miércoles, 22 de marzo de 2017

PROBLEMAS: CAPITULO 20




Las sombras del atardecer caían sobre el patio delantero de la casa de Paula.


Esta aparcó el coche en el sendero que llevaba a la casa, salió y cerró la puerta de un golpe. Pedro la siguió y aparcó su coche detrás del de ella.


Paula subió las escaleras del porche sin esperarle y abrió la puerta de la casa.


-No te va a servir de nada correr -dijo Pedro cuando Paula entró en la casa-. No pienso irme. No hasta que hayamos aclarado las cosas definitivamente.


Paula dejó su bolso y la cámara sobre la mesita de la entrada. Luego descargó la escopeta y la dejó junto con los cartuchos en la mesa del cuarto de estar mientras se dirigía a la cocina.


Mientras se llenaba un vaso de agua en el fregadero, Pedro se colocó tras ella, pero no la tocó.


-Vete, Pepe. Creía que ya habíamos aclarado definitivamente las cosas. Lo hicimos la otra noche en el Pale Rider.


-Sí, yo también lo creía, pero estaba equivocado.


-No, no estabas equivocado -Paula dio varios sorbos a su vaso de agua y luego se volvió-. Aclaramos las cosas. Están aclaradas. Nadie te ha pedido que vinieras al bosque a salvarme, ¿no?. Desde luego, yo no te he pedido ayuda esta vez.


-¿Me estás diciendo que cuando le contaste a Solange a dónde ibais tú y Susana ni siquiera pensaste en la posibilidad de que se le ocurriera llamarme?


-¡Por supuesto que no! Yo... bueno, no creo que lo hiciera. ¿Oh, sí? Oh, ya no lo sé. Tal vez sí. Tal vez esa fue la razón por la que se lo dije. No lo sé. Estoy totalmente confundida en lo que se refiere a ti y a mí.


-¿Tú crees que estás confundida? ¿Y cómo crees que me siento yo? -Pedro la cogió por los hombros con firme suavidad-. Mi vida es un lío cuando estás en ella, pero he descubierto que tampoco merece mucho la pena sin ti.


-Por favor, Pepe, no digas cosas de las que luego puedas arrepentirte. Nada ha cambiado entre nosotros. Yo sigo siendo yo y tú sigues siendo tú. Quiero vivir en una ciudad pequeña y tranquila y llevar una vida sin complicaciones. Tu quieres vivir en Nashville y dirigir todo el estado.


-Paula Chaves, tu vida está más llena de complicaciones que la de cualquier mujer que conozca, viva en una ciudad pequeña o grande.


Paula sabía que no podía escapar de Pedro, de sus firmes y posesivas manos, de la ardiente y apasionada mirada de sus ojos. Pero si no le detenía en ese momento le sería imposible hacerlo más tarde.


-Quiero que te vayas, Pedro. Ahora.


-¿Quieres que me vaya?


-Sí.


-No puedo hacerlo.


Paula se apartó de él y Pedro la cogió por la muñeca.


-Puedo cuidar de mí misma, Pepe. Ya lo has comprobado hoy, ¿no? No sé si le dije a Solange a dónde íbamos porque subconscientemente quería que vinieras a rescatarme. Tal vez sí. Pero el fondo de la cuestión es que puedo sobrevivir sin ti.


-¿De verdad, Paula? ¿De verdad puedes sobrevivir sin mí? -
Pedro la atrajo lentamente hacia sí hasta que sus cuerpos se tocaron-. Pues yo he descubierto algo muy importante hoy, Paula Chaves. No puedo sobrevivir sin ti.


Paula lo miró sin poder creer lo que había oído.


-No lo dices en serio.


-Por supuesto que lo digo en serio, Paula -Pedro la rodeó con un brazo por la cintura, mientras alzaba la otra mano para acariciarle el rostro-. Estoy tan confundido como tú sobre nosotros. Todo lo que sé es que estoy cansado de luchar contra el deseo que siento por ti. Estoy cansado de protegerme de ti y de protegerte de mí.


-Oh, Pepe -Paula entendía demasiado bien de qué le estaba hablando Pedro.


Era ahora o nunca. Si le rechazaba esa vez no tendrían otra oportunidad.


-Sólo puedo pensar en ti, Paula. Día y noche. Eres lo primero en lo que pienso cuando me despierto por la mañana, y tu rostro me persigue cuando cierro los ojos por la noche -Pedro acarició con gran ternura la mejilla de Paula-. Te quiero, Paula. Te quiero como nunca he querido a nadie en mi vida.


Paula sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.


-Nunca he querido a nadie más que a ti, Pepe. Sólo a ti. Siempre a ti -Paula se rindió a él, dándole el derecho a tomarla y a hacerla suya. Era lo que siempre había querido.


Cogiendo su rostro entre las manos, Pedro la atrajo hacia sí, besándola con tierna pasión en los labios. Paula se acercó a él, rodeándole la cintura con los brazos.


Pedro deslizó las manos por su garganta, por sus hombros y brazos, apretándose con fuerza contra ella.


Su beso se hizo más profundo, intensificándose hasta que Paula abrió la boca para dejarle entrar. Pedro deslizó las manos por su cuerpo como si quisiera memorizar cada curva. Su lengua acarició y saboreó la boca de Paula. Gimiendo de placer, ella se frotó contra él, buscando un contacto más cercano, deseando ser una parte del hombre al que amaba.


Pedro la alzó en brazos. Paula le rodeó por el cuello. Cerró los ojos y suspiró profundamente mientras la llevaba al dormitorio.


-He soñado con esto muchas veces -admitió él, tumbándola sobre la cama-. He soñado que te cubría con mi cuerpo, que te quitaba la ropa poco a poco, besando cada rincón de tu cuerpo...


Paula le puso un dedo en los labios.


-Los abogados habláis demasiado dijo, sonriendo-. No tienes que convencerme. Ya me tienes.


-¿Quieres menos charla y más acción? -tumbándose en la cama junto a ella, Pedro empezó a desabrocharle la blusa-. No sé qué es lo que te gusta en un amante. Dime lo que quieres, Paula, y sea lo que sea lo haré.


-Yo... no estoy segura -¿no sabía Pedro que no había tenido otro amante, que él era el primer y único hombre al que había amado-. Todo lo que sé es que te quiero a ti, Pepe.


-Voy a hacer que disfrutes de verdad. Lo prometo.


Pedro fue quitándole una a una cada prenda de su cuerpo. La blusa. El sujetador. Sus manos la acariciaban, sus labios la consumían. Los vaqueros cayeron al suelo seguidos de las braguitas. A la vez que besaba sus senos deslizó las manos hasta sus caderas, alzándola contra la tensa erección que ocultaban sus pantalones y calzoncillos. Palpitaba de deseo, de necesidad de enterrarse en lo profundo de aquella hermosa mujer.


Pero no quería hacerlo con prisas. Había prometido que iba a hacerla disfrutar y así iba a ser, aunque muriera de deseo en el intento. Quería borrar de la mente de Paula cualquier experiencia anterior y el recuerdo de cualquier hombre que hubiera conocido los placeres de su cuerpo.


Paula tiró de la camisa de Pedro, sacándosela de los pantalones. Luego se la desabrochó y se la quitó, arrojándola al suelo. Deslizó las manos por su ancho y fuerte pecho hasta el cinturón. Trató de soltarlo pero no lo logró. Gruñó, frustrada.


Pedro cubrió sus anhelantes manos con las suyas.


-Todavía no.


-Pero Pepe... por favor.


-Aún no estás lista.


-Lo estoy.


-No estás lo suficientemente caliente, querida. . Ni lo suficientemente húmeda y anhelante -deslizando las manos entre las piernas de Paula, Pedro buscó el centro de su deseo. Cuando empezó a acariciarla, Paula gritó, alzando las caderas para encontrarse con su mano-. Pero estarás
preparada cuando te tome. Estarás más que preparada.


Paula alargó las manos hacia él. Pedro se las cogió, las alzó por encima de su cabeza y le hizo colocarlas sobre la cama.


-Sabía que estarías anhelante, que harías el amor como el resto de las cosas en tu vida. Ah, Paula, Paula. Mi dulce y hermosa Paula.



La besó con fuerza, hundiéndose en su boca una y otra vez, sustituyendo con aquel acto el que estaba posponiendo deliberadamente. Cuando Paula le rodeó por las caderas con las piernas sintió que un intenso fuego ardía en su interior, deseando explotar.


Se apartó de sus labios, le chupó la barbilla, el cuello, el lóbulo de la oreja...


-Así, así -murmuró-. Siente la necesidad. Deséame. Deséame desesperadamente.


-Te deseo -gimió Paula, cuando Pedro cubrió con sus labios uno de sus pezones, mordisqueándolo y jugueteando con él con su lengua- No, por favor... por favor...


Paula no sabía cuánto tiempo pasó Pedro besando y acariciando cada parte de su cuerpo. Había perdido el sentido del tiempo, incluso de la realidad. Su mundo consistía exclusivamente en Pedro Alfonso y en las deliciosas sensaciones que despertaba en ella.


El fuego de la pasión ardía en el interior de Pedro. Hizo el amor con Paula como nunca lo había hecho con ninguna otra mujer, con todo el desesperado deseo contenido durante aquellos años. Nunca había conocido nada parecido y supo que nunca lo conocería con otra mujer. Sólo con Paula. Su Paula.


Cuando Pedro le hizo separar las piernas y alzó sus caderas en sus grandes manos, Paula cerró los ojos y gritó sin saber qué iba a pasar. Y cuando notó los labios de Pedro entre sus muslos sintió que se derretía. Pedro la besó y la acarició con su lengua, llevándola al borde de la culminación. Paula se aferró a sus hombros, clavándole sus cortas uñas en la carne, aferrando sus duros músculos. Con una última caricia la llevó hasta la cima. Gimiendo, jadeando y gritando, Paula tembló de liberación.


-Ahora estás preparada -con urgencia, Pedro terminó de desnudarse y se tumbó sobre ella-. Ahora te haré mía -la besó rápidamente, con fuerza-. Quieres ser mía, ¿verdad, Paula?


-Sí, oh, sí.


Pedro la penetró de un profundo empujón. Paula gritó debido al inesperado dolor y la increíble sensación de culminación. Pedro se detuvo de repente, con el cuerpo temblando por el esfuerzo de mantenerse totalmente quieto.


-¿Paula?


Paula sabía qué le estaba preguntando, pero no quiso responder.


-No pares por favor, no pares nunca de amarme.


-No quiero hacerte daño.


-Me harás daño si paras, si no me haces tuya.


Lentamente, con gran ternura, Pedro la penetró más y luego se retiró. Paula se aferró a él. Pedro entró y salió de ella repetidamente, despacio y con suavidad al principio, incrementando gradualmente la velocidad y la fuerza.


Pedro empezó a perder más y más el control, pero también ella, que se aferraba a él como si quisiera fundirse en un sólo cuerpo.


Rápido, ardiente e innegable, su clímax llegó sólo momentos después de que Pedro cayera entre sus brazos, con el cuerpo estallando en espasmos de liberación.


Temblando con apasionada fuerza, sintiendo la palpitación de Pedro en su interior, Paula lo abrazó con fuerza, sintiendo que flotaban en la cima del placer.


Al cabo de un rato, Pedro se tumbó junto a ella y la cogió entre sus brazos con indecible ternura. Paula era su mujer. 


Ahora y para siempre.


-Te amo, Pepe -susurró Paula-. Nunca he amado a nadie excepto a ti.


-No te merezco. Eres demasiado buena y demasiado honesta para un hombre como yo.


Paula apoyó una mano sobre el pecho de Pedro y lo acarició.


-Yo sí creo que me mereces. Tengo la sensación de que el destino ha decidido que yo era justo lo que necesitabas y esa es la razón por la que ha hecho que siguiéramos juntos todos estos años.


-Pensaremos en los detalles de esta relación más tarde, cariño. Ahora mismo no quiero pensar más. Sólo quiero sentir




PROBLEMAS: CAPITULO 19





-Dame la cámara y podéis iros tranquilamente -dijo Lobo, dando un paso hacia ellas.


Paula no quería soltar la primera evidencia que se conseguía sobre las actividades ilegales de Lobo, pero existía la posibilidad de que tratara de hacerles daño si se negaban. Aunque, por supuesto, tenían un par de ventajas. Solomon y la escopeta.


Paula no se dio cuenta de lo que pasaba hasta que fue demasiado tarde. Susana echó a correr y se lanzó contra Lobo Smothers, aferrándose a él.


-¡Corre, Paula, corre! -grito-. No dejes que coja la cámara.


¡Diablos! ¡Ahora sí que la habían fastidiado!, pensó Paula. ¿Qué locura le había dado a Susana?


Lobo arrojó a Susana al suelo y luego hizo que se levantara cogiéndola por la muñeca. Su sonrisa se convirtió en una desagradable mueca.


-Venga, Paula, echa a correr. Llévate tu cámara y deja a tu amiga detrás. Hace años que quería conocer a la señorita Susana. Para cuando vuelvas con ayuda creo que nos habremos convertido en algo más que buenos amigos.


Paula tragó. Lobo la tenía atrapada. Los dos lo sabían.


-Suéltala y te daré la cámara.


-¡No! -gritó Susana-. No se te ocurra...


Lobo le tapó la boca con la mano y dio un alarido cuando Susana le mordió. En el momento en que la soltó, Paula le dio a Solomon la orden de ataque y ella y el gran danés salieron disparados hacia Lobo. Susana se apartó lo más rápido que pudo.


Solomon saltó sobre Lobo, arrojándolo al suelo. Cuando Paula pensó que Lobo estaba lo suficientemente amedrentado le ordenó a Solomon que parara y apoyó el
cañón de la escopeta contra el pecho de Lobo.


-Susana, vete a por ayuda mientras yo mantengo a raya al señor Smothers.


-No puedo dejarte sola con ese hombre.


-Susana, vete a por ayuda. ¡Ahora mismo!


Obedeciendo al instante, Susana salió disparada entre los árboles.


Pedro y Lorenzo vieron que Susana llegaba corriendo al claro del antiguo camping en el que habían aparcado el coche junto al de Paula.


Susana corrió directamente a los brazos de Lorenzo. Este la abrazó, tratando de calmarla.


-¿Dónde está Paula? -preguntó Pedro.


Susana se apartó de Lorenzo.

-En el bosque, reteniendo a Lobo Smothers con la escopeta.


-Enséñanos dónde.


-Creo que lo recordaré -Susana tiró de la mano de Pedro-. He corrido todo lo posible para volver al coche y he tratado de memorizar el camino.


Pedro y Lorenzo siguieron a Susana al interior del bosque. Lorenzo sacó la pistola de su funda. Cuando ya habían avanzado bastante hacia el interior, Susana empezó a llamar a Paula a voces. Al cabo de unos momentos Paula contestó.


-Estoy aquí, Susana. Estoy bien. ¿Ya has encontrado ayuda?


-Lorenzo y Pedro están conmigo -dijo Susana mientras llegaban al claro-. Acababan de llegar cuando yo iba hacia el coche.


Si Pedro no hubiera estado asustado por Paula y enfadado con ella por haber cometido aquella estupidez, habría encontrado la escena que tenía ante sí tan divertida como el sheriff Redman.


El enorme Lobo Smothers yacía tumbado con la espalda contra el suelo. Las patas delanteras de Solomon descansaban sobre su pecho y Paula sostenía la escopeta a escasa distancia de su estómago.



*****


-¿Cómo habéis averiguado que estábamos aquí? -preguntó Paula, mirando rápidamente a Pedro antes de volver su atención de nuevo a Lobo.


-Solange llamó. Estaba preocupada por vosotras -Pedro nunca había experimentado la mezcla de emociones que se estaban agitando en su interior en esos momentos. El miedo, la rabia y la pasión eran una mezcla mortal.


-No tenía por qué haberte llamado. Nosotras nos hemos hecho cargo de todo - tras apartar la escopeta del estómago de Lobo, Paula le ordenó a Solomon que se alejara-. Le cedo al señor Smothers, Lorenzo. Y tengo aquí unas fotos que le van a parecer muy interesantes dijo, palmeando la cámara que colgaba de su cuello.


Lorenzo movió la cabeza.


-Levántate, Lobo. Voy a llevarte gratis a la cárcel. Tienes muchas preguntas que responder.


Lobo no protestó mientras Lorenzo lo sacaba del bosque con las manos esposadas a la espalda. Pedro se dirigió de inmediato a Paula, cogiéndola por los hombros.


-¿Qué diablos crees que estabas haciendo? Lobo podría haberos matado a ti y a Susana.


-Pero no lo ha hecho, ¿no? -Paula se apartó de él-. Las dos estamos perfectamente.


-Yo voy a volver al pueblo con Lorenzo -dijo Susana- Si quieres darme la cámara me encargaré de que las fotos lleguen a Lorenzo y contestaré a sus preguntas.


-No es necesario -dijo Paula-. Podemos volver juntas.



-Dame la cámara, Paula -Pedro cogió la cámara del cuello de Paula-. Yo os voy a llevar a las dos en mi coche y luego tú y yo vamos a tener una larga charla.


-¿Sobre qué? -preguntó Paula, permitiendo que Pedro cogiera la cámara.


-Sobré por qué no pareces capaz de mantenerte alejada de problemas y sobre por qué no parezco capaz de mantenerme alejado de tu vida.






PROBLEMAS: CAPITULO 18






Octavio le alcanzó a su hermano un sándwich de la bandeja que Patricio había preparado aquella mañana, antes de salir de compras con su hija Allie. Pedro aceptó el sándwich, le dio un bocado y lo dejó sobre la servilleta junto a su lata de cerveza.


Trató de fijar su atención en el televisor, donde su equipo favorito de béisbol estaba haciendo progresos. Pero mientras miraba a Claudio Chaves, el lanzador estrella del
equipo, sólo podía pensar en la hermana pequeña de Claudio, en la mujer que quería desesperadamente, en la mujer a la que había apartado de su vida para siempre.


-¿Quién iba a pensar que Claudio acabaría siendo una estrella del béisbol? -dijo Octavio.


-Siempre fue un buen atleta. Mejor que cazador y pescador, como sus hermanos y yo -dijo Pedro.


-¿Cuándo lo viste por última vez?


-Hace dos o tres años -Pedro cogió su cerveza, la vació de un trago y aplastó la lata en la mano-. Fui a Atlanta a ver un partido y luego Claudio me llevó a visitar la ciudad.


-¿Cuándo vino él por última vez a Crooked Oak?


-Sólo ha vuelto una o dos veces desde que terminó sus estudios. Volvió para el funeral de Claude. Sé que llama a Paula bastante a menudo y que ella va a verle algunas veces al año.


Octavio apoyó la espalda en el gran sofá de cuero en el que estaba sentado junto Pedro.


-Cuando los Chaves se fueron lo hicieron definitivamente, ¿no?


-Eso parece -dijo Pedro-. Pero mírate, hermanito. Cuando tú te fuiste de Marshallton juraste que no volverías y ahora eres uno de los ciudadanos más importantes de la ciudad. Quién sabe. Puede que uno de estos días los tres Chaves vuelvan a sus raíces.


-Si tienen una razón tan buena como yo para volver -el sonido del teléfono interrumpió a Octavio. Inclinándose hacia un lado del sofá, cogió el teléfono portátil-. ¿Hola? Sí, está viendo el partido conmigo. Por supuesto, un momento -Octavio se volvió hacia Pedro-. Es Solange Vance -dijo, alcanzándole el teléfono.


-¿Solange? Hola, soy Pedro Alfonso. ¿Sucede algo? ¿Está bien Paula?


-Estaba bien hace media hora, cuando ella y Susana se fueron -dijo Solange-. No sabía qué hacer. He tratado de hacerlas desistir pero no han querido escucharme.


-¿A dónde han ido? ¿De qué has tratado de convencerlas?


-Susana recibió una llamada anónima de alguien diciendo que Lobo Smothers iba a poner trampas nuevas en los bosques de Kingsley hoy.


-¡Diablos! -Pedro supo sin necesidad de preguntar a dónde habían ido las dos mujeres y el grave problema en el que podían meterse si se topaban con Lobo Smothers.


-Paula se llevó la cámara de fotos. Ella y Susana están decididas a sacar fotos de Lobo mientras pone las trampas.


-¿Se ha llevado a Solomon? ¿Ha cogido su rifle?


-Solomon estaba en el coche con ellas y creo que sí ha cogido el rifle, pero no estoy segura -contestó Solange, evidentemente preocupada-. He tratado de ponerme en
contacto con Mike, pero ha tenido que salir con la grúa a por un coche accidentado. No sabía qué hacer, por eso te he llamado. Podría sucederles cualquier cosa en el bosque con un hombre como Lobo.


-No te preocupes, Solange -dijo Pedro-. Yo me haré cargo de todo.


Cuando dejó el teléfono, Pedro golpeó con el puño uno de los cojines del sofá.


-¿Qué ha hecho Paula ahora? -preguntó Octavio.


-Ha ido a Kingsley Woods para tratar de atrapar a Lobo Smothers poniendo trampas ilegales. Y se ha llevado a Susana Williams con ella.


-Supongo que irás a...


-Voy a llamar a Lorenzo Redman para pedirle que se encuentre conmigo en el antiguo camping junto a la ensenada -Pedro cogió el teléfono y martilleó los números con fuerza brutal. Si Lobo Smothers tocaba un sólo pelo de la cabeza de Paula lo mataría.



****


Paula y Susana se deslizaban entre la tupida masa de árboles y matorrales seguidas de Solomon. Hacía casi dos años que el departamento del sheriff trataba de ayudar al guardabosques a atrapar a Lobo Smothers con las manos en la masa. Pero todos los avisos llegaban tarde. Lobo siempre parecía ir un paso por delante y Paula sospechaba que alguien le ponía sobre aviso.


-Escucha -Susana se detuvo en seco.


-Silencio -dijo Paula, dirigiéndose tanto a Susan como a Solomon.


Paula se acercó lentamente hacia el sonido producido por las hojas al ser pisadas y el cling-clang del metal. Cuando llegaron hasta un pequeño claro, Paula y Susana se agacharon, ocultándose tras un grupo de matorrales.


-Es él -susurró Susana.


Paula vio a Lobo Smothers, sus ancha espalda inclinada sobre una trampa de metal. Tiras de sudor empapaban su camisa. Largos mechones de cabello pelirrojo castaño caían sobre su fuerte cuello. Paula tuvo que contenerse para no lanzarse directamente sobre él. Aquel rufián no mataba sólo por el dinero, sino también por el placer que le producía hacerlo, indiferente al sufrimiento de los pobres animales que morían lenta y dolorosamente en sus trampas.


-Me revuelve el estómago verle colocar esos terribles aparatos -Susana cerró los ojos.


-Te dije que no vinieras, ¿no? Yo podía haberlo hecho sin ti.


-No podía permitir que vinieras sola -dijo Susana-. Puede que sea un tanto remilgada, pero no soy ninguna cobarde.


-Sólo tienes un corazón demasiado blando -Paula dejó la escopeta en el suelo, descubrió el objetivo de la cámara que llevaba colgada al cuello y la apuntó hacia Lobo Smothers.


-Tú tienes el corazón tan blando como yo.


-Sí, pero yo crecí junto a un áspero abuelo y tres hermanos mayores y tuve que endurecerme con el paso de los años; sin embargo tu creciste con tu tía soltera y todos sus animales.


Paula empezó a disparar foto tras foto. Estaban lo suficientemente alejadas de Lobo como para sentirse seguras. Los teleobjetivos de la cámara facilitaban las cosas.


-¿Qué hace ahora? -susurró Susana.


-Ya ha terminado -Paula volvió a cubrir el objetivo de la cámara-. Se moverá de aquí en cualquier momento. Vamos a seguirle para ver qué más hacer.


-Pero ya le has fotografiado poniendo las trampas, ¿no?


-Sí, pero tengo la sensación de que va a comprobar las trampas que ya tiene puestas -cogiendo a Susana por el brazo, Paula la ayudó a levantarse y luego recogió
la escopeta-. Si crees que tu estómago no va a soportar la visión de un animal atrapado en una trampa será mejor que vuelvas al coche y me esperes.


-¡Ni hablar! Voy contigo -Susana siguió a Paula tan fielmente como Solomon-. Si tienes algún problema quiero estar cerca para ayudarte. ¿Estás segura de que va a comprobar sus otras trampas?


-Sólo hay una forma de averiguarlo.


Las dos mujeres siguieron al cazador a una distancia discreta. Al cabo de cinco minutos, Lobo volvió a detenerse. Un pequeño zorro atrapado por la pierna en una de sus trampas había tratado de roérsela antes de morir. La desagradable visión del pobre animal hizo que el estómago de Paula se revolviera. Cerró los ojos.


-No mires, Susana.


-Oh, Dios mío -gimió Susana, dando un paso atrás y apoyando ambas manos en un árbol cercano.


Paula se acercó a su amiga. Sabía que había sido una equivocación dejar que su amiga fuera con ella. Susana no estaba hecha para aquello.


-¿Te encuentras bien?


-Saca las fotos -susurró Susana-. No te preocupes por mí -llevándose las manos al estómago Susana se dejó caer de rodillas y vomitó.


Paula se acercó un poco al lugar en el que Lobo estaba recogiendo su presa.


Sacó varias fotos. Esperaba que aquello bastara como evidencia para meter a Lobo entre rejas.


-¿Se ha ido ya? -preguntó Susana cuando volvió junto a Paula.


-Sí, supongo que va a ir de trampa en trampa.


-¿Vamos a continuar siguiéndole?


-Sólo una trampa más -dijo Paula.


-No he visto hacia dónde ha ido -Susana miró a su alrededor-. ¿Y tú?


-Hacia el este. Vamos.


Paula no tardó mucho en darse cuenta de que había perdido a Lobo. En algún momento del trayecto había vuelto sobre sus pasos. ¿Se habría dado cuenta de que lo estaban siguiendo? Paula conocía bien aquellos bosques, pero Lobo los conocía aún mejor y estaba acostumbrado a cazar y pescar, a seguir a sus presas y captar todas las señales del bosque.


-¿Qué sucede? -preguntó Susana cuando Paula se detuvo junto a un tronco caído.


-Ha desaparecido. Puede habernos oído, o visto, o tal vez halla sentido que alguien le seguía.


-¿Qué vamos a hacer?


-Vamos a salir de aquí cuanto antes -Paula sonrió mirando a su amiga, pero vio que esta había perdido el humor hacía rato.


-¿Crees que vendrá a por nosotros? -Susana deslizó las manos arriba y abajo por sus caderas, inquieta.


-Lo dudo -mintió Paula.


Al cabo de unos minutos llegaron casi sin aliento al primer lugar en el que se habían detenido.


Paula oyó que Solomon gruñía. Volvió la cabeza y vio a Lobo Smothers apoyado contra un gran roble. Una desagradable sonrisa torcía el gesto de su sucio rostro.


-¿Qué hacen dos muñecas como vosotras en el bosque?


Susana cogió la mano de Paula.


-¿Paula?


-Disfrutando del paisaje -contestó Paula.


-¿Sacando unas fotos? -Lobo señaló la cámara que colgaba del cuello de Paula-. No habrás hecho fotos de mí y de mis trampas, ¿no?


-Tenía entendido que no utilizabas trampas -Paula apoyó la mano en el cuello de Solomon, sabiendo que tal vez tendría que darle la orden de ataque en cualquier momento. La escopeta que llevaba estaba cargada, pero no la utilizaría más que como último recurso. En esa ocasión no estaba cargada de perdigones y si disparaba contra Lobo podría matarlo.