jueves, 8 de abril de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 49

 


—Querida, levántate. 


Paula murmuró algo incomprensible y se acurrucó un poco más al lado de su acompañante.


—Nos hemos quedado dormidos. Deben pensar que nos hemos fugado —dijo Pedro, consultando su reloj—. Son cerca de las ocho y media.


—No puede ser. Nunca me duermo por las mañanas —comentó Paula, sorprendida.


—Siempre hay una primera vez.


Paula se incorporó y se sentó sobre la manta, diciendo suavemente:

—¡Es de día!


—Es lo que te acabo de decir. Estoy seguro de que ya habrán organizado un pelotón de linchamiento o lo que sea necesario, por nuestra fechoría.


—No te has portado mal… Al revés, has sido un perfecto caballero.


Pedro creyó notar cierta decepción en su modo de pronunciar la palabra caballero.


—La verdad es que lo que más me apetecía era transgredir las normas del honor…


—Mmh —murmuró Paula bostezando y estirándose con gracia—. Si tener fantasías sexuales fuese un delito, la población masculina al completo debería estar encarcelada. Pero tú, sin embargo, estarías a salvo.


Pedro no quedó muy satisfecho con ese comentario de Paula.


«¿Hasta cuándo tendré que reprimir mis ardientes deseos?», pensó Alfonso, desesperadamente.


En efecto, el hecho de ver como se estiraba su acompañante, lo excitó y le hizo sentirse incómodo. La verdad era que durante toda la noche había sentido una necesidad de hacer el amor, prácticamente incontenible.


Paula tenía el cabello despeinado y no llevaba ni pizca de maquillaje, teniendo en cuenta que su cutis era perfecto. La camisa que llevaba era verde y realzaba más aún el color de sus ojos. Y los téjanos que llevaba eran anchos y cómodos.


—Más vale que volvamos pronto al rancho. No quiero que tus abuelos se preocupen por nosotros. Me caen bien y no quiero molestarlos.


—De acuerdo —dijo Paula, recogiendo los cristales rotos, la manta y lo que quedaba de la botella de champán.


Pero antes de buscar a su montura, Pedro la tomó por los hombros.


—Querida, respecto a lo que te dije anoche… no tuve la intención de herirte. Eres una persona realmente especial para mí.


Mientras cabalgaban, Paula lo escuchaba en silencio, mordiéndose la punta de la lengua para no deshacer el encanto del momento. Según Alfonso ella era especial, pero sin duda, no lo suficiente para su status. Por otra parte, el rancho era algo sólido y real, nada comparable a un amor pasional que le fuese a romper el corazón.


—No te preocupes. Yo tampoco quise herir tu orgullo, Pedro.


—Lo que pasa es que te deseo tanto, que mi cabeza no funciona bien —murmuró Alfonso acariciando sensualmente con sus pulgares, las mejillas y los labios de Paula.


—Por favor, no hablemos de eso, dijo la vaquera trotando con su montura al mismo ritmo que Pedro y la suya.


—¿Por qué? No somos un par de adolescentes condicionados por el comportamiento de nuestras hormonas desbocadas. Somos adultos y como tales, podemos hablar de nuestras necesidades sexuales con toda libertad.


—Sí, somos dos adultos, pero con unas hormonas incontrolables. Es como si pusiéramos una cerilla encendida en un charco de gasolina… Démonos prisa, aunque falta poco, no quiero que piensen que nos hemos fugado. En fin, lo más probable es que nos hayan visto desde la casa principal.


—Si yo fuera tu abuelo, no te habría dejado dormir conmigo antes de la boda.


—¿Sabes lo que te digo Pedro Alfonso? Eres un impostor y además, un mojigato —dijo Paula, sonriendo.


—Te equivocas.


—Por supuesto que estoy en lo cierto.


Paula le observó de arriba abajo: tenía el pelo revuelto, la barba le oscurecía la cara y los ojos todavía adormilados. Era todo un hombre. El sexo opuesto, por excelencia. La vaquera tuvo que admitir que realmente era perfecto, a pesar de su pizca de gazmoñería.


—No me gusta que me veas como un mojigato. Los hombres jamás son cursis en ese sentido.


—Eres muy moderno queriendo tener una aventura conmigo, pero si se tratase de tu hija, al mínimo problema llamarías a la policía.


—No pienso tener una hija —dijo Pedro, testarudamente.


Paula reaccionó con un gesto de desaprobación.


—Pues peor para ti.


—¡Hey! Tampoco es un crimen no querer tener hijos. Los chicos de la zona donde vivo me llaman el Ogro.


¿Acaso le gustaría a un crío que a su padre lo llamaran el Ogro?


Ya habían regresado al rancho.


Paula estaba a punto de decirle a Pedro que se merecía el apodo, cuando de repente, abrió la puerta de la casa su abuela.


Eva Harding era pura complicidad: no paraba de sonreírles y de guiñarles el ojo.


—Pasad y tomad el desayuno. Me preguntaba si todavía estaríais dormidos.


—Sentimos haberla preocupado, señora Harding —dijo Pedro, notando la mirada airada de su acompañante—. Quiero decir, abuela. La culpa de que nos hayamos quedado dormidos la ha tenido el champán.


Eva rió e investigó el interior de la cesta que les había dado la noche anterior: todavía quedaba vino espumoso.


—Os habéis embriagado mutuamente, sin apenas alcohol. ¡Cielos! Todavía me acuerdo de cuando Samuel y yo estábamos recién casados —dijo la abuela, sonriendo tiernamente—. Subimos a esa misma roca y estuvimos hablando durante horas y horas.


—Nosotros también estuvimos hablando… —comentó Paula, con la intención de aclarar cómo habían pasado la noche.


—¡Es la hora del desayuno! —les instó Eva, sin hacer caso de la puntualización de su nieta.


En la mesa había crujientes panecillos con jamón y patatas fritas del lugar. Además, de postre podrían tomar fresas y melocotones en conserva, así como mantequilla recién hecha de la casa. ¡Menudo festín! Pedro estaba realmente hambriento: el aire puro de Montana y el trabajo duro le habían abierto el apetito notablemente, en los últimos días.


Una sonrisa de satisfacción apareció en los labios de Alfonso, a pesar de estar molesto por tener que seguir con la comedia del compromiso. ¡Nunca había disfrutado tanto de un desayuno!




FARSANTES: CAPÍTULO 48

 


En el caso remoto de que ambos se enamoraran, Paula tendría que elegir entre vivir con Pedro, u ocuparse del rancho. Eso la hizo tiritar.


—No te preocupes, querida —dijo Alfonso—. Te prometí que no te daría ni un beso esta noche.


Paula, que estaba distraída, cayó en la cuenta de lo que le decía el joven.


—Échate de nuevo en la manta —le rogó el joven, tomándola esta vez en sus fuertes brazos. Paula se sentía muy bien con él, era tierno y sexual al mismo tiempo.


La joven lo abrazó a su vez, y cerró los ojos mientras respiraba el aire fresco de la noche y el distinguido aroma de Pedro. La otra copa que quedaba, cayó rodando por el suelo.


—No eran parte de tu herencia, ¿verdad? —preguntó Alfonso, irónicamente.


—No.


—Estupendo —contestó el joven, alisando con sus dedos los largos cabellos de la vaquera—. No querría haber destrozado algo verdaderamente importante para Eva Harding.


La familia… se quedó pensando Paula, sintiendo las pulsaciones aceleradas de su corazón.


Pedro, ¿cómo es que no viniste cuando Lorena te invitó a la cena de Navidad?


La vaquera pensó que de nuevo había tocado un tema difícil para él.


Alfonso se las arregló para contestar:

—Detesto tener que decirte que… aquello fue muy violento para mí.


—¿Porque te había invitado tu ama de llaves? —preguntó Paula, contando hasta diez, para no estallar de cólera, hasta que le diera una respuesta coherente. Alfonso no era un snob.


—No se trataba de eso, es que me costaba mucho relacionarme en un ambiente familiar relajado y normal. Habría chafado la cena de Navidad a todo el mundo.


Paula no se esperaba esa respuesta.


—Pero tú también tienes familia, por lo menos a tu hermano Saúl, ¿no es así?


—Sí, tengo un hermano, dos hermanas y a mis padres. Desafortunadamente, siguen casados, destrozándose uno al otro —le contó Pedro, con un hilo de voz, lo que hizo automáticamente que Paula tuviese ganas de llorar—. No creo que puedas entenderme, porque tu familia es maravillosa. ¡Os queréis tanto!


Con la palma de la mano, Pedro acarició la mejilla y los armoniosos labios de Paula.


Pedro… —susurró la vaquera.


—¿Quieres saber por qué necesito tanto triunfar en la vida? Es muy sencillo. Era el niño más pobre del colegio y que vivía en un barrio no muy recomendable. Mi padre, no es que estuviera en paro, es que no quería trabajar… Y teníamos a la policía en casa cada viernes y sábado por la noche, para intervenir en las peleas de mis padres, que bebían con bastante frecuencia.


El dolor de Pedro rompió el corazón de Paula. Ella lo besó suavemente, en la garganta. Tanto sufrimiento no produjo rechazo en la vaquera, sino todo lo contrario.


—No pasa nada, no te preocupes —dijo Paula, dulcemente.


—Sí que importa. No quería que supieses esas cosas tan desagradables de mi vida.


—Pedro, deberías sentirte muy orgulloso de ti mismo —repuso Paula—. Lograste ir a la Universidad y tienes un trabajo con prestigio. No es mi tipo desde luego, pero te ha permitido cambiar tu forma de vida… Desde luego, no todo el mundo es capaz de cumplir sus sueños.


El joven se quedó más tranquilo, después de contar sus confidencias a la vaquera.


—¿Sabes una cosa, Paula Chaves? Eres sorprendente.


—Soy simplemente yo.


—A eso es a lo que me refiero.






FARSANTES: CAPÍTULO 47

 


—Me gusta este lugar —dijo Pedro.


Habían estado en ese sitio durante cuatro horas, mirando las estrellas, mientras que en el rancho, todo el mundo dormía.


—¿De verdad? —preguntó Paula, medio dormida.


—Sí, no tanto como cuando nos besamos, pero al fin y al cabo es algo relajante —dijo Alfonso, dando un sorbito de champán y volviendo a mirar al cielo.


—Mmh —susurró Paula, tumbada al revés que Pedro—. A mí también me gusta.


Bandido estaba encantado de tener a aquellos humanos tan cerca, pero por si acaso no se despegaba del lado de Paula, cosa que Alfonso tuvo en cuenta por si decidía iniciar una incursión en dirección a la vaquera.


—Cuéntame Pedro —dijo Paula, poniéndose otra copa de champán sin apenas burbujas—, ¿por qué le tienes tanto miedo al matrimonio? Puede que tus padres tuviesen una experiencia nefasta en ese sentido, pero eso no tiene por qué repetirse contigo.


—¿Estás muy interesada en el tema?


Paula se atragantó y derramó parte del vino espumoso, sobre las piernas de Pedro.


—Noooo. Era una pregunta de interés general, del tipo de ¿…crees tú que hay vida inteligente en otros planetas…?.


—No te preocupes, tampoco creo que sea el peor marido del mundo —dijo Alfonso, realmente ofendido.


—Bueno, como ni fumas, ni eres amante del juego, ni asaltas comercios para vivir, se puede decir que tienes muchas bazas a tu favor.


—Claro —dijo Alfonso incorporándose—. Si alguna vez decido casarme, no sería con alguien como… —Pedro paró en seco, a pesar de ser de noche, la luz de la luna había iluminado la expresión de odio de la vaquera. Estaba claro que iba a meter la pata.


—¿Cómo yo, no es cierto? —continuó Paula, amargamente.


—Bueno, querría tener a mi lado a alguien tranquilo. No es que tú no lo seas. Pero, la experiencia me ha enseñado, que la unión entre personas de mucho carácter suele terminar mal.


—En otras palabras, quieres una esposa aburrida. Tendrás que actualizar tu lista cuando llegues a casa.


Pedro estaba harto de la famosa lista, que traía de cabeza a Paula.


«Maldita sea. Si no hubiera metido la pata con Paula, ahora estaríamos disfrutando del final del champán, contando estrellas», pensó Alfonso, molesto.


—Querida, creo que eres alguien muy especial. Quizá, si las circunstancias cambiasen… —balbuceó Alfonso, torpemente.


—No van a cambiar en absoluto. Además, recuerda: no cumplo los requisitos de la lista de tu hermano.


—¿Por qué te empeñas en seguir teniendo en cuenta esa estupidez? Cuando la escribió, Saúl acababa de divorciarse y no quería que yo cometiera los mismos errores que él.


—Muy bien, pues comete tus errores solo. Yo me voy a la cama. ¡Bandido, vamos a casa! —dijo Paula, intentando que el perro la obedeciera—. Bueno, quédate… Al fin y al cabo, los hombres sois todos iguales.


—Paula, por favor, no te vayas —le suplicó Pedro.


Aquel ruego, le llegó directamente al corazón. Estaba demasiado afectada por los treinta años que acababa de cumplir, había muchas decisiones importantes que tomar. De hecho, probablemente, sería la última vez que celebrara su cumpleaños bajo las estrellas, haciendo planes para el futuro.


—Lo siento, querida —susurró Alfonso, mientras le tomaba los brazos y la acariciaba lentamente; la copa de Paula se cayó sobre la hierba y ambos se juntaron en un abrazo—. Heriste mi orgullo y quise devolverte el golpe. La verdad es que eres maravillosa.


Pedro —susurro Paula, notando como el joven deslizaba sus brazos por su cintura y se pegaba a ella por completo. Alfonso se estaba poniendo cada vez más excitado…


—Nunca he deseado tanto a una mujer como a ti —dijo Pedro a su prometida—. Y sé que tú también me deseas a mí. En esto es en lo único que no hemos engañado a nadie, con nuestro compromiso.


Paula sintió como algo se le helaba en el interior de su cuerpo. Por una parte, quería que el compromiso fuese auténtico en su totalidad. Pero eso le daba mucho miedo, enamorarse de Pedro sería lo más temerario que hubiese hecho en su vida. Era demasiado guapo e inteligente, su porvenir se encontraba en Nueva York.


La Gran Manzana significaba kilómetros y kilómetros de cemento, sin prados ni cielos abiertos. Hasta la nieve que caía no era blanca, sino gris. Sin duda, se trataba de una ciudad apasionante, pero ella se ahogaría allí, teniendo tan lejos la naturaleza.