domingo, 26 de enero de 2020

ADVERSARIO: CAPITULO 26




Paula lo veía con la boca seca, el corazón le latía con fuerza, tenía los sentidos tan envueltos en su propio deseo que no había lugar para nada más. Respiraba agitada cuando él se quitó la ropa.


Lo había visto así en una ocasión anterior... 


Entonces ella no se permitió reconocer su propia respuesta a su masculinidad. Entonces luchó 
para no considerar el efecto que tenía en ella. 


En esta ocasión...


Paula se hincó sobre la cama, ignoraba su propia desnudez, lo veía con grandes ojos redondos, oscurecidos por la excitación. 


Mientras lo estudiaba, se estremeció, con la punta de la lengua se humedeció los labios. 


Escuchó que Pedro decía algo, pero las palabras no tenían importancia, el tono de deseo en la voz le decía todo lo que ella quería saber, hacía que respondiera, que los músculos del estómago se tensaran y los senos se endurecieran.


—¿Sabes lo que me haces cuando me ves así? —escuchó que Pedro gruñía al acercarse a ella—. Me haces sentir como si fuera el único hombre que has visto, como si fuera el único que quieres ver. Me miras como si no te cansaras de hacerlo. Me parece que te mueres por tocarme... por amarme...


La voz ya no era más que un murmullo ronco. La chica podía ver la tensión en la mirada, el deseo, la necesidad. Aunque el cuerpo no hubiera ya proclamado el deseo que sentía por ella, la voz, los ojos, la manera en que temblaba al abrazarla, se lo decían con toda seguridad.


—Tócame, Paula —le suplicaba—. Tócame... bésame... ámame... porque si no... Voy... —se interrumpió y entonces, maldijo—. ¡Cielos, no puedo! —había tensión en la voz. Entonces, bajó la boca al seno, al principio con gentileza como si temiera lastimarla, y luego, al perder el control, con menos gentileza, por lo que ella gritó por un placer, se arqueó contra él, lo invitó a la pasión, encendió las reacciones en él con el fuego del abandono de su propio cuerpo.


Cuando él la tocó, ansiosa Paula se movió más cerca de él, lo detuvo la mano contra su cuerpo cuando quiso apartarla, le decía con esto cuanto placer le proporcionaba, le suplicaba que no lo dejara de hacer, pero en esa ocasión, él se resistió, la apartó de él, le decía algo que ella no escuchó sino hasta que lo repitió, el tono era duro, casi enojado al decirle:
—No puedo, Paula. No puedo hacerte el amor. No tengo manera de protegerte... y, que Dios me ayude, no puedo confiar en que yo no...


Ella tardó unos segundos en comprender lo que él trataba de decirle, y cuando lo hizo, su cuerpo registró el resentimiento, la negación al cuidado que él trataba de infundir en ella.


Pedro empezaba a apartarse de ella, pero al ver el cuerpo, tan masculino, tan excitado, diseñado con tal perfección, como para satisfacer cada una de sus necesidades, Paula se acercó, le enterró los dedos en las muñecas tratando de luchar para que no se alejara.


Pedro... No, por favor... Te deseo.


Ella se escuchó pronunciar las palabras, y se percató del abandono con el que las decía, del deseo que encerraban. No podía concebir que fuera ella, Paula, quien las dijera, quien se comportara así.


—Tranquila... Está bien, está bien.




ADVERSARIO: CAPITULO 25





Cuando la mano de Pedro le tocó el hombro, tratando con gentileza de apartarla, ella se aferró a él, la tela húmeda se resbaló revelando la curva satinada del cuello y el hombro, la suavidad redondeada del brazo y la curva compleja del seno.


—Paula...


Su mente, sus sentidos registraron la protesta, la negación en la voz de Pedro, pero algo más profundo, algo instintivo y femenino, reconoció que detrás de la negación estaba el deseo masculino, la respuesta a su calidad de mujer. 


Frenética, se lanzó en su búsqueda, lo deseaba, lo necesitaba, su mente cedía en su totalidad a las exigencias de su cuerpo, de sus sentimientos.


Buscó la mano que lo apartara de su cuerpo, colocó los dedos sobre la muñeca, la inesperada demostración dé fuerza lo tomó por sorpresa por lo que ella se inclinó hacia él, le llevó la mano al seno antes que él pudiera detenerla, tenía los labios suaves, abiertos mientras murmuraba contra los de él.


—Por favor... por favor... Te necesito...


Paula escuchó el jadeo de Pedro, sintió su titubeo y habría reaccionado, habría permitido que la realidad traspasara el tormento de su dolor para percatarse de lo que hacía, si la piel ardiente no hubiera reaccionado de repente al aire fresco y al contacto de la mano de Pedro, el pezón se endureció, presionó la mano, haciendo que él respondiera de inmediato a la tentación, el pulgar trazó círculos sobre la piel suave, la boca, de repente, casi con fiereza, se abrió sobre ella, tomó la iniciativa, la ahogó en una oleada de sensaciones que ella no tuvo fuerza con qué resistir.


Ahora le cubría los senos con las dos manos, le acariciaba el cuerpo de una manera desconocida para ella, la hacía sufrir y desear, la hacía olvidar todo, menos el deseo que ardía fuera de control en su interior.


Ella nunca había experimentado nada igual en toda su vida, nunca soñó que pudiera existir tal anhelo, tal intensidad, tal deseo compulsivo. La abrumaba, hacía que olvidara todo lo demás, hacía que gimiera bajo la presión del beso de Pedro. Se quitó la bata, sus sentidos respondían con fiereza al profundo estremecimiento que ocasionaba la reacción en él, lo presionó con su cuerpo, le acarició los hombros y la espalda con las manos, sintió los músculos tensos bajo la piel al tocarlo, sabía que la deseaba, y glorificándose al saberlo, en el poder de su cuerpo, por su feminidad que lo excitaba, se arqueó contra él mientras Pedro la acariciaba, le cubría los senos con las manos... le acariciaba las costillas, la cintura, las caderas, la acercaba tanto a él, que podía sentir la dureza de su excitación.


Parecía no importarle que, nunca, hubiera hecho nada como eso, que nunca lo hubiera imaginado, ni siquiera se hubiera imaginado a sí misma tan fuera de control, llevada por el deseo, pues siempre estuvo convencida de que una intensidad sexual como esa, sólo podía ser ocasionada por una intensidad igual de amor emocional. Quería a ese hombre... lo necesitaba... sufría por él...


Se lo dijo. Murmuraba las palabras entre gemidos de placer, las pronunciaba temblorosa a su oído cuando él respondía a sus súplicas, le decía cuánto disfrutaba del contacto áspero de las puntas de sus dedos contra su piel, de cómo necesitaba la calidez de la boca, las caricias delicadas de la lengua, la fuerza y el poder del cuerpo, le decía cosas que nunca soñó sabría decir, le comunicaba lo profundo y lo intenso de su necesidad con una sensualidad que ella nunca pensó poseer.


Era casi como si otra persona la controlara... como si hubiera sufrido un cambio poderoso, irresistible de personalidad.


Impaciente, tiró de la camisa, quería tener la libertad para tocarlo de la misma manera con que él la tocaba a ella, casi sollozaba impaciente mientras luchaba con los botones, casi derramó lágrimas de alivio cuando él la ayudó. Las manos de Pedro temblaban un poco cuando tiró de la camisa y empezó a desabrocharse el cinturón.





ADVERSARIO: CAPITULO 24





Cuando llegó a casa, se fue directo a la cama, necesitaba el escape que le podría proporcionar el sueño.


Durmió todo el día. Despertó cuando el sol vespertino entró por su ventana.


Pasaron varios segundos antes que recordara lo ocurrido. Cuando lo hizo, empezó a temblar con violencia. Se sentía enferma por la pérdida.


Llamó el teléfono, pero ella lo ignoró. Todavía no estaba dispuesta a enfrentarse al mundo, a aceptar que la vida de su tía había concluido. 


Quería estar a solas con sus recuerdos... con su dolor...


Se levantó y se dio una ducha. Se lavó el cabello y descubrió que estaba demasiado cansada para molestarse en vestirse. Sacó una bata de felpa que su tía le regalara la Navidad anterior, al acariciar la suavidad del material, sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. 


Cerró los párpados, los apretó para contener las lágrimas. Al abrir la puerta del cuarto de baño se encontraba frente a la puerta del dormitorio de su tía.


Tambaleante caminó hacia ella y la abrió. El aroma de la colonia de Maia todavía se percibía. Los cepillos y el espejo con mango de plata brillaban sobre el tocador de nogal.


Los padres de su tía le regalaron ese juego cuando ella cumplió veintiún años. Paula se acercó despacio y tomó el espejo. La fecha de nacimiento de Maia y sus iniciales estaban grabadas en él. Tocó el grabado con un dedo. Sintió un dolor ardiente en el corazón, un sufrimiento que sólo al estar entre las posesiones de su tía menguaba un poco, era como si la habitación misma fuera un bálsamo tranquilizante. Miró la cama, recordó cuantas veces de niña, durante los primeros meses después de la muerte de sus padres, corría al dormitorio, subía al lecho y encontraba consuelo entre sus brazos.


¿Le habría dicho a su tía cuánto la amaba... cuánto agradecía todo lo que hizo por ella? ¿Le había mostrado, como ella lo hiciera, lo poderoso de su amor...?


La invadieron sensaciones de culpabilidad y desesperación. Sentía la tremenda necesidad de regresar en el tiempo, de decirle a Maia todas esas cosas que temía no haberle dicho. Advirtió cómo empezaba a temblar, la culpa le reprochaba tantos pequeños detalles. Caminó hacia la puerta, la cerró al salir y se dirigió a su propio dormitorio. Tenía la vista borrosa por las lágrimas. Se sentó sobre la cama, buscó su pañuelo en el bolso de mano, pero temblaba tanto, que lo volteó y el contenido cayó sobre la cama y parte al suelo. Las llaves de su tía estaban sobre la cama a su lado y al verlas, tuvo que volver a la realidad, lanzó un grito de angustia y de negación, el dolor la sobrecogió al verlas, sufría al protestar:
—No... No... No...


Entregada a su pena, no escuchó el auto en el exterior, ni la puerta que se abría, no fue sino hasta que escuchó su voz que se percató de que Pedro Alfonso ya estaba en casa.


—¿Qué pasa? ¿Ocurre algo malo?


Ella se volvió al escuchar la voz, estaba demasiado sorprendida para intentar ocultar su pena, olvidó que llevaba la bata puesta y que ésta se pegaba a su cuerpo revelando que no llevaba nada abajo, no se percató de laa conclusiones a las que llegaba Pedro.


—Concluyó, ¿cierto? —le dijo él, brusco. 


Confundida Paulaa pensaba que se refería a la muerte de su tía. Estaba demasiado alterada, sólo asintió con la cabeza cuando él entró en su dormitorio, dándose cuenta del contenido de su bolso sobre la cama y el suelo y en especial del juego extra de llaves de la casa.


—Traté de advertirte que esto pasaría —escuchó que él decía, las palabras rebotaban en ella, carecían de significado, tenía el rostro invadido por el dolor al volverse a verlo sin lograr enfocar la mirada.


—Oh, Dios, ¿cómo pudo hacerte esto? —escuchó que decía Pedro entonces, se sentó a su lado sobre la cama, se acercó a ella, le ofreció el consuelo de sus brazos, su calidez... le ofreció la compasión física que ella tanto necesitaba, la sensación que le produjera su abrazo le recordó el amor que recibiera de su tía, por lo que ciega, lo aceptó, le permitió que la abrazara mientras ella dejaba escapar todo su sufrimiento, apenas se percataba de quién era él, lo único que sabía era que le ofrecía consuelo.


Cuando Paula sintió que Pedro le apartaba el cabello húmedo del rostro y se hizo una cierta distancia entre ellos, ella por instinto reaccionó, se opuso a que se separara, se aferró a él y protestó.


—No... Por favor...


Se sentía tan seguro, tan cálido... el aroma de la piel la consolaba tanto. Quería quedarse así, entre sus brazos, por siempre. Temblaba, sus emociones, sus necesidades cambiaron con tal velocidad de las de una niña a las de una mujer, que apenas notó lo que ocurría, sólo percibía la necesidad intenso de permanecer con él, de obtener una satisfacción a los deseos complejos que la motivaban.