domingo, 13 de septiembre de 2020

EL DOCTOR ENAMORADO: CAPÍTULO 3

 


Se trataba de un hombre de cuerpo atlético que todavía no debía haber cumplido ni los treinta. Su piel bronceada contrastaba duramente con su bata blanca. Una hermosa mata de pelo oscuro enmarcaba un rostro de facciones duras. Aquel hombre se movía con una gracia viril que le hacía parecer un vaquero o un pistolero del oeste. Cualquier cosa menos un médico. Para completar el cuadro, bajo la bata llevaba unos vaqueros y unas botas de cuero.


Se detuvo a corta distancia de Paula y le dirigió una amable mirada. No dijo nada y pareció un tanto sorprendido al verla.


¿Por qué se habría sorprendido?, se preguntó Paula. Ella era la única que tenía que estar asombrada. La temperatura de la habitación parecía haber subido algunos grados con su sola presencia... debido quizá a la potente virilidad que aquel hombre irradiaba.


—Soy el doctor Pedro Alfonso —se presentó con una voz profunda y aterciopelada que encontró eco en el mismísimo corazón de Paula. Sin sonreír, se acercó todavía más a ella y le tendió la mano—. Y tú debes de ser Paula.


Paula asintió en silencio y le estrechó la mano. Una mano cálida, callosa e incuestionablemente fuerte. Y aunque no podía recordar a nadie de su pasado, sabía que no había conocido un hombre más atractivo en toda su vida.


Cuando el médico le soltó la mano, Paula fue repentinamente consciente de que estaba sentada en una camilla con solo una fina bata sobre su cuerpo desnudo.


—¿Dónde está el doctor Brenkowski? —consiguió preguntar, cruzándose instintivamente de brazos.


—En Europa. Ahora estoy atendiendo a sus pacientes y a los míos. Pero tú no eras paciente suya, ¿verdad?


—No.


El médico arqueó una ceja con expresión interrogante, pero Paula no le ofreció ninguna explicación. El médico miró entonces su carpeta. La joven comprendió que estaba leyendo su informe con el ceño ligeramente fruncido. Pero cuando alzó la mirada del papel, el ceño había desaparecido para ser sustituido por una profesional sonrisa que consiguió acelerar el pulso de Paula.


La joven sentía la habitación cargada de electricidad.


—Gladys ha escrito que tuviste un accidente. ¿Fue muy grave?


—No demasiado —contestó prudentemente. Esperaba que no se le ocurriera pedir informes a sus médicos anteriores pues había escrito nombres y direcciones falsas en aquella sección del formulario.


El médico se dirigió hacia un pequeño armario y tras tomar algún instrumental médico se acercó de nuevo a ella.


—¿Qué tipo de daños sufriste?


—Costillas rotas, arañazos, una herida en la cadera izquierda y... —balbuceó cuando el médico comenzó a recorrer su cuerpo con la mirada, como si pretendiera adivinar las secuelas que habían dejado aquellas lesiones—... y una ligera conmoción cerebral.


—¿Perdiste la consciencia? —su mirada empezaba a causarle a Paula problemas para respirar.


—Brevemente.


—¿Y tuviste alguna pérdida de memoria?


—No —respondió muy tensa.


El médico la miró un tanto sorprendido.


—¿Ninguna? ¿Recuerdas entonces cómo fue el accidente?


—La mayor parte.


—Bien —encendió una diminuta linterna y le apartó el pelo de la cara para iluminar el interior de su oído—. ¿Sucedió en Sugar Falls?


Al sentir su mano en la oreja, Paula se estremeció débilmente.


—¿Perdón?


—El accidente —se dirigió hacia el otro oído—. ¿Tuvo lugar aquí, en Sugar Falls?


—Oh, no, no.


El médico le examinó el oído derecho y la tomó después por la barbilla para hacerle volver la cabeza de lado a lado.


—Me lo imaginaba. No había oído comentar que hubiera habido ningún accidente por aquí. Mira hacia el frente.


Paula obedeció y el médico le examinó los ojos. Estaba tan cerca de ella que Paula sentía reaccionar su pituitaria al recibir la fresca y boscosa esencia que emanaba de su piel.


Por ridículo que pudiera parecer, aquella proximidad estaba causando estragos en su corazón. El médico apagó la linterna y le tanteó con sus propios dedos los oídos. Aunque sus gestos eran impecablemente profesionales, la reacción de Paula estaba siendo estrictamente personal. Su fragancia, su cercanía, su contacto... todo ello le infundía una dulce sensualidad.


—¿Te están causando problemas?


—¿Quién? —preguntó Sarah, mirándolo aterrada.


—Las heridas —parecía haber enronquecido mientras deslizaba los dedos por su rostro.


—Algunos.


El médico la miró divertido. Un brillo suavizó la dureza de sus ojos castaños.


—¿Siempre eres tan habladora?


—No, nunca.





EL DOCTOR ENAMORADO: CAPÍTULO 2

 


Rápidamente, inventó respuestas para todo el formulario y se lo tendió a la recepcionista.


—¿Señorita Flowers? —una enfermera de pelo cano y sonrisa afable la introdujo en el despacho del médico tras presentarse a sí misma como Gladys—. El doctor vendrá ahora mismo. Y ahora veamos —repasó el formulario—. ¿Cuál es el motivo de su visita?


—Tuve un accidente hace seis semanas y quería asegurarme de que mis heridas están curando como deben —la enfermera asintió y apuntó algo en un cuaderno. Cuanto terminó, Paula añadió—: También estoy teniendo mareos y me encuentro cansada.


—Por lo que dice, parece necesitar una revisión médica —le colocó en el brazo el medidor de tensión—. En cualquier caso, cuando una paciente viene por primera vez a la consulta, nos gusta hacerle un reconocimiento completo. ¿Está usted embarazada?


¿Embarazada? Esperaba que no... Sí, tenía mareos. Se sentía extrañamente cansada y no había tenido el periodo desde hacía seis semanas... desde el accidente al menos. Pero había muchas mujeres que tenían desajustes menstruales tras un accidente...


—No creo que esté embarazada —contestó, estupefacta ante aquella posibilidad—, pero no estoy del todo segura.


—Podemos descartarlo antes de que venga el médico —le quitó el aparato de la tensión y apuntó los resultados—. No nos llevará ni un minuto.


Paula le dio a la enfermera una muestra de orina y esperó a que saliera de la habitación a la que había ido a hacer la prueba intentando apaciguar la ansiedad que albergaba su pecho. ¿Sería posible que estuviera embarazada? Y en el caso de que así fuera, ¿sería capaz de criar a un bebé? Estaba trabajando de asistenta por poco más del alojamiento y la comida y sólo podía contar con la ayuda de una amiga a la que prácticamente no conocía.


A pesar de la presión del miedo, la idea de la maternidad le producía también una emoción irracional. ¡Era posible que su cuerpo albergara una criatura! Una criatura que llenara sus brazos, su corazón, su vida...


Pero qué egoísta era. Desear aliviar la propia soledad no era la mejor razón para tener un hijo. Ella no tenía nada que ofrecerle a un bebé, ni siquiera podía darle un verdadero nombre.


Tuvo la sensación de que transcurría una eternidad hasta que la enfermera reapareció.


—No sé si se alegrará o no de la noticia —le dijo con extrema amabilidad—, pero el resultado es negativo. No está embarazada.


Paula sintió un inmenso alivio, pero no podía dejar de encontrar cierta amargura a la noticia. Algún día, se prometió. Algún día, cuando averiguara quién era, podría regocijarse cuando le dieran la noticia de su embarazo. Pero de momento tenía que agradecer su situación.


—Gracias —contestó.


Se le ocurrió entonces que, de la misma manera, podría obtener fácilmente la respuesta a otras muchas de sus preguntas.


—¿Un médico puede saber si una mujer ha tenido un hijo al examinarla? —preguntó sin pensar.


—Normalmente sí —contestó Gladys con aire ausente mientras preparaba el equipo que el doctor iba a necesitar—. Suelen quedar señales.


Paula se llevó la mano a su palpitante corazón. En cuestión de minutos, iba a poder responder a preguntas fundamentales sobre su vida.


—Me gustaría que el doctor me dijera todo lo que averigüe sobre mí. Todo.


—¿Como qué? —preguntó la enfermera asombrada.


—Bueno, como si alguna vez he tenido un hijo, o... —se interrumpió bruscamente, consciente de lo absurda que su pregunta podría parecer.


No le extrañaba que la enfermera la estuviera observando como si acabara de perder la cabeza. Tendría que explicarle lo de la amnesia en ese mismo instante o inventar algún motivo por el que pudiera desconocer algo tan fundamental.


Mientras Paula dudaba sobre si dar o no información sobre sí, Gladys garabateó algo en el formulario.


—Ha dejado en blanco la pregunta sobre si ha tenido o no embarazos —observó la enfermera. Una llamada a la puerta salvó a Paula de la obligación de contestar.


—Gladys, tienes una llamada por la línea dos —se oyó decir a una voz femenina.


Gladys abrió la puerta y estuvo hablando con una atractiva rubia a la que Paula reconoció inmediatamente. Era una de las mujeres que frecuentaba la casa de su patrona. Al parecer trabajaba en aquel consultorio, lo que quería decir que tenía acceso a los archivos. ¡Toda Sugar Falls podía enterarse de lo que le ocurría en cuestión de horas!


Inclinó la cabeza, de modo que el pelo ocultara su rostro, con la esperanza de que la rubia no la reconociera. Había sido una locura considerar siquiera la posibilidad de mencionar su amnesia.


—Desnúdese y póngase una de esas batas —le dijo Gladys antes de ir a atender su llamada—. El doctor vendrá dentro de un momento.


Paula agradeció su suerte. Por lo menos no iba a tener que seguir hablando con Gladys. Obediente, se quitó la ropa y se puso la bata mientras buscaba alguna forma de hacer determinadas preguntas sin necesidad de admitir su amnesia. Quizá pudiera arrancar alguna información intentando jugar con el médico a las adivinanzas. «Eh, doctor», le diría, «veamos si puede averiguar cuántos hijos he tenido...».


La puerta se abrió en ese momento y entró el médico.


A Paula se le paralizó al instante el corazón. Aquel no era el dulce anciano que su amiga Ana había descrito.





EL DOCTOR ENAMORADO: CAPÍTULO 1

 


Sola, en la sala de espera del único ambulatorio de Sugar Falls, Colorado, Paula miraba desconcertada el formulario que debía rellenar como paciente. Debería habérselo esperado, suponía. Y, por lo tanto, haberse preparado con antelación un historial médico.


La primera pregunta la dejó perpleja. Nombre, le pedían.


Estaba prácticamente convencida de que se llamaba Paula. Ésa era la primera palabra que había acudido a su mente cuando había abierto los ojos en el hospital de Denver, hacía ya seis semanas. Cuando el terror de descubrir que había perdido la memoria había disminuido en intensidad, permitiéndole al menos pensar, se había inventado el apellido. E inspirada por el ramo que alguien había dejado en su mesita de noche, había decidido convertirse en Paula Flowers. Y los médicos la habían creído cuando les había jurado que había recuperado la memoria.


Pero la verdad era que sólo había regresado a su mente un vago recuerdo, un recuerdo que la confundía y atemorizaba.


Paula sabía que debería decirle a su nuevo médico la verdad sobre su amnesia, ¿pero qué ocurriría si la noticia se extendía en aquella diminuta población? La idea la aterraba. El riesgo era demasiado grande para confiar en un extraño.


Así que escribió con trazo firme: Paula Flowers.


A partir de ese momento, las preguntas eran cada vez peores. Era extraño, ella se hacía las mismas preguntas una y otra vez todas las noches, pero le había bastado verlas impresas para sentirse desolada.


Edad. ¿Cómo iba a saberlo? Se imaginaba no obstante que debía de tener alrededor de veinticinco años.


Fecha de nacimiento. Escogió un mes, decidió un año y lo escribió.


Estado civil. Suponía que soltera. No tenía la sensación de estar casada y además no llevaba alianza cuando había sido atropellada por aquel coche. Pero no podía estar segura. ¿Tendría un marido esperándola en alguna parte? Y si así era, ¿habría denunciado su desaparición?


Cada una de las preguntas del formulario desencadenaba docenas de preguntas en su mente. Y cuando llegó a la parte en la que le preguntaban si había tenido algún embarazo, la mano le tembló hasta el punto de que tuvo que dejar el bolígrafo en la mesa. ¿Habría estado embarazada alguna vez? ¿Habría dado a luz?


¡Era absurdo que no supiera aquellas cosas sobre sí misma! Tenía que enfrentarse al hecho de que podía ser madre... Imaginarse a un pequeño anhelando lloroso su ausencia le destrozó el corazón.


Pero el tiempo le daría las respuestas a todas aquellas preguntas. Durante seis semanas, se había visto impedida por sus heridas, su amnesia y el miedo que aquel vacío le había producido. Pero las secuelas físicas del accidente estaban a punto de desaparecer, su nuevo trabajo le permitiría ganar algo de dinero y había decidido que el miedo no podía inmovilizarla.


Lo único que la detenía a la hora de comenzar a buscar pistas sobre su pasado eran los vértigos que estaba sufriendo últimamente. Había ido al médico con intención de poner fin a aquellos incómodos mareos, cada vez más frecuentes y más fuertes, que interferían el desarrollo normal de su trabajo.



EL DOCTOR ENAMORADO: SINOPSIS

 


¿QUÉ OCURRIRÍA CUANDO RECORDARÁ EL PASADO?



El doctor Pedro Alfonso regresó a Sugar Falls con intención de encontrar una mujer sencilla con la que casarse y formar una familia. Pero entonces apareció Paula Chaves en su consulta. Tenía todo lo que había deseado de una mujer... y también todo aquello de lo que huía.

Paula no podía recordar nada de su vida anterior. Sólo estaba segura de una cosa: respondía de forma inequívoca al magnetismo sexual de Pedro Alfonso, permitiéndose incluso soñar con un futuro juntos...