miércoles, 7 de abril de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 46

 


Pedro se quedó pensando en la expresión que había notado en el rostro de la vaquera, mientras abrazaba y besaba a Karla. Sin duda, Paula quería tener varios hijos, y por eso le asustaba el hecho de cumplir los treinta. Ya no era tan joven y para hacer realidad ese otro sueño, tendría que darse un poco de prisa en casarse.


Eva Hading apareció con una botella de champán y un par de copas, sonriendo con complicidad.


—Deberíais hacer una celebración en privado. ¿Os apetece tomar esta botella, a la luz de la luna y contando las estrellas?


—¡Qué buena idea! —exclamó Pedro, mirando el interior de la cesta, con curiosidad—. Eres maravillosa, Eva.


—Reserva tus encantos para mi nieta. Ahora, marchaos antes de que alguien os retenga de nuevo —aconsejó la abuela a los jóvenes, mirando insistentemente hacia donde estaba Gabriela.


Aquello hizo reír a Alfonso.


Lo cierto era que, los familiares y los amigos de los Harding estaban poniendo todos los medios para que la pareja se alejara de la fiesta. De hecho, en más de una ocasión, cuando Gabriela había intentado acercarse a los jóvenes prometidos, alguien había interceptado su camino, de modo oportuno.


Por si fuera poco, aquella especie de conspiración incluía a Bandido, que se lanzó amenazadoramente sobre el vestido blanco de Gabriela, manchándoselo de barro.


¡Pobre Bandido! La histérica mujer lanzó un chillido tan agudo, que el perro se asustó tanto o más como si de una estampida se tratara. Cuando ya se calmó, Bandido se volvió a lanzar contra ella para lamerle la cara. Para variar, Gabriela gritó de nuevo, irritadamente.


Mientras tanto, Claudio había estado contemplando la escena desde una valla, mordisqueando una brizna de hierba.


—¿Por qué no me has ayudado? ¡Mira como me ha dejado ese maldito perro! —dijo la mujer, despechadamente.


Claudio siguió mascando, esta vez, un poco de tabaco.


—Por eso el rancho es tan apreciado. Cada día es distinto en este lado de Montana.


—Te pago para que te ocupes de mí.


—No señora, los Hardings son los que me pagan, en esta propiedad. Usted no es más que una turista que ha aparecido intempestivamente…


¡Gabriela y Paula eran tan distintas!, pensaba Pedro, mientras Paula trataba de aplacar la cólera de la mujer histérica.


Alfonso rió abiertamente. Cuando la vaquera volvió a su lado, le preguntó cuál era el motivo de su risa.


—Me estaba acordando de esta mañana, cuando Gabriela quiso empujarte dentro del abrevadero del establo.


—¡Oh, sí! Pero lo que ella no había advertido era que estaba pisando excrementos de vaca. Por eso no me tomé la molestia de decirle nada. Bastante tenía ya para entretenerse con sus zapatos de última moda… ¿No repercutirá en tu trabajo el hecho de que Gabriela las esté pasado canutas en el rancho? Como es la hija de tu jefe…


Pedro abrazó a Paula por los hombros y ambos salieron por la puerta.


—En la empresa, me necesitan más a mí, que yo a ellos —dijo Pedro, dándose cuenta por primera vez de lo que acababa de decir.


—Pero… —balbuceó Paula, sin terminar de hablar.


—Prefiero que no hablemos de trabajo. ¿Dónde encontraremos un lugar apartado para disfrutar de un poco de intimidad? Debemos hacer caso a tu abuela.


Pedro Alfonso, eres un oportunista. No pierdes la ocasión de utilizar todos los medios que sean para conquistar tus objetivos.


—No me negarás que te apetece salir del establo, o quieres que volvamos a la fiesta, con todo ese barullo…


Paula lo miró a los ojos y pudo comprobar que, bajo la luna, Pedro era tan sexy como a plena luz del día.


—Te mereces que te encierre con el semental —dijo la vaquera, divertida.


—Pero yo sé que ese toro tan apacible no es más que para las visitas —comentó Pedro, entre risas—. El rancho emplea el semen de un semental premiado varias veces, al que únicamente han visto en un vídeo…


—Ya veo que recuerdas con todo detalle, aquello que vas aprendiendo.


—Vamos, querida. Hace una noche preciosa. Y tenemos que hacer un brindis especial con la botella de tu abuela.


Paula estaba deseando disfrutar de la noche bajo las estrellas con aquel hombre. Sin embargo, su mente no estaba tan de acuerdo con su corazón.


—Voy a casa un momento a recoger una manta —dijo Paula, dejando a Pedro inseguro.


—¿Vas a volver, no? Espero que no me dejes plantado esta noche.


—Esta noche no va a pasar nada y además, no te tengo miedo.


Cuando Paula se reunió de nuevo con Alfonso, le sugirió que se sentasen por la zona de las tiendas de campaña. Pero Pedro prefirió instalarse detrás de la colina que coronaba la casa principal del rancho.


—Me parece que allí arriba, estaremos solos —dijo Alfonso, alegremente.


—Créeme Pedro, no vamos a necesitar intimidad en absoluto.


—Claro que sí.


—Por favor, no me presiones más —se quejó Paula, agobiada.


—Querida —dijo Alfonso, tomando su barbilla y elevándole el rostro, seriamente—. No te preocupes, es tu cumpleaños y no voy a hacer nada que te contraríe.


—Seguro que no me mientes —dijo la vaquera, observando fijamente la expresión de su acompañante.


—Seguro.


Paula le creyó, pero por otra parte le parecía una tortura tener que estar a su lado, sin más. Por lo menos, cuando Pedro la besaba, dejaba de pensar automáticamente. Apenas podía respirar y no quería pensar en problemas trascendentales…


Alfonso le dio la mano y ambos empezaron a caminar. Probablemente el champán le adormecería las ideas.



FARSANTES: CAPÍTULO 45

 


—¡Sorpresa!


—¡Feliz cumpleaños! Paula se puso colorada mientras una lluvia de confeti les llovía a Pedro y a ella.


El establo que usaban para llevar a cabo celebraciones y fiestas, estaba decorado con guirnaldas y flores salvajes. Los asistentes iban vestidos con sus mejores galas de vaqueros.


—¡Feliz cumpleaños, querida! —dijo en alto su abuela—. ¡Y felicidades, Pedro, esto es una doble celebración, teniendo en cuenta que acabáis de comprometeros!


—Muchas gracias, señora Harding —contestó Alfonso, afectuosamente.


—Por favor, Pedro, llámame Eva o abuela. Sobre todo ahora que vamos a ser miembros de la misma familia.


—Estupendo —dijo Alfonso, cortésmente.


Paula comprobaba lo formal que podía ser Pedro, después de haber anunciado sin ningún reparo y a los cuatro vientos, la noticia del compromiso. ¡Parecía un auténtico novio, actuando de modo nervioso con su futura familia política!


Era posible que estuviese comenzando a encontrarse mal en el papel que él mismo había elegido.


Respecto a su abuela, Paula no pudo evitar pensar que Eva Harding había hecho caso omiso de las confidencias que le había hecho el día anterior. La nieta le había asegurado que no quería que Pedro se enamorara de ella. Y allí estaba, celebrando tranquilamente, un compromiso que, en teoría, tenía que haberla sorprendido.


De repente, una voz la hizo girar.

—¡Felicidades, querida!


—¡Hola Augusto! Te echamos de menos en la fiesta del sábado pasado.


—Lo siento por no haber acudido, pero un caballo se puso malo y tuve que ocuparme de él. ¿Es verdad que vas a casarte?


—Sí —contestó Paula, perforando con la mirada a Pedro—. Augusto Steele, te presento a Pedro Alfonso.


—Encantado de conocerte —dijo Augusto, educadamente.


—Lo mismo te digo —respondió Alfonso, con la pinta de un toro salvaje, a punto de salir de estampida.


Paula se excusó y llevó a su prometido al otro lado del edificio.


A la vaquera se le había olvidado que era su cumpleaños, y claro está, a su familia no se le había pasado el detalle. Para ella era difícil cumplir treinta años. Más aún, que hacer creer a todos los del rancho, que Pedro y ella estaban prometidos. A ella le divertía en cierto modo seguir con la mentira de Alfonso.


Había empezado a negociar con su abuelo el futuro del rancho. Pero ahora, Samuel Harding estaba completamente convencido de que el futuro matrimonio sería mucho más eficaz con la gestión de la finca, que la propia Paula estando soltera.


Pedro se dio cuenta y trató de excusarse con ella.


—De verdad que lo siento, querida. No era mi intención interponerme en tu futura vida de ranchera —dijo Pedro honestamente.


Alrededor de la pareja todo eran felicitaciones, y, hasta los que menos los conocían les ofrecían pequeños regalos, mientras el resto de la gente se disponía a probar la tarta de cumpleaños.


Paula comprendió las disculpas de Pedro y cambió de tema.


—Mira hacia allí —comentó la vaquera, riendo—. Creo que Gabriela no te va a perseguir nunca más ni en Seattle, ni en ningún otro lugar del mundo.


—Ya te advertí que Claudio iba a hacer un buen trabajo con su invitada —dijo Alfonso, muerto de risa.


En los últimos dos días, Gabriela y Claudio habían discutido, se habían insultado y se habían hecho la vida imposible. Pero Claudio tenía la ventaja de dominar el entorno…


En ese momento, alguien reclamaba la atención de la homenajeada a la altura de las rodillas.


—Hola, Paula. ¡Feliz cumpleaños!


La joven tomó en sus brazos a la niña que la estaba felicitando.


—Muchas gracias, Karla. ¡Me alegro mucho de verte! ¿Os habéis portado bien tu hermano y tú, este año?


—Sí. Papá me ha regalado un pony.


—¡Qué estupendo! —dijo Paula, aspirando el suave olor a colonia de la niña.


En aquel momento, sintió un gran pesar, porque aunque le encantaría tener hijos, no podía planteárselo en un futuro próximo.


—Ya soy toda una vaquera —se enorgulleció la cría.


Paula se volvió hacia Alfonso y dijo:

Pedro te presento a Karla, la hija de Augusto.


—¿Es su hija? Luego, está casado…


Paula le dio un beso a la niña y la acercó hacia donde se encontraban las bebidas. A continuación, siguió conversando con Alfonso.


—Augusto es viudo. Su mujer falleció al nacer Karla.


—Vaya por Dios, lo siento… —comentó Pedro, arrepentido de su tono impertinente.


—Nos hemos criado prácticamente juntos. En la actualidad, Augusto posee un rancho al sur de nuestra propiedad —dijo la vaquera, comiéndose un trozo de tarta.


Las fiestas informales eran muy frecuentes en el rancho… A los turistas les encantaban y los Harding disfrutaban reuniendo a sus colaboradores y amigos, de vez en cuando.


—No he visto a Augusto por aquí. ¿Trabaja como vaquero?


—No, pero suele venir a las celebraciones que hacemos los sábados con los crios. Ellos se divierten jugando con otros chicos y Augusto se relaja un poco. Ha sido muy duro para él, tener que enfrentarse solo a la educación de los niños.


—Me alegro de que viniera a tu fiesta de cumpleaños.


—Y de nuestro compromiso, no lo olvides —sonrió Paula, pícaramente.




FARSANTES: CAPÍTULO 44

 


Siete horas más tarde, los jóvenes estaban dirigiendo el ganado, mientras Paula disfrutaba de su caballo, excelentemente domado para ejercer las labores propias de su condición. Sin embargo, la montura de Pedro, estaba tan bien entrenada, que apenas necesitaba un jinete para hacer su cometido. Por si quedaba algún cabo que atar, para eso estaba Bandido, el mejor perro pastor del rancho.


Alfonso respiró profundamente, disfrutando mientras cabalgaba. Ya era capaz de reconocer cuál era el hierro del rancho, teniendo en cuenta que todas las reses lo llevaban marcado en una de las ancas. Además, la marca podía verse en las vallas bien cuidadas que rodeaban al ganado.


Paula llevaba una grapadora que marcaba, con un marchamo en las orejas, a las reses que así lo precisaban. Cuando realizaba esa tarea lo hacía con mucho cuidado para no hacer sufrir demasiado a los animales. Se notaba que estaba muy ligada a la naturaleza, y eso la enriquecía enormemente.


—¿Cuántos hectáreas tiene el rancho en total? —le preguntó Pedro a la vaquera, que acababa de juntar a un par de vacas rezagadas, al resto de la manada.


—Unas dos mil quinientas, aproximadamente —contestó Paula.


Alfonso tiró de las riendas en seco y paró a su caballo. La respuesta le había sorprendido, aunque pensándolo bien, se trataba de algo coherente.


—¿Qué es lo que ocurre? —dijo Paula, sin parar a su montura y mirándolo por encima del hombro.


—Pero Paula, es una extensión demasiado grande para que la puedas comprar con tu sueldo de profesora.


No le extrañaba que Samuel Harding, no tomara en serio a su nieta… Pedro sentía tener que hablar con Paula de sus proyectos más personales, porque no quería poner más trabas entre Paula y él.


—Como ya te he dicho en alguna ocasión, trabajo como profesora en el turno de noche, apenas tengo gastos y lo que he ahorrado está francamente bien invertido.


—Siento meterme en tus asuntos, pero creo que por mucho dinero que hayas reunido…


—No sabes de lo que te estoy hablando, Pedro.


Cuando Paula le dijo a cuanto ascendía la suma de sus ahorros, Alfonso dio un brinco en su caballo. Una vez más, había subestimado a la joven vaquera. Desde luego, alguien capaz de plantearse de ese modo la conquista de su sueño dorado, merecía ser tomado muy en serio.


—De acuerdo, me has dejado impresionado. Pero creo que tu abuelo podía arreglar las cosas de manera que en cuanto las cifras no cuadrasen, él pudiese recuperar el control de la propiedad. Incluso después, podría venderle la finca a algún extraño.


—Sí, claro —contestó Paula, calándose un poco más el sombrero que llevaba.


Aquello irritó a Pedro, que deseaba saberlo todo de aquella deliciosa vaquera emprendedora. Alfonso le retiró ligeramente el sombrero, tal y como lo tenía antes. No podía soportar la idea de que ella le ocultase algo de su vida… por muy pequeño que fuese el detalle.


—Dime, Paula. ¿Tu abuelo no quiere venderte la finca por una cuestión exclusivamente de dinero?


—Por supuesto que no —respondió la vaquera, mordiéndose un labio e incluso haciéndose sangre—. Lo que pasa es que el rancho es muy importe no sólo para nosotros. Llevar una finca hoy en día no es un negocio de mucho rendimiento. Por eso algunos rancheros que necesitan cubrir gastos extras colaboran con nosotros en verano, atendiendo a los turistas. De esa manera todos salimos ganando. Ésa es la razón por la que Samuel Harding considera que no puede tener pérdidas: para no dejar en la calle a los otros vecinos que trabajan con él.


—O sea, que no se trata únicamente de una cuestión de orgullo —dijo Pedro, con interés.


Paula dio un suspiro y contestó:

—Sí y no. Creo que el abuelo confiaría la propiedad a alguno de mis hermanos, pero nunca a una mujer, teniendo en cuenta los riesgos que implica este negocio.


—¡Oh, Paula, lo siento!


Paula sintió un escalofrío, a pesar del calor que hacía.


—En estas circunstancias, Samuel Harding, confiaría en algún inversor ajeno, pero bien respaldado económicamente, por si vinieran malos tiempos.


Alfonso se secó el sudor de su frente con un pañuelo. El rancho podía hacer pensar en que todo era fácil y divertido. Y sin embargo, constituía una parte importante de la economía local.


—Querida, creo que tu abuelo tiene razón.


—¿Tú crees? —preguntó Paula atentamente, en vez de enfadarse—. Adoro este rancho… Amo cada árbol, cada animal e incluso cada roca. Haría cualquier cosa por la gente que depende de nosotros, porque son parte mía. ¿Crees que estaría mejor en otras manos, teniendo todo el dinero del mundo?


Pedro pensó que tenía razón, pero que no dejaba de ser una tremenda cabezota como Samuel Harding.


—¿Entonces?


—No sé qué decirte… —balbuceó Alfonso.


De pronto, Bandido se puso frente a ellos con un ladrido. ¡Ya era hora de que volvieran al trabajo!


Ambos jóvenes se pusieron en marcha y Pedro fue consciente de lo importante que empezaban a ser los sueños de Paula para él. Más importantes aun que sus propias aspiraciones.