba era saber dónde encontrarlo y poder darle las gracias. Y también echarle los brazos al cuello, decirle que lo amaba y suplicar que la perdonase.


—¿Estás segura de que este asunto de los seguros es lo que quieres? —le preguntó Elisa, ocupada en retirar los vídeos de las estanterías—.A mí me parece que es una retirada muy fácil, Paula.A Noah todavía le quedan años en el puesto. Aún puede cambiar de opinión.


Paula observó con perplejidad cómo el operario que había puesto el cartel se desplazaba hacia la puerta de al lado y retiraba el cartel de Se vende de la casa de Stanley. Unos días después de volver de México, Donna se pasó por allí con una carta que había recibido de Stanley, dándole las escrituras de la casa. Dolida y furiosa por la traición, Donna la puso inmediatamente en venta, y parecía que no había tardado en venderse.


—Noah no va a cambiar de opinión. Puede que no dirija la compañía, pero al menos dirijo esta nueva división. Patricio y tío Noah me han prometido libertad absoluta, y además trabajaré junto a investigadores, realizaré vigilancias legales y tal vez atrape a algún estafador. Es casi como ser policía.


Elisa terminó de guardar los vídeos en una caja.


—Sí, salvo que no tendrás el placer de encontrarte con el detective Pedro Alfonso en la cantina. 


Paula se apartó de la ventana, decidida a no volver a mirar, al menos durante cinco minutos.


—No, es verdad.


Elisa cerró las solapas de la caja y la selló con cinta adhesiva. Paula le quitó la caja y la puso sobre la pila de bultos que había en el vestíbulo.Tenía que alejarse de todo aquello. De todos los recuerdos y pesares.


—Aún no sabes nada de él, ¿verdad?


Paula negó con la cabeza. Le había dejado tres mensajes a Jake Tanner, pero no había recibido ninguna respuesta. De modo que decidió que ya era suficiente. Si él quería hablar con ella, podría encontrarla sin dificultad.


Cuando regresó al hotel en Cozumel, él ya se había ido. No llegó a tiempo al aeropuerto, y tuvo que quedarse un día más, debido a la cancelación del siguiente vuelo.


Pero cuando llegó a Tampa, Pedro ya se había mudado, sin dejar ninguna nota ni dirección. Desde entonces había pasado casi una semana, por lo que Paula pensó que ya era hora de volver a su viejo apartamento e intentar comenzar de nuevo.


—Eh, ¿qué es esto? —preguntó Elisa tomando el estuche de una cinta de vídeo.


—No lo sé —respondió Paula. 


Sacó la cinta y vio que no tenía etiqueta. Intentó meterla de nuevo, pero no encajaba bien en el estuche


—. ¿Dónde la has encontrado?


—Estaba en la mesa, bajo la caja.


Paula se dispuso a meterla en el vídeo, pero el aparato estaba desconectado y empaquetado desde la noche anterior. —La comprobaré arriba.


—¿Todavía no ha desmontado Ted el equipo?


Ojalá lo hubiera hecho, pensó Paula. Se había pasado demasiadas horas mirando los monitores apagados.


—Han retirado las cámaras de la casa de Pedro y de la de Stan, pero como tenían otros encargos, les dije que desmontaría el equipo yo misma.


—-¿Y Ted te ha permitido tocar sus juguetes?


—Bueno, puesto que fui yo quien autorizó su compra, creo que no tiene elección —dijo Paula riendo—. Oye, llevas aquí todo el día. ¿Por qué no te marchas? Yo acabaré de recogerlo todo.


—¿Estás segura? Te queda mucho por hacer si quieres salir mañana.


—Lo sé. Solo quiero...


Pero Elisa la hizo callar con un gesto de manos y agarró su bolso. Paula le dio un fuerte abrazo y la vio salir por la puerta. Le encantaba la compañía de su amiga y la quería mucho, pero quería aún más a Pedro.


Estuvo otros quince minutos empaquetando los utensilios de cocina, hasta que sonó el teléfono móvil. Miró la pequeña pantalla de cristal líquido, pero el teléfono no reconocía el número. Seguramente sería alguien que se había equivocado.


—¿Diga?


—¿Ya no te gusta mirar?


A Paula le dio un vuelco el corazón.


—¿Pedro?


—Te he dejado un misterioso regalo que hubiera podido encontrar el investigador más inepto, y aún no lo has visto. 


¿Ver qué? El vídeo...


—¿Cómo sabes que aún no lo he visto?


La risa de Pedro fue ronca y profunda, tan sexy que a Paula se le endurecieron los pezones.


—Porque te estoy observando.


Ella miró hacía la ventana frontal y alargó el brazo para subir las persianas.


—Oh, no —la detuvo él—. Nada de espiar. Lo que hay en ese vídeo es infinitamente más interesante que un policía al acecho.


—¿Estoy bajo vigilancia? —preguntó ella mientras subía las escaleras con la cinta en la mano. 


Pedro la había llamado.


¡Y la estaba observando!


—Cariño, tenerte a ti bajo vigilancia implica varias posibilidades realmente deliciosas. 


Paula se mordió el labio. Un estremecimiento la recorrió de arriba abajo.


—¿Y eso es bueno o malo?


—Espera a verlo.


Paula entró corriendo en la habitación, metió la cinta en el vídeo y encendió los aparatos. La pantalla azul cambió a negro y después a gris. El sonido estaba distorsionado. 


Paula ajustó la imagen, y entonces se vio a sí misma desnuda, en la cama de Pedro, con un bote de aceite en la mano.


—¿Me has grabado?


—¿Estás furiosa?


Paula pulsó el botón de avance rápido para pasar su espectáculo personal, hasta que Pedro entró en escena. Lo vio entrar en la habitación y agarrar la corbata que había usado para vendarle los ojos, lo vio echarse aceite en las manos y deslizar las palmas por su espalda. Paula sintió que le ardía la piel, como si la estuviera tocando de verdad. 


Endureció los muslos y se dejó caer de espaldas en la cama, puesto que ya no había ninguna silla en la habitación.


—¿Y? —insistió él—. ¿Estás enfadada?


—No, estoy fascinada, excitada... y arrepentida.


Oyó un clic y tardó diez segundos en darse cuenta de que Pedro había colgado. Cuando volvió a oír su voz, ya estaba en la puerta, vestido con vaqueros y camiseta gris, con una barba de varios días y el pelo revuelto.


Arrebatadoramente atractivo.


Pedro... —quiso acercarse,pero él la detuvo con una mano.


—Nada de tocar. Solo hay que mirar.


Inclinó la cabeza hacia la televisión. Ella se giró, a tiempo para ver cómo Pedro ajustaba los almohadones en la cama, le ponía uno bajo la barriga y empezaba a tocarla y a lamerla. No tenía que mirar.


Lo recordaba todo con exactitud, y se preguntó si aquella jugada del vídeo significaba que aún tenía una oportunidad... 


El corazón le latía desbocado, impulsado por la vergüenza y el deseo. Pero, sobre todo, impulsado por el amor.


—¿Y si no quiero mirar? —le preguntó con un tono burlón de desafío.


Él se metió la mano en el bolsillo y sacó la misma corbata roja que había usado aquella vez.


—Tengo varios métodos de coacción. Y aún tengo esas esposas que me suplicaste que utilizara.


—Entonces, ¿por qué no las usaste conmigo en México? ¿Por qué no me convenciste de que estaba siendo una idiota por dejarte marchar?


Pedro bajó la mirada, pero no pudo ocultar la sonrisa de satisfacción por oír el tono de arrepentimiento.


—Tenías que darte cuenta por ti misma, Paula. Si no, te hubieras pasado el resto de tu vida preguntándote si yo era la mejor elección, por encima de tu trabajo y de tus sueños.


—Sigo trabajando para Chaves Group —dijo ella. No quería hacerle pensar que había abandonado por completo—. Pero ahora dirijo mi propia división. Entreno a los investigadores para las compañías de seguros. 


—Ya me lo han dicho.


—¿Quién?


—La misma persona que me dejó entrar esta mañana mientras te estabas duchando.


«Elisa».


—¿Has estado todo el día en la casa sin que yo lo supiera?


—Bueno, por algo soy tan bueno en mi trabajo.


Los gemidos de la película verificaban que Pedro no solo era bueno en su trabajo de incógnito. Paula buscó el mando a distancia. No podía concentrarse con Pedro en la habitación y en la pantalla al mismo tiempo. Y tenía que concentrarse... al menos hasta que él la hubiera desnudado.


—Pensaba que por eso no respondías a mis mensajes —dijo ella apartando el edredón—. Creía que estabas con otra misión.


—Lo estaba, pero no podía concentrarme en la investigación. En las últimas semanas he encontrado al verdadero Pedro Alfonso.Y me gusta. Creo que necesita mostrarse más a menudo, por eso le pedí a mis jefes que me dejaran volver al servicio. Ahora soy un policía normal y corriente. Se acabaron las identidades falsas y los secretos. Incluso me he comprando una casa.


Paula recordó el cartel de venta, y se desvanecieron las esperanzas de que Pedro hubiera adquirido la casa de enfrente, donde habían compartido recuerdos tan dulces. 


Pero entonces recordó que la casa de Stanley se había vendido.


—¡No! ¿Le has comprado la casa a Donna?


—Tiene mejores vistas, aunque no tiene piscina.Tendremos que arreglar eso, ¿no crees?


—¿Tendremos?


Pedro sacó el mando a distancia del bolsillo trasero y pulsó el botón de pausa, justo cuando estaban llegando al orgasmo en la pantalla.


—No he venido para torturarte con esa cinta, Paula.


—Pues es una verdadera tortura. No te imaginas cuánto deseo hacerte el amor ahora mismo.


—Vernos hacer el amor te excita, ¿verdad? Se te ve muy acalorada...


Caminó lentamente hacia ella, tiró el mando y el móvil al suelo, la tomó de las manos y la acercó a él para mordisquearle el cuello.


—Puede que el aire acondicionado se haya vuelto a estropear —dijo ella, convencida de que la temperatura en la habitación se había disparado.


— Puede que seas una mirona desvergonzada. .. O puede que lleves demasiada ropa.


—Puede...


En un instante estuvieron desnudos, pero Paula lo detuvo antes de que pudiera tumbarse sobre ella. Quería sentirlo en su interior más que ninguna otra cosa, pero antes tenía que decirle algo.


—Te quiero, Pedro. Pero quiero más que una aventura. Más que vivamos juntos una temporada compartiendo fantasías. 


Él entrelazó los dedos en sus cabellos y le echó hacia atrás la cabeza, para que ella pudiera ver en su rostro la expresión de pura sinceridad.


—Te quiero, Paula. Me ayudaste a encontrarme a mí mismo y a que me diera cuenta de que me escondía tras mi trabajo. No tenía sueños ni esperanzas propias. No sabes qué regalo tan valioso me has dado.Y un regalo así merece otro a cambio.


La besó con dulzura, la levantó y la acostó suavemente. 


Pero en vez de unirse a ella, recogió el estuche vacío de la cinta y se arrodilló junto a la cama.


—Parece que estás perdiendo tus habilidades como investigadora.


Paula recordó que no había podido meter del todo la cinta en el estuche. Miró en el interior y vio que había algo en el fondo. Algo metálico y redondo.


Se le hizo un nudo en la garganta al sacar un anillo de oro con incrustaciones de esmeralda, diamantes y ópalos.


Miró a Pedro. Necesitaba oírselo decir, y esperaba tener la compostura suficiente para responder.


—Cásate conmigo, Paula—dijo, le quitó el anillo de su temblorosa mano y lo deslizó en el dedo. La besó en los nudillos, buscando la respuesta en sus ojos.


—Me casaré contigo, Pedro —consiguió decir—. Si me prometes una cosa.


—¿Una cosa? Cariño, siendo mi mujer, no creo que pueda negarte nada.


—¿Incluso si te pido que uses tus esposas? La última vez no quisiste hacerlo.


Pedro alcanzó sus vaqueros, sacó las esposas plateadas, y se las puso rápidamente en las muñecas.


—Eso era antes de saber que podría atarte a mí para siempre.


Paula tiró de él, hasta que su cuerpo desnudo la cubrió con un calor que le llegó al alma.


—Para eso no necesitas esposas, Pedro.


Cerró los ojos, deleitándose con todas las sensaciones que la dominaban. El frío acero alrededor de sus muñecas. El roce de sus ardientes labios contra los suyos...


—Entonces, ¿qué necesito?


—No lo sé... Pensaba que podría ser divertido tenerme desnuda y esposada... Tal vez se te ocurra algo origina!. 


Los ojos de Pedro brillaron con desafío, y Paula supo que gracias a él sería la mujer más satisfecha sexualmente del mundo, así como la más feliz.


—Obsérvame...


LA MIRADA DEL DESEO: CAPITULO 16





—Lo que no entiendo es por qué Stanley ha huido —dijo Paula por centésima vez en menos de dos días.


Pedro no respondió; mantuvo abierta la puerta del ascensor y la tomó de la mano para conducirla por el pasillo. Habían acabado la botella de champán, habían paseado por la playa, maravillándose del paisaje tropical, y habían probado la deliciosa comida mexicana en la terraza de un pequeño restaurante. Además, habían mantenido una conversación bastante vulgar sobre sus películas románticas favoritas. La de Pedro era Casa-blanca, el clásico en el que la protagonista abandona al verdadero amor de su vida.


Paula siempre había odiado esa parte,y se preguntaba si Pedro habría querido insinuar algo con esa elección.


Había algo en sus ojos; una especie de desafío... Como si estuviera dispuesto a dejarla marchar si se daba el caso. 


¿Lo haría realmente? Y si lo hiciera, ¿podría ella superarlo? 


A diferencia de Ingrid Bergman, Paula no se iría por ninguna causa mundial. Ella dejaría a Pedro solo por su trabajo, donde ni se la valoraba ni se la apreciaba lo bastante.


Pero Pedro sí la apreciaba.Y la valoraba lo bastante como para abandonarla, ¿no?


—Quiero decir, ¿qué habrá ocurrido para que Stan se marche después de todo este tiempo?


Pedro sacó la llave del bolsillo de sus pantalones de lino. 


Vestido con una camisa caribeña del color de sus ojos, le recordaba a Don Jonson en Corrupción en Miami. Solo que el aspecto de Pedro era mucho mejor. Paula suspiró, cerró los ojos y se permitió balbucear:
—Si Stan sabía que lo observábamos, y está claro que lo sabía si tenía esas fotos, y necesitaba tiempo para poner en orden sus asuntos antes de escapar, de acuerdo, entiendo su huida. Pero, que yo sepa, no hizo nada para preparar su marcha, aparte de mentirle a Donna y dejar las fotos y el mando a distancia del garaje, lo que solo le llevaría diez minutos. No, ocurrió algo que lo ahuyentó, como si hubiera presentido que estábamos a punto de detenerlo. En cualquier caso, no tengo ninguna prueba contra él, ¿y tú?


—No —respondió Pedro con el ceño fruncido—. Los dos estábamos demasiado distraídos.


—¿Distraídos? Los dos estábamos de vigilancia cuando no estábamos haciendo..., ya sabes —replicó ella con una mueca. Habían tocado el tema que deseaba evitar por todos los medios. Cuando hicieron el amor en Miami, le costó toda su fuerza de voluntad no sucumbir a las lágrimas. Pedro era tan tierno y encantador... Y apenas llevaban una semana siendo amantes.


Estaban enamorados. Y aun así, ella quería abandonarlo por un estúpido trabajo que la mantenía pegada a una vida estúpida. Aunque ese trabajo fuera su sueño...


—La dos estábamos haciendo «eso» la noche antes de su huida —le recordó Pedro—. Si lo hubiéramos estado observando, tal vez su romance con Donna nos habría dado alguna prueba.


—¿Qué romance? —exclamó ella al entrar en la habitación—. Se comportaban como si apenas se conocieran.


Pedro dejó la llave sobre el televisor y descorrió las cortinas de la ventana.


—Por lo visto, tu barbacoa es un potente afrodisíaco para cualquiera. Donna no me lo dijo, pero me hizo ver que todos tuvimos suerte tras la cena.


Paula se quedó helada. Santo Dios. Ni siquiera... había... Cielos.


—¿Me estás diciendo que Stan y Donna estaban haciendo lo mismo que nosotros al mismo tiempo que nosotros? —Seguramente ocurriera durante tu pequeño espectáculo en la ducha. Aunque crucé la calle a toda velocidad, me fijé en que no estaban sus coches.Tuvo que ser algo rápido, pero Donna parecía muy satisfecha. ¿Por qué?


Paula no podía hablar. Ni siquiera podía creer que no hubiera comprobado la grabación antes de salir, pero tenía el presentimiento de que Stan había huido porque sabía que lo habían atrapado en el acto... mientras hacia el amor. No era que un hombre lesionado no pudiera hacerlo bien, pero si sus movimientos habían sido especialmente acrobáticos o vigorosos, entonces su inesperada fuga sí tenía sentido.


—Tengo que llamar a Elisa.


—¿Elisa? ¿De qué estás hablando Paula?


Paula sacó el teléfono móvil del bolso, pero soltó una maldición al comprobar que en la isla no tenía cobertura. Agarró la hoja de instrucciones que explicaban cómo llamar a través de la línea del hotel, y se negó a responder a Pedro hasta que hubo marcado el número.


—Creo saber por qué huyó Stanley. Y creo tener pruebas. Pruebas legales que los dos podemos usar.


Tal y como estaba previsto, el Starlight Princess atracó en el muelle poco después del amanecer. Aunque ninguno de los dos había dormido más de una hora, Paula y Pedro esperaban agazapados tras carrito de venta ambulante, donde más tarde alguien vendería churros y bebidas frías. De momento, no se veía a nadie por los alrededores. Pedro no esperaba que Stanley apareciera tan temprano, pero no podía asegurar nada. Después de todo, nunca se había imaginado que a Stan le gustara el sexo morboso... ni jamás pensó que tendría que pasar una noche viéndolo en acción.


Paula había hablado con Elisa, y le había encargado que le mandara la grabación de video por Internet. Lo siguiente solo era encontrar a Stanley.


Los dos estaban ansiosos por hablar con él, pero por desgracia hablar sería lo único que podrían hacer. Pedro no había conseguido autorización para detener a Stan. Había llamado a sus superiores, pero estos se habían negado a tomar medidas legales contra Stanley Davison. Se había ido y tenía su dinero, y nadie estaba dispuesto a explicar por qué la policía lo había pillado con los pantalones bajados... aunque aquello supusiera una prueba legal y definitiva.


Ya tenían bastante mala lanía, por lo que el teniente Méndez ordenó a Pedro que redactara un informe y que se reincorpora al trabajo en cuanto volviera de Cozumel.


Paula también tenía la prueba que necesitaba para demostrarle los fraudes a la compañía de seguros, pero le había pedido a Elisa que no dijera nada hasta que hubiera encajado todas las piezas del rompecabezas. Era una investigadora privada, no una cazadora de recompensas. Sin embargo, estando apostada tras el puesto de churros, y con las imágenes impresas del vídeo en un sobre, a Pedro no le parecía tan feliz como debería estar.


—Sabes que no tenemos por qué hacerlo —le dijo, por segunda vez en menos de una hora. —Y tú sabes que tienes tanta curiosidad como yo —respondió ella.


—¿Sobre qué?


—Por qué lo hizo. Por qué permaneció tanto tiempo en la casa, y por qué se marchó tan súbitamente, asegurándose de que lo siguiéramos.


—Es un bastardo muy codicioso. Seguramente solo quiera regodearse con su triunfo.


—No, hay algo más —dijo Paula—.Ya conoces su historial. Nunca ha permanecido en un mismo sitio más tiempo del que le llevaba cometer alguna estafa. Nunca ha tenido una casa en propiedad ni tampoco una novia, al menos alguien que no participara en sus estratagemas. Donna parece una persona digna de confianza, por muy peculiar que sea. Yo creo que, tras la indemnización, Stan estaba considerando la posibilidad de cambiar su estilo de vida. Pero algo lo espantó.


—Sabía que lo estábamos observando. Tal vez en medio de la pasión salvaje, se dio cuenta de que no había echado las persianas.


—Es imposible que viera la cámara. Una cosa es que me viera con los prismáticos, pero mi equipo es demasiado bueno. Demonios, tú eres policía y no descubriste ninguna cámara en tu casa.


—No me lo recuerdes.


—¿Por qué no? De no haber sido por aquellas cámaras, no nos habríamos conocido.


—Nos conocimos por la cesta de limones que alguien dejó por equivocación en la puerta de mi casa.


Paula se giró y miró por encima del hombro a media docena de turistas que bajaban del barco.


—Ya había decidido tener una aventura contigo antes de que trajeras la cesta.


—Oh, ¿en serio? —Pedro observó el desembarco de turistas y comprobó que Stanley no estaba entre eilos. Entonces agarró a Paula por la cintura y la apretó contra él—, ¿Qué era lo que más te gustaba? ¿Mis músculos? ¿Mi trasero?


 —Oh, sí... Todo —dijo ella con un suspiro—. Pero creo que lo mejor fue cuando te vi acariciar al gato. Una mujer puede aprender mucho por la manera en que un hombre acaricia a una mascota.


—Eres una chica mala, Paula Chaves, ¿lo sabías? —la abrazó con más fuerza, pero entonces oyeron una voz tras ellos: 
—Y creo que yo era el chico malo.


Era Stanley. Iba casi irreconocible, con el pelo teñido de rubio, lentillas azules y una camiseta con un estrafalario dibujo, pero era Stanley Davison.


—No, solo eres un pelota embustero y confabulador —dijo Pedro. Soltó a Paula, pero la mantuvo entre Stan y él. No estaba seguro de que pudiera controlarse y no propinarle un puñetazo en la mandíbula a aquel estafador.


—Hey, chico, eso me ha dolido —dijo Stan en tono de mofa—.Y yo que pensaba que entre nosotros estaba naciendo una bonita amistad.


—Te equivocaste.


Paula extendió el brazo para impedir que Pedro la rodeara.


—De acuerdo, Stan. Querías que te siguiéramos. Nos dejaste un rastro bien claro. ¿Qué querías enseñarnos? ¿Tu victoria? ¿El éxito de tu estratagema? —Paula agitó con rotundidad el sobre frente a él—. ¿Acaso piensas que podrás volver a tu antigua vida? Por que si es así...


Stan agarró el sobre, provocando que Pedro diera un paso adelante.


—¿Puedo? —preguntó en tono cortés, alzando una mano Paula le dio permiso en silencio.


Stan sacó las imágenes impresas del vídeo y las miró con el ceño fruncido. Paula alargó un brazo y puso los dedos sobre la imagen de su flaco trasero.


—No es exactamente tu lado bueno, pero ningún hombre con una lesión de columna como la tuya podría hacer las cosas que hiciste en tu dormitorio. Van a acusarte de fraude y, ¿quién sabe? Tal vez la compañía de seguros se lleve un buen disgusto y se empeñe en dar contigo.


Stan soltó un suspiro.


—¿Puedo quedarme con esto? —preguntó alzando las imágenes.


—Claro —respondió ella tras un segundo de duda—.Tengo los originales. Podría incluso darte una copia de la cinta, pero no creo que a Donna le gustase mucho.


—Nunca tuve la intención de implicarla en esto ni hacerle daño —respondió él mirando a Pedro—.Ella no sabía nada. 


—¿Por que nos has atraído hasta aquí. Stan? — le preguntó Pedro—. Sabías que te teníamos bajo vigilancia. ¿Pensaste que íbamos a pillarte con estas imágenes, y por eso te largaste a tiempo? 


Stan dobló la imagen y se la metió en el bolsillo de sus shorts de surfísta.


—No tenía ni idea de que tuvierais una cámara en mi habitación. Ni de que me estuvierais observando esa noche después de la cena. No era el único que tenía las persianas levantadas.


Paula se puso colorada, y Pedro se adelantó, dispuesto a propinarle un puñetazo a Stan.


—Tranquilo, amigo —lo calmó Stan—. Estaba demasiado ocupado para ver nada. Si os he traído aquí ha sido para daros una explicación.


—¿Una explicación sobre qué? —preguntó Pedro—. ¿Que eres un maestro del fraude? Eso ya lo sabíamos.


Stan negó con la cabeza y sacó una carpeta de la mochila que llevaba al hombro.


—Todo el mundo que me conoce lo sabe. Pero hasta que apareció Donna, nadie sabía que yo tenía un hermano. Nadie. Ni siquiera mí madre. Es el hijo bastardo de mi padre. Me enteré de su existencia hace tres años, después de que mi padre sufriera una crisis en Las Vegas.


Paula aceptó ía carpeta y la abrió. Dentro había la foto de un niño de unos doce años, pero pasó las hojas rápidamente. 


No era una mujer fácil de manipular.


—¿Qué le pasa al niño? —le preguntó con voz firme.


—De todo.Tiene esclerosis múltiple, pulmones defectuosos y un corazón muy débil. Claro que su vida no sería un infierno si tuviera un sitio decente donde vivir. Podéis llamarme sentimental —dijo con una carcajada—,pero no podía permitir que se pudriera en algún centro público. Una gran parte del dinero está ahora a su nombre. Con el resto me pagué el crucero y una pequeña casita en la costa de un país sin acuerdos de extradición con Estados Unidos. Dentro de unos días, mi hermano será trasladado a un hogar benéfico, dirigido por un grupo de carmelitas. De modo que, a menos que queráis ir tras un niño enfermo y la Iglesia católica, olvidaréis todo sobre mí.


Paula cerró la carpeta, y aunque no mostró ningún signo de compasión, Pedro supo que la había afectado. Demonios, ni él mismo podía evitar sentir lástima por el chico, ni aunque compartiera la mitad de los genes con una víbora como Stan.


—¿Por eso nos has traído a México? ¿Para limpiar tu conciencia y convencernos de que estafaste a los contribuyentes de Tampa para salvar a un niño enfermo?


Stan sonrió, revelando una brillante dentadura postiza.


—No tengo conciencia, pero esperaba que vosotros sí y que dejarais al chico en paz.Y en cuanto a este viaje, consideradlo como un regalo de despedida, junto con mis felicitaciones. He tenido a los mejores investigadores de la ciudad siguiendo mis pasos —se palmeó el bolsillo donde tenía la foto de Donna y él en flagrante delito—, Si Donna no hubiera hablado de mi hermano, me habría quedado el tiempo suficiente para que tú reclamaras mi dinero —dijo mirando a Paula—, y para que tú me metieras entre rejas —añadió mirando a Pedro—, Los dos formáis un equipo magnífico.


Sin más, se dio la vuelta y se alejó silbando.


—No soporto perder —dijo Paula, golpeándose el muslo con la carpeta.


—Bueno, no hemos perdido realmente, aunque tampoco hayamos ganado.


— ¡No puedo creer lo que dices! —le espetó ella—. ¡Mira todo el tiempo que hemos perdido!


—No lo considero tiempo perdido —le respondió él con mucha tranquilidad. Lo sorprendía que Paula tuviera lo que quería en las manos y no se alegrara.


—No me refiero a eso. Supongo que al menos tengo lo suficiente para demostrarle a la compañía de seguros que sus investigadores pasaron muchas cosas por alto. El hermano de Stan, su médico, Donna,incluso la cinta de vídeo... 


Pedro negó con la cabeza y empezó a andar hacia el hotel. Por primera vez en su vida, le importaba un bledo todo lo relacionado con un caso. Le daba igual presentarse antes sus jefes con las manos vacías o que lo hubiera superado una rata como Stan. Lo único que le importaba era Paula, y ella no parecía darse cuenta. 


—¡Pedro, espera! —Paula corrió a su lado mientras él paraba a un taxi—. ¿Adonde vas?


—De vuelta al hotel a recoger mis cosas — dijo, al tiempo que se deslizaba en el asiento trasero del pequeño Volkswagen. Vio la expresión de Paula. Su confusión y su miedo.


El caso estaba cerrado. Lo único que quedaba por solucionar era cómo iba a acabar aquella relación. Era elección de Paula. ¿Lo deseaba tanto como él a ella? 


—Yo...


—Tú decides, Paula. Mi jefe quiere que vuelva al trabajo y que abandone esa casa.A menos que me des una razón para quedarme, tomaré el primer vuelo de regreso. Me ha gustado mucho ser tu diversión particular, tu pequeña aventura sin importancia. Pero ya me he cansado. O seguimos juntos, o sigo yo solo.