sábado, 27 de abril de 2019

AMORES, ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 23




—Parece que te conocen —comentó Paula, después de que Pedro pidiera el vino sin consultarla.


—Me alojo aquí.


Saber que tenía una habitación tan cerca le produjo de nuevo una sensación de desasosiego. Casi sin darse cuenta, empezó a fantasear que Pedro la llevaba a su habitación… Con un sobresalto, volvió a la realidad.


—Puedes beber —comentó Pedro señalando al vino, que todavía ella no había probado—. No voy a intentar emborracharte. Me parece recordar que te duermes.


—Realmente te encanta recordarme lo que pasó, ¿verdad? —le contestó con una mirada de odio.


—¿Eres siempre tan dura contigo misma?


—Eso te lo dejo a ti —respondió ella, sorprendida por la pregunta.


—No haré concesiones contigo por nuestra relación personal —admitió Pedro.


—No tenemos ninguna relación —le espetó Paula, temblando ligeramente.


—¿Acaso te ha roto todos los esquemas el desear tanto acostarte conmigo?


—Realmente te crees irresistible, ¿verdad? —bufó ella con incredulidad—. Resulta tremendamente patético.


—Al menos hiciste que… ¿cómo se llamaba?… Alex sintiera celos. ¿No era eso lo que querías? —preguntó Pedro—. Si estábamos hablando de cosas patéticas…


—Pagué un precio demasiado alto.


—No lo consideraste así en aquel momento —respondió él, haciendo que Paula se sonrojara—. No te hagas la remilgada conmigo, Paula. Tus apetitos no son distintos de los de los demás.


—Pensé que habíamos venido aquí para que te diera un informe.


—Te escucho —contestó con brevedad, reclinándose en la silla.


Pedro escuchó con mucha atención, sólo interrumpiéndola de vez en cuando para hacer ciertas preguntas.


—Has sido una niña muy aplicada —dijo cuando ella acabó.


—Se me ocurren dos palabras para definir ese comentario: denigrante y condescendiente —respondió, clavando el cuchillo en un espárrago con más fuerza de lo normal.


—Estoy impresionado. ¿Eso te parece mejor?


—Mucho mejor —asintió de mala gana—. Pensé que tenías hambre pero todavía no has tocado la comida —le dijo, mirando el plato.


—Si lo hubiese hecho, probablemente me habrías acusado de no prestarte atención —comentó él con una nota de guasa en la voz—. No me tratas con la deferencia a la que me he acostumbrado. Nunca me han llamado «señor» tan a menudo como desde que llegué aquí.


—No hay ninguna razón para que me una a la larga fila de aduladores. Estoy despedida, ¿recuerdas?


—Me parece recordar que fuiste tú la que presentaste la dimisión.


—A fin de cuentas, es lo mismo. Simplemente te tomé la delantera. ¿O acaso no te habías decidido ya a ponerme de patitas en la calle?


—Cuando me lo planteé, llegué a la conclusión de que no podía separarme de ti —replicó con sorna—. Me olvidaba de que ahora que eres una mujer acaudalada, te puedes permitir ser imprudente, ¿verdad, Paula?


—Sí, es maravilloso. Ni siquiera tengo que acostarme con el jefe. ¡Qué alivio! —contestó ella con desdén, recordando que, si no hubiese sido tan imprudente desde un principio, no estaría en esa situación.


—Pensé que te las habías arreglado para mantener a Oliver a distancia, simplemente haciéndote la interesante. ¿O acaso estabas mintiendo? Ahora yo soy tu jefe… te podrías acostar conmigo. Pero no te mencionaré en mi testamento ni te ascenderé de puesto.


Paula estaba demasiado nerviosa para decidir si Pedro realmente pensaba que era una fulana sin escrúpulos o simplemente era que disfrutaba insultándola. ¡Deseaba tanto quitarle aquella expresión del rostro!


—En ese caso, no merece la pena. No me interesa —dijo con una sonrisa cínica—. Además, ¿no va a ser Octavio Llewellyn el hombre fuerte dentro de muy poco? Intentaré seducirlo a él. Por cierto, realmente te admiro por admitir que no estás preparado para llevar la agencia.


—No me puedo emocionar demasiado por el nuevo envoltorio de una tableta de chocolate o por un político que ha cambiado de ideología —asintió, encogiéndose de hombros—. Digamos que es un defecto genético. Mallory’s necesita alguien dinámico al mando y nadie de la agencia reúne esos requisitos. Al menos cuando Octavio esté aquí, no tendré que pasar tanto tiempo en este lugar. Oliver sabía que yo no me iba a hacer cargo, pero también que no dejaría que se derrumbase lo que él había construido. No tuvo hijos. Creo que la agencia es su contribución a la posteridad.


—Me parece que eso es muy triste.


—A mí también.


Paula estaba todavía enfadada con él por la manera despreciativa en la que había hablado de la agencia.


—Desde luego. Tú probablemente eres más feliz pisando uvas o haciendo algo por el estilo —le replicó, llevándose la copa de vino a los labios.


— ¿Te gusta?


Ella se sorprendió mucho por la pregunta, pero asintió mientras saboreaba el vino, de textura cálida y suave.


—Entonces, es que he estado pisando las uvas bien —añadió, mientras observaba cómo ella lanzaba una mirada rápida a la etiqueta de la botella—. Es un buen Cardona, pero nuestro Votris Remillón es lo mejor que hemos hecho
hasta ahora. Es un vino de sabor intenso que, en mi opinión, puede competir con los mejores Sautores del momento. Nueva Gales del Sur tiene un clima muy parecido al del sur de Francia. En Tolondra, por ejemplo, tenemos mucha suerte con el clima. Me parece que encontrarás nuestra etiqueta entre las mejores denominaciones. Por otro lado, tienes toda la razón. Como es un negocio familiar, puedo controlar cada una de las etapas de producción, de distribución y de marketing. Me resulta muy satisfactorio ver el resultado de mi trabajo en esta etiqueta… —concluyó, acariciando la etiqueta dorada.


—Cada uno a lo suyo, supongo. Tú tienes todo eso, y sin embargo te vas a Francia para volver a empezar. Algunas personas nunca se ven satisfechas.


—Me gustan los desafíos —respondió con sinceridad—. Tolondra está en buenas manos.


—Si tienes un hermano, ¿por qué Oliver no os dejó la agencia a los dos? Tu hermano debe de ser mayor que tú —preguntó ella con curiosidad.


— ¿Por qué supones eso?


—Él tiene la propiedad, ¿verdad? El hijo mayor hereda el reino…


—Raul es mi hermano pequeño. Mi hermanastro —añadió con una expresión de abatimiento.


—Entonces, ¿por qué…?


—Eres muy entrometida. La hermana de Oliver, Ruth Mallory’s, es mi madre.


— ¡La cantante de ópera! —dijo Paula con sorpresa. Ruth Mallory’s no parecía ser lo suficientemente mayor para ser la madre de Pedro y, por otro lado, Oliver nunca lo había mencionado.


— ¿Es que hay alguna otra? —Preguntó él con impaciencia—. Mi madre pasó el primer año de mi vida en Tolondra, pero luego decidió que su carrera era más importante que un marido y un bebé. Mi padre se quedó muy triste, pero, afortunadamente para él, conoció a la madre de Raul, Susi, y pudo encauzar su vida. Cuando mi padre se volvió a casar, mi madre se dio cuenta de que me necesitaba a su lado. No quería una familia feliz, pero no quería que Susi la tuviera tampoco. Después, visité Tolondra muy de tarde en tarde, cuando Ruth no encontraba ningún sitio donde dejarme. Raul creció en esa tierra, es suya. Mi padre quería… Yo conseguí lo que quería, el trozo de tierra que mi abuela había cultivado cuando llegó a Australia. Era italiana… tal vez lo llevo en la sangre. Y eso es todo. ¿Satisfecha?




AMORES, ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 22




Eligió un vestido, no para agradarle, sino porque era el que siempre había llevado en ocasiones parecidas. Era el típico vestido negro sin mangas, por encima de la rodilla y con una fila de cuentas en el bajo. Luego se intentó recoger el pelo, aunque sin éxito, ya que no podía colocarse las horquillas y el pelo se le deslizaba una y otra vez por la espalda.


—Si no estás lista en treinta segundos, entraré para ayudarte.


La voz que provenía desde la otra habitación hizo que tirara el cepillo y que se echara un último vistazo en el espejo.


Cuando entró en el salón, decidió mirar a todas partes, menos a Pedro, lo que resultaba bastante difícil, ya que era una habitación bastante pequeña y él era un hombre muy corpulento.


—Conozco muchas mujeres…


—Estoy segura de que sí —le interrumpió ella.


—… que te envidiarían por ser capaz de producir este resultado en cuestión de minutos.


Paula parpadeó y tragó saliva. Se olvidó de que había decidido no mirarlo a los ojos, que tenían un brillo más intenso que de costumbre.


De repente, la sensual expresión que tenía en el rostro cambió para recobrar su habitual severidad y se dirigió hacia la puerta.


—Es hora de que nos vayamos.


Muy cerca, aunque sin tocarla, la acompañó al coche.


—Tienes más espacio para las piernas en este coche que en el mío — comentó Paula mientras se sentaba en la tapicería de cuero. El coche era un deportivo, el tipo de automóvil que todo el mundo se volvía a mirar.


Pedro se sentó a su lado y no pareció hacer ningún caso del comentario, aunque interceptó la mirada furtiva que Paula le echó a las piernas.


—A mí también me gustan tus piernas —afirmó él con una voz profunda. Paula sintió cómo se le erizaba el vello de los brazos y emitió un grito sofocado cuando se volvió a mirarlo. Ella se sentía como si fuese a saltar por un acantilado. Pedro extendió una mano y le acarició la barbilla. Paula apoyó la mejilla en la palma de la mano de él.


—No tenemos que ir a cenar —sugirió y aquella invitación tan sugerente deshizo cualquier posible resistencia. El fuego del deseo le agitaba el cuerpo como una tormenta.


La espera le resultó insoportable mientras Pedro se le acercaba para besarla.


Paula podía oír el ritmo entrecortado de su respiración, con toda la atención puesta en la boca que se acercaba para invadir la suya. De repente, todo se acabó por el claxon y las luces de un coche que pasaba.


Ella se echó hacia atrás y se puso las manos en los labios.


—Por Dios, arranca el coche —le suplicó, sin mirarlo.


Él maldijo algo en voz baja y el coche salió disparado. Paula estaba aprendiendo rápidamente a no sobrestimar su propia capacidad de resistencia o la perseverancia de Pedro. Aquello era una lección de humildad.




AMORES ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 21




¿Ladrona? ¡Si a alguien le habían robado algo era a ella! Lo más irónico de todo aquello era que, incluso en aquellos momentos, le resultaba muy fácil ver que se entregaría de nuevo a él.


— ¿Se supone que me tengo que creer que lo habrías hecho? —preguntó Paula con una sonrisa tan despectiva como pudo. Incluso en aquellos momentos le resultaba imposible controlar la atracción que sentía hacia él—. ¿O acaso sólo querías ver cómo me moría de vergüenza después de que me hubieras humillado completamente?


—No hice nada que tú no quisieras que hiciera. Es cosa tuya si quieres llamarlo «humillación» —respondió él con los ojos oscurecidos por el desprecio.


Pedro se encogió de hombros y se apretó el nudo de la corbata. Parecía volver a tener control sobre sí mismo y, a pesar del asunto que estaban tratando, parecía estar hablando con una simple empleada. «Y es todo lo que soy», se recordó Paula con firmeza. A continuación, Pedro añadió:
—No voy a hacerme el único responsable de la situación, si es eso lo que buscas. Yo estaba en el momento adecuado en el lugar adecuado. A las hembras de todas las especies les gusta actuar como si los machos fueran los únicos a los que afectase la lujuria. Pero ambos sabemos que no es verdad, Paula.


Aquel comentario la había hecho darse cuenta de algo que siempre había sospechado. Ningún otro hombre había podido echar abajo las barreras que se había construido. Lo que había sentido por Alex era insignificante comparado al caos emocional en el que había estado inmersa desde que lo conoció.


—Me parece que ya sabes que tan sólo fuiste un sustituto.


Las palabras le salieron desde muy dentro e incluso pudo esbozar una sonrisa de burla a pesar de la angustia que le oprimía el corazón.


—No te entretengo más —respondió Pedro tras un silencio gélido mientras miraba el reloj—. Estoy esperando a alguien. Quiero saber cómo te va hoy, así que quedamos para cenar.


—No me apetece cenar —le espetó Paula, enojada ante la rápida despedida y aquella orden tan fría. No quería que se pensase que acudiría a su lado cuando él quisiera.


—Entonces puedes ver cómo ceno yo —dijo Pedro con desprecio—. Tengo un horario muy apretado. Esta noche es el único momento en el que puedo verte y no tengo intención de ayunar por tu culpa. Me pareces el tipo de mujer a la que le gusta la comida.


— ¿Estás intentando decirme que estoy gorda? —preguntó Paula con el pecho inflamado por la ira.


A pesar de tener los ojos semicerrado, Paula pudo sentir cómo recorrían su cuerpo. Entonces, deseó no haber hecho aquel comentario tan infantil.


—Yo diría que la relación carne-hueso es, en tu caso, perfecta.


—No soy un caballo.


—Lo sé, pero pensé que no te agradaría una apreciación más detallada de tus atributos físicos en este despacho. No me gustaría que me acusaras de acoso sexual —dijo con ironía—. Pero si te interesa… te podría decir lo sensual que me parece la rotundidad de las caderas, la cintura y el hoyuelo que tienes…


— ¡Calla! —le interrumpió Paula encaminándose hacia la puerta.


Pedro esbozó una sonrisa llena de ironía que daba a entender que entendía perfectamente la ambigüedad de lo que ella sentía.


—Entonces espero que me pongas al tanto de todo esta noche. Te pasaré a recoger a las ocho.


Estaba tan ansiosa por escapar de los confines de aquella habitación que estuvo a punto de chocarse con una morena muy alta. Se colocó las gafas de nuevo sobre la nariz y murmuró una disculpa.


—No se preocupe —respondió la joven alegremente con una fulgurante sonrisa.


De reojo, Paula vio cómo le echaba los brazos alrededor del cuello a Pedro con gran entusiasmo.


—Pepe, cariño. Tengo muy buenas noticias.


Georgina oyó reírse a Pedro y sintió cómo se le hacía un nudo en el estómago. A pesar de todo, trató de sobreponerse y de adoptar una expresión alegre.


— ¿Quién era ésa, Maria? —preguntó de modo casual.


—Tracia Alfonso —replicó Maria. La compasión que transmitía en la mirada hizo que Georgina bajara los ojos—. La señora Alfonso —añadió con un tono de disculpa.


—Ya veo.


« ¿Qué me importa a mí si está casado?», se preguntó. «Si lo hubiese sabido, nunca me habría acostado con un hombre casado». La mezcla de envidia, culpabilidad y compasión que experimentaba al pensar en aquella chica tan arrebatadora la asfixiaba. No le gustaba la posición en que la había colocado.


¡Incluso podría tener hijos! Era un canalla. «Ya verás esta noche». ¡Tendría un par de cosas que decirle a Pedro Alfonso!



*****


—No estás vestida.


Aquellas palabras hicieron pedazos la sensación de algo vivido anteriormente cuando le abrió la puerta al alto y fuerte desconocido. Sólo que ya no era un desconocido…


Estaba realmente encantador con aquel traje oscuro y Paula apretó los labios, odiándose por lo que sentía y deseando no ser tan sensible al olor que emanaba de él.


—Estoy vestida —le contradijo con firmeza, mirándose los pantalones vaqueros, algo raídos y la blusa azul claro anudada a la cintura.


Pedro emitió un sonido de impaciencia y le dio un empujón para pasar.


Paula cerró la puerta y se dio cuenta de que no habría manera de echarlo por la fuerza.


—Estás en tu casa —le dijo sarcásticamente mientras lo seguía al salón.


—Tienes diez minutos para arreglarte.


—Puede que me des órdenes, como un dictador, en la oficina. Pero no me pagan para aguantarte fuera de las horas de trabajo —observó secamente, cruzándose de brazos.


—Soy un firme partidario del horario flexible —dijo él con voz áspera—. Vístete, Paula. Tengo hambre. Si no te vistes tú sola, lo haré yo.


La expresión que tenía en los ojos hizo que las rodillas le temblaran.


—Ni te atrevas. No quiero ir a cenar contigo. ¿Dónde está tu mujer? —le preguntó entre angustiada y enojada.


Pedro abrió los ojos muy sorprendido. « ¡Menuda rata! Sólo se siente culpable cuando se encuentra acorralado».


— ¿Cuál de ellas? —pregunto con interés.


—Muy gracioso —le espetó—. Aunque dudo que a Tamara le pareciese tan divertido. A mí tampoco me divierte verme involucrada en un adulterio.


—En realidad, he quedado con ella para tomar algo después de cenar. Puedes venir, ya que te preocupa tanto mi vida privada.


— ¿Sabe lo nuestro?


—Lo nuestro —dijo, dando un suspiro—. Así que te importo después de todo. ¿Qué pasa, Paula? —preguntó con una mirada perpleja—. ¿No te parece bien lo que he organizado?


— ¿Por qué… tú…? —le dijo, mirándolo horrorizada.


—Ella estará con su marido, mi hermano, si eso hace que cambien las cosas.


¡Era su cuñada! Paula sintió que las mejillas le ardían de vergüenza.


— ¡Oh! —exclamó con voz desvaída.


Pedro se cruzó de brazos y Paula pudo ver el vello que se le transparentaba a través de la camisa. Él la miró tan fijamente que la hizo temblar.


—No estabas tan calladita hace unos minutos, cuando me estabas leyendo la declaración de guerra. ¿Es así como te vas a disculpar?


—Creo que, dadas las circunstancias, ha sido una equivocación de lo más natural —respondió a la defensiva. Le resultaba más difícil disculparse con Pedro que cortarse un dedo.


— ¿Qué circunstancias son ésas? ¿Tu imaginación o la alta opinión que tienes de mí?


—Debería haberme imaginado que no hay ninguna mujer tan tonta como para casarse contigo.


—Yo no dije que no estuviera casado…


—Bueno… ¿lo estás? —preguntó Paula mientras tragaba saliva. Él continuaba mirándola con la imperturbabilidad de una esfinge.


— ¿Te importaría tanto?


—Para ser sincera, sí.


— ¿Es que crees en la santidad del matrimonio y todas esas tonterías? Creo que ya te darás cuenta de que ese tipo de escrúpulos pueden impedir un ascenso, Paula —añadió con un tono de burla, aunque tenía una expresión seria en los ojos.


—Todavía no me has contestado.


Pedro dio un paso adelante y, tocándole ligeramente la mejilla, respondió:
—Siempre he sido padrino, nunca el novio —dijo con pena.


La ansiedad había desaparecido, siendo reemplazada por otra clase de tensión, igual de intensa.


—Me sorprende que haya sitio en tu cínico corazoncito para una moral tan elevada. Pensé que lo que les pasó a tus padres te habría vacunado contra ciertos sentimientos románticos.


—Sé que los hombres son incapaces de ser fieles.


— ¿No es ese comentario un poco radical?


—Mis opiniones son asunto mío, no tuyo.


—En realidad, los dos somos el resultado de matrimonios sin éxito — comentó Pedro con una leve sonrisa—. Fallidos, es el término correcto, creo. Me sorprende que tengas tantas ganas de perpetuar el error, pero la Historia ha demostrado que las personas no aprenden de sus errores. O mejor dicho, de los errores de sus padres.


—¿No tienes intención de casarte? —preguntó Paula con curiosidad.


—No para satisfacer el deseo de poseer a una mujer. Eso se puede conseguir sin firmar un contrato formal —dijo, mirándola fijamente—. No se debe elegir una compañera porque te lo manden las hormonas o por razones sentimentales. Me casaré con alguien que tenga aspiraciones parecidas a las mías.


«¿Existe alguien así?», se preguntó Paula.


—¿Quieres tener hijos? ¿O te complicarán demasiado la vida?


—Esa sería la única razón por la que firmaría ese contrato.


—Espero que las condiciones sean buenas. Porque te podrías encontrar con que no tienes muchas candidatas.


—Gracias por el consejo, pero no te estaba considerando para el puesto.


—¡Qué desilusión! —se burló Paula.


—Sé que soy un tema muy interesante, pero, ¿no te vas a vestir?


Paula dio un suspiro de frustración.


—Puedo hacerte el informe de lo que ha pasado aquí —respondió—. Aunque no se por qué no puede ser mañana…


—Mañana por la mañana me voy a Francia —explicó con brevedad, recorriendo con la mirada el apartamento, deteniéndose más de lo que era necesario en el dormitorio—. Aunque, tengo que reconocer que sería muy agradable que nos quedásemos en casa. ¿Sabes cocinar?


Al oír aquello, Paula se dirigió inmediatamente al dormitorio mientras Pedro se reía. Cerró la puerta y se apoyó en ella, suspirando. ¡Si él supiera lo atractiva que le había resultado la idea de cocinar para él, compartir la comida y la cama!


«¡Me estoy volviendo loca!». Decidió que ir a un lugar público era muchísimo más seguro para ella y abrió el armario para examinar su ropa.