miércoles, 23 de junio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 12

 


Las semanas que siguieron fueron como un cuento de hadas para Paula.


Estaba enamorada de Pedro Alfonso.


El amor que había creído sentir por Nicolás no era nada comparado con lo que Pedro la hacía sentir y sería absurdo negárselo a sí misma. Sólo tenía que oír el tono melodioso de su voz para que se le doblaran las rodillas y, cuando la tocaba, un escalofrío la recorría de arriba abajo. Lo deseaba como nunca había soñado desear a un hombre; un deseo que la mantenía en estado de perpetua excitación.


Cuatro semanas después, pensando en esa primera noche mientras se maquillaba frente al espejo, sintió un cosquilleo en el vientre. Pero eso era algo que le pasaba cada vez que pensaba en Pedro. Una sonrisa secreta iluminó su cara mientras se pasaba un cepillo por el pelo.


Pedro llevaba una semana en Nueva York y estaba deseando volver a verlo. De hecho, estaba más que deseando verlo porque, por alguna razón desconocida, lo que ocurrió esa primera noche no había vuelto a repetirse.


Habían cenado juntos, habían ido al teatro y se habían besado. Y en una ocasión, cuando acudieron juntos a un estreno de cine, Pedro les confirmó a los fotógrafos que eran pareja.


Pero era la parte sexual de la relación lo que sorprendía a Paula.


Aunque ella era inocente, sabía en su corazón que deseaba hacer el amor con él. Dada su reputación de mujeriego, lo único que podía esperar era que la invitase a tomar una copa en su casa, pero no había sido así. Al contrario, Pedro se apartaba después de un beso o dos mientras ella se quedaba esperando más…


Después de estar separados una semana, al día siguiente sería el día, pensó mientras se ponía unos diminutos diamantes en las orejas. Pero antes iba a disfrutar de la fiesta de cumpleaños de su tío, sir Camilo Deveral.


El hermano de su madre era soltero y cenar con él el día de su cumpleaños se había convertido en una tradición familiar. Paula se había arreglado con sumo cuidado porque sabía que a su tío le gustaba que las mujeres se pusieran muy guapas.


Era un encanto y ella lo adoraba. Había pasado muchos veranos en su casa, Deveral Hall en Lincolnshire, o en su villa de Corfú. Cuando sus sueños infantiles de ser bailarina se esfumaron debido a su estatura, fue su tío quien le dijo que no perdiese el tiempo llorando por las cosas que no podía cambiar. Y luego hizo que se interesase por la arqueología marina, por la vela y la natación en las cálidas agua del mar Egeo.


En realidad, había sido fundamental en su decisión de convertirse en arqueóloga marina.


Paula sonrió. El vestido de lamé plateado se ajustaba a cada curva de su cuerpo como una segunda piel, para terminar por encima de la rodilla.


Llevaba el pelo suelto y unas sandalias de tacón altísimo que realzaban sus piernas.


Seguía sonriendo mientras bajaba para reunirse con su familia. A su tío le encantaría el vestido; Nicolas siempre decía que los hombres de la familia Chaves eran demasiado conservadores y, por esa razón, siempre aparecía el día de su cumpleaños con chaquetas de terciopelo y chalecos escandalosos.


Llegó al pie de la escalera y se dirigía al salón, donde oía risas, cuando oyó que sanaba el timbre.


—Yo abro, Monica —le dijo al ama de llaves cuando la mujer salió apresuradamente de la cocina.


Pero al abrir la puerta se quedó boquiabierta.


Pedro, ¿qué haces aquí? Pensé que no volvías hasta mañana.


—Evidentemente, he llegado justo a tiempo —replicó él, mirándola de arriba abajo—. Estás increíble… aunque me resulta imposible creer que te vistas así para pasar la noche en casa. ¿Quién es mi competidor? —le preguntó. Y, sin darle tiempo a contestar, la tomó por la cintura para buscar sus labios en un beso posesivo.


Cuando por fin la saltó, Paula tuvo que hacer un esfuerzo para llevar aire a sus pulmones.


—¿Por qué has hecho eso?


—Para recordarte que eres mía. Dime, ¿quién es él?


—Estás celoso —rió Paula—. No lo estés, Pedro. No hay otro hombre. Hoy es el cumpleaños de mi tío Camilo. Ven, contigo seremos un número par en la mesa.


—Te he echado de menos —murmuró él, mirándola ansiosamente—. Pero tengo que hablar con Tomas.


—¿Por qué?


—Quiero casarme contigo y antes tengo que pedirle permiso.


—¿Qué?


—Ya me has oído. Cásate conmigo, Paula. No puedo esperar más.


No era la proposición más romántica del mundo, pero los ojos de Paula se llenaron de lágrimas. De repente, lo entendió todo. Pedro, el maravilloso Pedro, el hombre al que amaba con toda su alma, quería casarse con ella. Ahora su comportamiento tenía sentido. Había oído rumores sobre sus muchas amantes, pero con ella se había portado como un caballero anticuado porque que ría algo más… quería que fuera su mujer.


—¡Sí, oh, sí! —exclamó, echándose en sus brazos.


—¿Se puede saber qué pasa aquí?




IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 11

 


La llevó a un exclusivo restaurante en la mejor zona de Londres donde la cocina era soberbia y Pedro el perfecto compañero. Tenía una conversación interesante, ingeniosa y, poco a poco, Paula fue relajándose.


Le contó que pasaba mucho tiempo viajando porque su trabajo lo llevaba a Nueva York, Sidney, Londres y Grecia, donde poseía una isla a la que sólo se podía llegar en helicóptero. Pero intentaba pasar los meses de invierno en su finca de Perú.


Sin darse cuenta, Paula estaba ya casi enamorada de él para cuando la llevó de vuelta a casa.


—Admítelo, Paula, lo has pasado bien —Pedro sonreía mientras detenía el coche en la puerta de su casa—. No soy el ogro que pensabas que era, ¿no?


—Es verdad que eres más civilizado de lo que yo esperaba y sí, lo he pasado bien —admitió ella. Quizá porque el champán que había bebido la hacía sentir un poquito demasiado alegre—. Pero sigues siendo demasiado arrogante.


—Es posible, pero… ¿podemos cenar juntos mañana?


—Sí, podemos.


Paula cerró los ojos cuando él inclinó la cabeza para buscar sus labios.


El segundo beso fue mejor que el primero y, esa vez, cuando le echó los brazos al cuello sabía lo que estaba haciendo. Pero cuando sintió el roce de su mano acariciando sus pechos por encima del vestido empezó a temblar.


Respiraba su aroma masculino, medio mareada, el beso tan apasionado, tan ardiente que no quería parar. Cuando Pedro deslizó los tirantes del vestido sobre sus hombros se estremeció, pero no puso ninguna objeción mientras los bajaba para revelar sus pechos desnudos.


Mientras los acariciaba, sus largos dedos rozando la punta de los pezones, una fiera sensación viajó desde sus pechos hasta su vientre, creando un río de lava entre sus muslos. Paula dejó escapar un gemido cuando se metió uno en la boca y empezó a tirar de él con los labios hasta dejarla convertida en una masa temblorosa de sensaciones que nunca había experimentado antes, que nunca había sabido que existieran.


A la vez que ella enterraba los dedos en su pelo para sujetarlo allí, para que no se apartase, sintió que metía las manos bajo la falda del vestido, sus largos dedos trazando la delgada tira de encaje entre sus piernas. Involuntariamente, Paula las abrió y él apartó a un lado las braguitas…


—¡Dios mío! —exclamó Pedro, apartándose—. ¿Qué estoy haciendo?


Ella lo miró, tumbada sobre el asiento, totalmente abandonada, los ojos azules brillando de auténtico deseo carnal por primera vez en sus veinticuatro años de vida.


Rápidamente, él estiró su falda, colocando luego los tirantes del vestido sobre sus hombros.


—Así está mejor —murmuró con los ojos oscurecidos.


Paula seguía temblando, pero se dio cuenta de que Pedro no parecía tan afectado como ella.


—Lo siento, no quería llegar tan lejos… en el coche, además. Le prometí a tu hermano que cuidaría de ti.


—Le prometiste a mi hermano… ¿quieres decir que Tomas ha tenido valor para…? ¡Lo mato! Por lo visto se le ha olvidado que soy una adulta y perfectamente capaz de cuidar de mí misma.


— Yo no estoy tan seguro —murmuró él entonces—. Pero será mejor que entres en casa… antes de que pierda el control por completo —añadió, saliendo del coche para abrirle la puerta—. No voy a entrar, no me atrevo —dijo luego, depositando un beso en su frente—. Te llamaré mañana.


Luego esperó mientras Paula, nerviosa y, sobre todo, frustrada, buscaba la llave en el bolso y desaparecía en el interior.




IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 10

 


El destino, o lo que fuera, hizo que sonara el teléfono cuando entraba en el salón. Era Pedro.


—Es muy difícil localizarte, Paula. Pero me gustan los retos. ¿Cenamos juntos esta noche?


Paula decidió entonces hacer lo que llevaba días deseando hacer secretamente y le dijo que sí.


Luego fue a ver un apartamento, pero no le gustó. Pasó el resto de la mañana en el museo y la tarde de compras, buscando un vestido que dejase Pedro Alfonso boquiabierto.


Paula sonrió, contenta, al verse reflejada en el espejo. Estirando los hombros, tomó el bolso y un chal azul a juego con el vestido y salió de la habitación. Estaba nerviosa, pero no se le notaba cuando entró en el salón.


Pedro Alfonso iría a buscarla a las siete y eran las siete menos diez.


—¿Qué tal estoy, Marina?


—Estás preciosa, Paula.


Ella se volvió al oír una voz masculina, sorprendida al ver a Pedro.


—Gracias —aceptó el cumplido con una sonrisa, aunque le costó trabajo. Le había parecido peligroso con su disfraz de ángel caído, pero con un traje gris, camisa blanca y corbata de seda estaba para quitar el hipo—. Llegas temprano.


Se había detenido a un metro de ella, mirándola de arriba abajo con un deseo que no podía disimular. Pero cuando la miró a los ojos, algo en ellos hizo que Paula se quedara sin aliento.


Por segunda vez en una semana, Pedro Alfonso no pudo controlar su excitación al ver a Paula Chaves. La había visto con un traje de látex y el pelo suelto, pero la Paula que estaba delante de él ahora era la sofisticación personificada.


El pelo rubio sujeto en un moño francés, los enormes ojos azules acentuados inteligentemente por el uso de cosméticos, el brillo de sus labios rojos…


En cuanto al vestido, era evidentemente de diseño. Él había comprado suficientes como para saberlo. Azul claro, a juego con sus ojos, cortado al bies, el cuerpo sujeto por dos finos tirantes, se ajustaba sobre sus firmes pechos marcando la cintura y cayendo luego en capa por encima de las rodillas. No demasiado corto, lo suficiente como para que un hombre fantasease con la idea de meter la mano por debajo…


—Estás preciosa, Paula. Seré la envidia de todos los hombres del restaurante —Pedro tomó el chal de cachemira que llevaba en las manos y se lo puso sobre los hombros—. ¿Nos vamos?


Desde luego, no sería esfuerzo alguno acostarse con Paula Chaves; los detalles de cuándo y cómo eran lo único que tenía que decidir, pensó mientras intentaba controlar su libido.


Tomas Chaves, a pesar de su agradable disposición, lo había llevado aparte cuando había llegado para decirle que esperaba que se comportase como un caballero y volviese a casa a una hora razonable. Y Pedro, a quien nadie se atrevía a dar consejos, se había sorprendido demasiado como para contestar cuando Paula había entrado en el salón.


Podía entender la preocupación de Tomas, claro, pero eso le recordó que él no pudo cuidar de su hermana y el recuerdo lo enfureció.


Pedro le abrió la puerta de un Bentley plateado antes de sentarse frente al volante.


—¿Dónde me llevas? —preguntó Paula, intentando disimular los nervios.


—A cenar —contestó él, acariciando su pelo y, a la vez, empujando su cabeza sutilmente hacia delante—. Pero después a mi cama.


La provocativa respuesta hizo que Paula se quedase boquiabierta y Pedro aprovechó la oportunidad para besarla; un beso cálido, apasionado y tierno a la vez. Le temblaban los labios mientras él sujetaba su barbilla con dedos firmes, la punta de su lengua buscando la suya en un gesto tan erótico que despertó un incendio en su interior. Sin darse cuenta de lo que hacía, levantó los brazos para ponerlos alrededor de su cuello…


—Paula —dijo él entonces—. Paula, tenernos que irnos.


Ella estaba atónita. ¿De verdad le había echado los brazos al cuello?


De repente, el calor que sentía se convirtió en rubor.


—¿Por qué has hecho eso?


—Creo que el primer beso hay que darlo de inmediato en lugar de esperar toda la noche. Y tú me has hecho esperar una semana.


—Me sorprende que hayas seguido llamando —sonrió Paula, sintiéndose de repente increíblemente feliz. Todas las dudas y miedos sobre Pedro disipadas por aquel beso.


—Yo también estoy sorprendido. Normalmente si una mujer no se muestra interesada no vuelvo a molestarme. Pero en tu caso he hecho una excepción. Deberías sentirte halagada.


Paula soltó una carcajada.


—Eres increíblemente arrogante.


—Sí, pero te gusto —sonrió Pedro, mientras arrancaba el coche.