domingo, 8 de noviembre de 2020

CORAZON SOLITARIO: CAPÍTULO 46

 


Paula miró el reloj: la una. Suspirando, volvió a llamar por teléfono.


—Hola, Rita, soy Paula otra vez.


—Lo siento —se disculpó la secretaria de su hermano—. Martin sigue en una reunión.


—Es la quinta vez que llamo.


—Lo sé. Y lo siento. Pero ha jurado que te llamaría por la noche… o mañana como muy tarde.


—Gracias.


Había llamado al móvil de Francisco, pero estaba desconectado. Y sospechaba que su hermano lo había apagado a propósito para no hablar con ella.


Quizá si hubiera dormido mejor la noche anterior, podría soportar aquella situación. Pero cada vez que cerraba los ojos veía la imagen de Pedro


Había perdido la cuenta de las veces que tomó el teléfono para llamarlo y volvió a colgar. Si llamaba para decir que había llegado bien, él diría: «¿Y a mí qué?».


En realidad, seguramente no lo haría, pero le apetecería hacerlo. Y ella no quería eso.


Lo que ella quería era imposible.



CORAZON SOLITARIO: CAPÍTULO 45

 


Paula abrió la puerta.


—Vaya, qué rápido. Siento haber tenido que llamarte con tanta urgencia, Sergio.


Después de entrar en casa, había descubierto lo afortunada que era. Porque Martin y Francisco habían cambiado la cerradura. Si hubiera llegado cuando sus hermanos no estaban allí, no habría podido entrar.


En su propia casa.


—No pasa nada —sonrió el joven, dejando la caja de herramientas en el suelo—. Cuando es una cuestión de seguridad, a los cerrajeros no nos importa la hora que sea.


Paula sonrió.


—¿Es que hacéis un juramento hipocrático o algo así?


No debería haberlo dicho. Porque eso le había recordado a Pedro. Aunque, en realidad, todo le recordaba a Pedro.


—Me alegro de que hayas vuelto, Paula. La gente estaba preocupada…


—Lo sé. Julio me llamó —suspiró ella—. Sergio, ¿mis hermanos te pidieron que cambiases la cerradura?


—No, qué va. Contrataron a un cerrajero de Diamond Head. Yo no lo habría hecho sin contar contigo.


—Gracias.


—Pero al otro cerrajero le pareció muy raro que le hicieran un encargo en Buchanan's Point y me llamó por teléfono.


—¿Mis hermanos le dijeron por qué querían cambiar la cerradura?


—El mayor… ¿cómo se llama?


—Martin.


—Martin dijo que había perdido la llave y no quería arriesgarse a que alguien entrase en la casa.


Paula se mordió los labios.


—Podría estar diciendo la verdad.


—Sí, claro —murmuró Sergio.


Pero se daba cuenta de que no lo creía. Como no lo creía ella. Pedro la había advertido…


Y no había querido escucharlo.





CORAZON SOLITARIO: CAPÍTULO 44

 


Molly se negaba en redondo a moverse de la cabaña. A menos que la sacara a la fuerza, la perrita iba a quedarse allí.


Y Pedro no quería tener que sacarla a la fuerza. En realidad, no quería hacer nada. Como Molly, había perdido hasta el apetito tras la partida de Paula. Y, al final, los dos durmieron en su cabaña.


Aunque ni siquiera era de noche, Pedro abrió el sofá-cama y se quedó mirando al techo, preguntándose si habría llegado a casa.


¿Por qué no le había pedido que lo llamara?


Molly suspiró y él le acarició las orejas, pensativo. Paula se había ido llevándose con ella los colores. Pero a él le gustaría volver a verlos. Le gustaría ver cortinas alegres en las ventanas, alfombras en el suelo, cuadros en las paredes…


Al día siguiente iría a Martin's Gully y compraría todo lo que pudiera. Pediría alfombras a Thelma Gower. Y pasaría por el estudio de Rachel Stanton para ver si tenía acuarelas…


Luego iría a comer con Camilo. Paula lo habría llamado porque Camilo le habría hecho prometer que lo haría.


Pedro siguió mirando al techo. Camilo Whitehall era un hombre muy listo.