jueves, 13 de julio de 2017

¿CUAL ES MI HIJA?: CAPITULO 12





Durante los días siguientes, Paula y Pedro se turnaron para
estar con Mariana en el hospital. Paula le había llevado dos de sus peluches favoritos y varios cuentos. Cada vez que se sentaba a su lado le leía uno y disfrutaba de la felicidad que brillaba en los ojos de la niña cuando lo hacía. Cada vez que entraba en la habitación de Mariana, ella la recibía con una sonrisa. Y mientras le leía el cuento se apoyaba contra el corazón de Paula.


Cada momento que pasaba con la niña la hacía acercarse más y más a ella. Se estaba recuperando muy bien y pronto estaría en casa.


Cuando Paula regresaba a Willow Creek jugaba con Abril,
recorría con ella las viñas en compañía de Buff y visitaban a los caballos en el establo: A Giselle, la yegua de Eleanora, el pony de Mariana, llamado Prancer, y el gran caballo Apalusa de PedroDesperado. Pedro nunca estaba muy lejos de sus pensamientos... ni tampoco su beso. Nunca debió haber dejado que la besara porque ahora aquello se interponía entre ellos.


En ese momento en su cabeza se sucedían imágenes todavía más vívidas que la realidad.


Ahora cada mirada y cada contacto eran mucho más potentes.


El sábado por la mañana, Paula y Pedro iban a llevar a Abril al médico para extraerle de la boca una muestra de ADN. 


Mientras la niña buscaba su muñeca favorita para llevársela con ella a la consulta, Paula se dirigió a la cocina para prepararle el desayuno. Unos pasos antes de la puerta escuchó voces y se detuvo. Una voz de hombre que no reconoció hablaba con decisión.


—Deberías vender Willow Creek —decía—. Tu relación con Pedro nunca va a ser como fue antes. ¿De verdad crees que puedes confiar en que se quede?


No hubo respuesta, y Paula supo que no debería estar
escuchando. Asegurándose de que sus mocasines de cuero sonaran bien en el suelo, avanzó unos cuantos pasos y entró en la cocina.


Eleanora estaba sentada al lado de la mesa. Un hombre de unos cincuenta años con el pelo negro plateado por las sienes y barba poblada se apoyaba contra la encimera con una taza de café en la mano.


Cuando Paula entró en la cocina, él la miró con una expresión de curiosidad un tanto hostil.


—Buenos días —saludó ella amablemente.


Parecía que Eleanora y ella habían llegado a un acuerdo de
entendimiento. La madre de Pedro había hecho todo lo posible para que Abril se sintiera como en casa y Paula le estaba agradecida por ella.


—Buenos días —dijo Eleanora echando un vistazo al jersey y los pantalones de la joven—. ¿Has comprado ropa nueva?


—Ayer por la tarde, mientras Mariana dormía la siesta me hice con algunas cosas: jerseys, pantalones de pana y abrigos para Abril y para mí.


—Stan, te presento a Paula Chaves—dijo Eleanora haciendo un gesto con la mano al hombre que estaba apoyado en la encimera—. Paula, este es Stan Alfonso, mi cuñado.


—Encantada —contestó Paula avanzando hacia el hombre con la mano extendida.


—He oído que vas a hacerte hoy la prueba de ADN —comentó Stan estrechándosela—. Así se resolverá todo este misterio.


—Quizá —respondió ella, que todavía albergaba la secreta
esperanza de que Abril fuera hija suya.


En aquel momento entró la niña corriendo en la cocina con la
muñeca en la mano. Paula la cargó en brazos y le presentó a Stan.


—Ya nos conocemos, ¿verdad, Abril?


Abril apoyó la cabeza contra el pecho de su madre y sonrió.
Paula besó a su hija en el pelo, disfrutando de aquel momento en el que todavía pensaba que Abril era hija suya.


Dentro de una semana todo aquello podría cambiar.


Cuando Mariana volvió del hospital, Pedro se mostró muy
protector con ella. Paula lo consideró algo natural ya que durante las primeras semanas la niña no podía realizar ningún esfuerzo.


Ya había pasado más de una semana desde que el médico de cabecera les había tomado muestras para la prueba de ADN. Pero cada minuto que pasaba Paula sentía que estaba aguantando la respiración y que así seguiría hasta que conociera los resultados. Pasaba mucho tiempo con Abril y con Mariana pero evitaba en la medida de lo posible Pedro. Y cuando no podía evitarlo procuraba no reaccionar ante su presencia. Estaba intentando dar marcha atrás emocionalmente hablando. Trataba de fingir que no existía entre ellos ninguna atracción aunque cuando estaban en la misma habitación o se rozaban accidentalmente la reacción de su cuerpo le indicara lo contrario.


Habían adquirido la costumbre de acostar a las dos niñas al
mismo tiempo. Abril y Buff se subían a la cama de Mariana y Paula y Pedro se turnaban para leerles a todos un cuento.


Aquella noche, cuando Paula cerró el cuento de mariposas que acababa de terminarles, Mariana le preguntó:


—¿Puede dormir Abril conmigo?


Paula miró de reojo a Pedro sin saber qué le parecería a él la idea.


—La pregunta es: ¿Dormirás de verdad si Abril se queda contigo? —preguntó Pedro muy serio.


Mariana asintió vigorosamente con la cabeza.


—Hay sitio de sobra —le comentó él a Paula.


La cama de Mariana era de matrimonio y las niñas estarían muy cómodas. Pero a Paula empezaba a preocuparle el lazo afectivo que se estaba creando entre ellas. ¿Qué ocurriría cuando se separaran?


—Probemos por esta noche —dijo Pedro al ver que ella vacilaba— Pero si oigo a través del monitor que habláis hasta muy tarde o que os bajáis de la cama, entonces no os volveremos a dejar, ¿de acuerdo?


Paula arropó a las dos niñas y les dio un beso a cada una en la frente.


—Que durmáis bien —dijo acariciando en la cabeza a Buff, que se había echado a los pies de la cama.


Paula esperó fuera a que Pedro saliera de la habitación antes de abordarlo.


—No sé si ha sido una buena idea dejarlas dormir juntas.


—Es sólo una noche, Paula.


—Pero lo has decidido sin consultarme.


—Qué querías, ¿celebrar una cumbre?


—Tal vez sí —contestó ella molesta por su tono jocoso—. Estás tomando decisiones que incumben a las dos niñas... Y a mí.


—¿Es ese realmente el problema? —preguntó Pedro con
expresión seria.


—Sí. Estamos viviendo en tu casa. Tú estás al mando. Hasta que lleguen los resultados de la prueba de ADN, Abril sigue siendo mi hija y yo sigo siendo su madre. Soy yo la que tomo las decisiones.


—¿Te preocupa que se estén comportando como hermanas?


Paula dio un paso atrás para no estar tan cerca de él... y no
sentir el calor de su cuerpo.


—Sí, me preocupa. Cada día están más unidas. ¿Qué ocurrirá cuando tengamos que separarlas?


—Deberías considerar la posibilidad de la custodia compartida. Además tenemos que ver si mantenemos a las niñas juntas cuando estén con uno de nosotros o quedarnos cada uno con una y cambiar cada seis meses —aseguró Pedro con expresión neutra.


—¿Así de fácil? —exclamó Paula, que sentía cómo se le rompía el corazón cada vez que pensaba en tener que separarse de Abril.


—¿Fácil? ¿Crees que me apetece renunciar a cualquiera de las dos aunque sea sólo durante un día? Si te mudaras a Pensilvania todo sería mucho más fácil —le espetó él.


—Tengo un negocio en Florida. Mis amigos están allí. Y también los de Abril. Tenemos la vida organizada allí. Ya me mudé una vez en mi vida y no estoy dispuesta a repetir.


—¿Por qué te trasladaste a Florida? —le preguntó Pedro
mirándola fijamente a los ojos.


Pero ella no estaba dispuesta a contarle la verdad.


—Carla, mi socia, estaba allí. Siempre habíamos hablado de poner un negocio juntas. Aquel era el momento perfecto.


—¿Quieres decir que corrías hacia algo en lugar de huir?


—¿Y qué me dices de ti? —preguntó Paula sin contestarle—. Cuando te mudaste a Willow Creek, ¿corrías hacia algo o huías?


El silencio y el ceño fruncido de Pedro le dejaron claro que no le había gustado la pregunta.


—Al principio pensé que era mi obligación —admitió finalmente—. Mi madre necesitaba mi ayuda. Ella no es viticultora. Se planteaba incluso vender los viñedos. Yo le dije que le ayudaría a tomar las decisiones.


—Has dicho que esa fue tu razón al principio. ¿Y luego?


—Transcurridos unos meses me di cuenta de que en Washington estaba tratando de mantener la vida que llevaba cuando Fran estaba a mi lado, pero ya no era lo mismo. Venir aquí fue bueno para Mariana. Y ahora te toca a ti. ¿Cuando te fuiste de Washington estabas huyendo de algo?


—Me ocurrió lo mismo que a ti —respondió Paula yéndose por las ramas—. Mi antigua vida ya no me servía.


Lo cierto era que no sólo había salido huyendo de su vida, sino de la traición de Eric y los tristes recuerdos asociados a su enfermedad.


Pero no quería hablar de todo aquello con Pedro. Tenía miedo de que llegara a conocerla demasiado bien.


Sin previo aviso, él alzó la mano y le acarició la mejilla con el dedo pulgar. Paula se estremeció. No quería que Pedro viera cómo reaccionaba ante su contacto.


—¿Bajas alguna vez la guardia? —le preguntó él.


—Sólo con los amigos en los que puedo confiar —respondió Paula con sinceridad.


—En mí puedes hacerlo. Te doy mi palabra.


—Eso no es suficiente —aseguró ella negando con la cabeza.


—Entonces esto tal vez ayude.


Paula podía haberlo evitado. Podía haber dado un paso atrás.


Pero el beso la pilló tan de sorpresa que no tuvo tiempo de pensar ni mucho menos para reaccionar. Cuando estaba entre sus brazos sólo existían sus besos y ella se olvidaba hasta de quién era. Se dijo a sí misma que la había pillado desprevenida y por eso el sabor de su lengua le resultaba tan deliciosamente intoxicante. Y por eso no se apartó. Por eso su deseo creció, floreció y llenó todo su cuerpo de un calor lánguido. Pedro exudaba virilidad. Parecía poseer una fuerza avasalladora contra la que tenía que estar continuamente luchando para mantenerse a salvo. Pero al sentir su mano en la cabeza y sus dedos enredados en su cabello se sentía también segura. Aquello era una paradoja.


La boca de Pedro se deslizaba sobre la suya mientras hundía la lengua con más profundidad. Su esencia varonil la rodeaba, trasladándola prácticamente a otra dimensión. 


Todos los puntos de su cuerpo en los que latía el pulso estaban electrizados gracias a la corriente que parecía existir entre ellos. Los labios de Pedro se mostraban duros durante un instante para convertirse en seductores un instante después.


Paula sabía lo que era un beso seductor. Eric había sido un
experto. Pero en los besos de Pedro había tantos elementos que se sentía incapaz de nombrarlos todos. Había excitación y deseo pero también reto. Había una determinación para romper su sistema defensivo y convencerla para que confiara en él, para que se enfrentara a la realidad de que a causa de sus hijas tendrían que relacionarse durante mucho tiempo.


La química que existía entre ellos era demasiado potente como para que Paula pudiera pensar en nada más. La química se convirtió en placer y en ansia mientras seguían besándose y ella no se apartó. Le ardían los senos al contacto con el pecho de Pedro. Sentía la parte inferior de su cuerpo apretándose eróticamente contra el suyo. Paula no había estado con ningún hombre desde que Eric y ella habían intentado sacar adelante su matrimonio. Pero aquello no se parecía en nada a esto. Aquello había sido un deber y una obligación que no había dejado lugar al placer.


Y ahora Pedro le estaba dando tanto placer...


Le estaba dando placer, sí. ¿De qué estaba tratando de convencerla? ¿De que debería renunciar a su hija? ¿De que no debería regresar a Florida?


A los hombres se les daba bien salirse con la suya y seguro que Pedro Alfonso no era ninguna excepción.


Paula se apartó de él y trató de recuperar el aliento. Trató de aparentar que estaba en su sitio cuando no era así. Trató de fingir que aquel beso no había sido el mejor que había recibido en su vida.


Trató de agarrarse a algo, de decir cualquier cosa que tuviera el mínimo de sentido.


—No sé si puedo confiar en ti —le espetó—. Ni siquiera somos amigos. Y si lo que me has contado es verdad tal vez tengamos que enfrentarnos en el juzgado durante la batalla por la custodia. Así que esto no es una buena idea.


—¿La batalla por la custodia? —repitió Pedro con tono amargo—. ¿Es eso lo que quieres?


—¡No! Pero si tú quieres una cosa, yo otra y no nos ponemos de acuerdo...


—Somos adultos. Podemos anteponer nuestras hijas a cualquier cosa.


—No es eso lo que me preocupa. Lo que me preocupa es que intentes manipularme para que haga lo que tú quieras.


—Tendrás que confiar en mí, Paula. Si no, esto será cien veces más duro de lo que ya es.


—Tal vez para ti. Pero yo voy a proteger a Abril y a mí misma como sea.


Dicho aquello se dio la vuelta tratando de no dar la sensación de que estaba huyendo de él. Pedro Alfonso tenía demasiado peligro como para ignorarlo.


Cuando tuvieran los resultados de la prueba de ADN ya sabía lo que tenía que hacer.


Si era la madre de Mariana, el siguiente paso sería consultar con un abogado.



¿CUAL ES MI HIJA?: CAPITULO 11




Ella lo estaba mirando con aquellos ojos grandes y verdes que le provocaban una tensión por todo el cuerpo. Pedro sabía qué pensamientos le estaban pasando por la cabeza porque eran los mismos que le pasaban a él: Traslados, custodia compartida, una vida en la que ya nada sería igual... Deseaba que aquel torbellino emocional se detuviera para ambos, quería que se le pasaran las ganas de besar a Paula y regresar a la vida que tenía antes de que los síntomas de Mariana hubieran hecho necesaria la cirugía.


El aroma del perfume de Paula era ligero y seductor. La camiseta que llevaba puesta le marcaba los senos, y Pedro supo que le cabrían perfectamente en las manos. La parte inferior de su cuerpo pareció despertarse de deseo y experimentó una necesidad que no había conocido hasta entonces.


Cuando se inclinó para besarla supo que ella no se apartaría.


Sabía que las chispas de aquella atracción también habían alcanzado a Paula. Y también sabía que ella era lo suficientemente independiente y segura de sí misma como para haberse alejado mucho antes si no hubiera querido que aquello sucediera.


—No deberíamos —la oyó susurrar mientras inclinaba la cabeza.


—Deber o no deber no tiene nada que ver con esto —musitó él sin saber muy bien a qué se refería Paula exactamente.


Entonces la estrechó entre sus brazos y la atrajo hacia sí.


Sus senos se aplastaron contra la franela de su camisa. Fue un contacto electrizante que se hizo todavía más intenso cuando apoyó los labios en los de ella. El impacto y la potencia de aquel beso atravesaron el cuerpo de Pedro y la besó con más intensidad, deslizando la lengua en el interior de su boca, taladrando su mundo y sus defensas. Él nunca había experimentado un deseo tan animal por nadie. 


Ni siquiera por Fran.


El sonido de una camilla de metal por el suelo del pasillo le hizo ser consciente del lugar en el que se encontraban. Pedro dio un respingo. ¿Qué demonios estaba haciendo?


—Tienes razón —dijo apartándose ligeramente de ella—. No
debería haber hecho esto. Ya es todo bastante complicado.


Con las mejillas sonrojadas, Paula se hizo cargo de la parte de culpa que le correspondía.


—Supongo que he dejado que ocurriera porque necesitaba
distraerme.


Pedro no le gustó escuchar aquello, aunque pensaba que podía ser cierto.


—Voy a dar un paseo para despejarme.


Con un poco de suerte el frío conseguiría helarle también el
cuerpo.


—Yo voy a volver a llamar a Abril. Le contaré a tu madre la buena noticia.


Mientras Paula se dirigía al teléfono, él salió de la sala tratando de sacarse aquel beso de la cabeza diciéndose a sí mismo que se había tratado de un experimento. Nada más.


Un experimento que le había estallado en la cara.


Quince minutos más tarde, Pedro caminaba por la acera con las manos en los bolsillos de la cazadora de cuero. Con la derecha sujetaba un trozo de papel. Había apuntado en él un número de teléfono por si acaso lo necesitaba.


Tenían que hacerse las pruebas de ADN lo antes posible. El
médico le había dicho que podrían tener los resultados en dos semanas, tal vez antes si recurrían a un laboratorio privado. Pedro quería tenerlos antes. Todo estaba en suspenso hasta que supieran con seguridad que Paula era la madre de Mariana.


Se había levantado de pronto un viento cortante, pero a Pedro no le importó. Mientras caminaba hacia el hospital cruzó para colocarse en la acera del edificio, se refugió bajo un toldo y sacó el teléfono móvil.


Mariana iba a pasar tiempo con Paula y él quería saber exactamente qué tipo de madre era. Y eso no podía averiguarse con el informe de un detective privado.


Pero Pedro tenía el nombre de la mujer que cuidaba de Abril
cuando Paula estaba trabajando. Si le decía sinceramente lo que quería, tal vez la mujer estuviera dispuesta a confiar en él.


Marcó el número de teléfono de Lorena Carmichael y esperó.


—¿Diga?


—¿Señora Carmichael? Hola, me llamo Pedro Alfonso.


—¿Alfonso? Ah, ya. Usted es el hombre que se llevó a Paula
y a Abril a Pensilvania.


—¿Le ha contado ella lo ocurrido? —preguntó Pedro, pensando que una de las llamadas que Paula hizo antes de salir de Florida fue a aquella mujer.


—Por supuesto que sí. No me lo podía creer. ¡Bebés cambiados! Yo creía que esas cosas sólo sucedían en las películas. Pobre Paula, con todo lo que había sufrido...


—Supongo que para ella sería muy duro que a su marido le
diagnosticaran un cáncer.


—¿Duro? Es una manera suave de decirlo. Fue una vergüenza.


—¿Se refiere a la enfermedad?


—No, por Dios. Paula me contó que cuando estaba embarazada, él tuvo una aventura. No era la primera vez, si me permite que se lo diga, pero Paula quiso creer que sí. La pobrecilla, embarazada y tan joven... Así que lo perdonó y aguantó.


—¿No se separó de él cuando enfermó?


—¿Separarse? Eso habría sido lo mejor para ella y para la niña. Pero no. Paula no lo abandonó cuando él la necesitaba. Lo cuido hasta el final.


Pedro se estaba formando una imagen nueva de Paula. La
habían decepcionado una vez y no permitiría que volvieran a hacerlo.


Había sido confiada y leal y lo único que había conseguido había sido que toda su vida se volviera del revés.


—Muchas gracias, señora Carmichael. Ha sido usted de gran ayuda.


—Paula va a regresar a Florida, ¿verdad?


—Seguro que ella misma se pondrá en contacto con usted para contarle cómo va todo. Gracias de nuevo.


Pedro colgó el teléfono y se preguntó si la mujer le contaría a
Paula que él la había llamado o se cuidaría de hacerlo, ya que le había contado tantas intimidades. Daba igual. Si Paula lo averiguaba, él le explicaría que sólo estaba recabando información.


¿Y si ella recababa información sobre él?


Pues mejor. Así no tendría que contarle por qué se había
distanciado tanto de su padre de mayor ni por qué su relación con su madre seguía siendo tensa.


Todo terminaría por salir a la luz tarde o temprano. Siempre
ocurría así. Los secretos hacían daño. Pedro lo sabía de buena tinta.