lunes, 23 de noviembre de 2020

VERDADERO AMOR: CAPÍTULO 43

 


Se bajó y se quedó en la acera mientras el coche se alejaba. Luego se volvió hacia la multitud y se preguntó a qué se enfrentaría primero. No a qué, sino a quién. Con una sensación de irrealidad se abrió paso entre la multitud hasta donde estaba el señor Sears.


—Yo… —alzó las manos y las dejó caer—. Gracias.


—No, gracias a ti —y le sonrió mientras ella se preguntaba si antes lo había visto sonreír alguna vez—. Paula, en este pueblo nos ayudamos.


—Significa mucho para mí —le devolvió la sonrisa. Echó un vistazo alrededor y lo que vio la llenó de esperanza. «Si pudieras ver esto, mamá», pensó—. ¿Qué hago? —le preguntó al señor Sears.


—Carmen y yo nos apañamos solos aquí, de momento. ¿Verdad, Carmen?


—Sí, mi capitán —respondió ella haciendo el saludo militar con las tenazas.


—Audra Lavender y Lloyd Longbottom están dentro dirigiéndolo todo —le indicó el señor Sears.


—¿La señora Lavender y el señor Longbottom?


—Eso es —el señor Sears le guiñó el ojo—. Parece que hoy es un día milagroso.


—Creo que tiene razón —dijo Pau sonriendo. Dio media vuelta y se dirigió a la librería.


—Paula, querida —la señora Lavender le sonrió de oreja a oreja al verla—. Espero que tu brazo esté bien.


—Sí, muy bien. Gracias.


La señora Lavender había arrimado dos mesas a la pared de la parte trasera para servir en ellas el queso y el vino que Pau había encargado para las lecturas de la tarde. Y había distribuido los taburetes por los espacios libres. Perfecto.


—Y después, los escritores pueden utilizar las mesas para firmar ejemplares. Seguro que, cuando la gente escuche a nuestros tres invitados, querrán comprar libros. Y, sí, tenemos muchos —añadió antes de que Pau pudiera preguntárselo.


Esta vio al señor Longbottom colocando botellas de vino en el almacén y lo señaló con la cabeza.


—¿Qué ha pasado? —susurró.


—Esta mañana le dije que necesitaba ayuda para la feria y que no sabía a quién más pedírsela.


—¿Así de fácil?


—Bueno, me dijo que, si cenaba con él esta noche, estaba a mi entera disposición. Y me lo pidió de un modo tan agradable que no pude rechazarlo.


Pau pensó en cómo Pedro le había dicho que la quería, como si no pudiera hacer nada más que decírselo, como si no tuviera ningún otro pensamiento en la cabeza.


—Me alegro mucho por usted.


—Gracias —se le habían empañado los ojos—. Creo que Boyd y yo ya hemos perdido demasiado tiempo por un malentendido del pasado.


—Gracias por todo lo que ha hecho, señora Lavender.


—¿Creías que te íbamos a dejar en la estacada?


—No creía que fuera a cargar con todo esto.


—¿Por qué no?


Paula no supo qué responder.


—Me has hecho revivir. Has proporcionado a tus empleados un entorno laboral divertido y armonioso. La feria nos ha impulsado a trabajar juntos. Has conseguido que nos sintamos importantes.


—¡Es que lo sois!


—Justamente, Paula. Somos importantes. Tú también —y antes de que Pau pudiera responder, se apresuró a añadir—: Y no sé lo que has hecho para seducir al señor Sears, pero bien hecho está. En cuanto nos vio a Boyd y a mí peleándonos con la barbacoa, salió disparado de la panadería como un cohete. Tomó las riendas y todo ha ido bien.


—Le estoy muy agradecida.


—Paula, querida, eres uno de los nuestros. Y, a los nuestros, los cuidamos.


Paula se sintió arropada por la comunidad, y la sensación que experimentó fue tan maravillosa como siempre creyó que sería.


—Ya que estoy aquí, ¿qué hago?


—Mézclate con la gente. Habla con ellos y muéstrate encantadora. Disfruta del éxito de la feria. Y cuídate el brazo, porque, de lo demás, ya nos encargamos nosotros. Si te necesitamos, te llamaremos —concluyó antes de que Paula pudiera protestar.




VERDADERO AMOR: CAPÍTULO 42

 


Recorrieron en silencio el trayecto de quince minutos de Katoomba a Clara Falls. A Paula le dolía el corazón con cada latido. La fuerza de las palabras de Pedro seguía resonando en su interior, y no entendía nada. Creía que había comenzado a hacer las cosas bien, pero… Pedro la quería. Parte de ella estaba exultante, pero no se dejó dominar por esa alegría. ¿Pedro y ella?


No.


Tragó saliva y trató de sentarse erguida. Estaban a punto de llegar a la calle principal de Clara Falls y se dio cuenta de que todavía llevaba el jersey de Pedro alrededor de los hombros. Aspiró por última vez su aroma y lo dejó doblado en el asiento, a su lado.


Trató de prepararse para ver la librería cerrada y sin clientes, para las hadas y los piratas que, con toda razón, le exigirían que los pagase. Trató de olvidar cuánto dinero había invertido en publicidad, en encargar las salchichas y en alquilar la barbacoa. Intentó pensar en cómo suavizar la decepción de los escritores que le habían prometido que le dedicarían su tiempo sin cobrar, como favor a la comunidad.


Por el rabillo del ojo vio que Pedro la miraba.


—Crees que la señora Lavender y los demás habrán tenido que cancelar la feria, ¿verdad?


Ella deseaba con todas sus fuerzas ponerle la mano en el hombro y decirle que no había sido su intención herirlo. Pero no lo hizo. No serviría de nada.


—Sí.


—¿Por qué? ¿Te crees indispensable?


—¡Claro que no! —no creía que para él lo fuera. Un día encontraría a otra mujer a la que amar. Y quería que lo hiciera. Apretó los dientes. De verdad que lo deseaba. Merecía ser feliz. Recordó que estaban hablando de la librería.


—El señor Sears habrá hallado el modo de sabotear la feria —y si ella no estaba para aguantar su acoso…


Al entrar en la calle principal, se le hizo un nudo en el estómago. En aquel extremo de la calle no había el número de turistas habitual, a pesar de que hacía un día muy bueno, por desgracia, ya que a ella le habría gustado que el cielo estuviera gris y que granizara, lo cual habría hecho que se sintiera mejor. Reprimió un suspiro y miró hacia delante con obstinación. A medida que se acercaban a la librería, quiso cerrar los ojos, pero no lo hizo. Sin embargo, bajó la vista y se negó a seguir mirando hacia delante. No tenía valor para hacerlo ni para volver a mirar a Pedro.


Deseó que el coche se averiase, que los dejara tirados a medio camino y no pudieran llegar a la librería antes de la hora de cierre. Aparecieron algunos turistas más. Se consoló pensando que su negocio no era el único que no estaba vendiendo aquel día. Entonces, comenzó a oler a cebolla frita. ¡A cebolla!


Alzó la vista… y vio a gente, a montones y montones de gente riendo y charlando fuera de la librería. Pedro detuvo el coche. Cuando la gente la vio, la vitorearon.


¿La vitoreaban a ella? Se quedó boquiabierta al ver quién dirigía a la multitud. ¡El señor Sears! Y no sólo la dirigía, sino que estaba a cargo de la barbacoa. Carmen, que estaba a su lado, sonrió y la saludó con la mano. Paula, sin saber cómo, consiguió alzar la mano y devolverle el saludo.


La librería estaba atestada de clientes. Se hallaba tan llena que casi parecía tener vida propia. Paula reconoció a dos empleados en medio de aquel caos, vio a un hada y no pudo evitar preguntarse dónde estarían los piratas. Se volvió hacia Pedro.


—Pero ¿qué…?


—¿Por qué no te bajas aquí? —le sugirió él encogiéndose de hombros y sin sonreír—. Voy a aparcar en la parte de atrás.


Ella no quería bajarse del coche. No quería dejarlo así. Lo había herido… pero ya no podía ayudarlo.





VERDADERO AMOR: CAPÍTULO 41

 


—Pero ¿Qué demonios…? —Pau lo empujó con tanta fuerza que se habría caído si él no la hubiera sujetado por la cintura—. ¿Qué estás haciendo? —se puso en pie de un salto temblando.


Él se habría echado a reír a carcajadas si la expresión de ella no lo hubiera dejado helado hasta la médula.


—Me parece que es evidente —trató de sonreír con la sonrisa que, según ella le había dicho ocho años antes, conseguía que le temblaran las rodillas, la que indicaba que no podía pensar en nada mejor que en hacerle el amor.


Ella se fijó en su boca y dio un paso atrás.


—Esto no puede ser.


—¿Por qué no? —preguntó él mientras se levantaba a su vez.


—¿Cómo que por qué no? Lo sabes perfectamente —dijo ella con voz temblorosa.


—No, no lo sé. Amé a la chica que eras hace ocho años y amo aún más a la mujer que eres ahora. No entiendo por qué no podemos estar juntos.


Ella lo miró con los ojos como platos. Por unos instantes, su cuerpo se inclinó hacia él, lo cual lo llenó de júbilo.


—No hay nada que nos impida estar juntos, Pau. Nada en absoluto —se lo demostraría. Dio un paso hacia ella, extendió los brazos…


—Ya te lo he dicho —afirmó ella mientras retrocedía—. ¡Es demasiado tarde!


Pedro se sintió invadido por la ira y el miedo. No podía perderla por segunda vez.


—¿Cuándo vas a dejar de huir?


—No huyo. He vuelto a Clara Falls, ¿no? Y no voy a marcharme hasta que la librería vuelva a funcionar. No me parece que eso sea precisamente huir.


Al mencionar la librería, su rostro se contrajo en una mueca de dolor. Pedro pensó en el crédito que le habían concedido a un interés escandaloso. Le habría dado él mismo el dinero si ella lo hubiese consentido. Se habría ofrecido a prestárselo, pero sabía que también se habría negado. Algo le decía que Paula no sobreviviría al cierre de la librería.


—¿Por qué es tan importante la librería, Pau?


—Conseguir que salga adelante es lo único que puedo hacer por mi madre.


De pronto, todo encajaba. Ella no había vuelto al pueblo por orgullo ni por deseos de venganza, ni para demostrarles a todos que era mucho mejor de lo que creían, sino por amor. Lo único que siempre la había llevado a actuar era el amor. Y, sin embargo, se sentía responsable de la muerte de su madre.


—¿Cuándo vas a dejar de castigarte y a permitirte ser feliz?


—No puedo hacerlo —susurró ella.


—¿Por qué no? —preguntó él, conmovido por su tono dolorido. Quería abrazarla, pero sabía que con eso sólo conseguiría que se recluyera aún más en sí misma. Apretó los puños para contenerse.


—Al creer que te había engañado, me partiste el corazón, Pedro.


Él sintió una fuerte opresión en el pecho. Se merecía que estuviera resentida con él y no era digno de que lo perdonara.


—He tratado de disculparme, Pau. No tengo palabras para expresar cuánto siento el error que cometí. Si pudiera retroceder…


—Lo sé, pero no es eso a lo que me refiero. Los dos nos equivocamos y lo sentimos —hizo una pausa para abrigarse mejor con el jersey, como si tuviera frío y no pudiera calentarse por mucho que lo intentara—. Lo que trato de decirte es que, después de aquello, me convertí en otra persona: más amarga, dura y destructiva. No te estoy echando la culpa; no la tenías. Fue culpa mía. Me convertí en una persona que se negó a volver a Clara Falls aunque su madre se lo suplicara y aunque supiera lo mucho que significaba para ella. ¿No resulta increíble? —cerró los ojos—. Es como si yo misma le hubiera dado el frasco de pastillas de dormir.


—Es imposible que creas lo que dices.


—Pues así es —le temblaban las manos.


—No puedes sentirte responsable de las acciones de otros, Pau.


—Si hubiera vuelto, habría comprobado cómo estaban las cosas. Podría haberla ayudado, salvado —dijo en un susurro. Luego echó la cabeza hacia atrás y lo miró con ojos brillantes—. Pero no lo hice porque me había convertido en un monstruo sin sentimientos. Por eso, tú y yo no tenemos futuro. No puedo arriesgarme a volver a querer así. ¿A quién destruiré o haré sufrir la próxima vez que el amor fracase?


—¿Quién dice que fracasará? —preguntó él con la boca seca.


—Lo siento, Pedro —tenía la mirada herida, fatigada, resuelta—, pero es un riesgo que no estoy dispuesta a correr.


Él sintió que se desmoronaba y que su vida se hacía pedazos al escuchar su tono irrevocable. Estaba equivocada al desterrar el amor de aquella manera… ¡y al desterrarlo a él! Se la había imaginado en sus brazos para siempre. Que se la arrebataran de aquella manera le resultaba casi imposible de soportar. Paula estaba hecha para el amor, pero lo rechazaba, lo cual implicaba que también lo vetaba para él, porque nunca volvería a conformarse con otra que no fuera ella.


—Entonces, según tu filosofía, lo mejor que puedo hacer es no volver a enamorarme.


Ella se lo quedó mirando con la boca abierta, pero luego apretó los labios con fuerza. Era evidente el dolor que sentía, y él tuvo que hacer un tremendo esfuerzo para no abrazarla.


—¿Y si me vuelvo a dejar llevar por los celos aunque sólo sea un segundo? Teniendo en cuenta el pasado, es evidente que no tengo derecho a interferir en el corazón de una mujer.


—Sabes perfectamente que no es eso lo que he querido decir.


—Has dicho que lo único que puedes hacer por tu madre es salvar la librería, pero te equivocas. El mejor regalo que podías hacerle es vivir plenamente y sin miedo, dejar que el amor vuelva a tu vida. No lo entiendes, ¿verdad, Pau? Frida no quería que volvieras para su comodidad o tranquilidad de espíritu, sino para las tuyas. ¿Crees que se alegraría al ver lo que te estás haciendo?


Ella palideció.


—¿Crees que se sentiría orgullosa?


Pau se limitó a mirarlo, inmóvil, y él se preguntó si no habría ido demasiado lejos. Lo único que quería hacer era arrodillarse ante ella y rogarle que fuera feliz.


—Llévame a casa, por favor —dijo ella sin mirarlo mientras daba un paso hacia atrás—. Se supone que iba a dirigir una feria del libro. Voy a ver si aún puedo salvar algo.


Dio media vuelta y Pedro supo que era su última palabra. Lo que le había dicho no había conseguido derribar los muros que ella había levantado a su alrededor. Había fracasado.