sábado, 30 de septiembre de 2017

RUMORES: CAPITULO 11




Una semana más tarde, mientras miraba con nerviosismo el reloj de encima de la chimenea, Paula ya no se sentía tan capaz de manejar la absurda situación en la que se encontraba. Pero tenía el discurso preparado. Sería educada, pero firme.


-Eran las ocho y media y fuera estaba nevando. Fred Wilson, su vecino más próximo, que cuidaba de la granja mientras sus padres estaban fuera, había dejado un buen montón de leños al lado de la chimenea. Tenía una copa de vino tinto enfrente y el olor del guiso que su madre había dejado era delicioso. Debería sentirse relajada, pero estaba como un flan.


Tardó treinta segundos menos en llegar hasta la puerta. 


Tenía que darle a Pedro sensación de independencia, y aquellos pequeños detalles eran importantes.


No sabía por qué se estaba preocupando. Pedro se sentiría aliviado de saber que no lo necesitaba. ¿Qué no lo necesitaba? ¡Ojalá fuera verdad!


«Reconócelo, Paula. Tienes miedo de que en cuanto lo veas, todos esos admirables principios tuyos salgan volando por la ventana. Si intenta hacerte el amor, puede que aceptes lo que te quiera ofrecer incluso aunque no sea suficiente».


«Soy patética y débil», pensó frunciendo el ceño con disgusto. «¿Y si cree que todo esto lo he planeado yo con la ayuda de Ana?».


Aquella nueva idea la hizo incorporarse. La habitación, tenuemente iluminada, tomó otro aspecto ante sus ojos. ¿Y si él pensaba que la música, el fuego y la luz formaban parte del escenario para seducirlo?


Se levantó apresurada y se calzó las muletas bajo los brazos. La música desaparecería para empezar y la luz... 


Más luz, necesitaba mucha más luz.


El grito que lanzó hubiera despertado a un muerto.


Por supuesto que gritó. Cualquiera que tropezara con un torso de aquellas proporciones en una casa en la que estaba sola hubiera lanzado un grito.


-¡Vaya grito, mujer! ¡Casi me ha dado un infarto!


Pedro la tomó por los hombros y la miró como si se hubiera vuelto loca.


-¡Tú! -exclamó ella indignada- ¿Y qué pasa conmigo? ¿Qué crees que estás haciendo merodeando por aquí así? ¿Y cómo has entrado?


-¿Entrar? Con la llave que me dio tu madre, por supuesto. 
Dios mío, si estás todavía temblando. Ana me dijo que estabas muy nerviosa por estar aquí sola, pero pensé que estaba exagerando.


-Ella no me contó que te había dado ninguna llave -dijo Paula con sensación de injusticia. Con una familia como aquella, ¿quién necesitaba enemigos?, pensó con amargura-. ¡Y no estoy nerviosa! Me has dado un susto, eso es todo.


-No tenía ni idea de que te asustaras con tanta facilidad.


-No soy un caballo ni tampoco tengo un carácter nervioso. No esperaba tropezarme con... -sus ojos se posaron un instante en sus enormes hombros-, con un obelisco en mi salón. Podrías haber llamado a la puerta.


-Lo hice. Varias veces, pero debías estar en trance con la música -las arrugas alrededor de sus ojos se cerraron más con una expresión de desdén-. ¿Te gusta este tipo de música?


La suave balada siguió inundando la habitación.


-Pues lo cierto es que sí. ¿Cuál es tu estilo, Pedro? ¿No me digas que te gusta más el rock and roll?


-Me gusta más la música clásica y cuando me entra la vena romántica, prefiero a Puccini. Pero en el contexto de nuestra relación, supongo que eso no es relevante.


No era fácil romper el contacto con aquellos retadores ojos grises. Había algo amenazador y atractivo en su mirada.


-Muy cierto, pero lo que me sorprende es que siquiera te pongas romántico. Tú lo reduces todo al mínimo común denominador.


-¿Y eso te ofende?


-Es irrelevante para mí. Y si no te importa, soy muy capaz de mantenerme de pie sin tu asistencia -miró con intensidad sus fuertes manos y sintió la oleada de impotencia habitual-. De paso, estás echando vapor -dijo para desviar su atención.


Se moriría de humillación si él adivinara lo que estaba sintiendo.


-Ya lo sé -la soltó y empezó a quitarse el grueso abrigo del que el vapor salía de forma visible. Sacudió la cabeza y una miríada de gotitas saltaron de su pelo-. Está nevando bastante.


-Entonces ha sido una estupidez que hayas venido hasta aquí -señaló Paula.


La granja estaba a bastante altura y el tiempo siempre era peor allí que en el pueblo.


-Dije que vendría y eso he hecho.


-¿Incluso aunque sea totalmente innecesario?


Pedro le dirigió una mirada especulativa.


-Colgaré esto para que se seque, ¿de acuerdo?


-¿Y por qué me lo preguntas a mí? Pareces estar como en tu casa.


Pedro volvió a los pocos segundos.


-No busques segundas intenciones, Paula -dijo él sin rodeos-. Tú has dejado tu posición bastante clara y yo no tengo la mínima intención de coaccionarte, así que deja de mirarme como si estuviera a punto de abalanzarme sobre ti.


-Eso es un alivio -respondió ella para ocultar los ambiguos sentimientos que le inspiraba.


Ya solo tendría que preocuparse de sus propios instintos básicos. ¡Vaya consuelo!


-Pareces cansado -las líneas de agotamiento de su cara la preocuparon. También tenía la piel un poco grisácea, como si no hubiera dormido mucho-. Siéntate.


¿Por qué habría dicho aquello? Debería estar acompañándolo a la puerta, no rodearlo de una atmósfera de bienvenida.


Pedro pareció preguntarse lo mismo, pero, para su sorpresa, siguió su sugerencia.


-He tenido una reunión en Birmingham esta mañana y hemos tenido que desviarnos en el viaje de vuelta. Como siempre, en cuanto aparece un copo de nieve, se colapsa toda la carretera. Encima tuvimos que cambiar una rueda, que fue la gota que colmó el vaso de un día cargado de frustraciones.


Trabajaba mucho, decidió Paula frunciendo el ceño. Y lo último que debía apetecerle después de un día duro sería ir a cumplir con una obligación que le desagradaba.


-Este es tu asiento -dijo Pedro con intención de moverse.


-No, no te preocupes. Me sentaré aquí -la parte trasera de su pierna rozó el sofá-. ¿Quieres una copa de vino?


Lo había ofrecido sin pensarlo y se maldijo en silencio por su vulnerabilidad. Pedro era la última persona en el mundo que necesitaba protección, se aseguró enfadada.


Él enarcó las cejas.


-¿Para celebrar nuestra tregua? Encantado.


-No tientes tu suerte, Alfonso -masculló ella sin verdadera convicción.


Cuando sus ojos sonreían estaba increíblemente atractivo.


Lo era y punto.


-Deja que vaya yo a buscar la copa -se ofreció Pedro cuando ella se acercó al armario.


-¡Ni te atrevas! Estoy harta de que la gente se crea que soy una inútil.


-No lo eres, pero estás vulnerable. Gracias -dijo Pedro cuando le pasó la copa-. ¿Cuántas veces se quedaron tus padres incomunicados el invierno pasado?


-No lo sé. No estaba aquí.


-Pero sabes que se quedaron, ¿verdad?


-Nos hemos quedado muchas veces -asintió a regañadientes Paula. 


-Entonces podrás entender la preocupación de tu madre. Me parece muy bien la independencia, pero no hasta el punto de la estupidez.


-¿Me estás llamando estúpida?


-No empecemos con los insultos -la miró por encima del borde del vaso y Paula sospechó de su actitud pacífica-. ¿Podemos dejarlo en que eres más terca que una mula? Yo soy el vecino más cercano que tienes y no me resulta inconveniente venir diez minutos al día a ver cómo te encuentras.


-Los Wilson están más cerca -señaló ella con pedantería.


-Ya, pero tienen que cruzar los campos si las carreteras están bloqueadas. Y ya tienen que cuidar a su ganado, ¿no? ¿Quieres darles más trabajo?


-Sigo pensando que es totalmente innecesario.


Pero Paula ya sabía que estaba librando una batalla perdida. Iba a verlo todos los días durante las siguientes tres semanas. Y cada día ella sería la obligación que le habían impuesto después de un trabajo agotador. Y cada día estaría ella en aquel estado de nervios y anticipación esperando su llegada. ¿Y todo para qué?


-Por suerte -prosiguió él cerrando los ojos-, a mí no me preocupa demasiado lo que tú pienses


Su gran cuerpo se desplomó en el sillón.


Paula había tenido una muñeca que podía hacer aquello: quedarse dormida sin previo aviso. Pero era la primera vez que lo veía en una persona.


-¡No te duermas!


El pánico la asaltó


-¿Qué? Dios, no... -Pedro se frotó los ojos con aspereza-. Lo siento. Debe ser el calor.


-No importa -respondió ella con voz ronca.


No pudo evitar la fascinación que le produjo la juvenil expresión de sus facciones cuando casi se había quedado dormido.


-Estoy segura de que tendrás cosas que hacer.


Como ir con tu banquera, pensó sombría.


-Dormir.


-Deberías comer algo. Estaba a punto de...


Se detuvo justo a tiempo. Paula no estaba acostumbrada a ser distante y desagradable. La calidez de su personalidad seguía aflorando en los momentos más inoportunos.


Pedro la estaba mirando con expresión de diversión.


-¿Qué estabas a punto de hacer?



-Comer -lanzó un suspiro de derrota-. Puedes tomar algo si te apetece. Hay mucha comida -de hecho, su madre había dejado comida preparada para un regimiento-. Si no lo comes tú, se lo tendré que echar a los perros.


-Tu hospitalidad tiene un encanto muy personal -respondió él con gravedad-. Me encantaría cenar contigo.


-Pero no esperes esto cada noche.


-Intentaré mantener mi apetito a raya.


-Buf -gruñó ella girando la cara para que no pudiera verla sonrojarse como una adolescente por el doble sentido.






RUMORES: CAPITULO 10




BUENO, ¿cuál es esa brillante idea tuya, Ana? -preguntó Paula a su hermana, que más que visitarla la invadía últimamente.


-Toma, sujeta a tu ahijado -dijo Ana sacando a uno de sus gemelos del moisés-. Sujétale la cabeza.


«Para ti es muy fácil decirlo», pensó Paula mientras recogía obediente el bulto en sus brazos.


-No soy muy buena con los bebés -murmuró con inseguridad.


La pequeña criatura que tenía en los brazos la miró con placidez.


-Hola, gambita -susurró con suavidad al notar cómo enroscaba la mano alrededor de su dedo-. ¡Qué fuerte está!


Ana esbozó una sonrisa de complacencia.


-Es superior a los demás bebés en todo. Y también Enrique -miró de soslayo al otro bebé dormido-. Hablando del cual, baja la voz. No es tan tranquilo como Jose cuando se despierta.


-Estabas hablando de tu brillante idea...


Paula dirigió una mirada de sospecha a la figura infantil dormida. Enfrentada a un bebé, le entraría el pánico y al mirar la cara feliz de su hermana se preguntó cómo sabría Ana lo que tenía que hacer. ¿Es que se sabía de forma natural? ¿Quizá ella careciera de algunos instintos maternales básicos?, se preguntó.


-He buscado la manera de hacer que mamá y papá embarquen en ese crucero.


-¡Estupendo!


A pesar de la cara de ánimo que había puesto su madre, Paula sabía cuánto habían soñado con aquel viaje.


-Haremos turnos.


-¿Turnos?


-Para asegurarnos de «que la pobre Paula no tiene problemas». Y encargarnos de que esté alimentada y vestida.


Paula pareció dudar.


-A mí no me suena muy práctico. Ya estáis muy ocupados y no es que estés a la vuelta de la esquina.


-Ya lo sé, ya lo sé -dijo Ana con impaciencia-. He decidido delegar.


Paula frunció más el ceño. Sospechaba que no le iba a gustar la idea.


-¿Cómo exactamente?


-Bueno. Yo puedo pasarme cada dos días por la tarde antes de recoger a Nicolas y a Samuel de la guardería y, en los otros días, podrás venirte a casa en taxi, así no estarás sola. Alejo vendrá cada mañana a ver si no te has muerto por al noche y los Wilson están en la granja todo el día, así que si gritas alto, aparecerán en cuanto los necesites...


-No soy una inútil.


Paula tuvo que sonreír ante el entusiasmo de Ana.


-Ya lo sé, pero es a mamá a la que tienes que convencer. Como te estaba diciendo, puedes prometerle que llevarás el móvil contigo a todas partes y Pedro pasará cada dos noches.


-¿Qué?


-Sss. Despertarás a Enrique -la reprochó Ana mirando con rapidez a su hijo-. ¡Querubín! -exclamó con orgullo antes de volver la vista hacia su hermana-. Pedro se ha ofrecido amablemente a pasarse cada dos noches. Le diría a Alejo que lo hiciera. Pero, sinceramente, lo necesito conmigo en este momento.


-Estás loca si crees que Pedro Alfonso va a hacer de niñera.


¡Aquello tenía que ser una pesadilla! Tenía que pensar con rapidez. Si Ana se salía con la suya... Se negó a pensar en las humillantes consecuencias de aquella idea.


No podía contarle a Ana la verdad. Su hermana no conocía el significado de la palabra sutileza y era muy capaz de ir a pedirle explicaciones a Pedro ella misma. Ya estaban bastante difíciles las cosas como estaban, con sus dramáticos cambios de humor que iban desde el optimismo hasta la autocompasión en cuestión de segundos. ¡Si él supiera! 


Paula se estremeció ante la idea.


-De niñera nada. De todas formas -prosiguió Ana con una sonrisa triunfal-, quedó encantado. Bueno, no es que lo dijera, pero al menos no dijo que no. Tiene unos modales encantadores.


-Pues a mí me los oculta muy bien.


-¿No me digas que ya habéis tenido una pelea de enamorados? -dijo Ana con tono de exasperación-. Eso lo explica todo.


-¿Que explica qué? -cortó con dureza Paula-. ¿Qué quieres decir con enamorados? ¿Has estado hablando con Alejo?


-¿Alejo? ¿Quieres decir que lo sabe? -preguntó Ana frunciendo el ceño-. El no me ha dicho ni una sola palabra. ¡Espera a que lo vea! No, solamente sumé dos y dos. Sé que estuviste con Pedro en la boda porque me lo han contado tres personas ya y fue en su foso donde tuviste el accidente. Así que, a menos que ahora te interese la fabricación de coches... pues he sumado dos y dos ya que tú no has querido confiar en mí.


-No hay nada que confiar.


-Solo un cúmulo de coincidencias, ya lo sé. El hecho es que si Pedro se pasa por aquí cada dos noches, mamá irá convencida. La granja está bastante aislada. Después de que le señalé que fue culpa suya que estuvieras metida en este lío...


-¡Ana! ¿No habrás hecho eso?


-Bueno, era su foso en el que te caíste, ¿no? -replicó su hermana con una sonrisa de inocencia que no engañó a Paula ni por un instante-. No pensaba que pusieras objeciones a que te arropara por las noches -comentó con una sonrisa de picardía-. Y te diré una cosa, Paula. Eres una gran mejora para lo que nos llevó a casa el mes pasado.


La atención de Paula se distrajo al instante.


-¿Y quién podría ser? -consiguió decir sin aparentar mucho interés.


Nadie que la viera podría sospechar que estaba mortalmente celosa.


-Creo que es banquera. Nunca había visto a un banquero con esa pinta.


-No seas sexista, Ana.


-No, solo odiosa.


-¿Muy guapa entonces?


«¿Por qué he tenido que preguntarlo? ¿Es que soy masoquista ahora?», pensó Paula irritada.


Ana lanzó un suspiro.


-Demasiado delgada -dijo Ana arrugando la nariz-. Parecía que vivía de sus nervios. Saltaba como un gato cada vez que te acercabas a ella. De cualquier manera, es agua pasada ya, ¿no?


-Por Dios bendito, Ana. No vayas por ahí diciendo que Pedro y yo somos...


-¿Pareja?


-Desde luego que no lo somos -aseguró con firmeza Paula-. Para él no soy más que un bomboncito.


-¿Tú? -Ana lanzó una carcajada-. No seas tonta.


Paula hubiera llorado de frustración por no poder decir toda la verdad.


-En serio.


Ana dejó de sonreír y frunció el ceño.


-¡Será idiota! -exclamó indignada-. Espera hasta que le haya...


-¡No! -interrumpió con fiereza Paula-. No lo harás. Repito, no intervengas, Ana.


Los ojos oscuros de Ana escrutaron la cara de su hermana y lo que vio la hizo ponerse seria.


-¿Te ha hecho infeliz? Es eso entonces. Plan cancelado.


-¡Lo hice!


Las dos hermanas alzaron la cabeza cuando Alejo entró en la habitación. Parecía contento consigo mismo.


-¿Que hiciste qué?


-He convencido a Bety de que se vaya al crucero con la conciencia tranquila. Le he quitado todos los miedos -observó con modesto orgullo-. Aunque el hecho de que Pedro vaya a hacer de perro guardián por las noches ha sido decisivo. La verdad es que la entiendo, porque aquí estás un poco aislada y él está a dos minutos solo en coche. 
¡Deberíais haberle visto la cara! Está tan emocionada que ha empezado a empaquetar con precisión militar.


-¡Oh, Alejo! ¿Cómo has podido? -le reprochó Ana.


-¿Qué quieres decir con cómo he podido? -preguntó su marido con incredulidad-. No me ofrecí yo. Por lo que recuerdo, fuiste tú la que me dijo que debía aprovechar el hecho de que hablo con suavidad.


-Eso era antes -respondió Ana enfadada.


-¿Antes de qué?


-No empecéis los dos ahora -intervino Paula-. Ya está hecho -no pensaba estropear el sueño de sus padres-. Llegaré a algún acuerdo con Pedro. Estoy segura de que comprenderá que no hace falta que venga personalmente cada noche. Lo llamaré si me hace falta -dijo con satisfacción-. O mejor, te llamaré a ti, Ana.


-El piensa que Paula es un bomboncito, Alejo. Creo que deberías...


-Espera un momento -replicó Alejo alarmado al ver la expresión de su esposa-. Ya te he dicho antes, Ana, que no es buena idea interferir en la vida amorosa de tus hermanas.


-Pero Pedro es tu amigo...


-Y me gustaría que siguiera siéndolo.


-¿Podéis dejar de hablar de mí como si no estuviera presente? Soy muy capaz de solucionar mis propios problemas.


-Exacto -dijo Alejo.


Su mujer parecía menos convencida, pero para alivio de Paula no le contradijo. Tendría que confiar en la influencia de Alejo sobre su hermana.



RUMORES: CAPITULO 9





-Retrasaremos el viaje.


Paula se paseó con torpeza con las muletas.


-¡Ni se os ocurra!


Sus padres llevaban planeando aquel crucero para dar la vuelta al mundo desde hacía un año y llevaban hablando de él desde que ella tenía memoria. No podía soportar ser la causa de que se perdieran sus soñadas vacaciones.


-Me las arreglaré perfectamente.


-Pero estaré preocupada por ti, cariño. Si Ana no estuviera tan ocupada con los bebés, podrías ir a su casa...


-No necesito a nadie que me cuide. Solo tengo una escayola en la pierna, mamá.


Era frustrante saber que estaba entablando una batalla perdida. En cuanto su madre tomaba una decisión, no había forma de que la cambiara. En silencio maldijo sus instintos maternales.


-Es la puerta -dijo Bety levantándose del sillón ante el estridente sonido del timbre.


Se le ocurrió a Bett, y no por primera vez en las dos semanas anteriores, que por una vez. su madre aparentaba la edad que tenía. Necesitaba aquellas vacaciones; había trabajado demasiado duro toda su vida.


-Iré yo -respondió Paula apretando los dientes al ver los giros que tenía que hacer para llegar hasta la puerta.


-¡Eres tú!


Se sonrojó al instante ante la sonrisa irónica que recibió en respuesta. ¿No se le podía haber ocurrido decir algo más estúpido?


-Tienes buen aspecto.


Los moretones púrpura de la cara se habían vuelto amarillos en las dos semanas que habían pasado desde el accidente. 


Él entrecerró los ojos ligeramente como si estuviera examinando las secuelas de su caída.


Su profunda voz le causó las sensaciones más extrañas a su metabolismo.


-Estoy muy bien. ¿No quieres pasar?


Se había olvidado de lo intimidante que podía llegar a ser su presencia física. Deslizó una mirada furtiva por las líneas fuertes y musculosas de sus hombros y se aclaró la garganta con ruido.


-Por favor, pasa. Bonito tiempo. Hace un día precioso...


-Si no es inconveniente.


La única reacción que mostró él ante su charla de cotorra fue un leve arqueo de las cejas. Paula gimió para sus adentros ante el nerviosismo que la hacía decir tales cosas. Si solo hacía media hora que había dejado de nevar y estaban las carreteras imposibles, por Dios bendito. ¿Qué le pasaba?


-Ya sé que no quieres verme.


Su sombría cara era impenetrable.


-¿No?


-Pero mi abogado no ha podido ponerse en contacto con tu agente hoy y hay unos cuantos detalles que hay que discutir enseguida...


Paula estaba totalmente perdida.


-¿Jonathan?


-Jonathan Harkenss es tu agente, ¿verdad? -dijo Pedro con tono de impaciencia.


-Bueno, solo tengo uno.


Y a veces le causaba más problemas que beneficios. La agenda de Jonathan para su carrera y la de ella a veces podía cambiar de forma dramática en cuestión de horas.


-Ya sé que no te quieres involucrar personalmente, pero...


-¿No podemos dejarlo aquí? -interrumpió ella-. No me resulta muy cómodo estar de pie mucho tiempo -bajó la vista hacia la escayola-. Ven a la sala.


Pedro, cómo me alegro de verte! Iré a preparar un poco de té, ¿de acuerdo? -dijo Bety antes de salir apresurada.


Sutil como un martillazo, pensó Paula conteniendo una sonrisa.


-Quizá sea mejor que me digas a qué has venido


«Ya que no es por el encanto de mi personalidad», añadió para sus adentros. Evitó el sillón, porque cuando se hundía allí le resultaba muy difícil levantarse y se sentó en una silla de respaldo de cuero.


-El hecho de que estoy dispuesto a aceptar responsabilidades era para facilitar una conclusión rápida de este asunto. Sin embargo, tus asesores legales parecen tomarlo como un signo de debilidad -Pedro empezó a pasearse por la habitación. Se movía rápido para ser un hombre tan corpulento y su enfado era evidente en la rigidez de su columna-. Las demandas que me están haciendo son absurdas. El último fax que recibí...


De repente sacó un papel arrugado del bolsillo y lo arrugó con furia antes de tirarlo al suelo.


-Has buscado al hombre equivocado si quieres pelea, Paula. Yo no me dejo manipular. Aceptaré las responsabilidades, pero no me echaré al suelo para que me pise nadie.


-Pedro -dijo ella muy despacio-. No sé de qué estás hablando.


No había error en la amenaza que él emanaba, pero la causa de ella era un total misterio para Paula. El enfado empezó a suplantar a la confusión. Ella no había hecho nada para merecer aquellas amenazas.


-¿Quieres decir que no le dijiste tú a Harkness que no aceptara mi oferta?


La miró con desdeñosa incredulidad.


-Ni siquiera sé por qué conoces a Jonathan -protestó ella con firmeza-. Y si vas a mirarme como si fuera algo arrastrado y sucio, al menos me gustaría saber qué es lo que he hecho.


Pedro la escrutó con intensidad.


-Hablas en serio, ¿verdad? -dijo despacio -. Realmente no sabes de qué estoy hablando.


Sacudió la cabeza con incredulidad y se desplomó en un sillón.


-Puede que necesites un bastón para salir de ahí -resurgió como por arte de magia su irónico sentido del humor.


Pero la sonrisa se evaporó de la cara de Paula cuando deslizó la mirada por el contorno de sus muslos, moldeados por la tela vaquera negra. ¿Cómo sería tocarlos?


¡Dios santo! ¡Aquello tenía que acabar! Ella siempre había pensado que la gente que cometía locuras cuando se enamoraba era digna de lástima.


-Si ese hombre es un monstruo o no te quiere, busca a otro -le había dicho ella a sus amigas en numerosas ocasiones. 


¡Qué simple le había parecido todo entonces! Lo que no había entendido era que el amor no era doblegable; era el pobre que sucumbía el que se sometía por completo.


-Harkness se puso en contacto conmigo el día del accidente.


-Todavía no te crees que no sé una sola palabra del asunto, ¿verdad? -interrumpió ella con antagonismo.


-Tendrás que conceder que es bastante increíble. ¿Por qué iba tu agente a mantenerte a ciegas?


Jhony estaba adquiriendo la mala costumbre de hacer exactamente aquello últimamente, reflexionó Paula. Si sospechaba que ella no iba a seguir sus consejos, dejaba las cosas hasta el último minuto para discutirlas con ella. 


Cuando, por supuesto, era más difícil negarse. Iba a tener que mantener palabras muy duras con Jonathan.


-Bueno, tendré que desmayarme cuando me cuentes lo que habéis estado hablando vosotros dos, ¿no? -comentó con sarcasmo.


Pedro inclinó la cabeza y hasta esbozó una débil sonrisa.


-Él me señaló, bastante correctamente, que legalmente yo era el responsable de tu accidente. Y también me dijo cuánto dinero perdería a menos que cumpliera tus demandas.


Paula tenía la mente disparada. Aquel era el tercer y último año de su lucrativo contrato de los trajes de baño. Sabía que había una cláusula de penalización si no era capaz de cumplir el contrato. ¡Pero al mismo tiempo, Jonathan no tenía ningún derecho a actuar así!


-No te preocupes -dijo sombría-. ¡No quiero tu dinero!


¿Cómo se atrevía Jhony a colocarla en aquella posición? ¿Y cómo se atrevía Pedro a asumir que ella tenía algo que ver?


-Eso no es muy práctico, Paula. Yo estaba dispuesto a pagar una compensación, y sigo estándolo. Solo pongo objeciones a la nueva cifra que me ha propuesto.


-¿Cuánto? -preguntó ella de forma brusca.


La suma que Pedro mencionó la hizo empalidecer de rabia. Y su rabia, dirigida al principio hacia su agente, pronto cambió de dirección.


-¿Y pensabas que yo formaba parte de este tipo de... extorsión?


-Es legal cuando lo hacen los abogados, Paula.


-A mí no me importa si es legal o no. ¡No quiero tu dinero!


-Yo no me apresuraría tanto si fuera tú...


-¡Pero no lo eres! -explotó ella-. Ni tampoco Jonathan. ¡Y no necesito que ninguno de los dos me digáis lo que tengo que hacer! De eso era de lo que hablabas en el hospital, ¿verdad? -dijo de repente abriendo mucho los ojos-. Yo pensaba...


-¿Qué pensabas?


Ella le dirigió una mirada de asombro que enseguida se volvió beligerante.


-No es asunto tuyo, maldita sea.


Era peor aún. Al menos antes había creído que él estaba diciendo que no se sentía atraído por ella. Paula había supuesto que aquella era la única conclusión lógica en lo que a ella se refería. Si era capaz de destruir un hogar perfectamente feliz, ¿por qué pararse allí? Pedro solo la veía como una ávida cazafortunas dispuesta a todo al precio que fuera.


-No sé por qué te pones tan emocional con respecto a esto.


-¿Emocional? -repitió ella en un tono bajo y peligroso-. ¡Emocional! ¡No te atrevas a ponerte paternalista conmigo, Pedro Alfonso!


-Yo estoy en mitad de unas negociaciones muy delicadas en este momento y no necesito ninguna mala publicidad, Paula -dijo él con franqueza-. Me gustaría que el negocio concluyera con rapidez. Estoy dispuesto a pagar por cualquier inconveniente que pudiera haberte causado. Y no se trata de amistad, son negocios.


Paula lo miró con el pecho palpitante de emoción


Aquello la ponía en su lugar, ¿verdad? ¿Cómo podía Pedro ser tan insensible?


-Tú no tienes suficiente dinero para compensarme siquiera estar en la misma habitación que tú.


La furia se le disipó de forma abrupta, dejándola abatida. Él no quería mala publicidad para su preciosa empresa. No había ninguna preocupación genuina por ella. Pero ¿por qué debería?, se recordó con amargura antes de levantarse tras él.


-Dile a tu madre que no he tenido tiempo de quedarme a tomar el té.


-Quedará desolada -respondió ella. 


Su madre no iba a volver. Paula lo había comprendido hacía tiempo. Sin duda lo hacía por tacto. Una pena que su padre no estuviera en casa; él la hubiera cuidado como una gallina clueca.


-Te sugiero que no tomes ninguna decisión mientras estés de este humor. Podrías arrepentirte. ¡No estamos hablando de unos cuantos peniques!


Paula apretó los dientes.


-Nada me daría más placer que arrastrarte ante los tribunales.


-Eso es lo que me gusta de ti, tu actitud tan consistente.


La burla de su comentario era claramente indulgente.


-Y también me gustaría darte un puñetazo, pero no voy a hacerlo.


-Tu muestra de madurez es asombrosa.


Ella sacudió la cabeza y apretó los labios con obstinación. 


No iba a entrar al trapo. Podía ser un ejemplo de contención cuando quería.


-Y de paso, los hombres, te envían sus mejores deseos. Los dejaste bastante preocupados.


¡Le gustaba de verdad apretar las tuercas al muy rata!


Paula se tambaleó un poco y hubiera sido perfectamente capaz de recuperar el equilibrio sola si Pedro no hubiera decidido hacerse el fuerte.


El brazo que la sujetó por la cintura le levantó las dos piernas del suelo, la buena y la mala.


Ella no era una niña pequeña y el hecho de que lo hubiera hecho sin aparente esfuerzo la dejó impresionada.


Jadeante, se encontró apretada contra su pecho. Aquel hombre era sólido como un roble e igual de duro. Paula no era el tipo de chica a la que le hubieran impresionado nunca unos bíceps, pero Pedro superaba cualquier nivel que hubiera experimentado antes. El impulso de aferrarse a él fue desorbitado.


-Mis cotillas solo tienen fisuras, y me gustaría mantenerlas así -gimió.


Tenía que hacer algo antes de ponerse en ridículo por completo.


Era raro que Pedro olvidara su fuerza y no ajustara sus reacciones de acuerdo con ella. Su disculpa fue brusca y apenas audible. Paula no pudo ver su inusual sonrojo porque desvió la cara antes de posarla en el suelo. Cuando tuvo los dos pies en tierra, se agarró al respaldo de una silla mientras Pedro se doblaba para recuperar sus muletas del suelo


Al alzar la vista, le quedó al nivel de su muslo, si no más arriba. No tenía ninguna necesidad de alargar la mano y tocarla y no quería hacerlo, pero lo hizo. Solo con mirar la suave curva de su pantorrilla, los músculos de su vientre se contrajeron de forma alarmante. La larga y adorable línea de su muslo le hacía palpitar las sienes. Las fantasías eran una cosa y aquello otra mucho más petrosa. Aquella fascinación desafiaba la lógica; era una respuesta puramente visceral.


Paula lanzó un gemido. Sus dedos se deslizaron por la pantorrilla descubierta y dejó de respirar cuando aquellos dedos empezaron a deslizarse hacia arriba. La sensualidad del lento progreso le produjo una oleada de intenso ardor por todo el cuerpo. La piel le cosquilleaba y una voz le decía que debía de detener aquellos pecaminosos dedos, pero no lo hizo.


Pedro estaba casi tan conmocionado por sus actos como ella. Sintió una oleada de desdén hacia sí mismo.


«¡Maldito seas! ¡Sal de aquí sin quedar como un idiota!»


No había ninguna manera en que pudiera describir aquel incidente como casual.


Los músculos de sus propios muslos empezaron a hincharse y sus dedos se deslizaron hacia la banda de encaje de la media que llevaba en la pierna sana. Su piel era cálida y suave como la seda. Aturdido, pudo sentir a través de sus dedos los temblores de la parte interna de sus muslos bajo su caricia. Sus ojos se oscurecieron y se levantó de forma brusca. La corta falda que llevaba puesta demostró no ser obstáculo para sus grandes manos, que se curvaron con firmeza sobre los suaves contornos de su trasero.


Paula arqueó la cabeza hacia atrás y Pedro pudo ver los músculos de su cuello extendidos y tensos. La tensión de su cuerpo se transmitía en diminutos temblores. Paula tenía la respiración entrecortada y jadeante y su intensa sensibilidad lo inundó de placer. Cuando le pasó una mano por detrás del cuello y la obligó a mirarlo, ella lo miró directamente a los ojos.


Durante un largo momento, se quedaron mirándose el uno al otro. Paula podía oler el calor de la excitación de Pedro


Cautiva contra su cadera y la palpitante traición de su deseo, aquella situación era lo más excitante que había conocido en su vida. La piel de la cara de Pedro estaba tensa y un velo de transpiración le cubría la frente. Paula parpadeó para apartar la fugaz imagen de un pájaro depredador a punto de arrojarse sobre su presa.


Tenía que besarlo, pasara lo que pasara. Y eso fue lo que hizo. Le tomó la cara entre las manos y apretó con cuidado los labios contra los de él. Lo que empezó como una exploración rápida enseguida se convirtió en algo diferente. 


La lengua de Pedro ya no era pasiva, sino que empezó a explorar los confines de su boca de forma sensual. Sus labios se pegaron con fiereza contra los de ella con un ansia que despertó una respuesta fervorosa en ella.


Medio alzándola, la movió hacia atrás hasta apretarle la espalda contra la pared. Sus caderas se frotaron de forma rítmica contra las de ella, volviéndola casi loca de deseo.


Pedro se apartó entonces jadeando. Con los puños cerrados, le frotó con delicadeza los labios entreabiertos con los nudillos. Paula besó lo que le ofrecía sin dejar de mirar el sensual arrebato de sus ojos.


Pedro lanzó un gemido antes de aflojar las manos y capturar la curva de su barbilla en ellas.


-Eres increíble -murmuró con voz ronca-. Dadas las circunstancias, no puedo culparlo.


La confusión asomó a los ojos de Paula mientras volvía la cara en la palma de su mano.


-Cualquier hombre podría olvidar que está casado cuando tú enciendes el ardor. Y en tu posición, la tentación de usar los dones que Dios te ha regalado debe de ser irresistible.


Leandro. Estaba hablando de Leandro. Paula alzó la mano para empujarlo por los hombros aunque sabía que era un acto inútil.


-¡Suéltame! -jadeó entre dientes.


Su brusco movimiento hizo que una acuarela que había colgada en la pared cayera al suelo. Las astillas de madera y el pan de oro se derramaron por la moqueta. Curiosamente, el cristal quedó intacto.


El ruido pareció devolver a Pedro a la realidad. La tranquila y doméstica habitación parecía estar a miles de millas de distancia... Pedro apartó las manos bruscamente de ella y miró con expresión de asombro a las palmas de sus manos y después a la cara sonrojada de Paula. Entonces dejó caer las manos a ambos lados del cuerpo.


-Tienes razón. No es el momento ni el sitio adecuado.


Paula se sintió enferma. ¡El todavía creía que era una fulana, solo que una fulana deseable!


-¡No hay ningún momento ni lugar oportunos para ti!


Con la barbilla alta se aprestó a la pelea.


-No soy ningún tonto, Paula. Sé cuándo una mujer me desea.


Con un gesto de desdeñosa impaciencia, Pedro se pasó los dedos por el pelo.


-Yo tengo que mirar más allá de mis deseos básicos -se encogió de hombros ella-. Tengo que mirar por mi futuro. 
Leandro podía darle a mi carrera en el cine un rápido empujón, pero, ¿qué puedes darme tú?


Al menos Pedro pareció asombrado. Ya era algo. ¿Y por qué se sorprendía? Si ella era la mujer que él pensaba que era, ¿no sería eso lo que debía estar pensando de ella?


-¿Me estás pidiendo que crea que no eres más que una buscona de alto nivel?


-No te estoy pidiendo que creas eso, Pedro. Es lo que crees -dijo ella con gravedad-. Y no quiero saber nada de ti mientras siga siendo así.


-Entonces, ¿quieres que crea que la mitad de lo que dijo la prensa era mentira? Eso es concederle demasiado crédito a una persona. ¿Por qué no eres sincera? No hay nadie aquí salvo nosotros dos. Entiendo que quieras ocultarle a tus padres la verdad y estoy seguro de que encontrarán muy reconfortante tu cuento de hadas, pero ahórramelo a mí.


-No pensaba defenderme ante ti.


-Muy apropiado porque no soy ningún padre ingenuo que esté deseando creer lo que me interese. Escucha, Paula, admito que inicialmente pensé que eras algo que no eres. Y no estoy diciendo que tú me engañaras a propósito...


-¡ Qué noble por tu parte!


-Fue una ingenuidad por mi parte considerando los círculos en los que te has movido desde los diecisiete años. Supongo que es imposible que una chica sobreviva en ellos sin una piel dura.


¡Qué criatura tan encantadora, abierta y tolerante era!, pensó con ironía Paula. ¿Adonde quería llegar?, se preguntó sombría.


-Debes encontrar bastante aburrido quedarte aquí atrapada.


-¿Debo?


-Yo no tengo ilusiones que puedas destrozar.


-Dormiré mejor sabiéndolo.


-Conmigo, Paula-dijo él con suavidad sin hacer caso del sarcasmo de ella-. Es lo que los dos deseamos y no tienes mucho más que hacer.


¡Vaya cortejo a la vieja usanza!


-Sinceramente tengo que decir que nunca había escuchado una proposición como esta antes.


-Me gusta ser original.


Pedro no pareció esperar por su respuesta. Parecía completamente confiado e insultante.


-El pacifismo -dijo ella inquieta-, de repente me resulta menos atractivo que antes.


Sentía lágrimas de pura furia empañándole los ojos.


-Dios bendito, mujer. ¿Es tan importante para ti mantener esa máscara de chica integra?


-Soy una chica integra y si no te vas ahora mismo de aquí, lo olvidaré y te diré exactamente lo que pienso de ti.


Pedro tensó la mandíbula y sonrió de forma desagradable


-Como tú quieras. Pero podrías arrepentirte de tu noble gesto cuando duermas sola en tus virginales sábanas.


-Espero que mis virginales sábanas te den una buena noche de sueño -dijo ella a sus espaldas.



Paula no tenía forma de saber que sus palabras habían dado en el blanco. La espalda de Pedro no era muy reveladora.