miércoles, 14 de julio de 2021

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 12

 

Mientras daba una puntada al dobladillo del vestido de Sonia, Paula no lograba olvidar la embriagadora sensación de estar en brazos de Pedro.


«Según Miguel, necesito una mujer».


Debía de hacer demasiado tiempo que no salía con un hombre, porque de otra manera era imposible que se sintiera atraída por uno al que despreciaba. Dio una última puntada y cortó el hilo con un rabioso mordisco.


—Ya está.


—Paula, necesito que me hagas un favor.


Paula, que estaba de rodillas al lado de Sonia, buscó la mirada de su amiga en el espejo de la pared.


—¿Qué quieres? —preguntó, al tiempo que arreglaba la falda alrededor de Sonia.


Siguió un profundo silencio.


—Me cuesta pedírtelo.


El tono titubeante de su amiga hizo que Paula la mirara con atención.


—Sabes que puedes pedirme lo que sea.


—Esto es más difícil, y tienes que jurarme que no se lo contarás nunca a nadie.


La curiosidad de Paula aumentó.


—¿Peor que decirle a tu madre que habías destrozado sus rosales con el coche? —dijo para arrancar una sonrisa de Sonia.


Al ver que su amiga no reía, Paula se inquietó.


—¿Tienes dudas respecto a Miguel?


Sonia abrió los ojos desmesuradamente.


—¡No! Miguel es el hombre de mis sueños.


La certeza con la que Sonia se expresó despertó un pasajero sentimiento de envidia en Paula que ahuyentó al instante.


—Podías haber recordado súbitamente tu juramento de no casarte — bromeó.


Paula se refería a la promesa que Sonia había hecho una tarde, tras una cita particularmente desagradable con su abogado para resolver el divorcio de su primer matrimonio.


—Esta vez, es distinto. Mi matrimonio con Miguel tiene que durar — dijo Sonia, mirándose al espejo. Luego se giró bruscamente para mirar Paula de frente—. Tú sabes mejor que nadie que quiero tener una relación como la de mis padres.


Los padres de Sonia se adoraban, eran cariñosos y buenos, y se habían convertido en el refugio de Paula cada vez que su padre desaparecía con alguna de sus amantes y su madre se entregaba a la autocompasión. En casa de Sonia siempre había tenido una cama, comida y afecto.


Cuando murieron en un accidente, Paula había sufrido tanto como Sonia. A menudo se preguntaba qué habría sido de ella de no haber contado con ellos.


—Espero que seas tan feliz como tus padres —le dijo a Sonia—. Es maravilloso que hayas encontrado a la persona ideal.


Sonia se abrazó a ella. Paula la estrechó con fuerza. Su único deseo era que su amiga fuera feliz.


—Deja de fruncir el ceño, Pau —dijo Sonia, separándose de ella para mirarla—. Recuerda que es el día de mi boda.


—¡Cómo voy a olvidarlo!—hizo un gesto con el brazo—. Tú estás preciosa vestida de novia, las flores, esta suite…


—Es un regalo de Pedro. Y también el viaje de novios. ¿No te parece encantador?


Paula no estaba dispuesta a admitir que Pedro pudiera hacer nada bien.


—Me habías preocupado al hablarme de favores y de secretos, pero ya veo que no hay razón para ello.


La miró con una expresión de angustia que volvió a inquietarla.


—¿Qué pasa, Sonia? Algo no va bien. Cuéntamelo.


—Miguel sabe que mi relación con Tomas fracasó porque yo no podía… —Sonia tragó saliva —tener hijos.


Paula le tomó las manos y se las apretó. Sonia continuó:

—Sabes que recurrimos a la inseminación artificial y que no funcionó. Así que acudimos a un especialista, y en su opinión, todavía hay alguna posibilidad de que me quedara embarazada.


—¡Eso es maravilloso!


—Pero sólo si damos con un donante de óvulos —concluyó Sonia precipitadamente, al tiempo que se volvía a tomar su ramo de flores.


—¿Y quieres que sea yo?




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 11

 


Paula miró con preocupación hacia los novios y, angustiada, vio que en ese momento Miguel los miraba por encima de la cabeza de Sonia.


Mascullando algo no especialmente amable, se puso en pie y tomó la mano de Pedro.


—Fantástico —forzó una sonrisa resplandeciente—. Bailemos.


Pedro se quedó perplejo ante la transformación que su rostro experimentaba cuando sonreía y que hacía que casi resultara hermosa.


—Deberías sonreír más a menudo —dijo sin pensar. Y la siguió hacia la pista de baile.


Miguel articuló con los labios:

—¿Todo bien?


Y una vez más Pedro se dio cuenta de que la dama de honor tenía razón y de que estaba comportándose como un perfecto idiota. Sonriendo, alzó el pulgar hacia su amigo. Todo iba bien.


Un segundo más tarde, la dama de honor estaba en sus brazos, bailando un vals, y él sentía la suave curva de su cintura bajo la mano que inconscientemente había posado sobre ella.


—¿Cómo conociste a Miguel? —preguntó Victoria sin dejar de sonreír.


Una vez más, Pedro se dio cuenta de que tenía unos labios preciosos, y parte de su enfado se diluyó. Probar aquella boca podría convertirse en un buen entretenimiento.


—Pertenecemos al mismo club de squash. Al quedarnos sin pareja… —Jeremias había preferido ir al gimnasio —empezamos a jugar juntos. 


Hacía ya seis años de aquello, y a pesar de que a su socio lo veía a diario, Miguel se había convertido pronto en su mejor amigo.


Pero no era eso en lo que quería pensar aquel día. Ni en Jeremias ni en Dana.


—¿Tú trabajas con Sonia? —preguntó para ocupar su mente en otro asunto. Quizá Miguel iba a tener razón y Paula no era tan mala opción.


—No, soy auditora; Miguel te lo dijo, ¿no lo recuerdas? —preguntó ella con una mirada fulminante.


Pedro olvidó la posibilidad de pasar un rato agradable con ella.


—Es verdad, pero ¿no te parece de mala educación decirme que debía saberlo? —preguntó él a su vez, sonriendo con frialdad.


—No tan descortés como tu evidente falta de interés. Ni siquiera recuerdas mi nombre.


Tocado. El brillo airado de sus ojos y el rubor que coloreó sus mejillas hizo que Pedro se preguntara cómo podía haberla considerado insípida.


—Te llamas Paula, y no sé por qué he pensado que podías ser profesora.


—¿Quizá porque conozco a Sonia?


Se equivocaba. El aspecto de profesora se lo daba su aire contenido y la prontitud con la que lo regañaba. La única persona que se atrevía a hacerlo era su ayudante, Iris, pero ella era amiga de su madre y lo conocía desde que era pequeño.


—Mas bien porque tiendes a reprenderme.


Paula alzó la cabeza para mirarlo fijamente.


—¿Ayer o ahora? En los dos casos, te lo merecías.


Pedro intentó convencerse de que ella tenía la culpa de lo sucedido el día anterior, pero no conseguía olvidar la expresión del rostro de Sonia.


Intentar convencerse de que Paula le había provocado no conducía a nada. Sólo él era responsable de sus propios actos, y el que su vida fuera un caos no podía servirle de excusa.


En lugar de responder, se limitó a encogerse de hombros.


—Tengo la impresión de que necesitas que alguien le ponga en tu sitio más a menudo.


Paula frunció sus voluptuosos labios y Pedro sintió ganas de sacudirla hasta quitarle el aire de superioridad.


—Todo el mundo parece saber lo que me conviene —al ver que ella parecía decidida a insistir en su actitud, y, decidido a callarla, la estrechó contra sí con ojos chispeantes y le susurró al oído—: Según Miguel, necesito una mujer.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 10

 


Los novios se hicieron una fotografía bajo una pérgola cubierta de rosas, así que la dama de honor había estado en lo cierto. Al mirarla, Pedro vio que sonreía y notó que su rostro se transformaba, les hizo gestos para que se acercaran.


—¡Pedro, Paula, venid!


¡Paula, claro!


—Nos llaman —dijo Pedro. Y al tomarla por el codo, notó que su piel era suave como la seda y se sintió asaltado por un súbito deseo que lo desconcertó.


Sonia insistía:

—¡Deprisa, queremos una foto con vosotros dos!


—Ya te lo dije —masculló Paula. Pedro la miró con desaprobación y la soltó, tomando la decisión de permanecer lo más alejado de ella que le fuera posible durante el resto del día.


Desafortunadamente, en cuanto entraron en el salón donde se celebraba la recepción descubrió que, en lugar de ocupar un asiento a cada lado de los novios, los habían colocado juntos.


—Así podréis charlar, ya que yo sólo pienso ocuparme de la novia — bromeó Miguel.


Pedro soportó la primera tanda de discursos ignorando completamente a Paula, aunque la suave fragancia de su perfume se lo puso muy difícil. Para Sonia cuando llegó su turno de proponer un brindis por los novios, ya había tomado tres copas de vino. Con las primera notas del vals, miró a su alrededor buscando un camarero que le sirviera un whisky.


—Vamos, debemos unirnos a ellos —dijo una voz a su lado.


—No pienso bailar —replicó Pedro, cortante, resignándose a tomar una copa de champán.


Paula frunció el ceño y miró deliberadamente a la copa.


—Espero que no pienses emborracharte en la boda de Sonia y Miguel.


Pedro alzó su copa con gesto provocador.


—Estoy celebrando el amor en el que todos parecéis creer.


—No seas tan cínico —dijo ella con desdén—. Es el día más feliz de Sonia y de Miguel y vas a estropearlo si sigues así. Y todo porque sientes lástima de ti mismo.


Pedro pestañeó con incredulidad. No podía haber oído bien.


—¿Qué has dicho? —todo el mundo a su alrededor había hecho lo posible por evitar mencionar su situación y aquella mujer osaba…


Sus miradas se encontraron. Los ojos de ella eran castaños, con pintas verdes y doradas, y Pedro vio en ellos más desprecio que lástima.


Así que debía de haber oído perfectamente. Indignado, tuvo la convicción de que aquella mujer era capaz de cualquier cosa.


—Piensa en alguien además de en ti mismo —añadió ella—. Y te aconsejo que dejes de beber.


—No sé quién te crees que eres —Pedro habló en un amenazador susurro—, pero te estás pasando.


—Soy Paula —dijo ella con una Fría sonrisa—. Y por si lo has olvidado, soy la mejor amiga de la novia. Lo que no consigo comprender es cómo Miguel te considera su amigo cuando yo no te he visto hacer nada para merecerlo.


Aquellas palabras hirieron a Pedro que, mecánicamente, se puso en pie.


—¡No tengo por qué escucharte!