sábado, 16 de julio de 2016

RENDICIÓN: CAPITULO 14





–Tal vez no esté buscando a alguien con quien casarme, pero eso no significa que no esté preparado para tener una conversación profunda con las mujeres. Me siento insultado por el hecho de que se me haya utilizado como una especie de conejillo de Indias.


–¿A qué te refieres?


Paula se sentía bien. La intranquilidad que se había apoderado de ella desde que reconoció lo mucho que Pedro le afectaba había pasado a un segundo plano con una explicación que tenía pleno sentido. Acostarse con él le había abierto los ojos a temores y dudas que llevaba albergando durante años. Se sentía que había enterrado una falta de seguridad en sí misma sobre su propia sexualidad bajo la fachada del éxito académico y, más tarde, del éxito en su profesión. Se había vestido de una manera que no hacía destacar su propia feminidad porque siempre había temido que careciera de lo necesario.


Sin embargo, tras acostarse con él, con un hombre que estaba muy por encima de ella en ese sentido, sentirse deseada por él, se había sentido orgullosa de su aspecto. No obstante, debía de tener muy claro que él era tan solo una prueba para ella. No debía dejarse llevar por una relación inexistente que no iba a llevarle a ninguna parte. Una relación que significaba mucho más para ella que para él.


Las pruebas proporcionaban conocimientos. Una vez que esos conocimientos se aprendían, resultaba más fácil seguir adelante. Y esas pruebas no tenían como resultado corazones rotos.


Respiró rápidamente.


–¿Y bien? –le preguntó–. ¿Qué has querido decir con eso?


Paula lo miró. Se había visto transportada a un mundo completamente diferente al suyo en compañía de un hombre que era muy diferente también a la clase de hombres a los que ella estaba acostumbrada y ciertamente a años luz del hombre por el que ella hubiera esperado sentirse atraída.


Sin embargo, el sentido común no era aplicable al poder de la atracción que él ejercía sobre ella. Si pensaba que no volvería a verlo, se sentía presa del pánico. ¿Qué significaba aquello?


–Lo que quiero decir es que me has utilizado –le espetó Pedro–. No me gusta que se me utilice y no me gusta que hables de volver a salir con hombres cuando nosotros aún seguimos siendo amantes. Espero que las mujeres con las que me acuesto solo tengan ojos para mí.


La arrogancia de aquella afirmación, que era tan típica de él, dibujó una sonrisa en los labios de Paula.


Cuando le dijo que, en circunstancias normales, jamás se habrían conocido, lo había dicho en serio. Si, por casualidades de la vida, se hubieran conocido, se habrían mirado el uno al otro sin interés alguno.


Ella habría visto a un hombre frío, arrogante y muy rico y Pedro habría visto a una mujer que no se parecía en nada a la clase de mujeres con las que él salía. Por lo tanto, habría sido invisible. Sin embargo, las circunstancias los habían reunido y les había dado la oportunidad única de conocerse el uno al otro.


De todas formas, Paula era lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de que eso no cambiaba nada. Él jamás estaría interesado en una relación destinada a durar. 


Estaba marcado por su pasado y su principal objetivo era su hija y la resolución de la difícil situación en la que se encontraban. Podría haberse acostado con ella porque era tan diferente a lo que él estaba acostumbrado y porque ella estaba allí, dispuesta. Desgraciadamente, aunque él le había llegado muy hondo a ella y la había cambiado, Paula no había hecho lo mismo con él.


–Estás sonriendo… –dijo él.


–No quiero discutir contigo. ¿Quién vas a decir que soy al presentarme a tu familia cuando lleguemos a Italia?


–No lo he pensado. ¿Y dónde van a tener lugar todas esas citas que esperas disfrutar?


–¿Cómo dices?


–No puedes empezar conversaciones que no tienes intención de terminar. Venga, ¿dónde vas a conocer a don Perfecto? Deduzco que vas a sentar la cabeza cuando regresemos a Inglaterra. ¿O acaso piensas empezar a buscar candidatos adecuados cuando lleguemos a Italia?


–¿Te ha disgustado lo que he dicho?


–¿Por qué me iba a disgustar?


–No tengo ni idea –replicó ella tan descaradamente como pudo–. Los dos sabemos que lo que hay entre nosotros no va a durar. Y, por supuesto, no pienso buscar en Italia candidatos adecuados. No se me ha olvidado la razón por la que voy.


–Me alegro –repuso él bruscamente.


Desgraciadamente, el ambiente entre ambos había cambiado. Él abrió su ordenador portátil y empezó a trabajar. Paula, por su parte, captó la indirecta y sacó también su portátil para poder empezar a trabajar. No pudo concentrarse.


Decidió que lo que ella había dicho le había molestado y mucho. Quería que fuera suya, que le perteneciera por completo durante el tiempo que él considerara adecuado, hasta que se cansara de ella y decidiera que había llegado el momento de dejarla ir. El hecho de que ella hablara de salir con otros hombres debía de haber sido un duro golpe para su orgullo masculino. De ahí la reacción que había tenido. 


No estaba disgustado ni celoso.


Al cabo del rato, el avión comenzó a descender. Pronto aterrizaron en el aeropuerto de Liguria y todo desapareció, incluso la razón que los había llevado allí en primer lugar.


Un chófer los estaba esperando para llevarles a la casa que Pedro tenía en la península.


–En el pasado, venía aquí con mucha más frecuencia –musitó.


–¿Y qué ocurrió?


Era la primera vez que Paula visitaba Italia y le costó apartar la mirada de la ventana, desde la que podía contemplar verdes montañas cubiertas de hermosa y exuberante vegetación.


–La vida pareció hacerse demasiado real. Descubrí que Bianca tenía tan poco que ver con esta parte de Italia que evitaba estar aquí y, por supuesto, donde ella iba, mi hija la acompañaba. Se me quitó el interés durante un tiempo y, además, el trabajo me prohibió las largas vacaciones que este lugar merece.


–¿Y por qué no vendiste tu casa?


–No tenía razón urgente para hacerlo. Ahora, me alegro de no haberlo hecho. Dadas las circunstancias, podría haber resultado algo incómodo estar bajo el mismo techo con Claudia y Raquel. Había pensado no decirle nada a mi suegra sobre nuestra llegada, pero decidí quitarle el elemento sorpresa. De todos modos, le pedí que no le dijera nada a Raquel por razones evidentes.


–¿Y esas razones son?


–Podría escaparse.


–¿Y crees que podría hacerlo? ¿Y adónde podría irse?


–Supongo que conoce Italia mejor que yo. Tiene amigos en la zona sobre los que yo no sé nada. Por eso, me da miedo pensar que Claudia pudiera hacerse cargo de ella permanentemente.


Los dos quedaron en silencio. Cuando por fin llegaron a la casa de Pedro, el sol se estaba poniendo.


La casa estaba situada en lo alto de una colina, junto a un profundo barranco que terminaba en el mar. Cuando entraron, el ama de llaves les condujo a su dormitorio. Fue entonces cuando Pedro le informó de que tenía intención de ir a visitar a su suegra aquella tarde.


Él se acercó a la ventana para contemplar las vistas. Instantes después, se volvió para mirar a Paula. Con unos pantalones anchos y un pequeño chaleco de seda, tenía un aspecto espectacular. Le turbaba pensar que, a pesar del asunto tan importante que tenía entre manos, ella era capaz de distraerlo hasta el punto en el que lo único en lo que era capaz de pensar era en lo que haría ella cuando regresara a Londres y comenzara con sus citas.


Jamás hubiera dicho que su ego nunca pudiera sufrir daño alguno, pero se le ponían los pelos de punta al pensar en que otro hombre podría tocarla. ¿Desde cuándo era él posesivo e incluso celoso?


–Así Raquel tendrá tiempo de consultarlo con la almohada y podrá poner las cosas en perspectiva para hacerse a la idea de que tiene que regresar con nosotros.


–Lo dices como si fuéramos a regresar mañana mismo –comentó ella. Estaba junto a la cama. Sentía el cambio en su estado de ánimo y se preguntó si sería por la preocupación que tenía como padre. Quería extender la mano y reconfortarlo, pero sabía que eso era lo último que él quería. 


Creía que él había dicho que estarían en el país italiano al menos una semana. Se preguntó a qué venían las prisas por marcharse tan rápidamente. Tal vez creía de verdad que lo había estado utilizando y quería librarse de ella lo antes posible.


No obstante, el orgullo le impidió pedirle las explicaciones pertinentes.


–No es que importe cuando nos vayamos –se apresuró a añadir–. ¿Tengo tiempo de darme una ducha?


–Por supuesto. Tengo que ponerme al día con algunos asuntos de trabajo y puedo hacerlo mientras tú te duchas. Te esperaré abajo en el salón. Al contrario de mi casa de Londres, en esta podrás encontrarlo todo sin la ayuda de un mapa.


Pedro le dedicó una sonrisa y ella se la devolvió. Entonces, murmuró algo adecuado, pero se sintió muy triste al darse cuenta de que tenía un nudo en la garganta.


El sexo entre ellos era tan apasionado que había esperado que él le dedicara una pícara sonrisa, que se hubiera metido con ella en la ducha y que se hubiera olvidado de cuál era la razón por la que habían ido hasta allí, al menos durante un tiempo.


En vez de eso, desapareció por la puerta sin mirar atrás. 


Paula se tuvo que tragar su desilusión.


Cuando se duchó, se puso unos vaqueros y una camiseta. 


Lo encontró esperándola en el salón, caminando de arriba abajo mientras agitaba las llaves del coche en la mano. El chófer se había marchado después de dejarlos en la casa, por lo que ella se preguntó cómo iban a llegar a la villa de Claudia. No tardó en descubrir que había un pequeño todoterreno esperándolos en el garaje lateral de la casa.


Tenía todos los papeles en una mochila que se había colgado del hombro.


–Espero no ir vestida demasiado informalmente –le dijo–. No sé lo formal que es tu suegra.


–Estás bien –la tranquilizó. De repente, recordó su cuerpo desnudo y los latidos del corazón parecieron acelerársele. Debía centrarse en la situación que le ocupaba en vez de pensar en ella y en las elecciones que ella pensara hacer en la vida–. Tu estilo de ropa no es lo importante aquí –le espetó.


Paula asintió y se dio la vuelta.


–Lo sé –replicó ella fríamente–. Simplemente no me gustaría ofender a nadie.


–No te creas que no te agradezco lo que estás haciendo –afirmó él en voz baja–. No tenías por qué venir.


–Aunque te aseguraste de que lo hacía poniéndole a mi jefe delante de la nariz la zanahoria de un gran contrato.


Al notar cómo le respondía, la miró y le observó atentamente el rostro. Entonces, el cuerpo de Paula pareció cobrar vida. Como si oliera esa reacción, Pedro sintió que parte de la tensión abandonaba su cuerpo y sonrió. Aquella vez, fue una sonrisa genuina y cálida.


–Siempre me ha gustado utilizar todas las herramientas que tenía a mano –murmuró él. Paula le dedicó una sonrisa.


Ella notó que él estaba de mejor humor. Decidió que lo único que podía hacer era disfrutar de aquella vuelta a la normalidad. Cuando había tensión entre ellos, se había sentido fatal. Decidió que tenía que recobrar la perspectiva y reconsiderar lo que significaba aquel viaje. Disfrutaría mientras estuvieran en Italia y, cuando regresaran al Reino Unido, retornaría a su vida de siempre. Ya había preparado los cimientos de una excusa plausible, que le permitiría retirarse con la dignidad y el orgullo intactos.


Sería el momento de dejar atrás lo vivido en aquellos últimos días.







RENDICIÓN: CAPITULO 13





Después de aquella noche, todo pareció ocurrir a la velocidad de la luz. Por supuesto, no tuvieron que esperar a encontrar un vuelo barato o a navegar por la red para buscar un lugar en el que alojarse. Ninguno de los habituales inconvenientes para el resto de los mortales puso en peligro la repentina decisión de Pedro de llevarse a Paula a Italia.


Dos días después, los dos se montaban en un avión con destino a Italia.


Iba a ser una visita sorpresa. Armados con la información de la que disponían, iban a conseguir que Raquel les contara todo. Pondrían las cartas sobre la mesa y, entonces, cuando regresaran al Reino Unido, Pedro se ocuparía de la otra parte de la ecuación. Le haría una visita informal a su remitente y se aseguraría de que los dos alcanzaran un final feliz en el que el dinero no cambiara de manos.


En privado, Paula se había preguntado de qué modo se acercaría a su hija. ¿Lo haría con dureza? La relación con Raquel era prácticamente inexistente y Paula se preguntó cómo tenía la intención de mejorarla si se disponía a solucionar las cosas con la misma delicadeza que un elefante en una cacharrería.


Esa era una de las razones por las que había accedido a acompañarle a Italia.


Sin decirlo explícitamente, sabía que Pedro buscaba en ella una especie de apoyo moral invisible. No obstante, él le había dicho bastante claramente que la necesitaba principalmente para explicar los tecnicismos de lo que había descubierto, si la situación terminaba por requerirlo.


–Llevas media hora sin decir nada –le dijo Pedro mientras entraban en la primera clase del avión–. ¿Por qué?


–Estaba pensando en lo rápidas que han ido las cosas –respondió mientras les indicaban su asiento, que era tan grande como un sillón, y les ofrecían una copa de champán, que ella rechazó–. Vine a hacer un trabajo para ti, pensando que entraría y saldría de tu casa en cuestión de pocas horas y, aquí estoy, días más tarde, embarcando en un avión con destino a Italia.


–Lo sé… La vida está llena de aventuras y de sorpresas. Confieso que a mí mismo me sorprende el modo en el que se han desarrollado las cosas. Sorprendido, pero con agrado.


–Porque has conseguido lo que querías –se quedó Paula.


Ella estaba tan acostumbrada a su independencia que no podía sentirse algo molesta por el modo en el que él la había convencido para que hiciera exactamente lo que él quería. A pesar de todo, lo ocurrido en los últimos días había sido lo más excitante de su vida.


–Yo no te he obligado a nada –afirmó Pedro.


–Fuiste a mi trabajo y hablaste con mi jefe.


–Solo quería señalar el mundo de oportunidades que tenía a sus pies si te dejaba marcharte conmigo a Italia durante una semana.


–No quiero ni pensar lo que estarán diciendo los chismosos de mi empresa sobre esta situación…


–¿Acaso te importa lo que piense la gente?


–¡Por supuesto que sí! –exclamó ella.


Se sonrojó porque, a pesar de su cacareada independencia, seguía teniendo la necesidad básica de sentirse querida y aceptada. No se le daba muy bien mostrar esa faceta suya. De hecho, se sentía muy incómoda con el hecho de que, como Pedro, le hubiera mostrado más de sí misma de lo que quería.


Pedro no lo sabía, pero, al contrario de lo que se podía esperar, se había permitido entrar en un territorio desconocido para ella y tener una experiencia completamente nueva con un hombre, a pesar de que sabía que él no era el más adecuado para ella.


–Relájate y disfruta del viaje –le aconsejó él.


–No voy a disfrutar nada teniendo que mostrarle a tu hija toda la información que he conseguido descubrir. Ella se va a dar cuenta de que he estado registrando sus cosas.


–Si Raquel hubiera querido mantener su vida en privado, debería haber destruido todas las pruebas. El hecho es que sigue siendo una niña y no tiene voto alguno en lo que se refiere a que nosotros hagamos lo necesario para protegerla.


–Tal vez ella no lo vea de ese modo.


–En ese caso, tendrá que hacer un gran esfuerzo.


Paula suspiró y se reclinó en el asiento con los ojos cerrados. En realidad, lo que Pedro hiciera con su hija no era asunto suyo. Había colaborado en sacarlo todo a la luz, pero la solución y las repercusiones no eran asunto suyo.


 Ella regresaría pronto a la bendita seguridad de su mundo. 


La historia de Pedro y su hija sería, en lo sucesivo, un misterio para ella. Por lo tanto, no debía sentir remordimiento alguno.


No obstante, tuvo que morderse la lengua para no decirle a él lo que pensaba, aunque sabía que él tenía todo el derecho del mundo a obviar los consejos que ella pudiera ofrecerle sobre la peculiaridad de su relación, si lo que existía entre ellos se podía considerar una relación. Ella era su amante, una mujer que seguramente sabía demasiado de su vida. Le había pagado para que investigara un problema personal, pero, aunque se acostaban juntos, no tenía derecho a tener opinión alguna sobre ese problema.


En una relación normal, ella se habría sentido libre de decir lo que pensaba, pero aquella no era una relación normal para ninguno de ellos. Ella había sacrificado sus principios por el sexo y seguía sin comprender por qué. Tampoco entendía por qué no tenía remordimiento alguno.


De hecho, cuando él la miraba del modo en el que la estaba mirando en aquellos momentos, sentía la embriagadora necesidad de verse poseída por él.


Por suerte, Pedro no podía leer sus pensamientos. Por lo que a él se refería, ella era una mujer preocupada por su profesión, con tan pocos deseos de mantener una relación a largo plazo como él. Los dos se habían sentido atraídos por una combinación de proximidad y novedad.


–No haces más que pensar en algo. ¿Por qué no lo sueltas y te lo quitas de en medio?


–¿Quitarme el qué de en medio?


–El modo en el que estés en desacuerdo conmigo sobre la forma en la que tengo intención de manejar esta situación.


–No te gusta que yo te diga lo que pienso –replicó ella.


–No, pero tampoco me gusta cuando te veo pensando y no dices nada. Me viene a la cabeza la expresión de «entre la espada y la pared».


–Está bien. Simplemente no creo que debas enfrentarte a Raquel y preguntarle qué demonios es lo que está pasando.


El avión estaba preparándose para el despegue. Paula quedó en silencio un rato mientras daban las instrucciones de seguridad. En cuanto estuvieron en el aire, ella volvió a mirar a Pedro con preocupación.


–Resulta difícil saber cómo obtener respuestas si no las exiges –comentó él.


–Conocemos la situación.


–Y yo quiero saber cómo ha llegado al punto en el que está ahora. Una cosa es saber el resultado, pero no tengo intención de permitir que la historia se repita.


–Tal vez te vendría bien probar un poco de compasión.


Pedro lanzó un bufido.


–Tú misma has dicho que es una niña –le recordó ella suavemente.


–Me podrías librar del horror de estropear las cosas irremediablemente hablando tú con Raquel –dijo él.


–No es mi hija.


–En ese caso, permíteme que resuelva esto a mi manera –replicó él, aunque sabía que ella tenía razón. No había manera de hacerle con tacto las preguntas que debía preguntarle. Si su hija no sentía mucha simpatía por él en aquellos momentos, menos la iba a tener cuando terminara de hablar con ella.


Por supuesto, las fotos y los recortes que tenía de él indicaba, como Paula le había dicho, que no era completamente indiferente al hecho de que él era su padre. 


Sin embargo, ¿sería eso suficiente para sacarles de aquella crisis? No era probable, sobre todo cuando Raquel supiera que él lo había descubierto cuando estaba investigándola.


–Lo haré –dijo ella de repente. Pedro la miró completamente asombrado–. Lo haré. Hablaré con Raquel si quieres –añadió con un suspiro.


–¿Y por qué?


¿Por qué? Porque no podía soportar verlo con la expresión que tenía en el rostro en aquellos momentos, con la derrota reflejada en sus hermosos rasgos. ¿Por qué le importaba? No trató de responder esa pregunta.


–Porque yo estoy fuera de todo este lío. Si ella dirige toda su ira contra mí, cuando te llegue a ti el turno, se le habrá pasado ya un poco.


–¿Y qué posibilidades hay de que…?


–No muchas, pero merece la pena intentarlo, ¿no te parece? Además, se me da bien ejercer de mediadora. Practiqué mucho en mi infancia. Cuando hay seis hermanos en una familia y un padre que no para de trabajar, siempre hay alguna oportunidad de practicar la habilidad de saber mediar.


Sin embargo, no había tenido oportunidad de practicar lo de ser una chica. Por eso era de ese modo en la actualidad: dubitativa en las relaciones, insegura a pesar de que tenía todo lo necesario para hacer que cualquier relación durara. 


Solo Pedro había conseguido cambiar aquella manera de ser, el hecho de que siempre hiciera todo lo posible para mantener los hombres a raya.


Él era muy diferente a todos los hombres por lo que se había sentido atraída, tanto que había resultado fácil señalar su propia falta de seguridad en sí misma. Era una mujer inteligente, de carrera, con una vida brillante delante de ella, pero el hermoso rostro de Pedro había reducido todos esos logros a escombros.


Paula lo miró y regresó a los años de su adolescencia, cuando simplemente no sabía cómo dirigirse a un chico. 


Para ella, Pedro Alfonso no era la elección evidente en lo que se refería a un hombre con el que acostarse, pero lo había hecho y se alegraba de ello. Había roto la barrera de cristal que se interponía entre ella y el sexo opuesto. 


Resultaba extraño, pero él le había dado la seguridad que ni siquiera había sabido que necesitaba.


–Las habilidades de saber mediar son muy importantes en la adolescencia.


–No lo sé, pero tuve oportunidades de utilizarlas –susurró ella. Se reclinó hacia atrás y cerró los ojos–. Mi madre murió cuando yo era muy joven. Casi no la recuerdo. Mi padre, por supuesto, siempre me hablaba de ella, de cómo era y de ese tipo de cosas y, por supuesto, en mi casa había fotos de ella por todas partes. Sin embargo, la verdad es que no tengo recuerdos suyos. No recuerdo haber hecho nada con ella. No sé si entiendes lo que te digo…


Pedro asintió. Nunca había creído que él pudiera ser la clase de hombre que tuviera capacidad para escuchar a las mujeres, pero, con Paula, se sentía completamente atraído a todo lo que ella decía.


–Jamás pensé que echara de menos no tener madre. En realidad, jamás supe lo que se sentía al no tener una y mi padre siempre se portó muy bien conmigo. Sin embargo, veo ahora que crecer en una familia compuesta casi exclusivamente por hombres podría haberme dado seguridad en el sexo opuesto, pero solo en lo que se refiere a cosas como el trabajo y el estudio. Se me animaba a ser tan buena como ellos y creo que lo conseguí. Sin embargo, no se me enseñó a… Bueno…


–¿A maquillarte y a comprar ropa de chica?


–Parece una tontería, pero creo que a las chicas hay que enseñarles ese tipo de cosas. Me doy cuenta de que resulta muy fácil tener mucha confianza en un área, pero ninguna en otra –comentó ella sacudiendo tristemente la cabeza–. En lo que se refiere a la atracción y a la sexualidad, jamás tuve mucha confianza en mí misma.


–¿Y ahora?


–Me parece que sí, por lo que supongo que debería darte las gracias.


–¿Darme las gracias? ¿Por qué?


–Por animarme a sacar los pies del tiesto –contestó Paula con esa franqueza que a él le resultaba tan atractiva.


Pedro se sintió momentáneamente distraído del sufrimiento que le esperaba en Italia. No tenía ni idea de adónde quería ir Paula a parar con todo aquello, pero le daba la sensación de que la conversación se dirigía por un camino que él prefería no explorar.


–Encantado de poder ayudar –dijo él–. Espero que hayas metido ropa ligera en la maleta. El calor de Italia es bastante diferente del de Inglaterra.


–Si no hubiera aceptado este trabajo, no habría habido posibilidad alguna de que te hubiera conocido.


–Eso es cierto.


–No solo no nos movemos en los mismos círculos, sino que tampoco tenemos intereses en común.


Pedro se sintió vagamente indignado ante lo que le parecía un insulto camuflado. ¿Estaba comparándolo con la media naranja que aún no había conocido, con el hombre sensible y cariñoso y de vena artística?


–Si nos hubiéramos conocido en algún evento o algo así, yo jamás habría tenido la seguridad suficiente para hablar contigo –añadió ella.


–No sé adónde quieres llegar con esto.


–Lo que te digo es esto, Pedro. Me siento como si hubiera dado pasos muy grandes a la hora de ganar confianza en mí misma en ciertas cosas y eso, en cierto modo, es gracias a ti. Creo que, cuando regrese al Reino Unido y vuelva a tener citas, podría ser una persona completamente diferente.


Pedro no podía creerse lo que estaba escuchando. No tenía ni idea de cómo habían empezado a hablar de aquel tema y le enfurecía que ella pudiera estar diciéndole a él, a su amante, lo que iba a ocurrir cuando volviera a salir con hombres.


–A salir con hombres.


–¿Se está volviendo esta conversación demasiado profunda para ti? –le preguntó ella con una sonrisa–. Sé que no te gusta meterte en profundidad en lo que se refiere a las mujeres y a las conversaciones.


–¿Y cómo lo sabes?


–Bueno, ya me has dicho que no te gusta animarlas a que se pongan a prepararte algo de comer por si piensan que ya tienen un pie en la puerta. Por lo tanto, me imagino que las conversaciones profundas figuran también la lista de temas prohibidos.


Era cierto. Jamás le habían gustado las conversaciones cuyo tema eran los sentimientos porque, por experiencia, siempre terminaban en el mismo lugar: invitaciones para conocer a los padres, preguntas sobre el compromiso y sobre el futuro de una relación.


De hecho, en el momento en el que esa clase de conversación comenzaba, solía sentir una urgente necesidad de terminar con la relación. Se había visto obligado a casarse y se había jurado que jamás se vería obligado por nadie a cometer otro error similar, por muy tentadora que resultara la mujer en cuestión.