domingo, 24 de abril de 2016

ILUSION: EPILOGO





La primavera había llegado al Big Blue. Los campos estaban en flor, los pájaros trinaban en los árboles y un sol radiante caldeaba las verdes colinas. Pedro le había advertido a Paula de que se estaban arriesgando mucho al celebrar la boda en el jardín, pero hacía un día espléndido. No había ni una nube en el cielo, y las azaleas, petunias y tulipanes llenaban de color el paisaje.


Paula había caminado en solitario hacia Pedro y el reverendo, que estaban bajo el dosel de madera. Sus hermanos se habían ofrecido a acompañarla, pero ella había dicho que sentía la presencia de J.D. a su lado.


Pedro nunca la había visto tan hermosa. Había elegido un sencillo vestido blanco por las rodillas, con finos tirantes y entrecruzado por detrás dejando la espalda al descubierto. 


Se había entrelazado florecillas silvestres en el cabello recogido y llevaba un pequeño ramo de acianos.


No era como Pedro se había imaginado su boda, pero era todo perfecto. Y cuando besó a la novia supo que estaban preparados para afrontar juntos cualquier obstáculo que la vida les pusiera por delante.


Más tarde, bajo un cielo plagado de rutilantes estrellas, los invitados seguían la fiesta en el jardín y bailaban. Paula bailaba con su hermano Dominic. Andres bailaba con una deslumbrante Tamara. Le había revelado a Pedro que pensaba declararse al día siguiente por la noche.


–¿Habéis elegido ya un sitio? –le preguntó Cesar a Pedro, mirando con una sonrisa a su mujer, Felicitas, que estaba hablando con Jesica. Acababan de descubrir que estaba embarazada de gemelos.


–Pau dice que deberíamos construir la casa en el prado, junto a Rustle Creek… En lo alto de la colina, para evitar las riadas.


–Puedo cederte la propiedad –le ofreció Cesar –. Tanto terreno como quieras.


–No es necesario. No creo que Pau quera dividir la finca.


–¿Va a conservar la mansión de Los Ángeles?


–No quiere desprenderse de ninguna de las posesiones de la familia. Pasaremos aquí bastante tiempo, pero seguiremos necesitando un sitio en Los Ángeles.


–Es una casa muy grande para dos personas.


–Esperemos que no por mucho tiempo… –Pau había dejado de tomar la píldora el mes pasado.


Cesar volvió a mirar a Felicitas y a Jesica.


–Parece que el clan de los Chaves seguirá creciendo a pasos agigantados.


–Y yo estaré encantado de contribuir.


–He puesto el listón muy alto –dijo Cesar, refiriéndose a los gemelos.


Pedro se rio y recorrió la multitud con la mirada. Marlene bailaba con el socio de mayor edad del bufete de Logan. Desde Navidad eran inseparables. Por su parte, Javier y Carola habían anunciado que también ellos esperaban un bebé.


–Creo que a J.D. estaría muy complacido –le dijo a Cesar.


–Estoy de acuerdo. Habría querido mucho a todos sus nietos y se habría sentido feliz por los fuertes lazos que unen a los miembros de la familia.


La banda empezó a tocar otro vals. Pau miró alrededor y Pedro supo que era su turno.


–Hola, señora Alfonso –la saludó al oído–. ¿Estás cansada?


–Un poco. Pero es un día perfecto, ¿verdad? Todo el mundo parece muy contento.


–Lo que más me importa es que tú seas feliz.


–Lo soy, Pedro. Soy increíblemente feliz.


–Podemos retirarnos cuando quieras.


–Unos minutos más –dijo Paula, y soltó un profundo suspiro–. Siento que la familia Chaves está iniciando un nuevo capítulo.


–Así es. Y yo me siento orgulloso de formar parte.


–Algo maravilloso está comenzando. Pero también está acabando algo maravilloso… Necesito un poco más de tiempo para asimilar la despedida.


Él la abrazó fuerte.


–Tómate todo el tiempo que necesites, cariño…




ILUSION: CAPITULO 31





Pedro no tenía prisa por volver a casa. Su vuelo salía para Frankfurt a las nueve de la mañana y no le apetecía encontrarse un apartamento vacío, de modo que fue al bar del Sagittarius y se acomodó en un asiento de cuero junto a la barra. El ambiente era agradable y estaban emitiendo un partido.


Le pidió una cerveza al camarero.


Tal vez buscase una amante en París. ¿Por qué no? El celibato no era una buena estrategia a largo plazo. Incluso podría empezar ya mismo. Seducir a una chica en el bar y…


–¿Está ocupado este asiento? –la voz femenina le provocó un escalofrío en la espalda.


Se giró lentamente y vio a Paula de pie ante él, preciosa y con expresión dubitativa. Tenía el pelo medio recogido y ligeramente rizado. Llevaba un vestido rosa claro con finos tirantes y falda con volantes.


–¿Le apetece tomar algo? –le preguntó el camarero.


–Brandonville Chablis –respondió Pedro por ella.


Paula se sentó.


–He acabado de trabajar y me iba a casa.


–¿Así vestida?


–Me he cambiado antes de salir de la oficina –dejó el bolso en la barra–. Quería… quería darte algo.


Extendió la mano y abrió el puño. Pedro bajó la mirada y vio el anillo de compromiso en su palma.


El corazón se le congeló y un dolor punzante le traspasó el pecho. Sabía que dolería, pero no se esperaba una sensación tan angustiosa. Por unos segundos se preguntó si podría volver a respirar.


–¿La farsa se ha terminado? –consiguió preguntar.


–La farsa se ha terminado –él no agarró el anillo y ella lo dejó en la barra. Pedro no podía ni mirarlo–. Hoy he despedido a Noah –le dijo en tono distendido. El camarero sirvió la copa de chablis y miró a Pedro como si quisiera unirse a la conversación, pero la expresión de este le hizo alejarse rápidamente.


–Buena decisión.


–También he despedido a Ken –pasó el dedo por el tallo de la copa. Tenías razón y yo estaba equivocada.


Él sacudió ligeramente la cabeza.


–¿Cómo dices?


–¿Me vas a hacer repetírtelo? Porque para mí es muy humillante. Parece que eras mejor presidente de Chaves Media que yo.


–¿Qué ha pasado? –repitió él.


–Me estaban saboteando.


–Era de esperar.


–Una cosa es estar en desacuerdo con tu jefe e intentar hacer valer tu opinión, pero otra muy distinta es intentar que un proyecto fracase y malgastar los recursos de la empresa. No estaba dispuesta a consentirlo. Y por eso también he despedido a Louie. Es la primera vez que hago algo así… –tomó otro trago–. Necesito esto.


Pedro resistió el impulso de agarrarle la mano.


–Me siento orgulloso de ti,Pau.


–Gracias. Yo también me siento un poquito orgullosa


–Y con razón –desvió la mirada hacia el anillo.


–He ascendido a Reece.


La mujer a la que amaba con todo su corazón había entrado finalmente en razón, pero sin embargo rompía otra vez con él.


–Hemos ido juntos a Cheyenne.


–¿Tú y Reece?


Ella asintió y Pedro sintió una punzada de celos. Agarró el anillo y se lo metió en el bolsillo de la camisa.


–Quería que Reece estuviera presente cuando ascendiera a Max Truger. Voy a contar con los dos.


–¿Has ascendido a Max?


Paula se giró hacia él.


–Tenías razón y yo estaba equivocada. Necesito ayuda para dirigir la empresa. Necesito personas en las que pueda confiar, y necesito dejarles hacer su trabajo de modo que yo pueda tener una vida.


Pedro sintió que el corazón se le henchía de amor.


–¿Entonces por qué me devuelves el anillo?


–El compromiso era falso, Pedro. No quiero un compromiso falso. Si voy a volver a llevar ese anillo, quiero que sea de verdad.


Pedro le costó un momento asimilar sus palabras. Y cuando lo hizo no podía creerlo.


–¿Estás diciendo que…?


Ella asintió.


Pedro se levantó. Todo el cuerpo le vibraba de entusiasmo, pero no podía ser allí, en un bar. La levantó de la silla y la sacó del bar. Al principio no sabía adónde ir, pero entonces usó su llave para entrar en el spa, cerrado y a oscuras. Cerró tras ellos y echó la llave.


–Cásate conmigo –le pidió, abrazándola–. Cásate conmigo, cásate conmigo, cásate conmigo.


–Sí –respondió ella con ojos brillantes, y él la besó con toda la pasión y amor que podía expresar.


–Te quiero, Pau.


–Te quiero, Pedro. Nunca imaginé que volvería a decírtelo.


Él la levantó en sus brazos y echó a andar.


–Dilo todas las veces que quieras. Todos los días de mi vida.


Avanzó por un estrecho pasillo.


–¿Vamos a hacer el amor en el spa?


–Está cerrado con llave y yo soy el dueño. De modo que… sí, vamos a hacerlo –entraron en una sala con una fuente iluminada y un gran sofá–. Hemos llegado –la acomodó en el sofá y la contempló con adoración–. Me encantas de rosa. 
Deberías vestir siempre así. Pero ahora quítate el vestido.


–Acabo de despedir a tres hombres por no mostrar el debido respeto.


–Oh, te lo mostraré, descuida… Te mostraré todo el respeto que mereces en cuanto te vea desnuda.


Ella extendió la mano.


–¿Antes puedo tener mi anillo?


Él se arrodilló, se sacó el anillo del bolsillo y se lo deslizó en la mano izquierda.


–Esta vez es para siempre.



–Para siempre –aseveró ella, y se echó hacia atrás para quitarse el vestido.




ILUSION: CAPITULO 30





Pedro se pasó tres días arrepintiéndose de su arrebato. 


Había sido demasiado duro y había presionado en exceso. 


Algún día Paula estaría lista para encontrar su equilibrio, pero todavía le faltaba mucho.


–Las convenciones de Premier Tech Corporation –anunció Luis en tono triunfal al entrar en el despacho de Pedro en el Sagittarius–. Cinco días al mes durante cinco años, quinientos invitados en cada una.


–¿Esto sale de los contactos de Andres? –preguntó Pedro, concentrándose en el trabajo.


–Vamos a enviarte a las ferias de Múnich, Londres y París –Luis dejó un montón de folletos en la mesa–. El negocio empresarial es el más lucrativo de todos. Partes el viernes. Elige a cinco miembros del personal para que te acompañen.


–¿No puedo elegir yo mi propia agenda?


–Tú te encargas de la expansión en el extranjero. Además, se trata de Londres y París, no de Siberia. ¿A quién no le gustaría ir a Londres y París?


Era una gran oportunidad. Y era un idiota si seguía esperando a Paula. Ella tenía su vida y él tenía que seguir con la suya. Le había dejado clarísimo que no quería sus consejos, ni lo quería a él.


–Supongo que debería empezar a formar un equipo de marketing.


Luis se sentó.


–Puedes contratar a gente nueva o ver si tenemos a alguien apropiado en el personal.


–Me gusta Gabrielle, de relaciones públicas. Es de París. Habla perfectamente francés e italiano.


–Y es muy guapa.


Pedro frunció el ceño.


En esos momentos no le interesaba ningún mujer que no fuera Pau.


–Seguramente tenga amigas guapas en París.


–Lo tendré en cuenta.


–¿Pau ha roto contigo? –le preguntó Luis. Pedro había dejado de fingir.


–No hemos vuelto a hablar desde la boda.


–Igual que la otra vez…


–Supongo. Todo estaba condenado desde el principio.


–¿Estás bien?


–Lo estaré. Al fin y al cabo he tenido seis meses para acostumbrarme.


Luis lo miró pensativo.


–Tengo la sensación de que nunca llegaste a superarlo. Y al volver a estar con ella… bueno, parecías estar muy bien juntos, Pedro.


–Lo estábamos, hasta que se acabó.


–¿No podía volver a funcionar?


–Durante un tiempo así lo creí –recordó la imagen de Paula durmiendo abrazada a él en el Big Blue–. Pensaba que teníamos otra oportunidad.


–Quizá puedas superarlo en París.


–Quizá.


–Llévate a Gabrielle. Sus amigas podrán ayudarte.


Pedro sonrió. Una aventura en Francia no entraba en sus planes. No podía imaginarse haciendo el amor con nadie más que con Paula



****


En la sala de juntas, Paula miraba a Noah y a Ken desde el otro lado de la mesa. Hasta ese momento había deseado desesperadamente que Pedro estuviese equivocado y ella tuviera razón.


–Son una bazofia –les dijo, cubriendo la pantalla de la tablet donde estaba examinando los guiones revisados.


–Creemos que van en sintonía con… –empezó Noah.


–No –lo cortó ella–. Son espantosos. Y es más, vosotros lo sabéis –la furia barrió su decepción–. Queréis que este proyecto fracase. No aprobáis mi nueva política y queréis hacer valer vuestra opinión como sea, a costa de frustrar el proyecto.


–Hemos hecho lo que nos pediste y… –empezó Ken.


–No –repitió ella–. Habéis intentado debilitar mi posición y aprovecharos de la empresa en vuestro propio beneficio. Pero no vais a conseguirlo –se levantó y llamó a su secretaria, quien respondió enseguida–. ¿Becky? Avisa a seguridad, por favor. Que vengan inmediatamente.


Noah y Ken palidecieron.


Hubo una brevísima pausa.


–Enseguida están allí.


Paula dejó el teléfono.


–Alguien de contabilidad se pondrá en contacto con vosotros para la indemnización, en la que estarán incluidos vuestros planes de pensión. El personal de seguridad os acompañará a vuestros respectivos despachos para que recojáis vuestros efectos personales.


La puerta de la sala de juntas se abrió y entraron dos guardias de seguridad.


–Estos dos caballeros ya no trabajan para Chaves Media –los informó Paula–. Por favor, asegúrense de que recogen todas sus cosas y que dejen los teléfonos de la empresa y sus llaves. Y que el departamento de informática bloquee sus cuentas.


Noah se puso en pie y los dos guardias avanzaron inmediatamente hacia él.


–¡No puedes despedirnos! –gritó.


–Acabo de hacerlo –dijo Paula, recogiendo tranquilamente sus cosas.


–¡Tenemos el apoyo del departamento creativo! –exclamó Noah.


–Y yo soy la presidenta ejecutiva –respondió ella desde la puerta.


–Te arrepentirás de esto –fueron las últimas palabras que oyó de Noah.


Becky la esperaba en el pasillo.


–¿Se encuentra bien?


–Mejor que nunca –se había quitado un gran peso de los hombros. Y cuando hiciera lo que le quedaba por hacer se sentiría aún mejor.








ILUSION: CAPITULO 29





Erika había cambiado su sofisticado traje de novia por un vestido más sencillo, sin mangas, con un corpiño ceñido y forrado de encaje marfil.


Paula y Tamara llevaban vestidos morados idénticos, sin mangas, con falda corta y botas de vaquero.


En las barbacoas de la terraza del ayuntamiento, los cocineros del Chaves Grill asaban la carne y el salmón, mientras que el pastelero había preparado una fabulosa tarta de limón y frambuesas.


Acabada la ceremonia y el banquete, Paula tenía la cabeza dividida entre Cheyenne y Los Ángeles. Por un lado se alegraba enormemente por Erika y Mateo, pero por otro estaba muy inquieta debido a la discusión que había tenido con Ken aquella mañana.


Una banda de la ciudad tocaba en el pequeño escenario, y los invitados se habían congregado alrededor de la improvisada pista de baile. El primer vals llegó a su fin y sonaron los primeros acordes de una popular melodía, la señal para que Paula y Pedro se unieran a los novios en la pista.


Vestido con un traje gris y unas botas de vaquero, Pedro la tomó de la mano y la acompañó al centro de la pista, donde la estrechó entre sus brazos. Paula encontró rápidamente el ritmo y dejó que Pedro la guiara, reprimiendo el impulso de acurrucarse contra su pecho, cerrar los ojos y olvidarse del resto del mundo.


–¿Dónde tienes la cabeza? –le preguntó él.


–Justo aquí. Igual que mis brazos, mis piernas y mis pies.


–Estás pensando en Chaves Media…


–¿Desde cuándo puedes leerme el pensamiento?


–Puedo leer tu expresión. Y no dejas de mirar a Noah con el ceño fruncido.


–Llevo todo el día sonriendo y mirando a Erika. ¿Verdad que está preciosa?


–Tienes que olvidarte de ello.


–¿Olvidarme de que la novia está preciosa? ¿Crees que estoy celosa?


Pedro la hizo girar.


–Olvidarte del trabajo. Estamos en una boda. Se supone que hay que divertirse.


–Me estoy divirtiendo.


–Tienes la cabeza llena de preocupaciones.


Ella esbozó una radiante sonrisa.


–¡Me lo estoy pasando bomba! –afirmó, pero en ese momento vio a Noah. Había ido a la boda, junto a Ken, Louie y muchos otros directivos y miembros del personal, ya que Mateo había trabajado con ellos durante muchos años. Los tres estaban hablando en un rincón. Una mujer se unió a la conversación, la secretaria de Noah, y le entregó un móvil. 


Noah se separó del grupo y su mirada se encontró con la de Paula. Pedro tiró de ella para apretarla contra el pecho.


–Déjalo ya –le susurró al oído, y la giró para que perdiera de vista a Noah.


–Están tramando algo.


–Olvídalos. No puedes estar trabajando a todas horas.


–Las cadenas emiten a todas horas.


–También mi hotel está abierto a todas horas, pero no estoy allí permanentemente.


–Tú no estás en guerra con tus directivos.


La canción terminó y empezó otra, pero ellos siguieron bailando.


–¿Todavía estáis en guerra?


–Sí, y eso es lo que me preocupa –le había dado a Ken los guiones actualizados y él le había dicho que intentaría hacer algo con ellos, pero Paula llevaba varios días esperando sus resultados.


–¿Qué ocurre?


–Creo que Ken está interfiriendo en mis guiones.


–Pues pregúntaselo.


–Ya lo he hecho, pero evita responderme.


–Hazte cargo, Pau. Pero que sea el lunes. Ahora baila conmigo.


–No puedo… –se calló a mitad de la protesta. No tenía sentido seguir discutiendo con Pedro.


Se obligó a relajarse y a concentrarse en los pasos de baile, en los fuertes brazos de Pedro, el olor de su piel y los latidos de su corazón. La música llenaba sus oídos y un arrebato de deseo le crecía en el pecho. Si pudiera escapar con Pedro y ocultarse en algún rincón, podría dar rienda suelta a su pasión y olvidarse de todas sus preocupaciones.


–Eso está mejor –le dijo él–. Tú, yo, Cheyenne… Como en los viejos tiempos.


Sus palabras eran demasiado íntimas. Tal vez era la naturaleza indómita que los rodeaba, pero aquel lugar los unía más y más.


–Te deseo, Pau.


A Paula se le cerró la garganta y no pudo articular palabra. 


Él se llevó la mano a los labios y la besó en la muñeca. Una exquisita ola de calor se le propagó por el brazo.


La canción terminó y el maestro de ceremonias anunció por los altavoces que había llegado la hora de cortar la tarta. Su voz fuerte y afable devolvió a Paula a la realidad. ¿Qué demonios le pasaba?


Se apartó de Pedro y abandonó a toda prisa la pista de baile. 


Había estado a punto de ceder, de pasar otra noche en sus brazos… ¿Cómo se podía ser tan tonta?


Entró en el guardarropa y se agarró a un estante para respirar hondo e intentar calmarse.


–¿Cuáles son los que han tenido peores índices de audiencia? –preguntó una voz masculina.


Paula se sobresaltó. El hombre que hablaba estaba al otro lado de la esquina, fuera de su vista.


–¿Del año pasado? –era Noah quien hablaba–. ¿La tercera temporada?


Paula caminó hacia él.


–Sería ideal tener una copia del guion… Sí, por favor –Paula torció la esquina y a Noah se le desencajó el rostro al verla–. Te llamaré más tarde –desconectó el móvil.


–¿Quién era?


–Alguien de Australia.


–¿Quién?


–Se llama Cathy, una simple secretaria. No la conoces.


–¿Qué estás haciendo, Noah?


Él se dirigió hacia la puerta.


–Estaba pidiendo información para hacer la versión de la serie.


–Estás ocupándote de la versión de la serie británica.


–La versión de Ken.


–¿Has visto los guiones? –sus sospechas iban en aumento.


–Sí.


–¿Los que he actualizado yo?


–Y también los de Ken. Admito que buenas ideas, Pau.


–Vaya, muchas gracias, Noah. Es muy amable por tu parte reconocer que tengo algo que aportar a Chaves Media.


–¿Qué está pasando aquí? –preguntó Pedro, apareciendo tras ella.


–Pues claro que tienes algo que aportar –dijo Noah en tono suave–. Tienes mucho que aportar. A todos nos gustan tus cambios. Estamos trabajando en ellos.


–¿Por qué te ocupas del proyecto de Ken?


–Ya basta –dijo Pedro–. Noah, este no es el lugar ni el momento…


–Largo –le espetó Paula.


–Márchate –le dijo Pedro a Noah.


Noah miró a Paula, visiblemente nervioso. Luego miró a Pedro y salió apresuradamente del guardarropa.


Paula se giró hacia Pedro, esforzándose para no estallar.


–No puedes socavar mi autoridad de este modo.


–Van a cortar la tarta.


–Me importa un bledo la tarta.


Él dio un paso adelante, casi tocándola.


–¿Oyes lo que estás diciendo? ¿Lo oyes?


–Noah estaba hablando con alguien de Australia, preguntándole por los programas con menor audiencia. No podía hacer oídos sordos.


–Sí, sí que podías. El lunes te ocuparás de lo que haga falta en la oficina.


–¿Eso es una orden?


Pedro apretó la mandíbula.



–Es una sugerencia amistosa.


–Perdiste el derecho de hacer sugerencias amistosas.


–¿Todo lo que hizo tu padre no significa nada para ti? Jugó conmigo, con tus hermanos, con la compañía… ¿y no has aprendido nada?


–Cállate, Pedro.


–No voy a callarme. No puedo callarme. ¿Quieres oír una orden, Pau? Si te diera una orden sería la siguiente: despide a Noah. Despide a Ken. Despide a Louie. Asciende a Max. Asciende a quien tú creas que es digno de confianza. Y luego déjales hacer su trabajo. No puedes encargarte de todo tú sola. Lo echarás todo a perder, no solo el trabajo, sino también tu vida.


Paula se enfureció. Había trabajado en Chaves Media mucho más tiempo que Pedro. Era ella en quien su padre había confiado. Era ella la que estaba al mando.


–¿Me estás diciendo cómo tengo que dirigir mi empresa?


–No –respondió él amablemente. Le levantó la mano izquierda y frotó el diamante del anillo–. Te estoy diciendo cómo ser mi mujer.


Paula se quedó de piedra.


–Hace mucho tiempo –continuó él–, conocí a una mujer hermosa, alegre y maravillosa, de la que me enamoré perdidamente. Quería pasar el resto de mi vida haciéndola feliz. Pero tú la has hecho desaparecer. Me la has robado y no sé qué hacer para recuperarla –le soltó la mano–. Si alguna vez vuelve a aparecer, avísame.


Se giró y se marchó.


Paula empezó a temblar y tuvo que agarrarse de nuevo al estante. La mujer a la que Pedro había conocido no se había ido a ninguna parte. Seguía allí. Si Pedro la amara, si de verdad la amara, la aceptaría como era, con sus virtudes y defectos. No podía quedarse solo con lo bueno y rechazar lo que no fuera perfecto. El amor no era así.