domingo, 27 de diciembre de 2015

PERFECTA PARA MI: CAPITULO 3





Sentada frente a la mesa de una de las cafeterías más antiguas de la ciudad, Paula apenas prestaba atención a la conversación que se desarrollaba frente a ella. A pesar del poco tiempo que su atareada agenda como futura empresaria le dejaba, intentaba quedar con sus antiguas compañeras de universidad al menos una vez a la semana.


En aquel momento, sus amigas discutían algo sobre los cochecitos para bebés y ella había desconectado, como siempre hacía cuando la charla derivaba hacia aquel tema, para repasar mentalmente el astronómico presupuesto que acababa de recibir para restaurar la galería. La casa ocupaba todos sus pensamientos en aquel momento y además, ella no sabía nada de bebés.


Casi todas sus amigas tenían pareja desde hacía años y habían decidido completar su ciclo vital con uno o varios hijos. Y las que no habían encontrado compañero, se habían lanzado a la aventura de la maternidad en solitario. Ellas opinaban que si dejaba pasar más tiempo iba a «pasársele el arroz» —que era el dicho para las mujeres sin pareja del siglo veintiuno, del que para las del diecinueve lo fuera «quedarse para vestir santos»—.


Sin embargo, Paula sentía que no había llegado aún aquel punto en su vida; pues, aunque tal vez no apareciese nunca, lo que más deseaba era encontrar a un compañero de viaje, un cómplice que la sostuviera en los malos momentos y disfrutara a su lado en los buenos. Los niños, si tenían que venir, ya vendrían después. A lo mejor estaba demasiado influenciada por todas las novelas románticas que había leído y aquella era una forma de pensar contranatural, pero sabía exactamente lo que buscaba; y lo que deseaba, en definitiva, era un gran amor, alguien que la apasionara y al mismo tiempo la completara. Paula suspiró, pues se dio cuenta de que esperaba a su roca. Anhelaba lo que sus abuelos habían tenido, y no se conformaría con nada distinto.


—¿Paula?


La voz de su amiga Rocío la arrancó de sus cavilaciones.


—¿Qué? —dijo, devolviendo la atención a la mesa.


—Hablábamos del regalo de cumpleaños de Mily y Silvana, ¿has pensado en algo?


Recordó entonces que se había comprometido a buscar algunas ideas en Internet para la fiesta de sus amigas.


—No —reconoció arrepentida—. Ay, lo siento chicas, pero se me ha olvidado.


Rocío la observó con gesto de preocupación.


—¿Estás bien? No tienes buena cara —aseguró—. Esa casa va a terminar restándote años de vida. ¿Estás segura de que no necesitas ayuda?


Paula suspiró. Sus problemas eran tan evidentes que ya se reflejaban en su semblante.


—¿Alguna de vosotras tiene veinte mil euros que quiera invertir en una casa con mucho potencial? —preguntó, esforzándose en sonar optimista y jovial. Aunque por los rostros horrorizados que todas ellas le devolvieron, supo que la respuesta no iba a ser positiva.


Paula bajó la cabeza y una sonrisa afligida asomó a sus labios.


—No he tenido veinte mil euros en toda mi vida —susurró Rocío, completamente atónita—. ¿Alguna de vosotras ha visto esa cifra en su cuenta corriente alguna vez?


Totalmente boquiabiertas, las demás negaron con la cabeza.



****


Al salir de la cafetería, Paula sintió el frío viento en la cara y se cerró el abrigo con fuerza; aquel era uno de los meses de noviembre más fríos de los últimos años. La animada charla que acababa de compartir con sus amigas frente a una humeante taza de café le había ayudado a distraerse de sus problemas monetarios. Lástima que ninguna de ellas fuera una multimillonaria heredera decidida a invertir algo de su sobrante capital.


«Veinte mil euros, ¡madre mía! Veinte mil euros…» La cabeza de Paula no dejaba de dar vueltas al presupuesto que la empresa de vidrios le había mandado esa misma mañana. Después de reuniones interminables, de informes y múltiples valoraciones de riesgo, al fin había conseguido el dinero suficiente para «echar a andar». Ahora, varios meses después y tras haber terminado prácticamente con la reforma interior, estaba en un punto muerto. Todos los gastos se habían disparado. Nunca había pensado que restaurar lo viejo fuera tan caro.


Una gota de lluvia se estrelló en su mejilla. Entonces introdujo el periódico bajo su abrigo para que no se mojara. 


Siempre después de las cinco, el camarero de la cafetería le regalaba el diario para que ella pudiese llevarlo a la residencia.


Si algo tenía que agradecer a su empleo como traductora era el tiempo libre del que disponía. Aquello le permitía, desde la muerte de sus abuelos, trabajar como voluntaria en la residencia para la tercera edad «Los Tréboles».


Ahora, desde que su aventura como empresaria se había iniciado ya no tenía tantas horas libres como antes, pero Paula se negaba a renunciar a su visita diaria a «Los Tréboles», donde vivía Samuel Alfonso: su mejor amigo.


Samuel era un anciano peculiar. Era tan peculiar que, pese a ocupar una suite de lujo en la más exclusiva y cara residencia de la ciudad, antes de la llegada de Paula como voluntaria, le habían advertido en más de una ocasión con la expulsión.


Era huraño, cascarrabias, e intolerante con todo tipo de debilidad; la suya propia la que más. Por eso no entendía por qué le caía bien ya que ella, con su metro sesenta, su pelo rubio, ojos grises y tez blanquecina, era la viva y etérea imagen de la debilidad. Sin embargo, desde el mismo momento en que se conocieron, se estableció entre ellos un sólido vínculo.


Paula recordaba la primera vez que se vieron. Ella había ido a recoger unas bandejas de la merienda pero, como todavía llevaba pocos días allí, terminó confundiéndose de pasillo. 


Así fue a parar por error a la zona de suites donde, tras una de las puertas, apareció él; sentado en su silla de ruedas eléctrica frente a la ventana, con la postura recta y los hombros erguidos. Giró su canosa cabeza y al verla, sus ojos se agrandaron por la sorpresa. Ambos se observaron durante casi un minuto. Paula, prendida en su mirada directa y completamente abochornada al irrumpir en un espacio íntimo, no pudo articular palabra.


Samuel reaccionó enseguida. Pulsó el mando de la silla e hizo que esta se girase hacia ella.


—Vaya, vaya, por fin estos tacaños han decidido tener un detalle conmigo. Bueno… —Sus ojos negros la recorrieron de arriba abajo con un brillo malicioso—, menos mal que la estancia en este tugurio comienza a ponerse interesante. Podías haberte esforzado un poco con el disfraz, pero eres guapa, así que no me importa. —Se palmeó las piernas y sonrió—. Ven aquí, o… ¿prefieres mejor que empecemos con un striptease?


Paula exhaló un jadeo de incredulidad, pero no llegó a ofenderse con la picardía del anciano. Pues aunque sonreía como un truhán, su mirada estaba despojada de cualquier tipo de vileza o depravación.


—Soy voluntaria, no prostituta; y esto —dijo, tocándose el mono de rayas que llevaba puesto—, es mi uniforme. Llevo poco tiempo aquí y me ha confundido de pasillo. Siento haberlo molestado.


Él hizo un mohín de fastidio.


—Así que nada de striptease.


—Nada de striptease —convino Paula con una sonrisa.


—Vaya por Dios.


Samuel continuó observándola con atención. Ella se alisó la falda tímidamente y notó que se había sonrojado. Entonces apreció un cambio en el anciano: inclinó su plateada cabeza y achicó los ojos, la ironía había sido substituida de su mirada por algo mucho más suave, algo parecido a la admiración.


—¿Puedo ayudarlo en algo?


Él continuó mirándola, hasta que el silencio se hizo pesado.


—¿Quiere que le suba de la cocina algo para merendar?


—No —respondió escueto.


—Bueno —Paula lo contempló por última vez y retrocedió hasta la puerta—, me marcho entonces.


—¿Tiene prisa?


Parecía decepcionado.


—No.


—¿Podría leerme algo? Mis ojos, como mis piernas, se están rindiendo. Y sin visitas ni lectura, mi vida en este sitio es tediosa a morir. —El sarcasmo regresó a su voz—. Nunca mejor dicho, ¿no le parece?


Paula no contestó. Atravesó la lujosa habitación y fue hasta la estantería, donde había gran cantidad de libros; todos ellos viejos y de aspecto muy usado.


—¿Alguna petición?


—Sorpréndame.









PERFECTA PARA MI: CAPITULO 2





La señal luminosa que indicaba que la batería de su cámara digital se terminaba, apartó a Paula de sus cavilaciones y la trajo al presente. Debía darse prisa en terminar aquellas fotos de la casa de sus abuelos, o tendría que volver al día siguiente; siempre y cuando eso fuera posible ya que, por el aspecto del cielo y el atronador ruido del mar en los acantilados, se diría que se avecinaba una buena tormenta. 


Y si eso acontecía no sabía cuándo podría volver, pues con las fuertes lluvias el camino hasta allí se volvía intransitable. 


Ese era precisamente uno de sus encantos; estaba lejos de todo y era tan hermoso que sobrecogía.


Miró a través del objetivo de la cámara, intentando que la desnuda rama del roble centenario apareciese en primer término. La idea era que los desconchones de la fachada se
apreciaran lo menos posible. Su casa debía presentar el mejor aspecto en su Plan de Empresa, aquel informe en el que básicamente exponía su idea de la forma más atractiva posible a los bancos e instituciones. Con todo lo que había aprendido en la universidad y la ayuda de una amiga economista, Paula aguardaba que aquel dossier que llevaba días preparando terminase por conquistar a muchos inversores. Porque la reforma iba a ser cara, y ella apenas conseguía llegar a fin de mes con sus limitados ingresos.


Los abuelos le habían contado que la vivienda había sido edificada por un rico antepasado cubano como regalo para una amante, la cual, al parecer, decidió abandonarle en cuanto descubrió lo inhóspito del lugar.


La influencia de la arquitectura colonial era clara: los dos pisos y la buhardilla del desván, la doble escalinata de acceso a la entrada principal, el majestuoso pasamano de piedra al que le faltaban varios balaustres, la gran vidriera de la galería que ocupaba todo el frontal del primer piso, y que era uno de los elementos que a Paula más le apetecía ver restaurado.


El edificio había estado pintado de azul cielo pero, salvo en algunas esquinas en las que todavía se apreciaban algunos restos de pintura, nada quedaba del color original de la casa, que ahora ofrecía una triste mezcla de tonos ocres. Todo en el decadente palacete revelaba el pasado de una familia que desde hacía décadas habitaba una vivienda desproporcionada a su estatus. Pues, ¿cuántos pescadores podían mantener un palacio al borde del mar?


Paula apretó el botón de la cámara tras echar otro vistazo al desconsolado aspecto de la casa de sus antepasados. 


Estaba decidida a rescatarla de la demolición y a construir su futuro allí. Dispuesta a no prestar atención a quienes le decían que lo mejor que podía hacer era venderla, tomar el dinero que le dieran por aquella ruina, y olvidarse del asunto.






PERFECTA PARA MI: CAPITULO 1




Paula Chaves no era una persona sin expectativas; de hecho, en algunas ocasiones había llegado a creer que sus sueños se habían convertido en el centro de su existencia.


Cuando sólo faltaban unos días para su trigésimo quinto cumpleaños podía asegurar, sin atisbo de dudas, que sus objetivos eran claros. Sabía exactamente lo que quería, lo único que le impedía lograrlo era su total y determinante falta de dinero. Lo que no dejaba de ser hasta cierto punto paradójico, pues desde pequeña había hecho todo cuanto le habían dicho que tenía que hacer para conseguir sus propósitos.


Sus padres se marcharon de la aldea a la gran ciudad y siempre habían subsistido con múltiples dificultades. Fueron ellos los que le inculcaron la necesidad de un buen currículum académico para optar a los mejores empleos. Y pronto Paula se dio cuenta de que esto último era esencial para alcanzar una posición económica que le permitiera una existencia feliz.


Estudió mucho hasta licenciarse con honores en Turismo. 


Había elegido este sector porque era un valor en alza para el futuro. No obstante, cuando había llegado el momento de comenzar a recoger los frutos de su esfuerzo surgió la dichosa crisis económica, y los valores seguros dejaron de existir. Aunque se podía decir que ella todavía contaba con el último de ellos: la esperanza.


Apenas se permitía el pago del alquiler de su apartamento con las traducciones esporádicas que algunas empresas le encargaban, pero ella seguía creyendo que algún día conseguiría vivir tal y como quería. Y lo que deseaba con todas sus fuerzas era poder restaurar la casa que su abuela le había dejado en herencia para devolverle su antiguo esplendor, convirtiéndola en un encantador hotel rural a donde la estresada gente de la ciudad acudiera en busca de paz.


Sus padres habían ahorrado para que ella y su hermano pudiesen ir a la universidad. Jamás se habían ido de viaje y en diciembre, cuando a su padre le daban vacaciones en la fábrica de coches en la que trabajaba, su familia se trasladaba a la aldea en la que sus abuelos vivían, a la casa en la que varias generaciones de Chaves habían nacido. Allí, fuera del claustrofóbico piso urbano que compartía con su familia en la ciudad, Paula había sido feliz.


Toda aquella situación aportaba cierto grado de ironía a su existencia. Pues sus planes consistían en contradecir el sacrificio que sus padres habían realizado treinta años atrás, cuando abandonaron el pueblo. Habían llevado una existencia sin lujos para que sus hijos aspiraran a una vida mejor, y ahora ella creía haber encontrado su futuro en aquel mismo sitio. Al final, resultaba que su felicidad se encontraba en el lugar del que sus progenitores habían huido. No solo resultaba irónico; era cómico, y hasta trágico.


A diferencia de sus preocupados y atareados padres, el recuerdo de sus abuelos siempre le había transmitido mucha serenidad. Como pescador, su abuelo había desarrollado un carácter paciente que a Paula le recordaba a una roca en mitad del océano. Por el contrario, la abuela era una mujer pequeña y nerviosa que se pasaba el día de un lugar a otro.


A Paula le encantaba ir a pescar con su abuelo. Le gustaba caminar largas distancias entre los senderos de la costa para luego sentarse mirando al mar, aguardando a que los peces picaran. Claro que ningún pez, ni siquiera uno despistado, había caído nunca en su anzuelo. Pero el tiempo a solas con su abuelo les permitía hablar durante horas, con la única compañía de los pájaros suspendidos en el viento y el fascinante sonido del mar.


—Tu abuela es como la marea —le dijo él un día mientras observaban el horizonte, aguardando a que algún pez mordiera el anzuelo.


Paula le miró con curiosidad, y él sonrió al ver su gesto de desconcierto.


—Ella va y viene, y algunas veces se agita nerviosa como el mar —explicó.


Paula observó el horizonte con aire soñador cuando el sol ya comenzaba su descenso hacia el ocaso.


—¿Y tú qué serías entonces? —preguntó, volviendo los ojos a su abuelo—. ¿Un barco?


La sonrisa de él se hizo aún más amplia, hasta que las arrugas se le marcaron alrededor de los ojos.


—Eso lo dices porque me trae y me lleva a su antojo —dijo, con la voz afectada por la risa—. No, Paula. Yo sería el acantilado; que aguanta las tempestades, impidiéndole desbordarse.


Sonriendo,Paula asintió. Pero se quedó largo rato en silencio pensando en la metáfora de su abuelo. Adoraba oírles discutir hasta que los dos terminaban muertos de la risa, hasta que su abuelo tomaba en brazos a su abuela y los dos desaparecían durante horas. Eran la pareja perfecta: diferentes, pero aún así complementarios. Como la marea y el acantilado. A Paula le gustaba fantasear con que en el mundo existía una persona igual para ella.


Desde hacía tiempo, aprovechaba cualquier oportunidad para escaparse al pueblo para verles. Después de cincuenta años juntos, los abuelos parecían vivir en un eterno noviazgo. Tal vez fue por eso que, tras la muerte de su marido, su abuela apenas esperó dos meses para reunirse con él. Le fue imposible vivir sin su roca. Y Paula sintió cómo la base de su pequeño y perfecto universo junto al mar se tambaleaba


Varias semanas después de aquello, descubrió sorprendida que le habían nombrado como heredera de su casa. El viejo caserón se encontraba en la costa, a tan solo unos kilómetros del pueblo. El alto y escarpado acantilado se encumbraba sobre el océano como una fortaleza inexpugnable, y allí, encarando a los vientos, se alzaba la vivienda de sus antepasados. Frente a ella, únicamente se extendía el horizonte infinito que el cielo dibujaba con el mar.









PERFECTA PARA MI:SINOPSIS





Cuando Paula acude a la lectura del testamento de Samuel para entregar una caja con sus pertenencias y poder regresar de inmediato a su vida en donde los problemas con su casa no dejan de agobiarla conoce a Pedro Alfonso, el heredero y único familiar del anciano. No obstante, no cuenta con la sorpresa que Samuel le tiene preparada.


Pedro es un hombre frío y distante, completamente diferente a su padre. Un hombre que, a pesar de su atractivo, resulta ser un grosero arrogante que en cuanto descubre que ella ha sido nombrada heredera, no tiene reparos en insinuar que es una cazafortunas, y cuestionar la relación que la unió a su padre.


Sin embargo, una tormenta les obliga a pasar juntos un tiempo que ninguno de los dos desea... ¿o sí?






UN TRATO CON MI ENEMIGO :CAPITULO FINAL






A qué ha venido eso? –preguntó Pedro.


A Paula se le llenó la vista de lágrimas al mirarlo sabiendo que su madre se había referido a la conversación que habían tenido en Gales tres semanas atrás, cuando había insistido en que el hombre al que amaba no era «apropiado».


–Ya no importa. Yo… Pedro, tengo que darte las gracias por haber invitado a mi madre y a Rhys. Has hecho que la noche sea mucho más especial.


–Tanto que te has desmayado, ¡maldita sea! –dijo disgustado consigo mismo.


Paula le agarró la mano cuando él hizo intención de levantarse.


–Quiero que te quedes aquí –le dijo con firmeza–. Tengo que decirte algunas cosas y quiero que estés a mi lado mientras te las digo.


–¿Voy a necesitar mi whisky de malta para superarlo?


–No lo creo, no –sonrió respirando hondo antes de volver a hablar–. Tengo que admitir que cuando los he visto aquí me he preguntado por qué lo habrías hecho, pero ha sido solo por un instante, solo un instante, antes de saber, gracias a lo que te conozco, que habrías tenido buenos, y no malos, motivos.


–La verdad es que lo he hecho por puro egoísmo –dijo con una mueca de disgusto; la deseaba tanto que estaba dispuesto a hacer lo que fuera por conseguirla.


–No me lo creo.


–Pero ha sido así. No dejabas de insistir en que no podría haber nada entre nosotros porque sabías cómo reaccionaría tu madre si se enteraba, así que decidí eliminar ese inconveniente.


Paula se lo quedó mirando unos segundos y entonces esbozó una sonrisa.


–Acepto que ese puede haber sido uno de los motivos…


–Oh, créeme, fue el motivo principal.


Paula seguía sonriéndole.


–Te gusta que la gente piense que eres duro y poco compasivo, ¿verdad?


–Soy duro y…


–De ningún modo eres poco compasivo. Y puede que logres convencer a otros, pero creo que deberías saber que yo hace tiempo que no me lo creo. No, desde que me di cuenta de que me había enamorado de ti.


–¿Paula? –le apretó la mano con más fuerza.


–No te preocupes, no lo digo esperando que el sentimiento sea recíproco. Solo creo que deberías saber que, al volver a vernos, me he dado cuenta de que hace cinco años me enamoré de ti… y que sigo enamorada de ti. Y que no tengo ninguna intención de tener algún tipo de relación contigo y fingir que no estoy…


–¿Acabas de decir que te enamoraste de mí hace cinco años? –le repitió atónito.


–Sí, eso he dicho. Y la razón por la que ahora te estoy diciendo esto es porque quiero que sepas lo que siento antes de que me cuentes cómo ayudaste a mi madre. Es hora de que seamos sinceros el uno con el otro y, por eso, no quiero que haya ningún malentendido con respecto a por qué y cuándo me enamoré de ti.


–¿Nos has oído hablar?


–Sí.


–¿De verdad te enamoraste de mí hace cinco años?


–A primera vista, creo, pero después de que arrestaran a mi padre me pregunté cómo podía seguir enamorada del hombre que había ayudado a encarcelarlo. Ahora sé la verdad, sé que intentaste detenerlo para salvarlo de la situación y de sí mismo, y que la respuesta de mi padre fue informar a la prensa y estropearlo todo.


–Gracias a Dios. ¿De verdad me quieres, Paula?


–Es más, hace unas semanas me di cuenta de que eres la razón por la que sigo siendo virgen a los veintitrés. Ningún otro hombre podía igualarse a mi primer amor –al verlo atónito, añadió–: ¿Demasiada sinceridad para ti?


¿Demasiada? ¡Por él, perfecto! Paula era perfecta, perfecta para él. Siempre lo había sido.


–No tengo palabras para decirte lo mucho… que me complace saber que para ti no ha habido nadie más, pero ahora deberías saber que no quiero tener una aventura contigo.


–De acuerdo –le respondió casi paralizada–. Soy tonta por haber pensado que aún querías –respiró hondo–. Ahora todo esto resulta algo embarazoso, pero no cambia nada de lo que he dicho…


–Paula, ¿te sorprendería saber que yo también me enamoré de ti hace cinco años?


Se quedó petrificada y mirándolo con los ojos como platos.


–Es imposible; era regordeta, llevaba esas gafas tan poco favorecedoras y era tan torpe que me tropezaba con mis propios pies…


–Para mí eras voluptuosamente sexy –la corrigió con firmeza–. Y tenías… y aún tienes… los ojos grises más preciosos que he visto en mi vida, con o sin gafas. Y tu ocasional falta de equilibrio me resultaba encantadora más que una torpeza. ¡Y siempre te deseé tanto que me costaba pensar! Solo tenías dieciocho años y eras demasiado joven para mí, pero te deseaba de todos modos. Me enamoré de ti de todos modos. Además, después de que arrestaran a tu padre y rechazaras todos mis intentos de hablar contigo, tenía motivos más que suficientes para pensar que me odiabas a muerte.


–Yo nunca te he odiado, Pedro.


–Claro que sí.


–Odiaba la situación, no a ti, pero acepto que mi padre no era perfecto, ni mucho menos, y que fue el único responsable de lo que le sucedió. Pedro, ¿qué hiciste hace cinco años para ayudarnos?


–¿De verdad tenemos que hablar de esto ahora?


–Sí.


–Pues preferiría no hacerlo –le respondió con un suspiro.


–Y yo preferiría que lo hicieras.


–Qué testaruda eres.


–¡Mira quién fue a hablar! Pero si no me lo dices, le pediré a mi madre que me lo cuente.


–Yo… yo pagué las costas legales de tu padre.


–¿Y qué más…?


–¿Es que te parece poco?


–¿Qué más, Pedro?


Él apretó los labios antes de hablar.


–Le di a tu madre dinero suficiente para que os pudierais mudar a Gales. Quise darle más para pagarte la universidad, pero Maria no me quiso escuchar.


–¡Menos mal! –no se podía creer que las hubiera ayudado–. Sin duda, le haces honor a tu apellido.


–No vayas a ponerme una corona que no me corresponde, Paula. Os ayudé porque alguien tenía que hacerlo.


–¿Y no tuvo absolutamente nada que ver con el hecho de que te hubieras enamorado de la hija con sobrepeso de William Harper? –bromeó con un nudo de emoción en la garganta al ver qué clase de hombre era, y siempre había sido, Pedro.


–«Voluptuosamente sexy», que es exactamente cómo te pondrás cuando estés embarazada de nuestro hijo. Porque espero que quieras hijos.


–Deja de cambiar de tema.


–Solo imaginarte rellenita y embarazada, con los pechos tan grandes que te rebosen por encima del sujetador hace que me excite…


–¡Pedro! –dijo levantándose bruscamente.


–¿Demasiada sinceridad para ti?


No la suficiente. ¡Ni por asomo!


–¿Y cuándo, exactamente, pretendes que tengamos un hijo?


–Creo que por el bien de Rhys y de tu madre, y de mis padres, deberíamos esperar hasta después de casarnos.


–¿Casarnos? –gritó ella.


–Casarnos –le confirmó él con rotundidad.


–Pero si querías una aventura.


–Diste por hecho que quería una aventura. Cuando volvimos a encontrarnos hace cuatro semanas y, obviamente, no podía quitarte las manos de encima, decidí aceptar lo que estuvieras dispuesta a darme. Pero si vamos a ser sinceros, deberías saber lo enamoradísimo que estoy de ti, más aún que hace cinco años, y que no me conformaré con menos que ser tu marido.


Se vio embargada por una felicidad tan grande que le pareció que explotaría si intentaba contenerla. Pedro la quería. Siempre la había querido. Quería casarse con ella. 


¡Tener hijos con ella!


–Aún no me lo has pedido –le recordó con la voz entrecortada.


–He aprendido que a veces es mejor no pedirte las cosas.


–Prueba a ver.


Pedro miró intensamente las brillantes profundidades de sus ojos y se fijó en el rubor de sus mejillas y en esos sensuales labios ligeramente separados.


–¿Quieres casarte conmigo, Paula?


–Oh, sí, Pedro. ¡Sí, sí, sí! –se abalanzó sobre sus brazos–. ¡Cuando y donde quieras!


–Lo antes posible –respondió abrazándola con fuerza.


–Ya hemos malgastado cinco años, no quiero perder más tiempo, ¡quiero pasar el resto de mi vida diciéndote y demostrándote cuánto te amo y que siempre te amaré!


La invadió la felicidad al imaginar el futuro, toda una vida con Pedro, años y años juntos durante los que se demostrarían y se dirían cuánto se amaban.









UN TRATO CON MI ENEMIGO :CAPITULO 27




–…debería haberla advertido –murmuró Pedro disgustado mientras le sujetaba la mano con fuerza.


–Querías que fuera una sorpresa –le respondió Maria para tranquilizarlo.


–¡Y mira cómo ha resultado! –maldijo al mirar el delicado y pálido rostro de Paula.


–Es solo un desmayo, Pedro. Conociéndola, seguro que ha estado tan emocionada con lo de esta noche que no ha comido en todo el día.


Pedro se levantó bruscamente y se pasó una mano por el pelo.


–Solo quería que os tuviera a los dos aquí para compartir su éxito con vosotros.


–Lo sé, Pedro. Y Paula también lo sabrá y entenderá.


–¿Tú crees? –sabía que Paula era más que capaz de creer que tenía alguna razón maquiavélica para haberlos invitado a la exposición.


–Lo creo –dijo Maria sentándose ahora donde antes había estado sentado él, en el sofá al lado de Paula–. Admito que a veces mi hija puede tener mucho genio, pero no es tan terca como para juzgarte injustamente. Y lo que has hecho por ella ha sido increíblemente bondadoso.


–Pues Paula no me ve bondadoso ni por asomo.


–Bueno, creo que te quedarías muy positivamente sorprendido con lo que mi hija ve en ti –murmuró Maria secamente.


Paula supo que ese último comentario iba más dirigido a ella que a él, que su madre se había dado cuenta de que había vuelto en sí, pero que estaba disimulando.


–Cuando se despierte, tienes que contárselo todo, Pedro. Tiene que saber lo que hiciste por nosotras hace cinco años, lo que hiciste por ayudarnos a crearnos una nueva vida juntas en Gales después de que William muriera.


Paula frunció el ceño ante esa revelación, al mismo tiempo que comprendió que lo de «cuando despierte» había sido una indirecta. Y sin duda tenía que hacerlo, quedarse ahí escuchando la conversación era totalmente injusto para Pedro. Además, quería oír todo lo que había hecho por ellas.


Maria le soltó la mano a su hija antes de levantarse.


–Eres un buen hombre, Pedro, y si le das una oportunidad a mi hija, creo que descubrirás que ella también lo sabe. Y ahora creo que es hora de que baje y os deje a solas para hablar.


–Pero…


–Mi madre tiene razón, Pedro–le dijo Paula al abrir los ojos y mirarlos a los dos–. Tenemos que hablar –se incorporó lentamente.


–No estoy seguro de que debas hacer eso –le dijo él sentándose apresuradamente a su lado y tomándole ambas manos–. Puede que aún estés un poco aturdida por…


–¿Mamá?


–Voy a bajar a disfrutar del éxito de mi hija. ¿Os veré luego?


–Seguro –respondió Paula, que solo tenía ojos para Pedro.


–Ah, y Paula… –dijo su madre deteniéndose en la puerta–. Te equivocas. Pedro no es «inapropiado» de ningún modo –le aseguró antes de cerrar la puerta del despacho.