lunes, 24 de mayo de 2021

EL TRATO: CAPÍTULO 34

 


Era el hombre más extraño y complejo que había conocido en su vida. Ella no había querido discutir con él porque pensaba que podría estar a la defensiva y, en vez de eso, se encontraba sorprendentemente con que estaba de acuerdo con ella, como si compartieran los mismos pensamientos y opiniones. Tenía que relajarse y disfrutar de él.


Se quitó la ropa y se metió en la bañera. El agua estaba a la temperatura justa. Cerró los ojos y se relajó; casi podía sentir cómo se evaporaban las tensiones del día.


Al cabo de un corto rato, empezó a oler algo. Abrió los ojos y se encontró con otro par de ojos oscuros mirándola.


—Dale un trago —dijo Pedro sujetando una frágil copa llena de champán cerca de su boca.


Paula lo hizo, sin separar la mirada de él.


—Lo encargué pensando que tendríamos algo que celebrar esta noche.


—Nunca antes me sirvieron el champán de esta forma —dijo ella.


—Esperaba que fuera así.


A Paula le pareció la cosa más natural del mundo el estar metida en la bañera con él sentado al lado.


—¿Qué es eso? —le preguntó ella señalando algo que él tenía entre los dedos.


—Pruébalo.


Paula lo tomó con la boca.


—¿Gambas?


—Gambas.


—Mmm. Muy bueno —le dijo ella abriendo la boca para que le diera otro trozo.


—Creía que habías comido.


Ella lo negó con la cabeza mientras masticaba.


—Estaba demasiado excitada como para comer. Estoy hambrienta.


Pedro le puso la fuente delante y ella continuó comiendo.


—Me alegro de que todo fuera bien entre vosotros.


—Y yo. Sentí como si se me quitara un peso de encima. ¿Me puedes dar otro trago?


Él le llevó la copa a los labios y Paula bebió.


—¿Sabes que le caíste bien?


Pedro sonrió.


—¿Ah, sí? ¿Qué te dijo?


—Que le parecías un «tipo legal». ¡Eso es lo máximo para él!


Pedro se rió.


—¿Lo has invitado a casa?


—Sí. el fin de semana anterior al Día de Acción de Gracias. Va a pasar las vacaciones con Carolina. Luego lo volveremos a tener en Navidad, si te va bien.


—Claro. Tendremos que planear algo especial para hacer.


Pedro se terminó la copa de champán.


—¿Tiene suficiente, señora?


—Sí, gracias, señor.


Pedro la ayudó entonces a salir de la bañera y ella se envolvió en una gran toalla de baño. Luego se acercaron a la cama. Él se sentó en el borde y la hizo sentarse en sus rodillas. Empezó a pasarle la toalla por encima quitándole las gotas de agua, al parecer una a una.


—¿Qué estás haciendo?


—Secándote.


—Soy muy capaz de hacerlo por mí misma.


—Estoy seguro de que sí. Pero ésta es la primera lección de lo que te falta de educación. ¿Es que alguna vez te ha hecho esto un hombre?


—No puedo decir que sí.


—Entonces, déjame ser el primero —le dijo él rozándole con la lengua uno de los rosados pezones—. Y el último.


La tomó en brazos y la dejó sobre la cama.


Sin que ella dijera nada, la besó. Sabía a champán, gambas y a ella misma, una combinación más intoxicante que cualquier otra que hubiera probado en su vida.


—Esto no va como lo había planeado.


—¿Y cuál era el plan?


—El plan era darte un largo y relajante masaje, después del cual tú te desprenderías de todas tus ataduras y caerías rendida en mis brazos.


—Suena muy bien. ¿Debería de pelear ahora contigo para que volvamos a empezar?


—No, no creo.


Él se sentó y se dirigió al armario. A Paula se le estaba evaporando la resolución que había tomado de no hacer el amor con él y le estaba costando mucho trabajo recordar incluso la razón por la que debía de resistírsele.


Pedro volvió a la cama y la hizo tumbarse boca abajo. Algo frío le corrió por la espalda y ella gritó.


—Relájate. Sólo es loción corporal.


Las manos de Pedro la recorrieron por completo, masajeándola con fuerza.


—Me siento como un pote de mantequilla —murmuró ella con los ojos cerrados.


—Muy bien. Así es como te quiero… cremosa y lista para…


—Cuidado —le dijo ella sonriendo.


Él se rió y pasó las manos por el final de la espalda. Luego su contacto empezó a cambiar. Comenzó a acariciarla lentamente y de una forma más suave, más íntima. El cuerpo de Paula se sintió inundar por una especie de fuego.




EL TRATO: CAPÍTULO 33

 


Casi había anochecido cuando volvió Paula a la posada, y el nublado día había cumplido su promesa; estaba diluviando. Mateo se había saltado todas sus clases. Tenía de nuevo a «su» Mateo y se juraba a sí misma que nunca más dejaría que algo se interpusiera entre ellos. Había aprendido de su error. Él le había dicho que la quería y que quería seguir siendo parte de su vida.


También le había hablado de su encuentro con Pedro.


Cuando estaba a punto de subir las escaleras, suspiró y se agarró a la barandilla. La habitación principal estaba desierta y la lluvia golpeaba las ventanas; no estaba muy segura de lo que le iba a decir a Pedro. Estaba agotada. Las emociones del día la habían dejado como un trapo y no quería tener una discusión con él, pero creía que era algo necesario poner los puntos sobre las íes.


Una parte de ella estaba molesta porque se hubiera entrometido en su vida, mientras otra más razonable sólo quería agradecerle lo que le hubiera dicho a su hijastro y que le había hecho cambiar de parecer. Realmente, lo que le parecía era que él le había hecho exactamente lo que ella le había hecho a Mateo. No le había mentido, simplemente no le había dicho que había hablado con Mateo. Sería hipócrita por su parte regañarle por haberla ayudado, pero ¿qué hubiera pasado si hubiera apartado aún más a Mateo de ella? ¿Si lo hubiera perdido para siempre?


Eso le mostró con claridad cómo debía haberse sentido Mateo. Mientras lo que había hecho Pedro era algo menor en comparación, él había pensado por ella, la había manipulado, había pasado por alto su derecho a decir que no, Mateo había tenido razón en estar furioso. Dolía mucho.


Paula continuó subiendo. Lo que quería era meterse en la bañera, comer algo y meterse en la cama rodeada por un par de cálidos y fuertes brazos. Suspiró antes de abrir la puerta de la habitación.


Pedro estaba mirando por la ventana, vestido solamente con unos vaqueros.


—Hola —le dijo él.


—Hola.


—¿Cómo te fue?


—Bien. Realmente muy bien. Me abrió su corazón. Sea lo que sea lo que le haya hecho cambiar de parecer, tiene mi gratitud eterna —le dijo ella esperando que confesara.


—No trates de analizarlo.


—Realmente no tengo que hacerlo ¿No Pedro? ¿Por qué no me dijiste que lo habías visto esta mañana? —le preguntó ella acercándose.


Pedro la miró por un momento y luego apartó la mirada, bajando un vaso que ella no había visto antes.


—Así que te lo ha dicho.


—¿Es que creías que no iba a hacerlo?


—No lo sabía. Ni siquiera sabía si lo que le dije había terminado de fastidiarlo todo. Estuvo muy inexpresivo, así que, por lo que sabía, podía haber sido así.


—Ése es el asunto ¿no Pedro? ¿Qué hubiera pasado si lo hubieras empeorado? No era cosa tuya. No puedes jugar con la vida de la gente.


Pedro la miró a los ojos y ella le mantuvo la mirada.


—Sé lo que me vas a decir. Me he estado culpando a mí misma por lo que le hice a Mateo. ¿Pero no ves que me has hecho lo mismo a mí?


—Sí. Lo veo. Y lo siento. Pero en ese momento estaba furioso, no podía soportar verte como estabas y pensé que podía decirle algo al chico que funcionara. Y lo hice.


—Sí, y funcionó. Pero deberías habérmelo dicho. Deberías de haberme dado la opción de decir sí o no. Durante toda mi vida he tenido a mi alrededor gente que me ha dicho lo que tenía y no tenía que hacer. Primero en el orfanato, luego J.C. fue prácticamente mi cuidador. ¡Por Dios! No me estoy quejando. Así es como quise vivir con él. Era lo que yo necesitaba entonces —le dijo acercándose a él y deteniéndose a sólo unos centímetros—. Pero no es lo que necesito ahora.


—Lo sé, y lo siento. Debería habértelo dicho. Tal vez lo hubiera hecho si tú no me hubieras saltado encima cuando entré en el cuarto, no lo sé. De todas formas, te prometo que nunca más volveré a hacer nada a tus espaldas.


Paula le tomó la mano.


—Es curioso; prácticamente es eso mismo lo que he dicho esta tarde a Mateo. Se han hecho muchas promesas hoy. Espero que podamos mantenerlas.


—Podremos si lo intentamos. Si queremos.


Él la besó en la frente.


—Me alegro de que haya ido bien.


—Y yo.


Pedro la tomo de las manos y se las acarició.


—Estás helada; y pareces un trapo mojado.


—Gracias por el cumplido. Te lo discutiría, pero es así como me siento.


Pedro la ayudó a quitarse la chaqueta y la acompañó al cuarto de baño.


—¿Qué…?


Una vez dentro, Paula vio que la bañera estaba llena de agua caliente.


Pedro ¿estás loco?


—Cuando saliste del coche parecía que era esto lo que necesitabas. Vamos, inténtalo, tengo una sorpresa para ti.


—¿Qué clase de sorpresa?


—Paciencia —le dijo él dejándola sola.





EL TRATO: CAPÍTULO 32

 


Pedro no volvió inmediatamente a la posada. Anduvo por ahí, repasando la entrevista con Mateo una y otra vez. Suponía que podía haberlo hecho mejor. Después de todo, Mateo no era más que un muchacho, aunque no tenía mucha experiencia en tratar con los jóvenes. Pero quería ayudar a Paula como pudiera. Quería proteger a esa mujer. A su mujer.


Sonrió al darse cuenta de lo machista que sonaba, pero mientras más vueltas le daba, más le agradaba la idea. Paula, su mujer. Le encantaba cómo sonaba.


Finalmente volvió a la posada casi a la hora de comer y decidió hacer esas llamadas que había usado de excusa. Evitó llamar a Eduardo, porque todavía no le había pasado el enfado. Cuando terminó, miró el reloj y se preguntó si Paula estaría ya lista para comer.


Sabía que debía de ir a ver lo que estaba haciendo, pero se dijo a sí mismo que no podía verla llorar. Pero para decir la verdad, era el sentimiento de culpabilidad lo que lo retenía. ¿Qué pasaría si su acción era completamente perjudicial? ¿Debería decirle lo que había hecho? Ella tenía derecho a saberlo, por supuesto, pero no se le ocurría cómo iba a poder explicarle la urgente necesidad de hacer algo que había experimentado esa mañana. De ninguna forma, no creía que la explicación que se había dado a sí mismo, su afán de protección hacia ella, le fuera a ir muy bien.


Apretó los dientes y se dispuso a encontrarse con unos ojos llorosos, así que subió a su habitación.


Efectivamente, ella tenía los ojos llorosos y había un montón de pañuelos de papel usados en el suelo, pero no tenía la cara triste. Paula estaba sentada con las piernas cruzadas en mitad de la cama, con el teléfono sobre el pecho y la sonrisa más amplia que él le había visto nunca en la cara.


Se le acercó rápidamente y la abrazó.


Paula se apartó.


—¡Me ha llamado! ¡Me ha llamado! ¡No me lo puedo creer!


—¿Mateo?


—Sí. Debe de haber cambiado de opinión. No lo sé.


Pedro la observó danzando por la habitación. «Así que el chico ha llamado. No está mal», pensó.


—¿Qué te ha dicho?


—Quería hablar conmigo. Vamos a comer juntos. Creo que incluso se ha disculpado. ¡Estaba tan excitada que ni me acuerdo! Parecía tan… tan… oh, no lo sé… Tan el antiguo Mateo, mi Mateo, como era antes de que todo esto empezara.


Paula estaba tan contenta que no se dio cuenta de la reacción de Pedro a sus palabras. ¿El ser su esposa era «todo esto»? Le sorprendió que un simple comentario le pudiera afectar tan profundamente.


—He quedado con él a la una. ¿Quieres venir con nosotros? Te puede gustar conocerlo.


—No —le contestó él cautamente—. Creo que será mejor que estéis solos. Él probablemente tenga un montón de cosas que decirte y se sentirá más cómodo si yo no estoy allí.


Paula tomó su chaqueta y las llaves del coche.


—De acuerdo. ¿Nos vemos luego?


—Claro.


Él se quedó escuchando cómo sus pasos se alejaban hasta que se desvanecieron. Se acercó entonces a la ventana y la vio meterse en el coche y marcharse. La conocía desde hacía sólo unos días, pero rápidamente se había transformado en parte de su vida. ¿Sentía ella algo por él? Sabía cómo le respondía en la cama ¿pero era deseo o amor lo que estaba experimentando? Le gustaría saberlo.


Incluso más, le gustaría saber por qué era eso tan importante para él.