jueves, 26 de noviembre de 2020

VENGANZA: CAPITULO 6

 


Candelabros de cristal colgaban del techo abovedado del club Apolo, el casino reservado para los clientes más importantes, con pinturas de héroes y mitos griegos que Paula conocía bien. Pero el sofisticado ambiente le advertía que las apuestas serían muy altas.


Pedro la llevó a una mesa frente a la que había un grupo de hombres con trajes de chaqueta de diseño italiano y dos mujeres, una rubia y una morena, enjoyadas de arriba abajo. Allí no hablaba nadie. Sólo el sonido de las fichas chocando entre sí rompía el solemne silencio.


Pedro colocó un fajo de billetes sobre la mesa y la elegante crupier, con un vestido negro hasta los pies, le entregó un montón de fichas.


—Son para ti.


—No puedo jugarme esa cantidad de dinero —protestó Paula.


—Antes eso no te preocupaba.


—¿Y si lo pierdo todo?


—Habrá más, no te preocupes.


¿Y qué esperaría él a cambio? ¿Sexo? Obviamente, eso era lo que había ocurrido en el pasado.


—¡No! He olvidado cómo se hace esto. No recuerdo las reglas…


—Inténtalo.


Pedro, no quiero hacerlo.


—Muy bien. Veremos si puedo penetrar el velo de esa memoria de otra manera. Quédate con las fichas, por si quieres jugar más tarde…


—No me apetece jugar esta noche.


—¿Te apetece una copa?


Paula asintió con la cabeza. Tan cerca, podía ver las arruguitas que tenía alrededor de los ojos, el brillo que había en ellos…


—¿Paula? —oyó una voz masculina.


Sorprendida, volvió la cabeza.


—Me había parecido que eras tú —el hombre que se acercaba a ellos tenía el pelo oscuro y estaba muy bronceado. Paula no lo reconoció.


Afortunadamente, la conversación fue interrumpida por la mujer rubia, que se levantó para saludarlo de forma más que amistosa.


—¿Lo has invitado a venir? —preguntó Pedro en voz baja.


—¿Cómo? Pero si no sé quién es…


—No creo que a Jean-Paul le haga gracia haber sido olvidado tan pronto.


—¿Quién es?


—Jean-Paul Moreau.


—¿Quién?


—Tu amante —contestó Pedro, su rostro impenetrable—. El hombre al que eché de nuestra cama hace tres años.



VENGANZA: CAPITULO 5

 


—¿Cómo nos conocimos? —sentada frente a Pedro en una esquina del restaurante El Vellocino De Oro, con un plato de calamares a la plancha delante de ella, Paula estaba decidida a descubrir la verdad.


—En el festival de cine de Cannes —contestó él—. Pensé que eras una actriz.


Eso explicaría ciertas cosas. Pedro nunca antes había salido con una bailarina exótica.


—¿Y qué pasó después?


—Eras preciosa, divertida… Yo disfrutaba mucho de tu compañía, así que te invité a pasar un fin de semana en La Caverna de Poseidón —contestó Pedro, nombrando uno de sus más famosos hoteles—. Tú aceptaste. Y cuando tuve que venir a Strathmos por un asunto de negocios, viniste conmigo. Después de todo, es aquí donde vivo la mayor parte del año.


Y entonces sonrió. Con una sonrisa que transformó su rostro, suavizando sus rasgos por primera vez.


Paula dejó el cuchillo y el tenedor sobre el plato y se movió en la silla, incómoda. Que todo hubiera sido tan fácil para él la molestaba.


—Y me diste un trabajo en el hotel, ¿no?


—¿Quieres postre?


—No, gracias.


—¿Café?


Ella negó con la cabeza, impaciente.


Pedro se levantó entonces y apartó amablemente su silla.


—Era mucho menos sofisticado trabajar que ser la novia del jefe —le dijo al oído—. Y tú me hiciste creer que te estabas tomando un descanso de los escenarios.


—¿Cómo?


—No supe que eras una bailarina exótica hasta un mes después de conocerte.


Paula lo miró, sorprendida.


—¿No te lo dije?


—No. Estabas encantada en Strathmos, y supongo que pensaste que era mejor esconderme eso hasta que fuese inevitable decirme la verdad.


—¿No me marché de aquí por decisión propia?


—¿Por qué ibas a hacerlo? Lo tenías todo. Un hotel maravilloso en el que vivir, una tarjeta de crédito sin límite… y unas relaciones sexuales que parecían satisfacerte.


Paula caminó a toda prisa hacia la puerta, sin fijarse en un hombre de pelo oscuro que la saludaba con la mano.


—De modo que no trabajaba…


—Si lo que quieres decir es que ya no bailabas medio desnuda en un bar, no. Ya no trabajabas. En lugar de eso, me tenías a mí.


—Te tenía a ti —repitió ella—. ¿Y que conseguías tú a cambio?


—Tener a una mujer guapa en mi cama.


—Y supongo que no se te ocurrió pensar que quizá yo quería algo más.


—¿Algo más?


—Una carrera…


—Tu carrera era ser mi amante. Ir de fiesta, recorrer los mejores hoteles del mundo… No necesitabas trabajar. Te aseguro que hacer las cosas a mi manera era mejor para ti.


«A mi manera». Paula tenía la impresión de que en el mundo de Pedro Alfonso todo se hacía a su manera.


—¿Me querías?


—¿Quererte? —repitió él, sorprendido.


—Sí. ¿Me querías o lo único que te interesaba era tenerme en tu cama?


—Mira, Paula, lo nuestro no tenía nada que ver con el amor. Éramos dos adultos que lo pasaban bien juntos. En fin, no éramos precisamente Romeo y Julieta.


—Si hubiéramos sido Romeo y Julieta, habríamos muerto al final —dijo Paula, con los dientes apretados.


—¿Por qué te enfadas? Lo que quiero decir es que no éramos dos crios que se creían enamorados.


—¿Yo te quería? —preguntó ella entonces.


—¿Por qué esa fijación con el amor? —exclamó Pedro—. Desde luego, nunca dijiste que me quisieras. No estabas conmigo por amor. Y yo tampoco.


Paula se mordió los labios.


—No puedo creerlo. Yo no habría vivido esa clase de vida a menos que hubiera estado enamorada de ti. Va en contra de todo aquello en lo que creo…


Pedro hizo una mueca de incredulidad.


—Pues nunca dijiste que me quisieras. Y si eso es lo que crees ahora, es que has cambiado.


—Quizá sea así.


—Paula… —empezó a decir Pedro, poniendo una mano en su brazo—. Yo te acepté tal y como eras. Hasta que me resultó imposible.


—¿Por qué?


—¿De verdad no te acuerdas?


—¡No! —exclamó ella, angustiada—. ¿Qué estoy haciendo? —suspiró luego, enterrando la cara entre las manos.


—Intentando recuperar la memoria, creo. Y quizá esto te ayude —murmuró Pedro. Su voz sonaba extrañamente ronca, y eso llamó su atención.


Paula levantó la cabeza. Él estaba cerca, más cerca de lo que pensaba, y su corazón se aceleró.


—¿Sí?


Pedro entendió. Significaba «sí» a muchas más cosas. Incluso a lo que ella más temía.


En cuanto sus labios la rozaron, Paula supo que su vida no volvería a ser la misma. Aquel beso estaba lleno de fuego, de pasión. El roce de su lengua provocó una especie de corriente eléctrica. Adrenalina. Y algo mágico.


Paula contuvo el aliento. No se movía para que la magia no desapareciera… y cuando Pedro introdujo la lengua en su boca, cerró los ojos y se abandonó.


Al sentir los dedos de Pedro Alfonso acariciando sus hombros, sus terminaciones nerviosas se volvieron locas. Debió de ser eso porque, sin pensar, se apretó contra él hasta notar el indiscutible bulto de su erección a través de la suave tela del vestido. Fue una sorpresa… una señal de que el magnate había perdido el control. Y eso era increíblemente satisfactorio.


Hubiera ocurrido lo que hubiera ocurrido en el pasado, Pedro la deseaba como un loco.


—¿Te acuerdas de esto?


Paula negó con la cabeza.


—Creo que los dos deberíamos calmarnos un poco —suspiró él entonces—. Vamos al casino… antes te gustaba.


—Muy bien —consiguió decir Paula, aunque le temblaban las rodillas.



VENGANZA: CAPITULO 4

 


¡Paula le había dado plantón!


Y ni siquiera se había molestado en decírselo ella misma. Le había dejado el recado a su compañera de camerino. La rabia que había sentido al saber que Paula Chaves estaba en Strathmos, viviendo y trabajando en uno de sus hoteles, lo abrumó de nuevo.


Paula decía haber perdido la memoria. ¿Cómo había ocurrido y qué tenía eso que ver con él? ¿Y por qué había vuelto a la isla?


Pedro miró hacia el escenario, el escote del vestido impreso en su memoria. No quería aceptar que no había dejado de pensar en ella desde que la vio en la playa. Y ahora Paula lo dejaba plantado deliberadamente…


Furioso, se levantó, abandonando en la mesa la botella de Bollinger que había pedido, ya que a Paula siempre le había gustado el champán, y fue a buscarla.


Pero no estaba en su camerino. Y tampoco estaba en el bar. Ni en la plaza que daba entrada al teatro.


Pero cuando iba a entrar de nuevo, vio una solitaria figura dirigiéndose a la playa…


Inclinando los hombros para neutralizar la fuerza del viento que se había levantado, Pedro aceleró el paso. Con ese pelo rojo era fácil localizar a Paula Chaves aunque fuese en vaqueros.


—Si le doy una orden a un empleado, espero que sea obedecida —le dijo, cuando llegó a su lado.


Paula se dio la vuelta.


—Pensé que era una invitación. Una que yo no había aceptado, por cierto.


—Ni rechazado.


—Dame una buena razón para que tome una copa contigo.


Él parpadeo. Normalmente, las mujeres no dudaban en aceptar su invitación. De hecho, incluso se colaban en fiestas para verlo.


—Porque quiero hablar contigo.


—¿De qué? —preguntó Paula.


—De esa supuesta pérdida de memoria.


—No es verdad. Me habías invitado a una copa antes de saberlo.


Era cierto. Lo que Pedro quería saber era por qué había ido a Strathmos. Tenía que ser por algo más que por el dinero. El instinto le decía que tenía algo que ver con esa supuesta amnesia. No quería admitir que le tocaba el orgullo que no se acordase de él.


¿O sería una trampa? ¿Sería la amnesia una mentira para no tener que enfrentarse con su traición? ¿O un último esfuerzo por hacer que se interesase por ella de nuevo?


—¿Has olvidado que coqueteaste con todos los hombres que se cruzaban contigo, tuvieran dieciocho u ochenta años, en el Baile de la Rosa? ¿No recuerdas lo que hubo entre nosotros?


—¿Tan difícil te resulta aceptar eso? Tengo amnesia.


—Ah, qué conveniente.


Paula intentó decir algo, pero no le respondía la voz. De modo que se encogió de hombros.


—¿Qué tipo de amnesia?


—¿Eso importa? El hecho es que no puedo recordar nada de lo que pasó hace tres años. Es sólo… un borrón.


—Eso explica que hayas tenido la poca vergüenza de volver.


—No es fácil para mí estar aquí, te lo aseguro. Pero tengo que averiguar cosas sobre mi vida. Cómo era antes… Es muy raro, porque recuerdo muchas cosas de antes de conocerte. Casi todo, creo. Y sé lo que pasó… después. Es el tiempo que estuvimos juntos lo que no recuerdo.


—¿Y como ha pasado eso? ¿Tuviste un accidente, te diste un golpe en la cabeza? ¿Qué han dicho los médicos? ¿Saben si algún día recuperarás la memoria?


—No lo sé y no quiero hablar de ello —contestó Paula—. Me molesta.


Pedro dejó escapar un suspiro.


—Sí, lo entiendo. Debe de dar un poco de miedo.


No tanto como él. Incluso cuando se mostraba amable, como ahora, daba una sensación de… peligro.


Paula sintió un escalofrío. Pedro no seguiría siendo amable mucho tiempo. Era un hombre duro, decidido, despiadado. Un hombre que trabajaba como nadie, una leyenda.


—Cena conmigo.


La inesperada invitación sorprendió a Paula.


—No sé…


—¿Por qué no? ¿Tanto miedo te doy?


—No me asustas en absoluto —contestó ella.


—Pues demuéstralo cenando conmigo.


Un reto. Qué infantil. La oscura intensidad de su mirada le dijo que no estaba preparada para cenar con él, pero no tenía elección si quería averiguar todo lo que se había propuesto averiguar.


—No, esta noche. Es muy tarde.


Él iba a decir algo cuando sonó su móvil. Pedro murmuró una disculpa mientras lo sacaba del bolsillo y empezó a hablar en griego…


—¿Mañana por la noche? —le preguntó, después de colgar.


—Muy bien, mañana cenaré contigo —asintió Paula.