jueves, 24 de junio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 15

 


La boda había sido perfecta y ahora estaban en su avión privado con dirección al sur de Francia, donde los esperaba su yate, anclado en el puerto de Montecarlo.


Una pena que no hubiese podido quitarle él mismo el vestido de novia, pensó, mirando el traje azul que se había puesto después de la boda.


La imagen de Paula caminando por el pasillo de la pequeña iglesia se quedaría grabada en su mente para siempre. Estaba más que preciosa.


Cuando lo miró a los ojos, por un momento se quedó sin respiración.


Incluso ahora, recordándolo, su pulso se aceleraba como el de un adolescente, tentándolo a despertarla con un beso.


Pero no lo haría. Había esperado mucho tiempo y podía esperar unas horas más. No quería apresurar lo que se había prometido a sí mismo sería una larga noche de pasión.


Paula era una mujer muy apasionada y él, un hombre con experiencia, lo había visto inmediatamente. Por eso había decidido que lo mejor sería darle a probar algo de lo que tanto deseaba… y nada más. Aumentar su frustración hasta que estuviera tan desesperada que aceptase su proposición de matrimonio sin pensarlo dos veces.


Pedro se movió, incómodo. El problema era que él se había sentido igualmente frustrado durante esas semanas, como demostraba el dolor que sentía en la entrepierna. Nunca había estado tanto tiempo sin acostarse con una mujer desde que era adolescente pero, afortunadamente, la espera había terminado.


Sin embargo, ahora que lo pensaba… Paula nunca había intentado seducirlo y ésa no era la reacción de una mujer sofisticada. En su experiencia, las mujeres normalmente dejaban su deseo bien claro. Quizá Paula había estado jugando al mismo juego que él, pensó entonces, para asegurarse de que ponía un anillo en su dedo…


Pedro —lo llamó ella entonces.


—Ah, estás despierta. Me alegro —musitó él, tomando sus manos—. En media hora estaremos en el yate.


—Estoy deseándolo —Paula sonrió, sus ojos azules casi mareándolo con su brillo—. Mi amor, mi marido.


—Estoy de acuerdo, esposa mía.


Sí, era su esposa. Había conseguido lo que quería, pensó mientras el avión aterrizaba.


Su madre debía sonreírle desde el cielo mientras Elias Chaves se removía en su tumba… o se quemaba en el infierno. Le daba igual. Porque su hija era ahora una Alfonso, el apellido que él había despreciado.


En realidad, pensó entonces, no había ninguna necesidad de decirle a Paula la verdad por el momento.


Para él era suficiente con saber que había cumplido la promesa que hizo sobre la tumba de su madre.





IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 14

 


Se casaron un mes después en la pequeña ermita que había en la finca de su tío Camilo, Deveral Hall. El tío Camilo consideraba a Paula y Tomás como los hijos que no había tenido nunca e insistió en abrir su una vez palaciega y ahora un poco abandonada casa para tan feliz ocasión.


Era un bonito día de mayo y la vieja construcción de piedra brillaba bajo el sol. Paula estaba preciosa de blanco y Pedro era el novio perfecto, alto, moreno e increíblemente atractivo.


Los cincuenta y tantos invitados, sobre todo parientes y amigos de la novia, estuvieron de acuerdo en que había sido una preciosa ceremonia íntima.


Pedro miraba a su novia dormida con una sonrisa de satisfacción: en los labios, sus ojos oscuros brillando de triunfo.


Paula Chaves era suya. Su esposa, la señora Alfonso. El Alfonso era lo único importante. Había solicitado un pasaporte con ese apellido semanas antes y tuvo que mover algunas cuerdas para conseguirlo sin tener todavía el certificado de matrimonio. Pero, naturalmente, el pasaporte les fue entregado cuando subían al avión con destino a Montecarlo.


Pedro sacudió la cabeza, entristecido por los recuerdos. Tenía derecho a hacerle el mismo daño a su familia, pensó. Paula Chaves era ahora Paula Alfonso, una venganza muy adecuada.


Pedro volvió a mirarla. Era exquisita, pensó.


No se habría casado con ella de no ser por lo que había jurado sobre la tumba de su madre, pero desde luego se la habría llevado a la cama. Sin embargo, mirándola ahora, con el cabello rubio extendido sobre la almohada, los labios rojos ligeramente hinchados por el sueño… se alegraba de haberlo hecho.


Paula era inteligente, bien educada y con una carrera, de modo que no se metería en su vida. Desde luego, no lo haría cuando le dijera por qué se había casado con ella. Pedro frunció el ceño, pensativo. No sabía por qué, pero aquella venganza no le complacía como había esperado. La amargura que le consumía desde la muerte de su madre empezaba a desaparecer. Probablemente por Paula…


Sus constantes declaraciones de amor en lugar de enojarle le parecían adictivas. Aunque él pensaba que el amor era una excusa que usaban las mujeres, Paula incluida, para justificar el sexo con un hombre. Con la excepción de las tres mujeres de su familia, que se habían creído enamoradas y habían sufrido por ello.


Su abuela era hija de un rico ganadero peruano, pero su padre la desheredó cuando quedó embarazada de uno de los peones. Nunca se casaron y él la abandonó cuando su hija tenía un año. Su propia madre había repetido ese error dos veces, primero enamorándose de un francés, el padre de Solange, y luego de un millonario griego, el padre de él. Aunque no era exactamente una tragedia griega, su madre no había elegido bien. En cuanto a su hermana… matarse por amor era algo que a él no le entraba en la cabeza.


No, si el amor existía, era una emoción destructiva. Él deseaba a Paula, pero no se hacía ilusiones. Sabía que su dinero y su poder eran un afrodisíaco para ella como lo había sido para incontables mujeres en el pasado.




IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 13

 

Pedro levantó la mirada y se encontró con la de Tomas Chaves. Se había sorprendido a sí mismo pidiéndole a Paula que se casara con él de forma tan precipitada. Lo tenía todo cuidadosamente planeado, el anillo en el bolsillo de la chaqueta, una cena romántica… en lugar de eso lo había soltado en la puerta de su casa como un idiota.


Pero, en fin, Paula estaba más sexy que el demonio esa noche, razonó.


Y había dicho que sí, de modo que… misión cumplida. Aunque no había dudado ni por un momento que ella aceptaría, se negaba a admitir que era la idea de que Paula pudiese salir con otro hombre lo que le había obligado a adelantar acontecimientos.


—Acabo de pedirle a Paula que se case conmigo —contestó, tomándola por la cintura—. Pero nos gustaría que nos dieras tu bendición.


—¿Es eso verdad, Paula? ¿Vas a casarte con Pedro? —preguntó su hermano.


—Sí, claro que sí.


—En ese caso, tenéis mi bendición —Pedro miró a su futuro cuñado a los ojos y en ellos vio ciertas reservas—. Pero eres mucho mayor que mi hermana y, si le haces daño, tendrás que responder ante mí.


—La protegeré con mi vida —anunció él. Y lo decía en serio; aunque por sus propias razones.


—Conociendo a Paula, y dada la carrera que ha elegido, no te envidio —bromeó Tomas luego.


—Tomas, por favor… vas a hacer que retire la proposición antes de que pueda darme el anillo —bromeó Paula.


—Nunca —anunció Pedro—. Yo te apoyaré en tu carrera, en todo lo que quieras hacer.


—Pues deja de mirarla con ojos de cordero degollado y vamos al salón —sonrío su hermano—. Esta noche tendremos una doble celebración… enseguida te darás cuenta de dónde te has metido, amigo mío.


Pedro sabía perfectamente dónde se estaba metiendo porque lo había preparado todo, de modo que se sorprendió al sentir algo parecido al remordimiento cuando Tomas hizo las presentaciones. A Tomas y Marina los conocía, por supuesto. Como a Antonio y Marisa Browning. Los hijos de los Browning parecían muy agradables y también su otra tía, Juana, la hermana pequeña de Sara Chaves. Luego estaba sir Camilo Deveral, con una chaqueta de terciopelo azul, una camisa amarilla y un chaleco rojo.


Aunque había leído todos los nombres en el informe del investigador privado, verlos en persona era un poco desconcertante. Y, a media que transcurría la cena, descubrió que era imposible odiarlos porque todos sin excepción le dieron la bienvenida a la familia de la manera más cálida.


—¿Qué te han parecido? —le preguntó Paula después mientras lo acompañaba a la puerta.


—Creo que tu tío Camilo es un personaje y tu familia es tan encantadora como tú —murmuró él, sacando una cajita del bolsillo.


Al verla, Paula sintió una felicidad tan profunda que no podía hablar.


—Quería hacer esto durante una cena romántica, pero las cosas no han ido como yo esperaba —sonrió Pedro, besando su mano antes de poner en su dedo anular un magnífico anillo de zafiros y diamantes.


Lágrimas de alegría asomaron a los ojos de Paula.


—Es precioso, me encanta. Te quiero, Pedro —declaró, echándole los brazos al cuello.


Él era todo lo que había soñado y que hubiese dicho delante de Tomás que la apoyaría en su carrera disipó cualquier tipo de duda.


Había conseguido lo que quería: casarse con la hija de Elías Chaves, la sobrina de un caballero de la Orden del Imperio Británico.


Aunque a él le daban igual los títulos nobiliarios, para Elias Chaves habían sido lo más importante.


Su expresión se oscureció. Según su madre, veintiséis años antes, Elias Chaves había seducido a su hermana, que entonces tenía dieciocho, durante unas vacaciones en Grecia. Él tenía once años entonces y estaba en un internado, de modo que no supo nada. Cuando su hermana murió meses después en un accidente de coche se quedó desolado, pero sólo tras la muerte de su madre había comprendido la traición de Chaves por la carta dirigida a Solange que encontró entre sus pertenencias.


Elias Chaves la había dejado embarazada antes de volver a Londres y, cuando ella se puso en contacto para hablarle del embarazo, él le escribió diciendo que no creía que el niño fuera suyo. Y luego añadía que sabía que Solange era hija ilegítima y su madre, hija de la propietaria de un burdel, la amante de un millonario griego. Con tal pedigrí, le decía: «no me casaría contigo aunque fuese un hombre libre, que no lo soy». El orgulloso apellido Chaves nunca se vería emparentado con el apellido Alfonso.


Cinco meses después, Solange había leído en un periódico británico el anuncio de su boda con la hermana de sir Camilo Tomas Deveral, Sara Deveral, y abandonando toda esperanza, se suicidó. Matándose ella misma y al hijo que llevaba en su seno.