lunes, 21 de octubre de 2019

LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 72




De vuelta al hotel, Paula fue hasta su habitación para terminar de recoger sus cosas. Margo y Hernan se quedaron afuera. Era un poco incómodo estar solos de nuevo. Él tomó su mano y la llevó hasta un banco que había bajo las palmeras. Se sentaron y, durante un tiempo, ninguno de los dos habló. Después lo hicieron al mismo tiempo.


—Creo que deberíamos hablar sobre… —comenzó él.


—Mi padre y yo nos vamos… —dijo ella.


Los dos se detuvieron sin terminar sus frases y se miraron en silencio.


—¿Cuándo os vais?


—Esta tarde —le dijo ella—. Hay un vuelo a las cinco hasta San Juan.


—¿Esta tarde? ¿Pero qué pasa con…?


—Hernan, lo de anoche fue maravilloso, pero los dos sabíamos que esto no puede seguir más allá de estas vacaciones.


La verdad era que las palabras de Margo le sorprendieron. Pensó en todas las veces en que él había sido el que había salido huyendo, el que había dado excusas para no comprometerse a nada. Nunca había pensado en cómo se sentiría la persona que quedaba al otro lado de ese juego.


—¿Es por tu padre? ¿Crees que a él no le gustará?


—Es complicado.


—No, no lo es. No puedes irte, Margo. Acabamos de encontrarnos…


Sus palabras consiguieron estremecerla, lo notó en sus ojos, pero también se dio cuenta de que estaba muy confundida y de que no iba a poder convencerla.


Margo se puso en pie y acarició su mejilla, después se inclinó para besarlo. El sabor de sus labios le recordó su dulzura y todo lo que habían compartido la noche anterior. La noche que había conseguido cambiar su vida.


—Adiós, Hernan —le dijo ella alejándose de allí.


—Margo, ¡espera!


Pero ella caminó más deprisa, comenzó a correr y él se quedó de nuevo solo.



***

Hernan permaneció mucho tiempo sentado en el banco después de que ella se fuera.


Estuvo pensando.


Siempre había tenido problemas para confiar en la gente. Su vida había sido una sucesión continua de juegos y diversión. Así había querido que fuera.


Hasta que conoció a Margo unos días. Ella había conseguido abrirle los ojos y se había dado cuenta de que su vida estaba vacía. Sabía que sin ella estaría solo, como nunca se había sentido.


No podía creerse que una mujer de treinta y cinco años pudiera rechazarlo sólo porque pensaba que su padre no aprobaría esa relación. Pensó mucho en ello. Le dio vueltas y más vueltas hasta llegar a la conclusión de que lo que Margo quería no era el consentimiento de su padre, sino algo completamente distinto.


Necesitaba saber que con él iba a estar segura, que el hombre que estuviera con ella iba a cuidarla siempre.


Sabía que él era ese hombre, no tenía ninguna duda. Se levantó con decisión. Tenía que demostrarle al profesor Sheldon que así era, y después se lo mostraría a Margo.





LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 71




Paula encargó al hotel que un taxi los recogiera a Luis y a ella al día siguiente para volver al orfanato. El cálido ambiente estaba cargado de humedad esa mañana y no había ni una nube en el cielo azul.


Luis iba sentado muy cerca de ella y apoyaba la cabeza en su hombro. Paula sabía que estaba triste y no tenía ni idea de cómo iba a poder despedirse de el y dejarlo de nuevo en el hogar infantil.


Cuando el taxi llegó al edificio de adobe, Luis estaba tan apesadumbrado que no levantó la vista. Paula le pidió al conductor que la esperara. Salieron del coche y acompañó al niño hasta la puerta, donde los esperaba Scott.


Luis no lo miró a la cara. Temía que lo riñera por haberse escapado, pero Scott se agachó y lo abrazó con cariño.


—Me alegra que estés bien, hijo —le dijo.


Luis asintió e intentó no llorar. A Paula también le quemaban los ojos y tenía un nudo en la garganta que apenas la dejaba hablar.


—Es un niño maravilloso —le dijo a Scott.


—Sí, lo es. Gracias por traérmelo de vuelta sano y salvo.


—No hay de qué. Ha sido un placer.


Luis se separó de Scott para mirarla. Ella se puso frente a él de rodillas y tomó las manos del pequeño entre las suyas.


—Me encantaría volver algún día a verte, si a ti te parece bien.


Luis se quedó mirándola con sus grandes ojos marrones, no sabía si podía creerla. Después asintió.


—Me encantará que vengas.


—Entonces, trato hecho —repuso ella abrazándolo con fuerza y sin ocultar las lágrimas que caían por sus mejillas.


No le dijo nada más porque no sabía cuándo podría volver a ese sitio, pero estaba segura de que lo haría. Le dio otro abrazo y corrió de vuelta al taxi.


Miró hacia atrás mientras se alejaban de allí. Luis la despedía agitando la mano.


Cuando volvió al hotel, se encontró con las hermanas Granger. Estaban esperando a que un taxi las llevara a la ciudad.


—¿Cómo estás, querida? —le preguntaron a la vez al ver su cara.


—Acabo de devolver a Luis al orfanato.


Las señoras la abrazaron con ternura y le frotaron la espalda.


—Es un niño encantador y dulce —le dijo Lyle.


—Y parecía encantado contigo —agregó Lily.


—¿Por qué no piensas en adoptarlo? —le preguntó Lyle.


Paula se apartó unos centímetros de ellas y se limpió las lágrimas con el dorso de la mano.


—Creo que no estoy en condiciones de hacer algo así —les dijo—. Mi vida está ahora mismo hecha un desastre.


—A lo mejor él es lo que necesitas para arreglarla —le sugirió Lily—. Estoy segura de que tú serías una madre increíble para Luis.


Lyle tomó la mano de Paula y la miró a los ojos.


—Cuando llegas a mi edad, te das cuenta de algo muy importante, Paula. Las únicas cosas que merecen la pena en la vida son las cosas que nunca pensaste que eras capaz de hacer, pero que hiciste de todas formas. El resto… El resto no importa para nada.


Paula asintió, no tenía palabras. Le parecía increíble que, después de todo lo que había pasado, esas mujeres la vieran como a una persona que merecía tener algo tan precioso como Luis.


Las abrazó de nuevo y les dijo que iba a irse esa misma tarde. Había hablado con Juan esa mañana y su secretaria le había reservado un vuelo de la isla de Tango a la República Dominicana. Allí tomaría otro con destino a Miami, donde había dejado su coche.


Prometieron mantenerse en contacto e intercambiaron direcciones y números de teléfono.


Después, las observó con dolor mientras se alejaban del hotel en su taxi.


—¡Paula!


Se giró y se encontró con Margo, que la saludaba desde la entrada del hotel. Fueron juntas hasta la cafetería y pidieron un té helado en la terraza que daba al mar.


Le bastó con mirarla para darse cuenta de que las cosas habían progresado y mucho con Hernan.


—Tienes un resplandor especial —le dijo con una sonrisa.


Margo se ruborizó ligeramente.


—¿Tan evidente es?


—Me alegro mucho por ti, pero no puedo negar tampoco que siento algo de envidia.


—No me imagino que nada permanente pueda salir de todo esto —le confesó Margo.


—¿Te gustaría que fuera a más?


—He preferido no pensar en esa posibilidad.


—¿Por qué?


—Mi vida es complicada, me preocupa mi padre…


—Y él se preocupa por ti. Pero estoy segura de que quiere verte feliz.


—Hernan vive en un yate y se pasa la vida navegando por el Caribe. Yo vivo en Massachusetts. ¿Cómo iba a poder funcionar algo entre nosotros?


—Si lo vuestro es de verdad, acabará ocurriendo.


—Ése es el problema, que no sé si es de verdad.


Margo se quedó callada unos segundos.


—¿Y que pasa contigo, Paula? Pedro y tú estabais…


—Eso se ha acabado.


Margo se inclinó hacia ella y tomó su mano.


—¿Estás segura?


—Algunas cosas no se pueden reparar, se rompen y se quedan así…


Hernan apareció entonces en la terraza. Se inclinó y besó a Margo en la mejilla.


—Acabo de enterarme de que han encontrado el barco —les contó—. Tu ex marido y su ayudante están detenidos en la cárcel local.


No sabía cómo reaccionar. Una semana antes, habría estado encantada de ver a Agustin entre rejas, pero en ese instante sólo sintió una gran pena al ver el desastre en el que se había convertido su vida.


—¿Crees que conseguiréis que os devuelvan todo?


—Voy al puerto ahora para asegurarme de que sea así. ¿Queréis venir conmigo?


Ellas estuvieron de acuerdo y salieron del hotel para tomar un taxi que los llevara al muelle.


El barco estaba atado allí y verlo le hizo pensar en Pedro. Se le llenaron los ojos de lágrimas. 


Tenía un gran vacío en su corazón, una sensación de gran pérdida.


Hernan consiguió un permiso para subir a bordo y recoger sus cosas. Ella fue hasta su camarote. 


No le sorprendió comprobar que su maleta había sido registrada y saqueada. Toda su ropa estaba esparcida por el suelo. Recogió todo y volvió a meterlo en su maleta. La bolsa de piel con el dinero no estaba en ningún sitio a la vista. Salió de la habitación sin preocuparse por buscarla con más detenimiento.


Sabía que era una mala idea, pero necesitaba verlo.


Hernan y Margo la acompañaron hasta el pequeño edificio de la cárcel de la isla de Tango. 


Les había dicho que no era necesario, pero ellos insistieron.


Cuando llegó a la puerta y se dio cuenta de que Agustin estaba allí dentro en alguna celda, se alegró de que sus amigos estuvieran allí con ella.


Dio su nombre al oficial y pidió permiso para verlo. Tuvieron que esperar casi media hora antes de que alguien saliera y la acompañara dentro.


Había cuatro celdas a cada lado del pasillo y Agustin estaba en la última de la derecha. 


Estaba sentado en el estrecho catre y tenía la cabeza apoyada en las manos.


El guardia la dejó allí y fue a esperar al lado de la puerta. Agustin levantó entonces la vista e hizo una mueca al verla. Algo así como una triste sonrisa.


—Me preguntaba si vendrías a verme…


Ignoró sus palabras.


—¿Cómo nos encontraste en esa isla desierta? —le preguntó.


—Gracias a la tecnología moderna y a un pequeño aparato localizador que dejamos escondido en el barco.


—¿Por que no entraste directamente a mi habitación del hotel? Tuviste un montón de oportunidades.


—Bueno, siento no haberte consultado sobre cómo robar. Está claro que tú eres la experta.


—¿Cómo has podido hacer esto, Agustin?


—¿El qué? ¿Aprovecharme de ti? —preguntó el con incredulidad—. ¿Cómo no iba a hacerlo? Eras un blanco tan fácil… De no haber sido yo, lo habría hecho cualquier otro.


Sus palabras la hirieron como una puñalada en el pecho. Lo peor era saber que tenía razón. Se sentía más avergonzada que enfadada con él.


—Tienes razón —le concedió—. Era un blanco fácil.


Paula abrió sorprendido los ojos.


—¿Cómo? ¿Ya no quieres vengarte de mí?


Lo miró durante unos instantes, el tiempo suficiente como para que él se sintiera incómodo.


—La verdad es que sí, ya he terminado contigo. Completamente.


Se dio la vuelta y se alejó de la celda.


—¡Paula! —la llamó el—. ¡Espera! ¡Tienes que sacarme de aquí!


—Llama a Tiffany —le respondió sin detenerse.


Con cada paso que daba, se sentía más ligera.


 Y liberada.




LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 70




La dirección que Alejandro le había dado en el aeropuerto de Atlanta una hora antes estaba a las afuera de la ciudad, en un lujoso barrio.


Aparcó el coche de alquiler frente a la casa, salió del vehículo y fue hasta la puerta, controlándose para no salir corriendo. Se imaginó a Pamela observándolo desde una de las ventanas y huyendo por la puerta de atrás.


Hizo sonar el timbre. Tenía el corazón en la garganta. Pocos segundos después, la puerta se abrió y apareció Pamela. No parecía sorprendida de verlo allí, era como si lo hubiera estado esperando. Estaba más delgada, como si por ella también hubiera pasado el peso de esos dos últimos años.


—Hola, Pedro —le dijo—. Pasa.


Se quedó parado, perplejo al ver lo calmada que estaba. Hizo un esfuerzo para moverse y seguirla dentro del vestíbulo y hasta un gran salón con vistas a un enorme jardín. Era una habitación muy elegante, como las que salían en las revistas de decoración.


Pamela se detuvo frente a la chimenea y le hizo un gesto para que se sentara.


Pero él no lo hizo y fue directamente al grano. 


Estaba fuera de sí.


—Quiero ver a Gaby. ¿Dónde está?


—Arriba —le dijo.


—¿Vas a ir a por ella o lo hago yo?


—¿Puedes esperar un momento? —le preguntó con educación.


—Ya he esperado durante dos años…


—Sabía que nos encontrarías, tarde o temprano.


Explotó en ese instante.


—Entonces, ¿qué ha sido esto? ¿Una especie de juego para ti?


—Nunca ha sido un juego.


—¿Qué ha sido entonces?


Ella suspiró y se pasó una mano por el pelo.


—Cuando me fui de casa, lo hice porque estaba muy enfadada contigo, Pedro.


—¿Y quedó tu sed de venganza satisfecha al quitarme a mi hija?


—No tenía intención de separarla de ti durante tanto tiempo —se defendió Pamela—. Pero empecé una nueva vida yo sola y me pareció más sencillo comenzar desde cero, sin pensar en el pasado.


Pedro se quedó mirándola con perplejidad. No tenía palabras.


—¿Más sencillo para quien, Pamela? ¿Para mí? ¿Para Gaby? ¿O más sencillo para ti?


Pamela apartó la mirada.


—Creo que pensaba en los tres cuando tomé la decisión.


—Bueno, pues te aseguro que estabas equivocada.


Ella cruzó los brazos sobre el pecho y se quedó mirándolo a los ojos.


—¿Por qué nunca informaste a la policía de la desaparición de tu hija?


—Por una razón, sólo una razón. No quería destruir la imagen que Gaby tenía de ti. ¿Qué le has contado, Pamela? ¿Dónde le has dicho que he estado durante estos dos años?


Pamela bajó un segundo los ojos antes de contestar.


—Le dije que en tu vida no había sitio para nosotras. ¿Crees que le he mentido?


En ese instante, Pedro entendió que la gente hiciera cosas en situaciones límite de las que nunca se hubieran sentido capaces y de las que después se arrepentían. Dio un paso atrás y contó hasta cinco para controlarse.


—Por muy mala imagen que tuvieras de mí, Pamela, nunca merecí que me hicieras algo así. Me has robado dos años de la vida de mi hija. Dos años que ninguno de los dos podremos nunca recuperar.


Sacó el teléfono móvil de sus pantalones y lo abrió.


—Vas a bajar a Gaby ahora mismo y contarle la verdad delante de mí —le advirtió—. Si no lo haces, llamaré a la policía y les contaré que secuestraste a mi hija violando nuestro acuerdo de custodia compartida.


Pedro


—No pienso negociar contigo.


—¿Y si me odia por lo que he hecho? —preguntó con voz temblorosa.


—¿Como seguramente me odie a mí por tu culpa?


Pamela sacudió la cabeza y abrió la boca para decir algo, pero se calló.


—Ahora vuelvo.


Esperó con impaciencia. Se preguntaba si Gaby querría verlo. Después de lo que le había contado su madre, no podía echarle nada en cara si no quería saber de él.


Un minuto después, escuchó pasos en las escaleras.


Gaby entró corriendo en el salón. Llevaba largo su pelo rubio y estaba más alta. Pedro tenía tanta emoción en la garganta que apenas podía hablar.


—Gaby… Mi pequeña… —le dijo con temblor en la voz.


—Papá —contestó la niña con lágrimas en los ojos—. ¡Papá, has vuelto!


Y con esas palabras y llorando, se echó a los brazos abiertos de su padre.