sábado, 3 de noviembre de 2018

BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: EPILOGO




Tailandia, dos años después


Sintiendo la cálida caricia del mar en sus pies, Paula cerró los ojos para saborearla mejor. Una mano se deslizó por su cintura.


—Oye, que ya es medianoche… ¿qué estás haciendo tú sola en la playa, a estas horas?


—Pensando en cosas.


—Oh, oh. Eso suena peligroso.


Paula se sonrió. La conocía demasiado bien.


Últimamente su vida en común marchaba a la perfección y ella estaba empezando a labrarse una carrera en el mundo editorial con la segunda edición de su libro. Sin embargo, de repente se había sorprendido pensando… ¿y ahora qué?


Aquel viaje a Tailandia con Hector y Damian parecía estar gritándole la respuesta a esa pregunta.


—¿Echas de menos la CIA?


—Diablos, no.


Una leve brisa agitó su vaporoso vestido.


—¿Realmente eres feliz dedicándote a la escritura?


—Absolutamente —respondió Pedro—. Pero de no haber sido por ti, nunca habría tenido el coraje necesario para dedicarme a ello, ya lo sabes.


Paula se sintió mucho más tranquila. Siempre se había sentido un poco culpable de que Pedro abandonara su trabajo en la CIA por ella. Incluso había tardado un tiempo en acostumbrarse al nuevo Pedro, que se pasaba las mañanas escribiendo novelas de espías y las tardes preparándole las comidas, haciéndole el amor y… en general, haciéndola locamente feliz.


—Aunque también tiene sus inconvenientes —repuso ella—. Ahora tengo que convivir con mis celos.


—¿Celos?


—De que tu primer libro se esté vendiendo mejor que el mío. Eso duele.


Pedro se echó a reír.


—Ya, bueno, pero tú eres mucho mejor escritora que yo. Ya sabes que la calidad siempre acaba perdiendo cuando compite con el sensacionalismo —la estrechó contra su pecho—. ¿Era eso realmente lo que te preocupaba?


—La verdad es que no. Estaba pensando en cosas más importantes, supongo. Como la niña de Hector y Damian.


Se estaba refiriendo a Nia, la preciosa niña que habían adoptado en Tailandia: ése había sido el motivo del viaje conjunto.


—¿Qué pasa con ella?


—Verás, cuando ayer estuvimos en el orfanato, yo…


¿Cómo decirle aquello al antiguo aventurero, espía de la CIA y playboy? ¿Cómo decirle que quería sentar definitivamente la cabeza no solamente casándose, sino teniendo un hijo con él y formando un hogar?


—¿Quieres adoptar un hijo también?


Lo miró a la luz de la luna. No parecía sorprendido, ni temeroso. De hecho, estaba sonriendo.


—Sí —susurró ella.


Durante los dos últimos años, Paula había cambiado radicalmente. La joven alérgica a los compromisos se había convertido en una mujer feliz y estable que… quería un hijo.


—Habría sido imposible entrar en aquel orfanato y no salir pensando en ello. Yo tengo las mismas ganas que tú.


Se lo quedó mirando asombrada. Aunque, por otra parte, debería haberlo adivinado. En realidad eran muy parecidos, en muchos aspectos.


—Oh, gracias a Dios. Me preocupaba tanto que no te gustara la idea…


Pedro se inclinó para besarla tiernamente en los labios.


—Quizá deberíamos hacerlo oficial, ¿no te parece?


—¿Qué quieres decir? —casi tenía miedo de preguntárselo.


—Ya sabes… casándonos.


—Oh. Vaya. Sí, quizá deberíamos…


Pedro se echó a reír.


—No pareces muy contenta.


—Nunca pensé que querrías… formalizar lo nuestro —y ella tampoco, sinceramente. Pero estaba empezando a gustarle la idea.


—Yo sé lo que siento, pero creo que ya va siendo hora de que el resto del mundo se entere. Además, nos servirá para el trámite de adopción, ¿no te parece?


La besó de nuevo, deslizando esa vez la lengua en el dulce interior de su boca. Luego la aferró de las nalgas mientras se apretaba contra ella, con su erección presionando contra su vientre.


—Vamos a la cama —susurró contra sus labios—. Esto hay que celebrarlo…


Fin



BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 43




Era incapaz de apartar la mirada de Paula. 


Resplandecía con una belleza aún más impresionante de lo que recordaba. Algo en ella había cambiado durante el tiempo que habían permanecido separados. Quizá fuera ese aire de calma, de serenidad.


No quería pasar un solo día más alejado de ella, por no hablar de un mes. Ni un solo minuto.


La observó en la recepción, mientras esperaba a que empezara el baile. Había sido de los primeros en abandonar la ceremonia. 


Necesitaba escoger bien su momento: una ocasión en que pudieran hablar tranquilos, sin que nadie los interrumpiera. Y necesitaba también reunir el coraje necesario para enfrentarse de nuevo a ella y entregarse sin reservas ni condiciones. Desnudar su corazón y exponerlo al placer más absoluto… o al más lacerante dolor.


Por fin estaba preparado.


Paula recorrió la sala con la mirada, sin verlo, y Pedro se sintió sorprendido a la vez que deleitado al descubrir su expresión decepcionada. Fue entonces cuando empezó a sonar la música.


A la segunda canción, cuando ya la pista se había llenado de parejas, Pedro comprendió que había llegado su ocasión. Salió de entre las sombras y se dirigió directamente hacia ella.


—¿Me concedes este baile?


Paula se volvió hacia él, sonriente.


—¡Pedro! ¿Cómo has…?


Se llevó un dedo a los labios.


—Tengo mis fuentes secretas de información…


La llevó a la pista, donde estaba sonando una canción lenta. Mientras se movían al ritmo de la música, la estrechó delicadamente en sus brazos.


—Cuando te marchaste de Italia… —le confesó de pronto— me di cuenta de que había estado viviendo mi vida por las razones equivocadas.


Tenía un nudo en la garganta. No había ensayado lo que le diría cuando al fin estuvieran frente a frente. Simplemente había confiado en que su corazón le dictaría las palabras. Lo que no había previsto era que la emoción pudiera robarle la voz.


Paula lo miró como si le estuviera hablando en un idioma extranjero.


—¿Y cuáles son las razones correctas?


—Tener alguien a quien amar. Alguien por quien hacer sacrificios.


Por un momento pareció como si fuera a discutir con él, pero al final repuso sencillamente:
—Ya.


—No quiero que volvamos a separarnos.


—¿Pero qué pasa con tu trabajo?


—He presentado mi dimisión.


—¿Qué? —estaba impresionada—. ¿Has… dimitido?


—Quiero cambiar de vida. Tu marcha me obligó a plantearme algunas preguntas fundamentales. Como por ejemplo si estaba huyendo de los compromisos escudándome detrás de mi trabajo. O incluso si me hice agente de la CIA precisamente para evitar esos compromisos.


Paula lo miraba asombrada.


—Me di cuenta de que si mi trabajo me atraía tanto era porque me ayudaba a evitar comprometerme con nadie o nada que no fuera la CÍA. Me mantenía a distancia de los demás. Ya no quiero ser ese hombre.


—¿Por qué?


—Porque te quiero. No debí haberte dejado marchar. Debí haberte dicho que eras el amor de mi vida y que no soportaría vivir sin ti.


Las palabras habían brotado de sus labios sin previo aviso, y ahora que las había pronunciado, ahora que ya estaban flotando en el aire con todo su peso y significado, se sorprendió de lo poco que le había costado. Y de lo muy aliviado que se sentía.


Si ahora Paula le rompía el corazón, al menos sabría que lo había entregado todo. Que se había arriesgado.


Pero Paula estaba llorando. Se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano mientras lo observaba como si fuera a desaparecer en cualquier momento.


—Yo también te quiero —le dijo al fin—. Me daba miedo lo mucho que te quería. Por eso me fui.


—No vuelvas a huir —le pidió Pedro—. Por favor. Quédate y dame una oportunidad.


—Ya no quiero huir más.


La creía. De repente, en sus brazos, la sentía sólida, real. Ya no se iría a ninguna parte. 


Atrayéndola hacia sí, la besó profunda, apasionadamente. Y comprendió, al fin, que había encontrado su hogar.




BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 42





Maui, tres meses después



Paula parpadeó para contener las lágrimas cuando vio a su hermano vestido de esmoquin blanco. Habían sido tantas las noches que había pasado en blanco temiendo que Hector no llegara a sobrevivir y a alcanzar la edad adulta… y ahora allí estaba: radiante, feliz, a punto de casarse.


Se había desvivido por cuidarlo durante su infancia y también después, en su problemática adolescencia, con sus experimentos con el sexo y sus flirteos con la heroína. De alguna manera, ambos habían terminado sobreviviendo a todo eso.


Y allí estaban. Hector era feliz. Un hombre adulto del que Paula estaba orgullosa. En cuanto a ella, no era feliz, pero al menos estaba en camino de conocerse a sí misma. Había tenido sus altibajos, pero escribir el libro le había dado una seguridad que nunca antes había sentido.


—¿Distraída con tus reflexiones? —le preguntó una voz masculina. Paula se volvió y descubrió a Hector a su lado, ajustándose la flor del ojal.


—Llámalo orgullo de hermana mayor.


—No irás a ponerte ñoña y sentimental…


—Yo creía que a ti te encantaba lo ñoño y lo sentimental —fue ella quien terminó de colocarle a flor… que era rosa y antes había sido azul lavanda.


—Y me encanta: precisamente por eso no creo que pueda soportar esta ceremonia si te oigo lloriquear a mi espalda.


Paula parpadeó varias veces para contener las lágrimas.


—No lloraré. Te lo prometo.


Hector le dio un abrazo.


—Hermanita… ¿qué voy a hacer contigo?


—Me siento orgullosa de ti… eso es todo.


La miró muy serio.


—Ya sabes que si hoy estoy vivo es gracias a ti.


Paula sacudió la cabeza, luchando contra las malditas lágrimas.


Pero cuando vio que Hector se echaba a llorar, va no hubo remedio. En cuestión de segundos, su maquillaje quedó arruinado.


—Cállate.


—No. Tú eres la única persona en el mundo que me quiso y me cuidó durante mucho tiempo, y quiero que sepas que lo tengo bien presente. Que lamento haberte puesto las cosas tan difíciles.


Paula se mordió el labio. No había sido consciente de lo mucho que había necesitado escuchar aquello.


—Gracias.


—Sé que yo no estaría aquí de no haber sido por ti.


—Tú eres mi familia, Hector —susurró—. Sobrevivimos juntos. Tú me diste un propósito en la vida.


Hector se enjugó las lágrimas.


—Pero te escapaste a Europa a la primera oportunidad que se te presentó.


Nunca antes se lo había echado en cara. 


Siempre había existido una tensión entre ellos, un reconocimiento tácito de que Hector había sido la causa principal por la que ella había necesitado marcharse, abandonar el país, alejarse todo lo posible de sus responsabilidades.


—Te seguía queriendo, por supuesto: lo que pasa es que no podía seguir cargando con el peso de la responsabilidad. Una vez que me convencí de que te las arreglarías perfectamente solo, sentí la necesidad de cambiar de vida.


—Te eché mucho de menos.


—Y yo a ti. Me alegro de haber vuelto.


—¿No estás resentida conmigo?


—Nunca lo he estado.


Hector volvió a abrazarla, emocionado. Paula aspiró profundamente, llenándose los pulmones de su colonia cara y rezando una silenciosa plegaria de agradecimiento.


—¿Ya hemos terminado de lloriquear?


—Sí, definitivamente. ¿Preparada para llevarme al altar?


—Desde luego.


La música empezó a sonar en el instante en que salieron del edificio del club: la fresca brisa del mar les dio la bienvenida. Hector y Damian habían querido avanzar los dos hacia el altar. Primero fue el turno de Hector, acompañado por Paula; luego servían las «damas de honor» y, finalmente, Damian con sus padres.


Paula esperaba que Hector no se sintiera muy ¿penado de ver a los padres de su novio cuando los suyos ya no estaban, pero sabía que ése era un dolor al que ya se había acostumbrado. Un dolor que había forjado la personalidad de los dos hermanos.


Le apretó la mano con fuerza mientras desfilaban bajo la mirada de los asistentes sentados en sus sillas blancas, a la sombra de las palmeras. Una vez ante el altar, se hizo a un lado mientras esperaban la llegada de Damian y sus padres.


Pero de repente la mirada de Paula se posó en una familiar figura, de pie al fondo. Pelo largo y oscuro, una sombra de barba, ojos ocultos detrás de unas gafas negras… Pedro.


El estómago le dio un vuelco. Pedro.


¿Qué estaba haciendo allí, en la boda de su hermano?


Tenía la mirada clavada en ella: incluso llegó a alzarse las gafas para que no le cupiera la menor duda. Había calor y emoción en sus ojos.


Y los de Paula volvieron a llenarse de lágrimas.




BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 41




El amor o algo parecido


Mi hermano pequeño se va a casar, la cual es una de las razones por las que volví a los Estados Unidos cuando lo hice (los rumores sobre mi fallecimiento fueron indudablemente exagerados). Seré la madrina del novio, o sea que no me libraré de lucir un horrible vestido. De hecho, ya me lo tienen preparado.
Toda esta historia de la boda, combinada con mis últimas semanas en Italia, me han hecho pensar en el tema del verdadero amor. Cómo es que el amor vuelve loca a la gente, la empuja a pronunciar votos sagrados y a coaccionar a sus amigos y familiares para que se pongan horribles vestidos color azul lavanda.
Antes de abandonar Roma, ya me había dado cuenta de que el problema que tiene el sexo sin compromisos es que, en esencia, no es más que una segunda lengua del amor. Una forma que tenemos de expresar el deseo que sentimos por la otra persona. Pero, a veces, ese deseo trasciende el plano físico.
A veces, expresamos ese deseo entrelazando no solamente nuestros cuerpos, sino nuestras vidas. Y si comunicamos eso a la otra persona y resulta que esa otra persona no quiere lo mismo… pues estamos apañadas.
No importa a qué rincón del mundo os desplacéis, no importa la cultura de la que se trate: el sexo, en la lengua que sea, significa mucho más que el puro sexo.
Yo sigo pensando en X. Desde que abandoné Italia, ha estado presente en mi mente. No sólo en mi mente: también en mi corazón. Ahora me doy cuenta de que me enamoré de él, y de que fui demasiado cobarde para reconocerlo. O para averiguar a dónde podía llevarme eso.
Así que huí. No sé si él leerá esto, o si le importará si es que llega a hacerlo, pero quiero que sepa que para mí no fue un amante como los demás. Fue mucho más.


Paula se quedó mirando la entrada que acababa de publicar. Con el estómago encogido, le entraron ganas de borrarlo inmediatamente. Por otro lado, si lo dejaba, quizá 
Pedro pudiera leerlo algún día…


Sabía que era una manera cobarde de admitir y reconocer sus sentimientos, pero a esas alturas no podía volver con él arrastrándose: había estropeado demasiado las cosas. Así que lo dejó en manos del destino.





BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 40





Paula se quedó mirando el borrador de entrada que había redactado, indecisa entre editarlo o no. Había mucha expectación detrás de la nueva entrada del «regreso a América». Había mucho que decir y mucho más que no quería decir. 


Pero su blog se había convertido en un lugar espontáneo y sincero.


Estaba acostumbrada a desnudar su alma en él todos los días. ¿Por qué ahora dudaba en hacerlo?


Guardó el borrador, pero optó por no publicarlo. 


Al menos por el momento.


—¿Vas a dejar en paz ese maldito ordenador y ayudarme de una vez con los regalitos de la recepción? —le espetó Hector, de pie a su lado.


Tenía una mano en la cadera, y con la otra sostenía un saquito azul lavanda con un cordoncito de satén.


—¿Qué es eso?


—El regalito de la recepción. Cada invitado recibirá un saquito con Conchitas blancas y piedrecitas pulidas.


—¿Para lanzártelo en vez de arroz? Qué original.


—Sí, hemos decidido que nos lapiden a la salida de la boda. Es lo que se lleva ahora en las ceremonias gays.


—¿No tienes miedo de que algunos crean que es eso lo que tienen que hacer?


—Si tengo algún amigo tan estúpido, entonces se merecerá que lo lapiden a él también.


—No te olvides de que asistirán algunos miembros de la familia.


Pedro esbozó una mueca.


—Quizá de la familia de Damian, no de la nuestra.


—¿Ni siquiera la tía Lenore?


—Ya sabes que no puede permitirse viajar a Hawai.


—Lo hiciste adrede, ¿verdad?


—No soy tan maquiavélico.


—No me digas —Paula cerró su portátil y lo dejó a un lado. Habían estado bromeando, pero sabía que su hermano era especialmente sensible al tema de la familia—. De acuerdo, ¿qué tengo que hacer?


—Tengo doscientos de estos saquitos sobre la mesa de comedor —le dijo mientras la guiaba hacia allí.


—¿Has dicho doscientos?


—¡Claro! Uno por cada invitado.


—Dios mío, Hector… ¿has invitado a todos tus conocidos?


—Tengo muchos amigos gays, ¿vale? Les encanta asistir a bodas, y no podía excluir a nadie sin correr el riesgo de montar un drama y que nunca más volvieran a invitarme a mí a una boda.


—¿Cómo es que hoy en día solamente los heterosexuales odian las bodas?


—Porque para vosotros ha dejado de ser una novedad. Lleváis cargando con esa convención desde la noche de los tiempos, mientras que nosotros los gays estamos encantados de sumarnos por fin a la fiesta en calidad de protagonistas.


Se sentó a un lado de la mesa y Paula enfrente. En medio, había montones de cajas de Conchitas y piedrecitas, esperando a ser introducidas en los diminutos sacos color lavanda.


—Tocan a cinco piedrecitas y tres Conchitas por saquito, más uno de estos papelitos —Hector señaló un fajo de papelitos de galletas de la suerte.


—Si no es para lapidarte… ¿para qué querrá la gente estas cosas?


Hector puso los ojos en blanco, cada vez más impaciente.


—Para que vuelvan a sus casas y monten un jardín Zen.


—Ah. Ya.


—Oye, no utilices ese tono tan condescendiente conmigo.


Paula recogió uno de los papelitos y lo leyó:


—Un jardín zen para ti, con amor de Hector y Damian.


Intentó no sonreír, consciente de que eso habría sido interpretado como otro acto de condescendencia.


—Ya sé que has pasado cinco años en Europa y ahora te crees superior a unos provincianos de California como nosotros.


—Estoy algo impactada por el choque cultural, eso es todo.


—¡Pero si has crecido aquí!


—Lo creas o no, pasar cinco años alejada de la cocina vegana, de los jardines Zen y del exceso orno norma de vida es la mejor receta para sufrir un choque cultural.


Miró a Hector. Su camisa blanca hacía un delicioso contraste con su bronceado. El sol que entraba por la ventana arrancaba reflejos a su pelo dorado, herencia del de su madre. Sintió una punzada de tristeza al pensar que sus padres nunca verían a la fantástica persona en que se había convertido su hijo. Aunque ni siquiera estaba secura de que hubieran tenido el buen sentido de apreciarlo y alegrarse por ello.


—¿Qué te pasa? Estás muy taciturna. ¿No te gusta el texto de los papelitos? ¿Acaso te parece chabacano?


—No, no, en absoluto —negó, sacudiendo la cabeza—. Sólo estaba pensando en mamá y papá.


La expresión desconfiada de su hermano desapareció al instante.


—Pues no lo hagas —le pidió con tono suave.


Pero era demasiado tarde. Ya había sacado a colación el tema que tantas veces habían evitado.


—Se habrían alegrado mucho por ti —le dijo ella, aunque no estaba del todo segura de que fuera cierto.


—No digas eso. Los dos sabemos que se habrían llevado un disgusto.


—La gente madura y aprende. Creo que ellos lo habrían hecho.


—A mí no me importa —repuso, triste—. Porque yo siempre supe que tú eras la única que acabaría cuidando de mí, pasara lo que pasara.


—¿De veras? —Paula sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas y parpadeó para contenerlas.


—Por supuesto. Tú siempre fuiste lo más seguro de mi vida. Siempre estuviste a mi lado, haciendo todo aquello que se suponía deberían haber hecho ellos.


Paula experimentó una punzada de culpabilidad al recordar que, tan pronto como había tenido la oportunidad, había salido corriendo de su lado. 


Había escapado a Europa y lo había dejado atrás.


—Bueno, ahora hablemos de algo interesante… —dijo Hector— como el hecho de que estoy terriblemente cachondo.


—No sé si quiero tener esta conversación contigo…


—A Damian se le ocurrió la brillante idea de que debíamos dejar de acostarnos durante un mes antes de la boda, para que nuestra noche de novios fuera aún más excitante.


—Parece una buena idea.


—Y lo sería si no me molestara tener una erección cada quince minutos. El día de la boda voy a estar más duro que una piedra, delante de todo el mundo. Sí, es una idea genial.


Paula se echó a reír bajo la ceñuda mirada de su hermano.


—Perdona —y se puso a llenar un saquito.


Estaba feliz por Hector, pero algo seguía molestándola, inquietándola. No era solamente el recuerdo triste de sus padres, o el brusco impacto de su regreso a los Estados Unidos. Había algo más.


Algo llamado Pedro. A su lado, había vislumbrado un mundo nuevo. Un mundo en el que el amor y el compromiso eran sueños asequibles. Pero lo peor era que ahora sabía que, una vez que ya había visto ese mundo… ya no podría conformarse con menos.