martes, 29 de enero de 2019

FINJAMOS: CAPITULO 17





Pedro miró el cuaderno que tenía sobre la mesa, con el lápiz en la mano y la mente en blanco. 


Había realizado cientos de entrevistas y de reportajes, pero no se le ocurría cómo enfocar el anunció de Paula. Holmes lo había sugerido y no tenía ninguna intención de decirle a su jefe que no era capaz de hacer el trabajo.


Cada vez que se la imaginaba ante la cámara, recordaba el breve pero placentero beso, o la noche en que Paula, en bata y zapatillas, había desayunado con él


Si se dejaba llevar por la pasión, Paula no volvería a confiar en él. Desde su llegada, su actitud se había suavizado, y el beso lo confirmaba. En vez de rechazarlo, lo había abrazado. El recuerdo le hizo sentir un sedoso cosquilleo en el vientre. Estaba seguro de que le tenía cariño, pero también deseaba su confianza. Años atrás había jugado con ella, pero eso se había terminado. No quería jugar, quería algo real, a Paula.


Miró el papel, en el que había más garabatos que notas. La entrevista podía ser una de las mejores del centenario. Paula rezumaba personalidad y era una belleza. Había visto cómo la habían mirado sus compañeros de trabajo cuando la llevó al estudió. Pedro miró por el cristal y vio un reportero amigo suyo. Le hizo un gesto de llamada y Jim le indicó que iría en un minuto.


Pedro sabía lo que quería conseguir en la entrevista. Mostraría el talento, encanto, sentido de los negocios y éxito de Paula. Pero ¿qué más? ¿Podría descubrir algo que no supiera ya?


—Hola —dijo Jim, entrando—. ¿Por qué estás aquí encerrado?


—Estoy atascado con una entrevista.


—¿Tú? ¿El señor Deslumbrante? Nunca té he visto quedarte sin palabras —Jim acercó una silla, se sentó del revés y apoyó los codos en él respaldo—. ¿Qué te preocupa?


—Es una amiga íntima. La conozco demasiado. Ya sabes... los árboles no me dejan ver el bosque.


—¿Íntima? —alzó las cejas- ¿Cómo de íntima?


—No tanto —dijo Pedro, esperando que Jim no detectara su nerviosismo.


—No será ese monumento que trajiste el otro día, ¿verdad?—lo miró con ironía.


—Bueno, me gusta —admitió Pedro—. Me gusta un montón. Sugiéreme cómo empezar.


—Hoy, tengo conmigo a la señorita Supersexy que se graduó... —Jim volvió la cabeza como si hablara con la cámara y sonrió.


—Se llama Paula Chaves—apuntó Derek.


—Simplemente muéstrale al espectador lo que era antes y lo que es ahora —volvió a simular que miraba la cámara—. Háblame del instituto, Paula. ¿Algún recuerdo especial? —Jim se dio una palmada en el muslo—. Quizá eso sea lo que te asusta, Pedro. ¿Tiene recuerdos especiales de ti?


—Gracias, Jim. Mi cerebro vuelve a funcionar. Seguiré con ello.


—Ya sabía que podría ayudarte —Jim se levantó, abrió la puerta y salió, riéndose.


Pedro miró el papel. Lo que realmente quería saber era si Paula consideraría la posibilidad de regresar a Royal Oak. Había hablado de disolver la sociedad. ¿Por qué no instalar su negocio en Michigan?


Paula, condujo hacía el centro con ganas de recorrerlo. Aparcó y fue de escaparate en escaparate, admirando ropa, joyas y objetos curiosos.


No se había llevado ropa apropiada para fiestas, así que entró en una boutique y encontró dos vestidos de tarde. Incapaz de decidirse por uno, compró los dos y después volvió a casa. 


Cuando entró, Marina salió de la cocina.


—Llegas tarde. ¿Dónde has estado?


—De compras —Paula le mostró sus bolsas—. Fui al centro y di una vuelta. Me sentí obligada a hacer algo por la economía local.


—Me preguntaba qué te había ocurrido.


—Ya me conoces. Me llamó la atención una tienda de vestidos. Pensé en las fiestas y los bailes que se van a celebrar y comprendí que no había traído la ropa adecuada —esbozó una sonrisa—. Al menos, me pareció una buena excusa.


—¿Quién necesita excusas? —Marina entreabrió una de las bolsas y echó una ojeada—. ¿Qué has comprado?


—Sube conmigo; colgaré las cosas y podrás verlas —le dio una de las bolsas y se encaminó escaleras arriba. En su dormitorio, Paula dejó las bolsas sobre la cama y sacó los paquetes.


—Agradable —dijo Marina, tocando la tela—. Muy exclusivo. Parece de los años cuarenta.


—Lo es, creo. Lo compré en Patti Smith, Ropa de colección.


Mientras Paula le mostraba las cosas, Marina comentó y admiró, haciendo sugerencias, como era su costumbre.


—También me encanta el modelito ámbar satinado —dijo Marina—, con zapatos de salón dorados y las joyas adecuadas, tumbarás a cualquier hombre sin siquiera intentarlo.


Paula sonrió y colgó la ropa, pensando que la siguiente vez que se encontrara con la señorita 


Ceja Arqueada, le demostraría un par de cosas. 


Asombrada por su agresividad, inspiró con fuerza y soltó el aire de golpe. Marina arrugó la frente y la miró con curiosidad.


—¿Algo va mal? —preguntó.


—No. Solo estoy cansada.


—Pues es una buena noche para relajarnos. Acabo de meter la cena en el horno, y —Marina juntó las manos—. Acabo de tener una gran idea. ¿Qué te parece ayudarme a buscar tesoros en el ático? Estoy en el comité de decoración del centenario y tengo que encontrar los anuarios del instituto y otros recuerdos.


—¿Antes de cenar? —preguntó Paula, que prefería descansar en el sofá o darse un baño.


—Claro. Será divertido. Tenemos una hora.


—De acuerdo. Tú ganas —aceptó Paula, sin querer desilusionar a su amiga.


Subió detrás de Marina por la estrecha escalera. 


Una vez arriba miró las sombras. Los últimos rayos del sol entraban por una pequeña ventana redonda, dibujando un círculo de luz en el suelo polvoriento. Fue hacia una esquina levantando bolas de pelusa a su paso. Marina tiró de una cuerda que había en el techo y se encendió una bombilla.


Había dos sacos de dormir extendidos en el suelo de madera, Marina arrastró unas cuantas cajas de cartón hacia allí y se sentó. Abrió una de las cajas. Paula abrió otra y encontró un montón de ropa pasada de moda.


—No me puedo creer que todo esto esté aquí aún —hizo una mueca al ver una minifalda tableada—. Deberíamos celebrar un baile de disfraces.


Marina y Paula sacaron varias prendas de la caja: un chándal de poliéster, una blusa india y un chaleco de ante decorado con cuentas de colores.


—Creo que esto me lo ponía con doce años —dijo Marina, acariciando el ante—. ¿Me valdrá todavía? —soltó una risa.


Entre carcajadas, oyeron unos pasos que subían la escalera del ático. Paula miró la trampilla hasta que apareció la cabeza de Pedro, seguida por sus fuertes hombros y sus largas piernas.


—¿Un viaje al pasado? —se acercó a ellas—. ¿No tenéis nada mejor que hacer?


—Buscamos cosas del instituto —dijo Marina. 


—Como decoración para el baile —explicó Paula, con la esperanza de que su voz sonara natural.


—Os ayudaré —Pedro abrió una de las cajas. Rebuscó dentro y sacó una camiseta, de fútbol y el jersey del uniforme de Marina—. Mirad lo que he encontrado.


—Eso vendrá bien, será gracioso. —Parece que hace una eternidad que usé esto —dijo Pedro, mirando la camiseta.


—Es que hace una eternidad —dijo Paula. 


Admiró sus facciones, agradeciendo que los horribles recuerdos del pasado empezaran a difuminarse.


—¿Nada más? —Pedro la miró con asombro—. ¿No vas a meterte conmigo? —dejó caer la camiseta en la caja y sonrió a Paula con alivio.


—Creo que estabais en eso cuando os interrumpí la última vez —dijo Marina, poniéndose en pie y quitándose el polvo de los pantalones.


—No te escapes, Marina —pidió Paula—. No hemos hecho ningún comentario desagradable ni nos hemos insultado. Comparte este singular momento con nosotros —dijo sonriendo a Pedro. Marina negó con la cabeza.


—¿Por qué no buscáis los anuarios mientras voy a comprobar cómo va la cena? —Marina fue hacia la escalera y consultó su reloj—. Estará en unos veinte minutos, ¿de acuerdo?


—De acuerdo —dijo Pedro.


Paula se preguntó con aprensión si seguir a Marina y sugerir que continuaran con la búsqueda después de cenar. Pero Marina ya había desaparecido y Pedro apareció a su lado con dos cajas más. Se dejó caer juntó a ella sobre el saco de dormir y sonrió.





FINJAMOS: CAPITULO 16



Paula se tranquilizó antes de entrar al restaurante, aunque no podía olvidar el beso. Se tocó la mejilla acalorada y miró a su alrededor. 


No había vuelto a ver a sus amigas desde que se fue a la universidad. Cuando vio a dos mujeres charlando animadamente en una mesa del fondo, supo que las había encontrado.


—¡Hola! —dijo, acercándose a la mesa.


—¡Paula! —gritaron las dos al unísono. Los clientes de alrededor se volvieron hacia ellas.


—Ha pasado mucho tiempo —dijo Paula sintiéndose como una colegiala.


—Estás fantástica, Paula—dijo Janet—. Ya eras bonita en el instituto, pero la madurez te favorece. Eres una mujer muy guapa.


—Gracias por la exageración —dijo Paula, mirando a sus amigas, que también estaban muy bien—. Las dos estáis radiantes.


—Después de haber tenido dos niñas, te lo agradezco —dijo Bobbi.


—Yo tengo tres —Janet alzó la mano y mostró tres dedos—. Dos chicos y una chica.


—Habéis estado muy ocupadas —comentó Paula, sintiendo una punzada de envidia.


—Venga —Janet apoyo la barbilla en las manos y se inclinó hacia delante—, háblanos de él.


—¿Él?


—¡Pedro! —exclamó Bobbi con una risita.


—¿Pedro? —Paula notó que el rubor le subía por el cuello e hizo una mueca—. No hay nada que contar.


—Pero estás en su casa. No me lo puedo creer —dijo Janet con los ojos muy abiertos. 


—Estoy con Marina —replicó Paula, recordando la escena del despacho y sus suaves labios.


—Recuerdo cuánto lo odiabas, Paula —Bobbi sonrió y echó un vistazo a la carta—. El menú especial tiene buena pinta —miró por encima del papel—. Y Pedro también, ahora que ha crecido.


—Es distinto de cómo era —dijo Paula, sorprendiéndose por defenderlo—. La gente cambia.


—Pero Pedro ha cambiado mucho. Está como un tren—dijo Bobbi enarcando las cejas.


—¿Cómo es que ahora es una estrella de la tele? —preguntó Janet


—Es muy agradable —Paula se esforzó por contener su frustración—. Y no es una estrella, es reportero. —se recostó en la silla—. ¿Es que no vamos a hablar de otra cosa?


—¿Se te ocurre algo mejor? —preguntó Bobbi, intercambiando una sonrisa suspicaz con Janet.


—Sí, claro que sí —Paula agarró la carta e intentó concentrarse en ella.


—Lo dejaremos si nos dices cómo es en la cama —susurró Janet.


—¿En la cama? —Paula alzó la cabeza de golpe.


—¡Chist! —advirtió Janet mirando a su alrededor—. No hace falta que lo anuncies públicamente, pero Bobbi y yo sentimos curiosidad.


—Venga, Paula —suplicó Janet—. Nos cuesta mucho imaginarnos una conversación entre Pedro y tú, por no hablar de...


—Chicas, hace mucho que sois amigas mías, pero eso está a punto de acabar —Paula las miró con el ceño fruncido. Hizo un esfuerzo por controlar la voz y siguió—. Primero, estoy con Marina, no con Pedro, como ya he dicho. Segundo, no me acuesto con Pedro. Tercero, no entra en mis planes acostarme con él —dijo con voz firme y convincente, No tenía planes, pero la posibilidad de que eso llegara a ocurrir la dejaba sin aliento—. Así que ¿podemos cambiar de tema? Habladme de vuestros hijos.


Las dos mujeres sonrieron y observó cómo ambas buscaban su bolso. En menos de un segundo, agitaban sendas carteras obligándola a concentrarse en las fotos de cinco niños sonrientes.


El truco había funcionado, pero Paula se preguntó cuántos amigos más habían oído decir que estaba con Pedro y cuántas preguntas y comentarios sobre el pasado tendría que soportar. La preocupaba aún más cómo enfrentarse al creciente deseo que sentía por él.




FINJAMOS: CAPITULO 15




Paula arrancó el coche, pensando cien cosas a la vez. No le importaba hacerle un favor a Pedro. Le encantaría hacerlo si... ¿si qué? No tenía ni idea de lo que esperaba. Los acontecimientos le estaban alterando los nervios.


Quizá la nostalgia de los dos últimos días había influido en su estado emocional, como una película antigua. La heroína está al borde de un acantilado, el viento azota su espalda, su vida está vacía y el furioso oleaje del mar la atrae. De entre la niebla aparece un guapo héroe que corre hacia ella y la toma entre sus brazos. Se miran a los ojos y el dolor se disuelve en la neblina. Él la llena de besos y le promete amor eterno. Fin.


A Paula la asustó el rumbo de sus pensamientos. 


Nunca había sido romántica y se preguntó por qué en ese momento y por qué Pedro. Ninguno de los dos necesitaba que lo salvaran. Su situación laboral era bastante parecida, e incierta. Él soñaba con alcanzar el éxito, y ella tema sus propios sueños, aunque no sabía si la llevarían hacia arriba o hacia abajo.


Paula aparcó junto al restaurante y fue hacia el estudio con la carpeta. Pensó en Louise, a la que tendría que volver a llamar en un par de días. Cuando había hablado con ella, había notado el pánico de su voz. Quizá fuese el momento adecuado para plantear la disolución de la sociedad, aunque eso supusiera un gran riesgo para Paula.


Llegó al estudio, abrió la puerta y esperó al ascensor. No sabía por qué había permitido que Pedro la irritara tanto. Se sentía como una marioneta sin cuerdas. Rectificó mentalmente; Pedro era la persona que movía las cuerdas.


Se le disparó el corazón cuando salió del ascensor. Tenía la esperanza de encontrar a Pedro rápidamente. Cuando entró en la sala de prensa, lo vio en su despacho, a través del cristal. En vez de pasar entre toda la gente, volvió sobre sus pasos y llegó al despacho por la puerta exterior. Dio un golpecito y esperó.


—Adelante —dijo Pedro.


Entró y vio a Pedro tras su escritorio, sobre el que estaba sentada Patricia. La desilusión de Paula fue enorme. Él se levantó, con una cálida sonrisa en el rostro.


—Paula. Un millón de gracias. Estoy tan ocupado que odiaba la idea de volver a casa. Me has hecho un gran favor.


—Me alegra haberte podido ayudar —dijo Paula, aunque no estaba muy segura de que fuera verdad. Le entregó la carpeta y fue hacia la puerta—. Sé que estás ocupado, así que no te distraeré.


Se oyó un golpe la ventana. Un hombre le hacía señas a Patricia desde fuera del despacho. Ella miró su reloj y se bajó de la mesa.


—Perdonadme. Pero tengo trabajo que hacer —cruzó el despacho y salió. La puerta se cerró de golpe a su espalda.


—Yo me voy también —dijo Paula, con un pinchazo de recelo no deseado.


—No corras. Siéntate —dijo él, dando un golpe en la silla que había junto al escritorio.


—Pero creía que...


—Tengo un minuto.


Su mirada de admiración hizo que el corazón de Paula volviera a botar como un yo-yo. Quería preguntarle por Patricia pero, en cambio, se sentó y puso las manos sobre el regazo.


—En realidad solo puedo quedarme un minuto. He quedado con Janet Pardo y Bobby Kelly para comer. ¿Te acuerdas?


—Me acuerdo de Janet. ¿Quién es Bobby? —arrugó la frente y Paula se rió para sí al comprender que pensaba que Bobbi era un hombre.


—Roberta Kelly. La llamamos Bobbi.


—Roberta. Sí. La recuerdo —apoyó los codos en las rodillas y se inclinó hacia ella—. Escucha, Paula, yo...


Pedro.


Paula giró la cabeza rápidamente. En el umbral había un hombre mayor de pelo gris y ojos intensos, muy bien vestido. Su presencia imponía.


—Señor Holmes —dijo Pedro, poniéndose en pie—. Me gustaría presentarle a una vieja amiga del instituto, Paula Chaves —estiró el brazo hacia Paula mientras ella se levantaba—. Te presento al dueño de la cadena, Paula.


—Gerardo Holmes —dijo él, extendiendo la mano—. Encantado de conocerte.


—Lo mismo digo. Pedro me ha hablado muy bien de usted —Paula le dio la mano con firmeza. Estudió al hombre y recordó lo qué había comentado Pedro sobre que era un hombre de familia. Un hombre que valoraba el matrimonio. Tuvo una idea alocada, que quizá ayudara a Pedro.


—¿Estás trabajando en una entrevista? —Holmes se apoyó en los talones y cruzó los brazos sobre el pecho, mirando a Pedro.


—¿Entrevista? —preguntó Pedro. Un segundo después su expresión intrigada se aclaró—. Se refiere a los anuncios del centenario. No, pero no es mala idea. Paula fue presidenta de su clase el último curso.


—Eso es material de entrevista —dijo Holmes.


Mientras escuchaba su conversación, Paula desarrolló su idea, pensando que podría beneficiar a Pedro y probablemente a ella misma. Si sus planes llegaban a buen fin, pronto tendría un negocio de catering allí. Necesitaba relaciones. Una entrevista en televisión haría que la comunidad conociera su nombre y su rostro. Causarle buena impresión a Holmes solo podía beneficiarla.


—¿Vives aquí? preguntó Holmes, sacándola de su ensimismamiento.


—No, estoy de visita. Tengo un negocio de catering en Cincinnati — tomó aliento e inició su estratagema—. Pero Pedro y yo somos... buenos amigos desde hace tiempo, y cuando me invitó a volver para celebrar el centenario... —rodeó la cintura de Pedro con un brazo y notó que él se ponía tenso— sugirió que también podíamos celebrar otras cosas por nuestra cuenta.


—Bueno, eso suena muy prometedor —Holmes sonrió. Agarró el hombro de Pedro y lo zarandeó amistosamente—. Me alegro. Me alegro mucho —hizo una pausa y se mesó la barbilla—. Pero eso no impide que te haga una entrevista, si estás dispuesta —añadió, mirando a Paula.


—Una entrevista sería agradable —replicó ella, viendo que su plan había funcionado en ambos sentidos. El rostro de Holmes se iluminó.


Pedro, podrías preparar algo. El tema de «Chica local que triunfa», siempre funciona.


—Ya se me ocurrirá algo, señor —contestó Pedro, frotándose la nuca.


—Muy bien. Paula, espero que tengamos la oportunidad de conocernos —le guiñó un ojo a Pedro—. Quizá podríamos cenar una noche.


—Suena bien —aceptó Pedro. Holmes dirigió una mirada de complicidad a Paula y se marchó.


—Así que ese es el jefe —dijo Paula, esperando la reacción de Pedro. Él se sonrojó.


—Paula, ¿cómo has dicho eso? Ahora cree que tú y yo...


—Vamos en serio —concluyó ella—. ¿No era eso lo que querías?


—Sí, pero...


—Pero ¿qué? Ahora te considera un hombre que se plantea el matrimonio. O al menos una relación seria. Puede confiar en ti, eres estable y todas esas cosas.


—Gracias, ¿pero qué voy a hacer cuando te vayas y no vuelvas?


—Simulemos, Pedro —había esperado que Pedro estuviera encantado, pero su pánico le hizo pensar que había cometido un error—. Vayamos paso a paso.


—¿Paso a paso? Así es como empieza una relación, ¿no?


—Lo siento, Pedro. Solo quería ayudar —dijo ella, sin entender su comentario y suponiendo que él pensaba que se había excedido.


—No lo sientas —una sonrisa maliciosa iluminó su rostro—. Cuanto más lo pienso, más me gusta la idea. Claro. Por qué no simular... —se acercó a ella y rodeó sus hombros con un brazo.


—No te entusiasmes —dijo ella, apartándose.


—Cuidado, Paula. Holmes podría estar observándonos —señaló la ventana con la cabeza.


Paula miró la sala de prensa a través del cristal, pero Holmes no estaba a la vista. Era otro jueguecito de Pedro. Lo miró con el ceño fruncido. Pedro alzó la mano y le acarició la mejilla.


—Te agradezco lo que has hecho. Pensabas en mi ascenso.


—Sí, y eso es todo —le apartó la mano, inquieta—. No te excedas.


—Tú haces que me exceda. No puedo evitarlo.


Paula se preguntó si seguía jugando con ella, como en los viejos tiempos. Quizá solo pretendía burlarse, y provocarla. Sus ojos se encontraron y, nerviosa, apartó la vista.


—Tengo que irme. Las chicas me esperan.


—¿Chicas? Han pasado diez años. Todas sois mujeres —dijo él expresivamente. Agarró su mano y tiró de ella—; ¿No hay beso de despedida?


—¿De qué hablas? —musitó ella.


—Tú empezaste esto. Ahora somos una pareja, ¿recuerdas? Y, como dijiste tú misma, tenemos cosas que celebrar.


—Te hice un favor, nada más —fue hacia la puerta aunque él la atraía como la luz a una polilla. Su idea se había vuelto contra ella.


—Como dije, Holmes podría estar mirando —dijo Pedro poniendo las manos en sus hombros. 


Posó la boca en la suya y, como en sueños, ella alzó los brazos y rodeó su cuello. Sus labios la acariciaron como la lluvia de primavera, suaves y refrescantes, pero Paula oyó truenos y sintió que una descarga eléctrica, como un rayo, recorría su cuerpo.


Un segundo después, Pedro se apartó y Paula, sin mirarlo a la cara, huyó de sus brazos y fue hacia la puerta, luchando contra el deseo de volver por más de lo mismo.