domingo, 2 de julio de 2017

PROMETIDA TEMPORAL: CAPITULO 3




Paula se quedó sin respiración por un instante. Fue como si se quedara en blanco, como si no pudiera pensar ni sentir.


—¿Perdone? —dijo por fin.


—Sí, ya lo sé —se pasó la mano por el pelo, despeinándose, lo cual no hizo sino aumentar su atractivo porque lo hizo parecer menos perfecto y distante—. Sé que parece una locura, pero en realidad es algo muy sencillo.


Paula no se atrevió a protestar, pero lo cierto era que en aquel hombre no había nada que pareciera sencillo. Era rico y poderoso y pertenecía a una de las familias más importantes de San Francisco, los Alfonso. Además era increíblemente guapo y apasionado. ¿Cómo lo llamaban en las páginas de sociedad? Ah, sí, el lobo solitario, que además era el más guapo de todos los Alfonso.


Y era cierto.


Pero para pesar de Paula, también era cierto que seguía tan enamorado de su difunta esposa que no quería volver a casarse nunca más. Lástima que se hubiese casado con una mujer que, a pesar de ser tan bella como el hombre que tenía delante, solo había tenido un objetivo en la vida, conseguir todo lo que se había propuesto en la vida sin importarle el daño que pudiese ocasionar a otros.


—Antes lo he oído hablar con su hermano —le confesó—. Oí que le decía que no quería volver a casarse después de lo de Laura.


—Laura era mi esposa, que murió —explicó él—. Y, efectivamente, no tengo intención de volver a casarme, pero necesito una prometida. Es algo temporal.


A Laura no solía costarle tanto entender las cosas. El problema era que no le encontraba el sentido a todo aquello.


—Temporal —repitió.


Pedro se sentó en una silla frente a ella y se inclinó hacia delante, apoyando los dos en las rodillas. Teniéndolo tan cerca era aún más difícil pensar con claridad. No comprendía nada. De todos los hombres que había en San Francisco, aquél era el último por el que debería haberse sentido atraída; pero se había derretido en cuanto había visto que la miraba con sus increíbles ojos verde jade.


—Para comprenderlo debería conocer a mi familia —dijo él.


Paula se mordió la lengua. A menudo se encontraba en situaciones incómodas por culpa de su sinceridad. Pero no pudo contenerse del todo.


—Suelen aparecer en las revistas de chismorreo.


Le sorprendió ver que se mostró aliviado al oír eso.


—¿Entonces has leído algo sobre el Infierno?


—Sí —perfecto. Una respuesta concisa y amable, que además era verdad. Y que a él le gustó.


—Entonces no tengo que explicarle lo que es o que mi familia, la mayoría de sus miembros al menos, cree que realmente existe.


—Pero usted no —dedujo por su manera de decirlo.


En sus labios apareció una sonrisa maliciosa y deliciosamente atractiva.


—¿Te sorprende?


—Un poco —admitió Paula. No encontraba una manera de hacer la siguiente pregunta con tacto, así que la soltó y esperó no tener que arrepentirse—. ¿Y su esposa?


—Nunca. Nunca sentimos nada parecido al Infierno. Me alegro de que fuera así; no habría querido sentirlo con ella.


Paula se quedó boquiabierta.


—Pero…


Él la interrumpió con frialdad y pragmatismo.


—Te lo explicaré en pocas palabras. Mi esposa y yo estábamos a punto de divorciarnos cuando ella murió, así que de haber vivido el Infierno, habría sido el del demonio y el fuego y no ese cuento de hadas que tiene fascinada a mi familia.


—Pero dice que no quiere volver a casarse… —recordó con delicadeza.


—Porque no quiero volver a pasar por ese infierno.


—Claro, lo comprendo —y, conociendo a Laura, no lo culpaba en absoluto—. Pero eso no explica por qué necesita una prometida temporal.


—Hace poco mi familia se enteró de que Laura y yo no habíamos sentido el Infierno.


Paula adivinó el resto rápidamente.


—Y están intentando encontrar a una mujer que se lo haga sentir de verdad.


—Eso es. Su empeño está convirtiéndose en un verdadero problema para mí y, como no piensan parar hasta encontrarla, he decidido hacerlo yo.


Su sonrisa se hizo más grande. Una sonrisa que habría resultado espectacular de no ser por la frialdad que había en sus ojos y que denotaba cierto vacío. Paula sintió que se le encogía el corazón. Siempre había sentido debilidad por los desvalidos y abandonados. De hecho, su sueño era poder trabajar algún día en alguna organización que se dedicara a salvar animales abandonados. Tenía la sensación de que, a pesar del dinero y el poder, y del amor de su numerosa familia, Pedro Alfonso era una persona desvalida y abandonada, lo cual era un verdadero peligro para ella y para su corazón.


—¿Quiere hacerles creer que ha experimentado el Infierno conmigo? —quiso aclarar.


—En pocas palabras, sí. Quiero que lo crea toda mi familia y para ello, nos prometeremos y, unos meses después, dirás que no puedes casarte conmigo. Estoy seguro de que te daré motivos de sobra para romper el compromiso, tras lo cual me abandonarás y desaparecerás. Yo, por supuesto, me quedaré destrozado después de haber encontrado a mi amor del Infierno y haberlo perdido. Como es natural, mi familia se apiadará de mí y nadie se atreverá a presentarme a más mujeres —concluyó con satisfacción—. Y fin del problema.


—¿Y por qué cree que no seguirán buscándole novia?


—Porque si tú eres mi alma gemela, no servirá de nada que busquen a otra —le explicó con lógica aplastante—. O eras mi amor del Infierno, o es que ese Infierno no existe realmente. No sé por qué, pero sospecho que antes de admitir que la leyenda de la familia es una fantasía, preferirán creer que mi único y verdadero amor me ha abandonado. Después de eso, no tendré más remedio que continuar con mi triste y solitaria existencia sin encontrar jamás la dicha conyugal. Una tragedia, sin duda, pero conseguiré superarlo.


Paula meneó la cabeza con fingida admiración.


—Impresionante.


—Lo sé.


Ella tomó aire y lo soltó poco a poco.


—Señor Alfonso…


Pedro.


Pedro. Creo que deberías saber un par de cosas de mí. Para empezar, no se me da bien mentir.


Abrió la boca para mencionar la segunda cosa, que sin duda daría al traste para siempre con aquella oferta de trabajo. 


Pero no tuvo oportunidad de hacerlo porque Pedro la interrumpió con determinación.


—Ya me había fijado y admiro tu honestidad. Será la clave para convencer a mi familia de que estamos inmersos en el Infierno.


Su mente se quedó en blanco como si una ráfaga de viento hubiese barrido cualquier pensamiento como hojas secas.


—¿Cómo?


—Vamos a hacer un pequeño experimento. Si no funciona, nos olvidaremos del plan y buscaré a otra persona. De todos modos te daré un trabajo, pero será algo más convencional —la miró fijamente—. Pero si el experimento funciona, pondremos el plan en marcha.


—¿Qué clase de experimento? —preguntó con cierta inquietud.


—Primero quiero establecer ciertos parámetros.


—¿Parámetros?


¿Cómo había podido creer Laura que podría controlar a aquel hombre? Gracias al sexo, claro. Sin embargo, por lo que había visto en el rato que llevaba con Pedro, Paula tenía la sensación de que tampoco eso funcionaría durante mucho tiempo y, en cualquier caso, solo serviría dentro de los confines del dormitorio.


—Por encima de todo, soy un hombre de negocios y, antes de que sigamos adelante, quiero asegurarme de que estamos completamente de acuerdo.


Paula hizo un esfuerzo para no sonreír.


—¿Por qué no me explica cuáles son esos parámetros y así veremos a qué clase de acuerdo llegamos?


—Primero, tengo que dejar muy claro que será una relación temporal; acabará en cuanto que cualquiera de los dos queramos ponerle fin.


Paula lo pensó un momento y después se encogió de hombros.


—Me parece que en eso es igual que un compromiso de verdad.


—Lo que nos lleva al siguiente punto. Tú no quieres mentir, ni yo quiero que lo hagas, así que desde el momento en que nos comprometamos, el compromiso será de verdad. La única diferencia es que tarde o temprano romperemos y, cuando eso ocurra, recibirás una justa compensación.


—Será un compromiso de verdad, pero estamos planificando la ruptura —Paula enarcó una ceja—. La verdad es que no creo que ambas cosas sean compatibles.


Pedro titubeó y, a pesar de su aparente frialdad, en sus ojos apareció algo parecido al dolor.


—A mí no se me dan bien las relaciones —confesó—. Al menos eso es lo que me han dicho. Me imagino que lo comprobarás enseguida y estarás encantada de poner fin a la relación, pero hasta entonces, será como cualquier noviazgo, incluyendo el anillo de compromiso y los planes de boda —apretó los labios antes de añadir—: Aunque prefiero que la fecha sea lo más lejana posible, para no tener que fijar fechas, ni hacer ningún tipo de adelanto de dinero.


Paula sonrió con sentido del humor.


—No queremos apresurarnos después de tu primera experiencia con el matrimonio. Es mejor un noviazgo largo para estar bien seguros.


—¿Lo ves? Ya has comprendido cómo funciona esto.


Parecía tener el mismo sentido del humor; de hecho, esa vez la sonrisa le llegó a los ojos. De no haber estado sentada, seguramente le habrían flaqueado las rodillas. Era el hombre más guapo que había visto en su vida. No era justo que un solo hombre tuviera tanta belleza. Unos pómulos marcados, una barbilla pronunciada y una boca perfecta para besar: mirara donde mirara, todo era impresionante. Incluso el pelo era perfecto, un tono castaño salpicado de reflejos dorados como el sol. Pero lo que más le más le fascinaba eran sus ojos, de un color verde como el jade que parecía oscurecerse como un bosque cubierto de sombras dependiendo de su estado de ánimo.


—¿Y cómo lo haremos? —le preguntó por fin—. Si decido aceptar.


Le vio fruncir el ceño e incluso eso le pareció atractivo.


—Puede que no funcione —admitió—. Creo que será fácil saberlo, pero tendrás que confiar en mí.


Paula tomó aire y se lanzó al vacío.


—De acuerdo. ¿De qué se trata?


—Es una prueba muy sencilla. Si no la superamos, nos olvidamos de todo y te busco un trabajo en la empresa. Pero si funciona, podremos dar el siguiente paso.


—¿Qué clase de prueba? —preguntó con cautela.


—Ésta.


Pedro se puso en pie, se colocó delante de ella y le tendió una mano. Ella se levantó también y le dio la mano. En cuando le rozó los dedos sintió una explosión de calor, una especie de chispa que le atravesó la piel e incluso los huesos. No le dolió. No exactamente. Fue como si… como si sus manos se fundieran. Paula retiró la mano y lo miró, desconcertada.


—¿Qué ha sido eso? —preguntaron los dos al unísono.


Pedro dio un paso atrás y la miró con desconfianza.


—¿Tú también lo has sentido?


—Claro —se frotó la mano contra los pantalones para intentar borrar la sensación, pero no sirvió de nada—. ¿Qué ha sido?


—No tengo ni idea.


Paula se miró la palma de la mano. No tenía ninguna marca que reflejara el calor que había experimentado de pronto.


—No ha sido… —se aclaró la garganta—. No es posible que haya sido…


Vio la misma sorpresa en su rostro, el mismo empeño en negarlo. Pero entonces apareció en su rostro una expresión calculadora.


—¿El Infierno? —murmuró—. ¿Por qué no? Qué demonios.


—No hablas en serio, ¿verdad? —preguntó, anonadada.


—Personalmente, no creo en ello, pero las descripciones que he oído se parecen mucho a lo que acabamos de sentir.


—¿Ésa era la prueba? ¿Querías ver si sentíamos el Infierno al tocarnos?


—No. La verdad es que iba a besarte.


Paula dio un paso atrás, no sabía si le sorprendía más la idea o la frialdad con que lo había dicho.


—¿Por qué?


—No tiene ningún sentido que digamos que estamos prometidos si no te sientes atraída por mí —explicó—. Mi familia se daría cuenta enseguida.


Paula volvió a mirarse la palma de la mano y se la frotó contra la otra.


—¿Entonces lo que acaba de pasar no es más que una coincidencia?


—Eso espero.


Vaya. Levantó la mirada hasta sus ojos y, al encontrarse con ellos, el calor que aún manaba de su mano se extendió por todo su cuerpo. Se hizo más intenso, más profundo. De pronto la invadió una peligrosa curiosidad que hizo que pronunciara unas palabras que no tenía intención de decir. 


Pero salieron de su boca y quedaron flotando en el aire.


—Has dicho que ibas a besarme.


Él dio dos pasos. Paula sabía lo que iba a hacer, podía verlo en su mirada, en la decisión que transmitía la expresión de su rostro. Tuvo oportunidad de escapar, pero por algún motivo no pudo elegir la solución más sencilla. Otro rasgo de su personalidad, o quizá otro defecto, dependiendo de las circunstancias. El caso fue que se quedó allí, completamente inmóvil, y dejó que la estrechara en sus brazos.


Era un error por muchas razones. Por Paula. Porque no era real. Porque, por mucho que quisiera negarlo, el deseo crecía dentro de ella como la marea antes de una tormenta hasta el punto de impedirle pensar. Aún no la había besado y ya se había rendido a él, olvidándose por completo del sentido común.


Lo vio inclinarse y esperó su beso, un beso que no llegó.


—Parece algo real, ¿verdad? —susurró él—. Puede que sea real. Quizá esto del compromiso no sea tan mala idea. Tendremos que averiguar qué significa todo esto.


—¿El qué? —consiguió preguntar Paula.


—Esto…


Cuando por fin llegó, el beso la golpeó con la fuerza de un huracán. No tenía la menor duda de que Pedro tenía pensado que fuera algo suave, nada más que una prueba. Pero en cuanto la tocó, la pasión se apoderó de ella y la impulsó a echarle los brazos alrededor del cuello.


No fue ninguna sorpresa que sus besos fueran tan increíbles como su belleza. Con esa boca, ¿cómo iba a besar mal? La furia de sus labios reveló su falta de control, pero también había una ternura que la impulsó a abrir la boca y dejar que la saboreara un poco más. Mientras, se acurrucó contra su cuerpo, contra esos músculos masculinos que contrastaban con sus curvas redondeadas. Él bajó las manos por su espalda y titubeó un segundo antes de agarrarle el trasero para apretarla contra sí. Paula se vio invadida por un sinfín de sensaciones. Su olor y su sabor la hicieron estremecer, embriagada por una experiencia completamente nueva.




PROMETIDA TEMPORAL: CAPITULO 2




Pedro se encaminó a la cocina, donde llegó justo a tiempo de ver como Paula rechazaba el fajo de billetes que le ofrecía Barney.


—No se preocupe, señor Barney.


—Sabes que lo necesitas para pagar el alquiler —le metió el dinero en el bolsillo del chaleco y le dio un abrazo—. Te vamos a echar de menos.


Todos los empleados del catering fueron despidiéndose de ella uno a uno, tras lo cual Paula se marchó hacia la salida.


Al ver el brillo de las lágrimas en sus ojos, Pedro sintió un extraño instinto de protección.


—Paula —le dijo—. Me gustaría hablar contigo un momento.


Ella se volvió y lo miró con sorpresa.


—Por supuesto, señor Alfonso —lo siguió al pasillo que conducía a la zona de despachos—. ¿Ocurre algo? —le preguntó después de unos segundos—. Espero que no piense que el señor Barney ha tenido la culpa de mi error. Me ha despedido, si eso le deja más tranquilo.


Vaya.


—No se trata de eso —le aseguró él—. Quería hablar contigo en privado.


Pedro abrió unas puertas con una discreta placa en la que se leía: Pedro Alfonso, Presidente. Servicio de mensajería Alfonsos e invitó a entrar a Paula. Encendió unas luces suaves en la zona de la oficina en la que había unos sofás y una mesita, dejando a oscuras el lugar donde se encontraban los escritorios.


—Siéntate. ¿Quieres beber algo?


Paula titubeó un momento antes de decir con una sonrisa:
—Supongo que debería decir «no, gracias», pero la verdad es que me vendría muy bien un poco de agua.


—Enseguida.


Pedro volvió con dos botellitas de agua y dos vasos con hielo y se sentó junto a ella en el sofá. Quizá fue un error sentarse tan cerca porque percibió cosas de ella que prefería no haber notado. Su suave aroma de cítricos que lo envolvió de un modo inexplicable, la cálida energía de su cuerpo. El brillo de su pelo bajo una luz que dejaba en penumbra sus ojos azules. La había llevado allí con la esperanza de que el ambiente de trabajo mitigara un poco su reacción ante ella, pero no tardó en comprobar que, a solas con ella, sus sensaciones eran aún más intensas.


Trató de controlarse y se obligó a concentrarse en el asunto que tenía entre manos.


—Siento mucho que te hayas quedado sin trabajo —le dijo—. Me parece excesivo que te hayan despedido por un simple accidente.


—Normalmente no trabajo con los clientes más importantes. Era la primera vez —hizo una mueca antes de añadir—: Y la última.


—¿No podrían simplemente pasarte a fiestas más pequeñas?


—Si le soy sincera, lo dudo mucho. La mujer que se encarga de esos clientes no me tiene mucho aprecio.


—¿Diferencia de caracteres?


La pregunta la hizo sentir incómoda.


—No exactamente.


Si iba a contratarla, necesitaba saber todo lo que pudiera de ella, sobre todo si tenía problemas con sus superiores.


—¿Entonces? —insistió Pedro.


—Su novio es uno de los camareros y…


—¿Y?


—Intentó ligar conmigo —confesó finalmente Paula.


—¿Tú lo invitaste a que lo hiciera?


Sorprendentemente, aquella pregunta no la ofendió. En lugar de ofenderse, se echó a reír.


—JD no necesita que lo inviten. Lo intenta con cualquiera que lleve faldas. Espero que Belen se dé cuenta pronto de lo cretino que es. Podría encontrar a alguien mucho mejor.


Pedro se quedó allí sentado un momento, completamente desconcertado.


—¿Estás más preocupada por tu jefa que por tu trabajo?


—Ya encontraré otro trabajo, aunque sea lavando platos —le explicó con sencillez—. Pero Belen es buena persona… cuando no está furiosa porque JD está coqueteando con las empleadas. Yo tuve la mala suerte de ser una de esas empleadas.


Era una manera muy interesante de ver la situación.


—¿Y ahora?


Por primera vez atisbó cierta preocupación en su mirada.


—Seguro que encuentro algo enseguida.


—He oído que Barney decía algo del alquiler.


La oyó suspirar con evidente cansancio.


—Voy con un poco de retraso, pero creo que podré arreglarlo con el dinero que me ha dado por haber trabajado esta noche.


—Pero necesitas otro empleo.


Paula lo miró ladeando la cabeza.


—¿Tiene algún puesto vacante?


Pedro le gustó que fuera tan directa; sin falsa timidez. No abrió los ojos de par en par, no fingió, ni le lanzó una mirada que pudiera tener connotaciones sexuales. Simplemente le hizo una pregunta franca y sincera.


—Puede que tenga un trabajo para ti, sí —admitió con cautela—. Pero necesitaría hacerte algunas preguntas. ¿Te importa?


Ahí sí la vio dudar antes de negar con la cabeza.


—No, no me importa.


—Muy bien —no estaría tan bien si estaba ocultando algo. Pedro no soportaría que otra mujer la engañara con su falsa inocencia y después resultara estar llena de avaricia. No quería volver a tener nada que ver con una mujer así—. ¿Cuál es tu nombre completo?


—Paula Chaves.


Aunque no se lo había preguntado, le proporcionó también su número de la seguridad social y su fecha de nacimiento. Pedro sacó el teléfono y le mandó los datos a Julio, un abogado que había trabajado con su hermano. Se lo habría pedido a Lucas, pero habría tenido que enfrentarse a sus preguntas cuando presentara a Paula como su novia.


Sería mejor hacerlo al margen de la familia.


—¿Alguna vez te han detenido? —siguió preguntándole.


Ella meneó la cabeza de inmediato.


—No, nunca.


—¿Consumes algún tipo de droga?


Eso despertó su indignación por un momento, pero después respondió con calma.


—Jamás lo he hecho. Me han hecho análisis de drogas para algunos trabajos, incluyendo el último y no tengo ningún problema en someterme a uno ahora mismo si es necesario.


—¿Algún problema financiero?


La indignación dejó paso al sentido del humor.


—¿Aparte de que apenas llego a fin de mes? No.


—¿Problemas de salud?


—Ninguno.


—¿Experiencia laboral?


—¿De cuánto tiempo dispone? —preguntó, riéndose.


Pedro la observó con curiosidad.


—¿Tantos trabajos has tenido?


—Es una lista larga y variada.


—¿Por algún motivo?


Volvió a titubear, pero no parecía buscar evasivas, simplemente pensaba.


—He estado buscando.


—¿El trabajo perfecto en el lugar perfecto?


—Exacto —parecía contenta de que lo hubiese comprendido tan rápido.


—Me temo que yo no puedo prometerte eso, pero puede que tenga algo temporal.


Por algún motivo, parecía aliviada de que fuera así.


—Me parece bien. En realidad lo prefiero.


—¿No tienes pensado quedarte mucho tiempo en San Francisco? —Pedro hizo como si no fuera una pregunta importante, pero lo cierto era que, a pesar de lo atractiva que la encontraba, le sería más fácil proponerle aquel plan si sabía que se iría después de unos meses.


—No lo sé. Lo cierto es que estoy buscando a alguien y creo que es posible que esté aquí.


—¿Un hombre? —adivinó y eso no era nada bueno para su proyecto—. ¿Un antiguo novio?


—No. Nada de eso.


—¿Quién es entonces? —insistió.


—Si me disculpa, no creo que eso sea asunto suyo, señor Alfonso —le dijo con suavidad—. Pero puedo asegurarle que no repercutirá en el trabajo que vaya a ofrecerme.


Pedro decidió dejarlo estar. Al menos por el momento.


—Muy bien.


En ese momento le vibró el teléfono. Julio había respondido en un tiempo récord, lo que seguramente quería decir que Paula Chaves no tenía mucho que investigar. El mensaje solo decía: Limpia, pero adjuntaba un correo electrónico en el que encontraría más detalles. Pedro se disculpó un momento para ir al ordenador a ver el correo, en el que no encontró nada fuera de lo normal, aparte de una larga lista de trabajos de lo más variados. Algo bastante impresionante para una persona de solo veinticinco años.


—¿Sigue dispuesto a ofrecerme trabajo? —le preguntó ella en cuanto volvió.


Era la primera vez que se mostraba nerviosa y Pedro no tardó en adivinar el motivo.


—¿Cuánto retraso llevas con el alquiler?


Paula se llevó la mano al bolsillo del chaleco.


—Como le he dicho, podré solucionarlo con esto.


—Pero no te quedará nada para pagar las facturas o comprar comida, ¿verdad?


Se limitó a encogerse de hombros, una respuesta que no dejaba lugar a dudas.


Pedro se detuvo a analizar las opciones que tenía, que no eran muchas. O le proponía lo que se le había ocurrido a Ramiro, o se olvidaba de todo. Aún podría encontrarle otro trabajo, de eso no tenía la menor duda. La cuestión era qué trabajo.


En cualquier otro momento habría escogido la segunda opción, pero, lamentablemente, lo cierto era que no sabía cuánto tiempo podría aguantar que su familia siguiese presentándole mujeres. Había llegado a un punto en el que tal comportamiento no solo entorpecía su vida privada, también interfería en el trabajo; no podía dar un paso sin encontrarse con alguno de sus numerosos parientes y, por alguna razón, siempre iban acompañados de una mujer joven y soltera.


Necesitaba poner fin a todo aquello cuanto antes.


Pero antes de que pudiera decir nada, Paula se puso en pie.


—Señor Alfonso, no parece muy seguro —le dijo, sonriendo—. Voy a hacérselo más fácil. Se lo agradezco mucho, pero no es la primera vez que estoy un poco justa de dinero. Soy como los gatos; de una manera u otra, siempre caigo de pie.


—Siéntate, Paula —suavizó la orden con una sonrisa—. No dudo si ofrecerte trabajo o no, lo que dudo es qué trabajo ofrecerte.


Eso la hizo parpadear.


—Ah. Bueno… puedo hacer cualquier trabajo de oficina. Recepcionista, secretaria o ayudante, administrativo.


—¿Y qué le parece el trabajo de hacer de mi prometida? —Pedro cruzó los brazos sobre el pecho y enarcó una ceja—. ¿Cree que podría hacerlo?