miércoles, 18 de octubre de 2017

NOVIA A LA FUERZA: CAPITULO 3





—¿Qué? —dijo Paula, parpadeando. Estaba muy confundida. No podía creer la reacción de Pedro.


No había esperado que él se hubiera reído y el resto de sus palabras le habían resultado surrealistas. Había esperado angustia, enfado y amargura ante la manera en la que había sido traicionado ante el altar por la mujer con la que quería casarse, pero lo que había encontrado había sido un oscuro cinismo… casi una cierta indiferencia ante lo que le acababa de decir.


—¿No te importa? Pero seguro que…


La respuesta de Pedro fue encogerse de hombros con una increíble despreocupación. Se pasó las manos por el pelo como para relajarse tras un largo día.


Pero ella no hubiera definido la expresión de la cara de aquel hombre como «relajada». Alfonso estaba esbozando una dura mueca y la manera en la que la estaba mirando no reflejó calma alguna. De hecho, recordó cómo el primer día que lo había conocido le había parecido que él tenía la mirada más fría que jamás había visto.


—¿Esperas que actúe como si tu hermana me hubiera roto el corazón? ¿Como si hubiera perdido el amor de mi vida y no pudiera encontrar la fortaleza para seguir adelante? —le preguntó Pedro con cinismo—. Bueno, pues no podrías estar más equivocada. No tendré ningún problema en seguir con mi vida después de esto… aunque quizá a tu familia le cueste recuperarse del impacto. De hecho…


El dejó de hablar al oír cómo alguien llamaba a la puerta.


—¿Paula? ¿Pau?


Era la voz del padre de ella. Reflejaba una gran preocupación.


—¿Está todo bien? ¿Qué ocurre? ¿Alfonso… qué…?


—¡Un momento! —espetó Pedro sin dejar de mirar a Paula—. Saldremos en un momento y entonces explicaremos todo. O…


El frío tono de voz con el que estaba hablando él se transformó en algo distinto al clavar su mirada en la piel de ella.


—Serás tú la que explique qué ha ocurrido —le ordenó entonces a Paula—. Le dirás a tu padre… a tu familia… lo que ha pasado.


—Pero yo… —comenzó a decir ella—. Ahora ya no me corresponde a mí… seguro que tú…


Paula pensó que no podía salir de nuevo al altar y decirles a todos por qué estaba allí. No podía decirles que Natalie había huido el día de su boda, la boda que había sido descrita en los periódicos como la boda del año, la boda en la que se iba a unir una inmensa fortuna con una belleza aristocrática. El empresario multimillonario se iba a unir con el linaje patricio de Natalie Chaves, la hija de veinte años del lord Augusto Alfonso. Pedro Alfonso, que había creado su fortuna con sus propias manos y cerebro, se iba a casar con un miembro de la nobleza británica. Había sido el tipo de historia de los cuentos de hadas, sobre todo al ser conocida la novia por su extrema belleza y el novio por su increíble atractivo. Habían sido los protagonistas de muchas columnas de cotilleo en los periódicos y en las revistas…


—No creo… —intentó de nuevo Paula, sintiéndose incluso más perdida y desorientada que cuando había llegado a la catedral.


La verdad era que no sabía qué se suponía que debía decir… ni cómo decirlo. Nada había marchado como había esperado. Pero se dijo a sí misma que nunca se podía prever la reacción de una persona en aquellas circunstancias.


Pedro no estaba escuchando sus protestas. En vez de ello, se había acercado a ella y la había agarrado por el brazo.


—Lo harás —declaró de manera fría y brusca—. Tu familia ya ha alterado mi vida suficientemente, así que ahora…


Le interrumpió de nuevo alguien que llamaba a la puerta. Era Augusto otra vez, que en aquella ocasión empleó un frío tono de voz.


—Paula… ¿qué está ocurriendo ahí…?


—Nada… quiero decir… todo está bien —logró contestar Paula cuando Pedro le dirigió una fría mirada con la que le indicó silenciosamente que respondiera—. Ahora… ahora salimos y… y explicaré lo que ocurre.


Parecía que no tenía otra opción. Alfonso no le había soltado el brazo y la estaba guiando hacia la puerta.


—¡Suéltame! —espetó, furiosa—. Está bien, daré tus malas noticias… pero hay un dicho que dice que no hay que matar al mensajero. Y eso es todo lo que yo soy… la mensajera. Natalie es la que…


—Pero tu hermana no está aquí —contestó él, abriendo la puerta al llegar a ella.


—¡No lo pagues conmigo! No me puedes arrastrar de esta manera —dijo Paula, tropezando con una de las losas del suelo.


Durante un momento pensó que se iba a caer, pero entonces él la agarró con más fuerza.


—¡No tires de mí!


—Estaba tratando de ayudarte.


El oscuro brillo de los ojos de él le advirtió a Paula que no discutiera, pero su propio genio se estaba alterando y tuvo que controlarse para contenerlo. Se preguntó a sí misma cómo había ocurrido aquello, cómo había pasado de ser sólo la mensajera a ser la víctima de la oscura desaprobación de Pedro Alfonso.


—Entonces no me ayudes —contestó con sarcasmo para dejar claro que pensaba que ayudar era lo último que estaba haciendo él—. Me las puedo arreglar yo sola.


—Quizá te las puedas arreglar… —respondió Pedro en un tono de voz muy bajo para que nadie pudiera oírlo— pero preferiría si no te cayeras al suelo y me echaras la culpa a mí. Y quiero asegurarme de que no desapareces como tu hermana.


—¿Qué importaría si lo hiciera?


Durante un momento, Paula sintió ganas de darle una patada en el tobillo a aquel hombre. Pero pareció que él intuyó sus intenciones ya que la miró de reojo y la llevó frente al altar.


—Paula… —comenzó a decir de nuevo el padre de ella, pero dejó de hablar al percatarse de la abrasadora mirada que le dirigió Pedro.


—Señoras y señores…


Alfonso apenas tuvo que levantar la voz, ya que todos en la catedral habían mantenido silencio desde que ambos habían aparecido. Todo el mundo los miraba. Algunos fruncían el ceño mientras que otros, como el matrimonio Chaves, estaban pálidos y muy tensos.


Pero parecía que Pedro no les estaba prestando mucha atención ya que continuó hablando con mucha calma y confianza.


—Ha habido un ligero cambio de planes…


¿Ligero?


Paula lo miró, impresionada. Se preguntó cómo podía él definir el hecho de que Natalie le hubiera abandonado el día de su boda como un «ligero cambio de planes».


Pero él ignoró su consternación y continuó hablando con mucha tranquilidad.


—La boda no se va a celebrar.


—No… —dijo Augusto, dando un paso atrás.


Paula observó cómo su madrastra, que estaba sentada en un banco en primera fila, estaba aún más pálida que su esposo.


—¿Qué…? —trató de preguntar Agusto Chaves.


Su hija jamás lo había visto tan disgustado e impresionado. 


De hecho, su reacción parecía un poco exagerada. Lo que había ocurrido estaba mal e iban a tener que enfrentarse a una gran vergüenza, ya que las revistas de cotilleo hablarían de la boda frustrada durante semanas.


Pero seguro que eso era mejor que el hecho de que Natalie cometiera un gran error y que se casara con un hombre al que no amaba. Era mejor que su hermana no se hubiera casado a que se tuviera que enfrentar a un costoso divorcio… costoso en más aspectos que el financiero. Pero parecía que para su padre había llegado el fin del mundo y…


No pudo seguir pensando, ya que Pedro la agarró con más fuerza aún y la colocó delante de él… la situó frente a todos los invitados.


—Natalie no va a venir —dijo Alfonso con frialdad—. Me ha abandonado… eso es lo que vino a decirme su hermana. Y ahora ella os lo va a explicar todo.


Entonces la empujó levemente y Paula dio un paso al frente. 


Supo que había llegado su momento de hablar… de decirles la verdad a todos los allí congregados.


Pero repentinamente no estuvo segura de qué era la verdad. 


Lo único que tenía claro era que Natalie no había querido seguir adelante con el matrimonio. Se preguntó por qué habría accedido a casarse en un primer momento. Y esa pregunta provocó que sintiera como si la tierra se moviera bajo sus pies. Pero no tenía tiempo de considerar las posibles implicaciones de aquello.


—¿Paula? ¿Qué está ocurriendo? —preguntó su padre.


—Díselo —provocó Alfonso al ver que ella vacilaba—. Díselo a todos.


—Me temo que es cierto…


Las palabras de Paula resonaron por toda la catedral de manera estremecedora, pero por lo menos su voz tuvo más fuerza de la que ella había anticipado.


—Natalie ha cambiado de idea. Le parece que no estaría bien casarse con él, no cuando se ha dado cuenta de que en realidad ama a otro hombre —continuó.


Todavía recordaba el momento en el que había entrado en la habitación de hotel de su hermana y había visto a ésta sentada en la cama mirando el precioso vestido de novia que colgaba de una percha en el armario. La cara de Natalie, que tenía los ojos llenos de lágrimas, había estado pálida y demacrada.


—Pensé que iba a ser capaz de hacer esto, Pau —había dicho su hermana—. Realmente quería hacerlo… pero no va a funcionar. Si Joen no hubiera aparecido en mi vida habría seguido adelante con ello… pero ha aparecido… y conocerlo ha cambiado todo…


—Siente mucho haber molestado a toda esta gente… pero era consciente de que era mejor romper la relación ahora que seguir adelante con un matrimonio que sabía no era correcto para ella…


—¿Y no tuvo la valentía de venir a decírmelo ella misma? —preguntó Pedro con la furia reflejada en los ojos. Se sentía insultado. Natalie había dañado su orgullo.


Miró a Paula a los ojos y provocó que un escalofrío le recorriera el cuerpo a ésta, que reconoció silenciosamente que no culpaba a su hermana por no querer enfrentarse a aquel hombre. Cuando él miraba de aquella manera, no podía imaginarse por qué Natalie había accedido al matrimonio en un primer momento.


—No —contestó, sintiéndose muy incómoda—. Lo siento.


Pedro Alfonso no cambió la dura expresión de su cara. Parecía que nada podía afectar a aquel arrogante hombre, parecía que nada podía penetrar su armadura y llegarle al corazón. En realidad, en aquel momento parecía que no tenía corazón…


—¿Dónde está ahora Natalie?


La pregunta de su padre captó la atención de Paula, que miró hacia donde éste estaba de pie.


—Debe de estar de camino al aeropuerto… no… —contestó, mirando entonces su reloj—. Ya debe de estar subiendo al avión…


—¡Oh, no! ¡Natalie! —exclamó Petra Chaves, la segunda esposa de Augusto.


Reaccionó exactamente de la manera que Paula había esperado. Se había llevado las manos a la cara para tratar de no derramar las lágrimas que le estaban brotando a los ojos.


—¿Qué ha hecho? ¿Qué haremos nosotros?


—Shh, querida —le dijo Augusto a su esposa casi a modo de reproche. Se acercó a ella, le tomó las manos y la miró directamente a los ojos.


—Petra… no…


Paula comenzó a acercarse a ellos… pero entonces se detuvo, consciente de que su madrastra no querría que ella tratara de consolarla.


—Es mejor de esta manera que no que más tarde Natalie se hubiera dado cuenta de que había cometido un gran error —repitió.


Pedro pensó que Paula era buena. Había observado cómo había comenzado a acercarse a su padre y a Petra, para luego detenerse y hablar de manera tranquilizadora. Al observarla y escucharla, incluso podía llegar a creer que era sincera, que creía cada palabra que había dicho por aquella boca tan bonita que tenía.


Pero no podía ser cierto. Ella tenía que estar involucrada en aquello hasta el cuello. Debía de haber sabido que su hermana iba a huir con otro hombre… ¿por qué si no iba a haber llegado a la catedral en el momento preciso?


Todos estaban involucrados en aquello… toda la familia. Y él había sido un estúpido al haberles permitido convencerle de que bajara la guardia y, por primera vez en su vida, de que tomara una mala decisión.


Todavía recordaba cuando Petra Chaves le había dicho que como regalo de bodas para su novia no querría ver cómo echaban a la calle a su suegro.


Se preguntó en qué había estado pensando. Nunca antes había pagado nada hasta que el contrato hubiera estado sellado, pero en aquella ocasión había bajado la guardia y la maldita familia Chaves se había aprovechado de ello.


—Debéis desear que Natalie sea feliz.


—¡Hubiera sido feliz con Pedro! —contestó Petra—, ¡Todos hubiéramos sido felices con que las cosas hubieran marchado como estaban previstas!


—Pero ella no era feliz —protestó Paula—, Como la boda ya se había planeado y todo estaba preparado, no se atrevía a decirlo.


Desde su posición. Santiago sólo podía ver de perfil la cara y el cuerpo de Paula… y no fue capaz de apartar la mirada.


La madrastra de ella la había definido como una chica poco agraciada y anticuada. Pero incluso en la cena de celebración que habían ofrecido antes de la boda no la había visto de aquella manera en absoluto. Era cierto que Paula no tenía la impresionante belleza de Natalie; no era rubia, sino castaña oscura, y sus ojos no eran azules, sino marrones verdosos. Vestía de una manera mucho más sencilla que su hermana, pero no en un estilo anticuado.



En aquel momento, al mirar el perfil de su cara, se percató de que tenía una pureza que acaparaba la mirada. Tenía la piel tan pálida que era casi transparente, y también tenía unas preciosas pestañas.


Era alta y delgada. No tenía las voluptuosas curvas de su hermana, pero gozaba de una elegancia innata. Había algo en ella que captaba su atención.


Algo que le impedía apartar la vista, algo que le intrigaba…


La noche que se habían conocido, ella se había comportado de manera muy fría, distante, tanto que a él le había caído mal. Lo había mirado con sus ojos marrones verdosos de la misma manera en la que muchas personas lo habían mirado mientras había crecido. La expresión que le recordaba que él no pertenecía a su clase social, sino a una mucho más baja. 


Le había dirigido la clase de mirada que él había jurado que jamás volvería a soportar de nadie más, por lo que había pensado que, si le daban a elegir entre las dos hermanas, se quedaría con Natalie.


Pero en aquel momento ya no estaba tan seguro.


—Una cosa está clara… —estaba diciendo Paula con voz calmada— me temo que no se va a celebrar ninguna boda aquí hoy. No pude permitir que Natalie siguiera adelante con ello.


«No pude». 


Aquellas dos palabras resonaron en la cabeza de Pedro una y otra vez. Estaba claro que la mayor de las hermanas Chaves había formado parte de todo aquello desde el principio. Había sabido que Natalie iba a romper su promesa y la había ayudado a huir.


La había ayudado a humillarlo de aquella manera.


—Siento mucho que todos ustedes hayan venido hasta aquí en vano, pero estoy segura de que lo comprenderán. 
Supongo que ahora lo único que podemos hacer es irnos a casa y continuar con nuestras vidas.


Paula estaba andando hacia delante según hablaba con la intención de dejar claro que pretendía hacer exactamente lo que había dicho; salir de la catedral y continuar con su vida.


—Por lo tanto, si quieren marcharse…


—¡No!


Pedro pensó que aquello no iba a suceder. Paula no iba simplemente a marcharse de allí, no iba a alejarse del embrollo que tanto su familia como ella misma habían creado sin siquiera mirar atrás. La sensación de que había sido engañado y robado se apoderó de su mente, no le permitió pensar con racionalidad y le empujó a actuar. Se acercó a ella y la agarró de nuevo por el brazo. La detuvo con tanta fuerza que Paula giró sobre sí misma y se encontró cara a cara con él. Quizá no pudiera conseguirá Natalie, pero las cosas serían distintas con su hermana.


La familia Chaves estaba en deuda con él… y no le importaba quién comenzara a pagarle. Sólo le importaba que alguien lo hiciera.


Pero tenía que asegurarse de que Paula no se marchara de allí y huyera de él tal y como había hecho su embustera hermana.


—No —repitió aún más convincentemente—. No vas a ninguna parte… te vienes conmigo.


—¿Por qué?


De nuevo, a Paula le tentó la idea de darle a aquel arrogante hombre una patada en el tobillo, pero con sólo pensar en los invitados, los cuales todavía estaban allí sentados, se contuvo.


—¿Por qué querría yo ir a ningún lado contigo?


—Porque te lo estoy pidiendo —contestó Pedro, esbozando una inesperada sonrisa.


La transformación que sufrió su cara fue tan repentina e impresionante que provocó que ella parpadeara. Estaba incrédula. De comportarse de manera tiránica y dominante, él había pasado a adquirir una actitud encantadoramente persuasiva.


De mala gana tuvo que admitir ante sí misma que estaba funcionando. Sintió cómo se le aceleraba el pulso ante la deslumbrante sonrisa de Alfonso. No quería sentir que era tan débil como para responder ante el practicado encanto de un experimentado seductor, pero lo cierto era que no podía controlarse. Cuando la sonrisa que estaba esbozando él curvó sus sensuales labios, sintió cómo su actitud defensiva se veía reemplazada por una respuesta intensamente femenina e instintiva.


—Mira…


La manera en la que Pedro levantó la voz y en la que señaló con la mano a los invitados fue un gesto dirigido a incluir a todos en la conversación. Pero sólo la miraba a ella y la fuerza de su mirada dejó a Paula sin defensas antes de que tuviera una oportunidad de recomponerse y de volver a recuperar su necesitado control.


—Quizá haya que cancelar la boda… eso ya se ha arruinado… ¿pero se tiene que echar a perder el resto del día? En mi casa hay un banquete preparado. El personal a mi servicio y los miembros de un catering llevan días trabajando para tenerlo todo preparado. Sería un crimen echarlo todo a perder.


Durante unos segundos más, Pedro miró profundamente a Paula a los ojos. Entonces apartó la vista, miró a los invitados y esbozó de nuevo una de sus cautivadoras sonrisas.


—Como bien ha dicho la señorita Chaves, muchos de vosotros habéis hecho un largo viaje para estar aquí. ¿Qué clase de anfitrión sería si os dejo marchar sin ofreceros un refresco y algo de comer? Os invito a todos a que vengáis a mi casa. Ya no habrá una celebración de boda, pero espero que igualmente disfrutéis de mi hospitalidad.


Paula apenas podía creer lo que estaba oyendo. Sabía que hacía sólo unos minutos, en la sacristía, él le había preguntado que por qué debía importarle que su novia le hubiera dejado plantado en el altar… pero que invitara a todos los allí presentes al banquete que había preparado le parecía demasiado.


El hombre frío que había conocido cuando había llegado a Sevilla sí que podría hacerlo. Pero se preguntó si el hombre con la sonrisa más encantadora del mundo también podría. 


No sabía cuál era el verdadero Pedro Alfonso.


—No… no querrás que nosotros vayamos a tu casa —logró decir—. Los miembros de la familia Chaves son las últimas personas a quienes querrías ver.


Pedro esbozó de nuevo una encantadora sonrisa… encanto mezclado con una frialdad perturbadora.


—Todo lo contrario; sois muy bienvenidos. Estoy seguro de que os gustaría ayudarme a superar estos momentos que en realidad debía estar disfrutando junto a mi nueva esposa.


A Paula se le erizó la piel ante la amenaza implícita que conllevaban las palabras de él.


—Creo que no… —comenzó a decir. Pero Pedro la interrumpió.


—Y estoy seguro de que tu madrastra preferirá ir a algún lugar donde recobrar la compostura antes de tener que enfrentarse a los paparazis.


—¿Los paparazis?


Paula no había pensado en aquello. La verdad era que no había sido capaz de pensar en nada más que en dar la noticia de que su hermana se había marchado.


—Desde luego —contestó él.


En aquella ocasión la sonrisa de Alfonso reflejó puro hielo; no había nada encantador ni agradable en ella. Fue una sonrisa que destruyó toda la calidez que había embargado a Paula momentos antes. Provocó que se sintiera vacía, perdida y con mucho miedo ante el futuro.


—No creerás que van a dejar pasar una primicia como ésta sin comentario alguno, ¿verdad? La boda del año que finalmente no se ha celebrado. Es la clase de cosas que les encanta. Y destruirán a tu familia para conseguir publicar la noticia.


Los ojos grises claros de Pedro miraron a Petra. Esta todavía tenía la impresión reflejada en la cara. Estaba muy pálida y Augusto trataba de consolarla… aunque él mismo parecía aún más abatido que su esposa. Una vez más, Paula se estremeció. Podía imaginarse cómo su madrastra se derrumbaría delante de las cámaras… las fotografías que aparecerían al día siguiente en las columnas de cotilleo de los periódicos…


—¿Y tú podrías detenerlo?


—He empleado a unos cuantos hombres para asegurar que la prensa no se acerque demasiado. También tengo una flota de coches esperando para llevar directamente a los invitados al banquete.


Paula asintió con la cabeza en silencio. Aquellos coches eran grandes limusinas con los cristales de las ventanillas ahumados para que sus ocupantes no pudieran ser vistos desde fuera.


—¿Por qué harías eso… por nosotros?


—Obviamente yo también tengo mis propias razones para no querer que la historia se filtre a la prensa. Una vez dentro de mi casa, nos podremos relajar.


Relajar. Aquella palabra era muy atractiva. A ella le estaba comenzando a doler todo el cuerpo debido a la tensión que había estado sintiendo durante tanto tiempo. Sentía cada músculo cansado y la cabeza le estaba comenzando a doler.


—Gracias. Se lo diré a mi padre… haré que tanto Petra como él se monten en un coche.


—No. Miguel se encargará de eso.


Pedro levantó entonces la mano en un gesto silencioso dirigido a un hombre que esperaba al fondo de la catedral, tras lo cual tomó a Paula de la mano y entrelazó sus dedos con los de ella. A Paula se le revolucionó el corazón, se le alteró la sangre en las venas y se le secó la boca.


El aroma que desprendía el cuerpo de él pareció embargarla como una cálida neblina. Era la mezcla de perfume para hombre y el propio olor de la piel de Alfonso. Con sólo inhalarlo, se le erizó la piel y le comenzó a latir con más fuerza el corazón.


—Tú vendrás conmigo.


Aquello no fue una sugerencia, sino una orden. Y el tono de voz de Pedro dejó claro que no iba a escuchar ninguna queja. La manera en la que le agarró con más fuerza la mano significó que ella no pudo apartarla al comenzar él a alejarse del altar.


Admitió que estaba preocupada… incluso un poco asustada. 


Mientras andaba rápidamente al lado de él hacia la puerta, se percató de que sentía una mezcla de ambos sentimientos.


Pero en aquel momento la discreción parecía la mejor postura a adoptar. Negarse a moverse y a ir con él sólo provocaría un espectáculo aún mayor que el que ya se había dado.


Pedro tenía razón al menos en una cosa. Con los paparazis congregados a las puertas de la catedral, pronto sospecharían que algo marchaba mal cuando se percataran de que la novia no aparecía… Cuanto antes salieran todos de allí, mejor.


El trayecto hasta la elegante mansión de Pedro sería muy corto y una vez llegaran podría escapar, podría perderse entre los invitados.


Se dijo a sí misma que seguro que lo peor ya había pasado y que desde aquel momento en adelante las cosas sólo podrían mejorar…




NOVIA A LA FUERZA: CAPITULO 2





La guió hacia la puerta de madera que había indicado ella. Al llegar a la sala la metió dentro y cerró la puerta tras ellos con gran rudeza y desprecio.


Una vez solos, se apoyó en la puerta y cruzó los brazos sobre su pecho. Su cara reflejaba una gran dureza y esbozó una mueca.



—Pues… —comenzó a decir tras mirar el reloj de oro que llevaba en la muñeca— tiene tres minutos para explicarme de qué va todo esto… y será mejor que la explicación sea buena… si no…


Paula sintió cómo un escalofrío de aprensión le recorrió la espina dorsal ante la amenaza implícita que había hecho él.


—¿Qué es eso tan importante que tiene que decirme?


—Yo…


En dos ocasiones trató ella de explicar lo que ocurría y, en ambas, le falló la voz. Mirar la dura cara de él era un error. 


La dejaba sin aliento. Pero apartar la mirada tampoco ayudaba. Se preguntó cómo se le decía a un hombre sin mirarlo a la cara que el futuro que pensaba era suyo le había sido arrebatado.


Pero mirarlo a los ojos le sobrepasaba.


—Ya ha perdido treinta segundos —comentó Pedro—. Un par de minutos más y saldré ahí fuera…


—¡Natalie no va a venir! —espetó entonces Paula.


Pensó que no había una manera agradable de decir aquello, por lo que lo único que en realidad podía hacer era explicar lo que ocurría y después tratar de escapar de la ira que se apoderaría de él cuando se enterara de todo.


—Natalie no va a venir. Ha cambiado de idea.


Asombrosamente, la explosión de ira que había estado esperando no se desencadenó. Pero el peligroso y oscuro silencio que siguió a su anuncio fue incluso peor. Era tan profundo que la puso muy nerviosa, tanto que incluso sintió ganas de gritar debido a la tensión que sintió.


—¿Ha cambiado de idea? —preguntó finalmente Pedro como si no pudiera creer lo que había oído—, ¡Explíquese! —exigió.


Paula pensó que había tratado de ser justa. Había tratado de ser considerada. Pero parecía que Pedro Alfonso no comprendía o apreciaba los conceptos de justicia y consideración.


—Natalie no va a venir a la boda. No quiere casarse contigo.


—¿Dónde…? ¿Dónde demonios está mi novia? —exigió saber Pedro.


Ella pensó que era imposible que él frunciera más el ceño o que sus ojos reflejaran más furia sin que la sala comenzara a llenarse de humo. Pero de alguna manera aquel hombre logró controlar su enfado.


—¿Y por qué no está aquí, conmigo… delante del altar, que es donde debería estar?


—¡Oh, por favor! —contestó Paula, que sintió que ya no podía soportarlo más.


Una cosa era que dirigiera su enfado hacia ella, pero oírle decir «mi novia» casi le había destruido.



«Mi novia». Unas palabras que debían significar la promesa de amor y de finales felices. Pero en boca de él habían sonado demasiado posesivas.


—Lo siento, pero ella no va a venir aquí junto a ti. Antes que eso…


No pudo continuar e indicó con la mano la puerta sobre la que él estaba apoyado con la intención de indicarle la catedral y el altar. La catedral donde todos, tanto la familia como los amigos, todavía estaban esperando a que comenzara la ceremonia. Pero la boda jamás se celebraría.


—No va a venir, no se va a casar contigo. Esta mañana partía hacia América para estar con el hombre al que realmente ama. El hombre con el que realmente desea casarse.


—Se ha ido —dijo Pedro con una fría precisión.


Angustiada, Paula se estremeció. Nunca antes se había sentido tan mal y desagradable como en aquel momento… y ni siquiera era su propia batalla la que estaba luchando. Pero no había sido capaz de permitir que Natalie siguiera adelante con aquel matrimonio, matrimonio cuya perspectiva le estaba causando tanta infelicidad.


—Su hermana… ha huido de su propia boda.


Había algo oscuro en la manera en la que él empleó la palabra «hermana», algo que provocó que Paula sintiera cómo le dolía el corazón. Pero no se atrevió a absorber el impacto de ello. Tampoco tenía tiempo para hacerlo. Casi había finalizado la tarea que la había llevado a aquel lugar. 


Le había dicho la verdad a Pedro y esperaba poder marcharse lo antes posible.


—¿Me ha dejado por otro hombre? —preguntó él.


—Me temo que sí.


—No debería haber hecho eso.


—Lo sé. Y lo siento. Debería habértelo dicho antes, debería haberte admitido que no te amaba lo suficiente como para casarse contigo. Sé que debes de estar muy herido…


La respuesta de Pedro dejó a Paula sin habla, ya que no se la había esperado en absoluto. De hecho, era una respuesta tan diferente a la que había esperado que no pudo hacer otra cosa que quedarse allí de pie mirándolo. Estaba impresionada, incrédula.


Alfonso se había reído.


Cuando ella le había dicho que comprendía que debía de sentirse herido, él había echado la cabeza para atrás, había cerrado sus ojos grises durante un momento y había emitido una gran risotada. Pero no había sido una risa agradable. No había tenido nada de humor real ni calidez. Había sido una risa fría, una risa amarga y dura, una risa que había provocado que ella sintiera cómo se estremecía una y otra vez, así como cómo se le helaba la sangre en las venas.


—¿Pedro? —dijo—. ¿Pedro… has oído lo que te he dicho? Tienes que comprender que…


—Oh, sí que te he oído, belleza —contestó él, tuteándola por fin—, Y comprendo demasiado bien. Tu hermana ha incumplido su promesa de matrimonio y ha huido. Te ha dejado a ti para que arregles la situación. Eso lo comprendo demasiado bien. Lo que no entiendo es por qué crees que me debe importar.