domingo, 28 de abril de 2019

AMORES, ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 26




A continuación, Paula se fue. Pedro ni siquiera había intentado detenerla, pero viendo la cara que había puesto cuando mencionó a su madre, era de esperar. Antes de que se metiera en un taxi, Tamara la alcanzó corriendo.


—¡No te vayas, Paula! —suplicó.


—¿Te pidió Pedro que vinieras a decirme eso? No, ¿verdad? —añadió cuando vio la expresión de la cara de Tamara.


—Sé que se portó muy mal contigo. Puede que no sea un hombre moderno —admitió—, pero le gustan las mujeres. Con lo de su madre, le tocaste la fibra sensible.


Paula contuvo el aliento y miró a Tamara a los ojos.


—Yo no le gusto, Tamara. Sólo quiere acostarse conmigo… en contra de lo que le dice su instinto.


—¿Te gusta él a ti?


A Paula se le hizo un nudo en la garganta.


—No… pero estoy…


Se puso pálida cuando se dio cuenta de lo que había estado a punto de confesar. No podía estar enamorada de él… el destino no podía ser tan cruel. Le dio indicaciones al conductor del taxi y se metió dentro. Se sintió enferma por lo que había estado a punto de admitir.


No tuvo que decírselo a Tamara, pero pudo ver en los ojos de ella que la entendía. Sin embargo, se dio cuenta de que no la traicionaría. Paula se
encogió de hombros mientras le caían abundantes lágrimas por las mejillas.


¿Qué podía hacer cuando todo parecía estar fuera de control?




AMORES, ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 25




La alegre voz hizo que Pedro se volviera. Un hombre joven, con una melena rubia hasta los hombros y una mandíbula idéntica a la de Pedro le dio un golpe en el hombro.


Paula, poco a poco, fue intentando recobrar la compostura cuando vio a la joven morena que había visto por la mañana.


—Hola, de nuevo. Intenté que nos retrasáramos —dijo con un tono de disculpa en la voz—, pero el tacto y la discreción no son los puntos fuertes de mi marido. Hola Pedro, cariño… ¿A que parece que está encantado de vernos, Raul?


Entonces, abrazó a Pedro y éste respondió con una risa triste. Parecía algo más relajado cuando abrazó a la joven, pero los ojos estaban llenos de frustración cuando se encontraron de nuevo con los de Paula.


— ¿Llegamos en mal momento? —preguntó Raul mirando con asombro primero a Paula y luego a su hermano.


Tamara soltó una carcajada.


—Cuando repartieron la intuición, Raul estaba el último de la cola — comentó con sequedad—. ¿Queréis tomar una copa, Pedro, o nos vamos?


La actitud franca de Tamara y la curiosidad que había en los ojos de Raul hicieron que Paula se sintiera muy incómoda.


—En realidad, soy yo la que se marcha —murmuró levemente.


El « ¡No! » rotundo de Pedro acabó con las súplicas de la joven pareja.


— ¡Qué genio! —comentó el hermano con un tono de voz que no ocultaba la curiosidad que sentía ante un comportamiento poco usual.


—Yo habría dicho qué grosero y arrogante —dijo Paula, recobrando la voz.


—Es verdad, pero él siempre ha sido así —explicó Raul, haciendo caso omiso de la mirada asesina de su hermano—. ¿Cómo te llamas? Pareces una mujer sensata y distinguida —añadió, pasándole a Pedro el brazo por los hombros—, ¿qué haces con mi hermano?


—Soy Paula Chaves.


—Vamos, Paula Chaves, vente a tomar una copa con mi esposa y conmigo. Estamos de celebración —le dijo mientras le echaba a Pedro una mirada conciliadora—. Tú puedes venir también.


Sin saber cómo, Paula se vio arrastrada al bar y tomó asiento entre el clan Alfonso. Raul era muy alegre y su mujer tenía un buen sentido del humor. La joven pareja parecía haber dado por sentado que Pedro y ella era pareja, un hecho que Paula encontraba algo perturbador. 


«Aunque sería agradable que fuese verdad», pensó mirando a Pedro mientras éste se reía de algún comentario escandaloso de su hermano.


— ¿Estáis de vacaciones? —preguntó Paula bajo la atenta mirada de Pedro.


—De luna de miel con retraso —dijo Tamara, mirando de forma muy íntima a su marido—. Es el único momento en el que nos hemos podido escapar. Tolondra es su amante —añadió con un tono de reproche.


— ¿Lleváis mucho tiempo casados? —preguntó Paula, ahogando un sentimiento de celos ante la intimidad que compartían.


—Tres años…


—Dos meses, cinco días y… —añadió Raul mirando el reloj— y cinco horas y veintisiete minutos.


Entonces, extendió la mano para tomar la de su esposa y se la llevó a los labios.


— ¿Qué tal está Susi? —preguntó Pedro.


—Mamá está como siempre. Te manda recuerdos y quiere saber cuándo vas a volver a casa. Pero yo le dije que estabas ocupado ejerciendo de gran magnate de los negocios. ¿Tienes ya todo bajo control?


—Estoy en ello —respondió Pedro, mirando de reojo a Paula.


—Oliver era todo un carácter —musitó Raul con una sonrisa—. Se podía decir rápidamente que era el hermano de Ruth. Apareció en Tolondra hace unos años para visitar a Pedro —le explicó a Paula—. Fue una especie de visita real, como las de su alteza Ruth, sólo que él se traía a su ayudante personal y ella al peluquero —dijo riendo—. He visto, si me perdonáis la expresión, cinturones más largos que las faldas de la ayudante…


—Creo que deberías saber que Paula fue la ayudante personal de Oliver hasta su muerte —le informó Pedro.


Raulabrió la boca muy sorprendido.


— ¿Tiene alguien un agujero a mano para que me pueda meter? —preguntó —. Lo siento, Paula, no quería ofenderte.


—No te preocupes, Raul. Recientemente he hecho frente a peores insultos — respondió mirando a Pedro.


— ¿Cómo se llamaba? —preguntó Pedro.


—Señorita Jones —replicó Raul, algo incómodo.


—Eso es… Oliver tenía buena vista para un par de buenas… piernas. Pero Paula lleva las faldas mucho más largas, al menos en el trabajo. De hecho, parece que va de uniforme, con el pelo recogido y las gafas. ¿De veras las necesitas? —le preguntó.


—Soy muy miope.


—Eso explica por qué sale contigo, hermanito.


—Estábamos hablando de negocios —se apresuró Paula a responder.


El joven Alfonso la miró con una divertida expresión de escepticismo.


—Debe de haber sido muy interesante trabajar para Oliver.


Paula miró a Tamara con una expresión de agradecimiento.


—Lo era. Lo hecho de menos —dijo, sin importarle lo que pudieran pensar.


—Paula tenía una posición privilegiada en la agencia. Debe de ser muy duro ver cómo vas perdiendo la influencia.


—Lo que quería decir es que hecho de menos a Oliver como persona — replicó Paula.


— ¿Tienes algo en los ojos?


Pedro había notado el brillo que se le había puesto en los ojos.


—Sólo mis lentillas —respondió ella con severidad.


Raul, animado por las miradas insinuantes de su esposa y la patada que ésta le dio en la espinilla, interrumpió la incómoda pausa.


—Mamá está en una nube desde que le di la buena noticia. Le he dicho que tendrá que comportarse si va a ser abuela.


—Eres tan presumido que das asco —comentó Pedro, retirando la atenciónde pAULa—. Te crees que nadie ha engendrado un niño antes que tú.


—Pero no con tan inteligente y tan guapo cómo será el nuestro —respondió su hermano.


—Los dos estáis haciendo que Paula se avergüence —protestó Tamara—. ¿No te lo había dicho Pedro? También nos sorprendió bastante a nosotros. Pensé que simplemente era que me mareaba en los aviones —recordó Tamara—. Me he acostumbrado tanto a que Raul se lo cuente a todo el mundo que había dado por hecho que… Pedro es más discreto.


— ¡Enhorabuena! —murmuró Paula afectuosamente. Así se explicaba aquella alegría entre ellos. ¿Tendría el bebé la barbilla obstinada de los Alfonso?, se preguntó, con una sonrisa inconsciente en los labios.


— ¿Te gustaría a ti tener un niño? —Bromeó Raul—. Tienes que tener cuidado, hermano.


—A Paula sólo le preocupa su carrera, Raul. No creo que los sentimientos maternales le quiten el sueño.


Paula se dio cuenta de que a Pedro no le había gustado el comentario de su hermano. La presunción de que ella no quería tener hijos hizo que Paula se enojara, aunque probablemente lo que Pedro había querido decir era que ella no era la persona adecuada para tenerlos… Aquel comentario le había hecho mucho daño.


— ¿Es que las mujeres que sólo se preocupan por su carrera no pueden tener hijos? —preguntó, con la cabeza muy erguida.


—En la vida cada uno elige su camino. La mujer que sólo tiene un hijo para no perderse la experiencia, es egoísta. También hay que dar algo a cambio. No me parece que sea adecuado para mujeres como tú.


—Sois los hombres los que no podéis arreglároslas con todo —comentó Tamara, rompiendo un silencio que resultaba muy incómodo—. Las mujeres llevan haciéndolo años. Además, yo estoy a favor de compartirlo todo. Raul tiene muchas ganas de ayudar con los pañales.


— ¿Sí? —preguntó Raul.


— ¿Para mujeres como yo? —dijo Paula, ignorando totalmente el comentario pacificador de Tamara. La suposición de Pedro había ido demasiado lejos—. No te pares. Estoy deseando oír el sermón que me quieres echar. Dime, ¿están grabadas en piedra en algún sitio todas tus opiniones?


—A lo largo de toda la Historia ha habido ejemplos de mujeres que defendían su descendencia contra cualquier contratiempo. Lo que está peor documentado es que hubo muchas otras sin ningún sentimiento maternal. Son esas mujeres las que no deberían tener hijos. No digo que todo esto sea un hecho de nuestro tiempo.


—Fue un día muy triste cuando las mujeres conseguimos el derecho al voto, ¿verdad? —respondió Paula, con los ojos brillantes de rabia.


—No te lo tienes que tomar como algo personal.


—¿Cómo que no? —le espetó, levantándose de la silla—. No soy tu madre, Pedro Alfonso, así que no tienes que ponerte agresivo conmigo. Mi carencia de sentimientos maternales no es asunto tuyo. De hecho —añadió—, nada de lo que yo haga es asunto tuyo.



AMORES, ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 24




Paula tenía la impresión de que se arrepentía de haberle dado tantos detalles, pero se imaginaba nítidamente lo que había sido su vida, un juguete para una diva. Se veía claramente que apreciaba muchísimo a su hermano, a pesar de que muchos podrían haber pensado que lo lógico sería que lo odiara por haber ocupado su lugar. Además, toda aquella historia explicaba la antipatía que sentía hacia ella: comparaba la ambición, según él, desmedida de ella con la de su famosa madre.


—Tu padre debía saber lo que era tu madre antes de casarse con ella.


—Estaba ciego de amor —dijo Pedro con una sonrisa de desdén—. O, al menos, sentía una fuerte atracción sexual. Y así no se puede entender la realidad de la vida. Como nosotros, deberían haber tenido una aventura apasionada y luego escribirse de vez en cuando por Navidad —añadió con una ligereza que hirió a Paula—. Así nos hubieran ahorrado a todos muchos disgustos.


Cuando ella oyó la referencia que hacía a su propia situación, no pudo evitar tirar el vino. Mientras el camarero limpiaba la mesa, tuvo tiempo, entre disculpas, de pensar en cómo seguir la conversación.


—Quizás tus padres, a diferencia de ti, no estaban tocados por el don divino de la predicción. Aunque, todo hay que decir, esta vez te ha salido mal. No tengo intención de tener una aventura contigo.


— ¿Es que no te satisfice en la cama? —preguntó con una sonrisa felina que hizo que Paula se sonrojara, recordando la pasión con la que ella se había entregado a él.


— ¿Quieres que te dé nota?


Pedro se removió en el asiento y se aflojó inconscientemente la corbata. Por su actitud, parecía que sus emociones no estaban tan controladas como quería aparentar.


— ¿De verdad quieres seguir como si nada hubiese pasado entre nosotros?


—En lo que a mí respecta, nada de importancia —dijo muy segura de sí misma.


— ¿Me estás desafiando? —Preguntó mientras a Paula se le hacía un nudo en el estómago—. No confundas la importancia con la urgencia.


— ¿Con la urgencia? —exclamó Paula, perdiendo la compostura.


—Simplemente estoy diciendo lo que los dos sabemos —respondió sin piedad.


Pedro, de lo que estamos hablando es de una aventura de una noche. Fue muy agradable, pero no tan inolvidable como para hacerme perder el sueño. Puede que esto te sorprenda, pero la vida me iba bien antes de que tú entraras en ella.


—Claro —se burló—. Tienes una existencia tan satisfactoria que por eso tuviste que alquilar un acompañante para guardar las apariencias. Seguro que le fuiste infiel a tu novio y por eso rompió contigo. El pobre bebía los vientos por ti.


— ¡No es cierto! —le espetó—. Para que te enteres, me encontró poco satisfactoria en la cama.


— ¿Sí? —susurró él—. ¡Qué interesante!


—El amor y el sexo no son lo mismo —exclamó ella a la defensiva, abandonando la idea de acabarse el plato de comida que tenía delante.


—Puede, pero el amor no es ese sentimiento tan puro que tú crees — respondió con desdén—. ¿Te enamoraste de él porque te parecía la persona adecuada? ¿Le creíste cuando dijo que eras frígida? Se te podría haber ocurrido que era él el que no lo hacía bien.


— ¿Quieres decir que podría haberlo comparado con mis anteriores amantes? —preguntó con voz sofocada.


—Sí —asintió él—. ¿No podrías haber fingido?


— ¡Yo nunca finjo!


—Me alegro que me saques de dudas —dijo Pedro con un suspiro de alivio.


Paula contuvo el aliento con indignación.


—Eres demasiado insensible para tener dudas.


—No me puedo creer que una mujer tan sensual como tú estuviera deseando casarse con un sujeto tan detestable y tan poco imaginativo.


—Alex no es un sujeto detestable. Además, pensaba que creías que el amor no tiene nada que ver con el matrimonio.


Se sentía algo vulnerable porque Pedro había dicho que era «sensual».


—Es cierto. Pero casarte con alguien a quien no consideras atractivo sexualmente te hace la vida demasiado difícil. He notado que lo has defendido en lo de «detestable», pero no has negado que fuese poco imaginativo. ¡El hombre que te encuentre incompetente en la cama debe de ser un patán! Hay algo en ti que excita las fantasías de un hombre, Paula. La calidez, el misterio… —dijo, mirándola de una manera que hizo que Paula se sonrojara —. No te encuentro decepcionante. ¿O es que necesitas el anonimato para perder las inhibiciones? ¿Es eso lo que te excita?


—No se te pasa nada por alto, ¿verdad? —Le reprochó Paula—. ¿Quién necesita psicólogos cuando está Pedro Alfonso?


—Puede que no sea un experto, cariño, pero tengo más intuición que tú. Desprecias a tu madre… ¿Por qué? ¿Por ser una mujer generosa, afectuosa, capaz de expresar sus sentimientos? No creo que tú puedas criticar a nadie.


—Si ser una mujer generosa, afectuosa significa que te quedas dormida llorando, creo que puedo prescindir de eso. Gracias —le replicó, recordando las noches de llanto de su madre. La razón siempre había sido un hombre—. Ya veo por qué tú, como cualquier otro hombre, prefieres a las mujeres generosas y afectuosas. ¡Los hombres sois todos iguales! No desprecio a mi madre, ¡siento pena por ella, por haberse rendido ante hombres como tú!


—No recuerdo haberme marchado mientras una mujer estaba dormida, Paula.


— ¿Qué hay de malo? ¿Acaso tenía que haberte dicho lo maravilloso que habías estado? ¿O sólo querías decirme lo idiota que había sido?


Paula se había sentido manipulada desde el instante en que lo conoció.


«Y todavía lo hace. Debería haberme marchado de la agencia y dejarle que salvara él solo la empresa de Oliver», pensó. «Es capaz de conseguir todo lo que quiere». Entonces no pudo evitar que se le saltaran las lágrimas.


—Me voy a casa —dijo, poniendo la servilleta en la mesa mientras se levantaba de la silla.


Pedro siguió su ejemplo y tranquilizó al camarero.


—No te vas a ninguna parte hasta que yo te lo diga —le espetó.


—No creo que tengas muchas posibilidades de que te haga caso. Para tener tanta hambre, no has comido mucho. ¿Por qué no te sientas y, como un niño bueno, te comes toda la comida? Puede que te fuera más fácil aceptar con el estómago lleno que no voy a convertir me en tu esclava sexual.


Pedro sonrió de repente, lo que hizo que Paula se empezara a preocupar.


—Mi esclava sexual, mmm… —dijo, con un tono de voz un poco más alto. Paula pudo sentir cómo todo el mundo aguzaba el oído—. No me importa discutir nuestra vida privada delante de todo el mundo —comentó ya más calmado, todo lo contrario que Paula.


—Cállate, Pedro—le susurró con fiereza—. No me gusta llamar la atención.


—Es poco probable que una diosa enfadada con el pelo brillante como el sol pase desapercibida —le contestó con mofa—. De hecho —añadió con una franqueza abrumadora—, me gusta. Olvidémonos de la cena y discutamos nuestros problemas de comunicación en un entorno menos concurrido.


Pedro dio la vuelta a la mesa y le colocó la mano en la espalda, con tal ligereza que casi parecía no haber contacto. A pesar de ello, a Paula le
resultaba ardiente como un hierro al rojo vivo y no pudo evitar un ligero temblor.


Él lo notó, pero no hizo ningún comentario mientras salían del restaurante.


—Prefiero quedarme en un sitio público —observó Paula mientras trataba de controlar sus sentimientos—. ¿Por qué no puedes aceptar que lo nuestro fue simplemente una aventura de una noche y nada más? Creo que si tratáramos de revivir lo ocurrido nos desilusionaríamos.


Pedro la agarró del brazo y la giró para que lo mirara.


—No tenemos ningún problema en comunicarnos cuando no hablamos. De
hecho, me parece que, sin hablar, hay entre nosotros la sensación más cercana a
la telepatía que yo he experimentado alguna vez.


Paula se percató en seguida de la forma de comunicación sin palabras a la que él se refería.


—El sexo no es la respuesta para todo.


—En este momento, me haría sentir mucho mejor. Te lo aseguro —admitió sin ningún pudor—. Sabes que me vuelves loco.


—Dijiste que te distraía de tus asuntos.


A Paula no le atraía el tipo de relación en la que él estaba pensando. La caza… la conquista… ese era el juego de Pedro. Cuando se hubiese acabado la novedad, se buscaría a otra, como todos. Todo lo que los hombres buscaban era la atracción sexual.


«Yo quiero más… mucho más», se dijo, reconociendo sus sentimientos de mala gana. Se preguntaba si la frustración que sentía no la haría aceptar lo que él la estaba ofreciendo sin pensar en las consecuencias.


—Y así es —asintió él, tocándola el pelo—. Yo no niego mis sentimientos como tú. ¿Te gusta volver locos a los hombres?


— ¿Locos a los hombres? ¿Yo? —preguntó con sorpresa, intentando descubrir si él le estaba tomando el pelo.


—Simón Hay, mi tío…


—Simón me odia y no creo que tu tío estuviera… —dijo mirándolo con indignación—. Él siempre se portó como un perfecto caballero conmigo.


—Eso fue lo que probablemente le mandó a la tumba —musitó Pedro cruelmente.


— ¡Ese comentario es repugnante!


—Tienes razón. Pero es verdad. ¿Por qué por una vez en tu vida no admites que quieres lo mismo que yo? ¿Por qué necesitas justificarte? —le preguntó Pedro.


Paula estaba envuelta en una corriente de aguas turbulentas. ¿Significaba estar enamorada tener que claudicar en todo? «Pero, ¡si yo no estoy enamorada de Pedro Alfonso!», se dijo, sorprendida por la naturaleza de sus propios pensamientos.


— ¿Quieres que te hable de amor y fidelidad? Eso es lo que hizo tu maravilloso Alex… No hagas caso de las palabras. Déjate llevar por el instinto. Y el instinto te dice que te vengas conmigo, ¿verdad?


— ¿Me estás pidiendo que me fíe de ti? ¡Estaría loca!


— ¡Pedro! Pensábamos que llegábamos pronto. Preséntanos a esta encantadora señorita.