miércoles, 12 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 23





Hasta que no estuvieron en la cola para pagar, Pedro no volvió a pensar en su lista.


—¿Lo llevamos todo? ¿Algunas de estas cosas son tuyas?


—Unas pocas, pero es que creo que el profesor Alfonso debería comer algo más que comida rápida y congelados.


—Ya… yo no sé cocinar —protestó él—. Los huevos del desayuno es lo máximo que puedo hacer.


—Suerte que yo sí sé —comentó Paula mientras separaba sus cosas y sacaba el monedero del bolso.


—Yo lo pagaré —dijo Pedro inmediatamente.


—Yo pago lo mío.


—Paula, llevas dos días trabajando muy duro en la casa, seguro que puedo comprarte unas pocas cerezas y protección solar, sobre todo cuando la necesitas para arreglar el jardín de la abuela.


—No son sólo unas pocas cerezas —contestó Paula mientras pagaba al cajero.


De todas formas, no estaba intentando complacerlo. Intentar complacer a Pedro era una causa perdida y no era tan tonta como para hacerlo otra vez. Algún día encontraría al hombre perfecto y él la apreciaría por lo que tenía, en lugar de deplorarla por lo que le faltaba. Y si no conocía al hombre perfecto, sería mejor que no intentara ser alguien que realmente no era.


—Eres cabezota e irracional —dijo Pedro mientras empujaba el carrito por el aparcamiento.


Y él era guapo, pensó Paula. Podía insistir en que sólo estaba ayudando al profesor Alfonso y que no le importaba nada lo que pensara su nieto, pero no era cierto. Quería ayudar al profesor… y le importaba lo que Pedro pensaba. Era una debilidad. Le gustaban los hombres anchos de espalda y que caminaban con una ligera y graciosa inclinación. Le gustaba cómo se encendía la cara de Pedro cuando sonreía y la forma en que le daba un salto el estómago cuando oía su voz. También le gustaba la manera en la que él amaba a su abuelo, aunque pareciera que intentaba ser demasiado realista sobre su estado. ¿Para qué vivir si no se tenían esperanzas y deseos?


Supuso que para Pedro había sido más fácil dejar de soñar cuando se rompió su gran sueño de convertirse en un jugador de fútbol profesional. Así que pensó que debería ser más cuidadosa y no permitir que la convenciera. Eso significaba sonreírle de forma que no pudiera interpretarse como un flirteo, ser agradable y no enfadarse por insignificantes tonterías y recordar que la verdadera razón por la que estaba en casa de los Alfonso era ayudar al profesor y no babear por su molesto nieto.


Con esa decisión en su cabeza, sonrió cordialmente a Pedro y le agradeció que le abriera la puerta del coche. Él la miró extrañado. Entonces, ella se puso el cinturón de seguridad y miró hacia delante. Era el momento de ser sensata.


Una mujer de su inteligencia no debería cometer aquellos grandes errores en su vida, y menos por segunda vez. Pero cuando Pedro colocaba la compra, de vuelta en la casa, Paula vio cómo se movían sus músculos y pensó que su corazón no era tan inteligente como su cabeza.




EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 22





La palabra flaca tenía connotaciones de crítica y lo último que Pedro quería hacer era criticar. De hecho, le había encantado el brillo en los ojos de Paula mientras llenaba las bolsas de cerezas y quería participar de su entusiasmo bromeando con ella. Estaba acostumbrado a mujeres que aparentaban ser sofisticadas en cada momento, incluso en la cama. A los hombres les gusta un entusiasmo natural cuando tocan a su amada, no una respuesta ensayada y medida.


Paula tomó un par de botes de protección solar de una estantería y los metió en el carrito.


—¿Qué pasa con los pechos? —preguntó—. ¿Por qué es tan importante la talla para los nombres? ¿Es un residuo de una fantasía adolescente o hay alguna otra razón? Quiero decir, estás genéticamente programado para desear un cierto volumen?


Pedro no sabía qué responder. Ésta era una clase de conversación en la que un hombre no podía ganar. No importaba lo que dijera porque fuera lo que fuera se iba a malinterpretar. Entonces se dio cuenta de que ella no esperaba una respuesta, ya que continuaba empujando el carrito por el pasillo.


—¿No discutimos esto ayer? —respondió al alcanzarla.


—Discutimos sobre tus preferencias, no sobre las preferencias de los hombres en general.


Genial, ahora se suponía que tenía que defender a todo el género masculino.


—Yo creo que tú estás muy bien —dijo de corazón—. Tienes curvas en los lugares apropiados. Bonitas curvas. —sus palabras sonaron poco convincentes, incluso para él mismo y Paula puso los ojos en blanco y continuó empujando el carrito, aunque Pedro tuvo la impresión de que ya no estaba tan enfadada como antes.




EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 21



Más tarde, aquella misma mañana, Paula se encontró empujando un carrito de la compra al lado de Pedro.



—¿Qué dice aquí? —preguntó él, impaciente, mientras señalaba algo en una lista que a ella le parecían jeroglíficos. Paula recordó que él había mencionado que necesitaba jabón para el lavavajillas, así que le sugirió que eso podía ser.


—Ah, sí. Gracias. He debido darme mucha prisa, no puedo leer una maldita palabra.


Paula tenía su propia opinión sobre lo que la casa Alfonso necesitaba y metió en el carro algunos artículos sin que Pedro, demasiado ocupado descifrando su letra, se diera cuenta. Ella no era la mejor cocinera, pero pensó que una lasaña casera era mejor que una pizza congelada para la cena de su abuelo.


Estaba sorprendida por verse allí con Pedro. Después de haber vuelto a la casa de los Alfonso tras haberse duchado y cambiado de ropa, él había dicho que necesitaba hacer compra. Paula se había ofrecido a quedarse con el profesor Alfonso o a ir ella, pero el profesor había murmurado que no necesitaba una niñera y lo último que recordaba era que Pedro le pedía que leyera su ilegible letra.


—Hola, Pau—saludó el encargado—. Estás guapísima.


El calor le subía por el cuello, pero lo ignoró de la misma forma que intentaba ignorar a Pedro.


—Gracias, Martin.


—Acabamos de recibir unas cerezas muy buenas de California. Se agotarán enseguida, así que date prisa en comprar algunas.


Se le hizo la boca agua. Le encantaban las cerezas. Llenó dos grandes bolsas de plástico y las puso en un rincón del carro.


—¿Quieres que compre algunas para ti? —preguntó mirando a Pedro.


—¿Quieres decir que todas ésas son para ti?


—Me gustan las cerezas.


—Ya. ¿Cómo te mantienes tan flaca?


El comentario burlón borro la sonrisa de sus labios. Estaba flaca y su nueva ropa, probablemente, lo marcara. Pedro no parecía estar criticándola, pero su ex marido se solía quejar por su delgadez, particularmente a la altura de su busto, así que no podía fingir que le había hecho gracia.


—Supongo que es suerte —llenó otra bolsa aunque Pedro no se lo había pedido—. Necesito crema protectora— murmuró adelantándose antes de que él pudiera responder.


—¿Qué he dicho? —preguntó Luke al alcanzarla.


—Nada.


—No me digas eso. ¿Qué?


—Nada.


—Las mujeres siempre decís «nada» cuando estáis enfadadas. Dímelo directamente.


Paula no quería hablar sobre por qué estaba molesta, y, especialmente, no quería hablar de ello con Pedro.


—¿Paula?


—Mi ex siempre decía eso —farfulló deseando no haber tenido ese impulso para decir la verdad—. No sobre las mujeres o hablar directamente, sino sobre lo otro.


—¿Qué otro?


—Que estoy muy delgada. Bueno, ¿y qué? No soy la fantasía de un hombre, con unos pechos enormes y un solo dígito en la nota del test de inteligencia, pero ése es tu problema, no el mío.


Pedro hizo una mueca de dolor al oír el eco de sus propias palabras. Cuando eran niños, también solía decirle que estaba flaca, pero había caído en la cuenta de que la belleza tenía formas diferentes. Paula, con su esbelta elegancia tenía una belleza que quitaba el sentido y no podía comprender por qué la escondía bajo tanta ropa o, por qué su ex marido, que la conocía mejor que él, había sido incapaz de verla.


—Yo no he dicho que estuvieras demasiado flaca. Es diferente.