Paula estaba en la habitación, sentada en la cama. Se había puesto vaqueros y una camisa de manga larga, y se estaba calzando unas botas de montar. Llevaba el pelo recogido en una cola de caballo. Pedro se escondió la flor en la espalda y la observó.
Era muy guapa. Y, aunque le sentaban bien los trajes, el pelo recogido y el maquillaje, le gustaba más así.
Levantó la vista y lo vio. Sonrió.
–Buenos días. No te he oído subir.
–Buenos días.
–Gracias por haberme dejado dormir.
–Me parecía justo. Anoche te mantuve despierta hasta muy tarde.
Ella sonrió y señaló hacia la ventana.
–He visto el camión. Supongo que el negocio ha ido bien.
–Perfectamente.
–Seguro que tu jefe se pone muy contento.
–Seguro.
–Bueno. ¿Voy bien así vestida?
Pedro sonrió.
–A mí me lo parece. Aunque… te falta algo.
Paula se miró de pies a cabeza.
–¿Una chaqueta?
Él sacó la flor.
–Esto.
Paula abrió mucho los ojos.
–Gracias –dijo Paula, sonriendo casi con timidez–. Es preciosa. La pondré en el jarrón para que no se marchite.
Se giró para hacerlo y Pedro la abrazó por la cintura.
–Anoche lo pasé muy bien, por cierto.
Ella suspiró, cerró los ojos y se apoyó en él.
–Yo también.
Pedro le dio un beso en el cuello y metió una mano por debajo de su camisa.
–Si no paras, no vamos a salir de aquí.
Él le dio un último beso y se apartó.
–¿Estás preparada para montar a caballo?
–La otra noche estuve horas viendo cómo se hacía por Internet.
Típico de ella, aunque no era lo mismo leer al respecto que hacerlo.
Bajaron las escaleras y Pedro tomó la cesta con el picnic antes de salir.
Buttercup y Lucifer estaban ensillados.
–¿Lista? –volvió a preguntarle a Paula.
–Eso creo –respondió ella, nerviosa.
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