lunes, 5 de marzo de 2018

EN LA NOCHE: CAPITULO 11




-Si hubiera tenido otra forma de acercarme a Fitzpatrick, créeme, la habría utilizado.


Javier se agarró con fuerza al reluciente volante y soltó un juramento en voz baja. Normalmente, nada conseguía alterar su humor. Pasaba interminables noches sin dormir, investigando, y tomaba parte en peligrosas redadas policiales sin pestañear. Pero, desde que Pedro se había sentado en su coche y había empezado a informarle sobre lo sucedido, la atmósfera se había ido cargando progresivamente de tensión.



-No tuve más remedio –insistió Pedro-. Si no hubiera actuado inmediatamente, habríamos perdido la oportunidad.


-Podría haberlo hecho Middleton.


-Middleton es un buen policía, pero no sirve para este trabajo. Es dos veces más alto que Paula, y tiene tres veces su peso. Además, estoy seguro de que no hubieran conectado; ya sabes que Middleton no es precisamente un romántico. No creo que hubiera podido convencer a nadie de que el compromiso iba en serio.


-Middleton es tan bueno como cualquier otro.


-Ya, pero… -buscando un argumento convincente, Pedro se frotó con fuerza las manos-. El hermano de Paula es un hueso duro de roer. Y hay que convencerlo, si queremos tener alguien trabajando en la boda.


-Entonces, tenías que habérselo dejado a Bergstrom. Habría sido perfecto en el papel de novio.


Al pensar en su compañero, Pedro apretó la mandíbula con fuerza. Su reputación de rompecorazones lo precedía. Su impresionante aspecto de modelo publicitario encantaba a las mujeres. Y la simple idea de que aquel Romeo pudiera merodear cerca de Paulalo enfurecía.


-No, Paula es demasiado inocente para Bergstrom. Se la comería viva, y podría ocasionar problemas.


-A ver si lo entiendo –la voz de javier se había vuelto peligrosamente suave-. ¿Me estás diciendo que no confías en la capacidad de los miembros de tu equipo para hacer una investigación encubierta?


-No sólo estoy seguro de ellos, sino que les confiaría mi vida.


-Pero no en este caso. No con esta mujer de por medio.


Visto de aquella forma, sus objeciones parecían ridículas. 


Bergstrom y Middleton eran buenos policías, y nunca le habían dado motivos para dudar de su competencia. Pero no podía pensar en ninguno de los dos trabajando con Paula.


-Sé que no es lo que tú querías –concluyó Pedro-, pero dadas las circunstancias me pareció la mejor opción que teníamos.


Javier condujo en silencio durante los siguientes minutos. 


Por fin aparcó detrás del coche de Pedro, paró el motor y se volvió hacia él.


-El daño ya está hecho. Ya estás dentro de la historia, y no hay marcha atrás; sólo nos queda rezar para que todo salga bien y los hombres de Fitzpatrick no te reconozcan.


-No hay peligro. Ellos me conocen como Tindale, el contable. Y aquellos dos pájaros todavía no han salido de la cárcel, ¿verdad?


-No.


-Y no creo que Fitzpatrick vaya a ensuciarse las manos pagando su fianza.


-No, tienes razón.



-Entonces, el riesgo es mínimo. Además, el hecho de que el de los Chaves sea un negocio familiar cuenta a nuestro favor: nadie sospechará nada.


-Pero ¿estás ya dentro?


-Trabajo en ello.


Javier dudó unos segundos.


-Esto no me gusta, Alfonso. No sabemos nada de esa chica. Y no estoy seguro de que sea una buena idea utilizar a una civil en nuestra investigación.


-Podemos confiar en ella –aseguró Pedro, convencido-. Además, está muy motivada.


-¿Cómo dices? –se extrañó Javier.


-Quiere independizarse, abrir un restaurante. Y con el dinero de la recompensa no tendrá ningún problema –abrió la portezuela y salió del coche-. No te preocupes, Javier, te mantendré informado.


-Ten cuidado.


El preocupado tono de sus palabras sorprendió gratamente a Pedro.


-Siempre lo tengo, teniente.


-No dejes que esa mujer te distraiga de tu trabajo. Cuando un policía se implica en un caso se vuelve peligroso. Para sí mismo y para los demás.


-Lo sé. Todo está bajo control.




EN LA NOCHE: CAPITULO 10




Pedro devolvió el menú a la camarera con una sonrisa, y se acomodó en la silla cuando se quedaron solos en la mesa. 


Después se puso a contemplar atentamente los meticulosos esfuerzos de Paula por romper en trocitos exactamente iguales una servilleta de papel.


Había estado excepcionalmente silenciosa durante el camino al restaurante. Desde el breve beso del ascensor, había estado muy distante. Se preguntó si estaría cambiando de opinión, si habría decidido que el asunto le venía demasiado grande.


-¿Te lo has pensado mejor?


-No, ya te dije que estaba de acuerdo. No voy a cambiar de opinión.


Pedro suspiró aliviado.


-Parece que todo ha ido bien, ¿no?


-Supongo que sí –contestó Paula, un poco azorada.


-Tu cuñada se lo ha creído completamente.


-Sí, sabía que lo haría; lleva años intentando emparejarme con alguien.


Pedro tomó un largo trago de café, intentando eliminar el sabor del champán. Aquella bebida nunca le había gustado, pero pensó que sugerirla en aquel momento había sido lo adecuado. Así pudo desviar la atención de la familia y obligarlos a celebrar el compromiso en vez de cuestionarlo. 


Pero todavía faltaba lo más difícil: convencer a los padres y unirse a la empresa.


-Tu hermano no pareció tan entusiasmado como su mujer…


-No. Armando, no es precisamente un romántico. Es el mayor de mis hermanos, y se siente responsable de todos nosotros. Es tan parecido a mi padre…


Pedro recordó lo que Javier le había contado acerca de Joel Chaves, el ciudadano ejemplar que cuidaba de su suegra, viuda desde hacía unos años, y aportaba los servicios de su empresa de catering al hogar de beneficencia de la localidad.


-Genial.


Paula esbozó una sonrisa.


-No te preocupes; Judith se encargará de él.


-No tenemos mucho tiempo. La boda de los Fitzpatrik es al mes que viene. Y para entonces tengo que estar trabajando para tu padre. Hoy hemos tenido suerte. Estaban demasiado sorprendidos para hacernos preguntas, pero tenemos que inventarnos algo por si acaso.


-Odio tener que engañarlos.


-Es algo provisional.


-Ya lo sé. Es sólo que… -hizo una pausa-. Supongo que no esperaba tener que empezar tan pronto. Creo que no estaba preparada para… tener que actuar.


-Por eso tenemos que hablar, antes de seguir adelante –dijo Pedro, cruzando los brazos sobre la mesa-. Vamos a ver. ¿Qué nos va a preguntar tu familia?


-¿Lo dices en serio? ¡Todo! Cómo nos conocimos, cuándo, cuánto tiempo llevamos saliendo, para cuándo es la boda…


-Vale, vamos a buscar una explicación sencilla. Nos conocimos en el ascensor, hace dos meses, cuando me cambié de casa. Como dijo Judith, fue amor a primera vista. No necesitamos fijar una fecha para la boda; diles que estás demasiado ocupada de momento. ¿Qué más?


Paula vaciló, jugueteando con el vaso de agua.


-Querrán saber cosas sobre ti. De qué vives, en qué trabajas…


-Bueno, no puedo tener un trabajo fijo, porque si no, no querría un empleo en la empresa Chaves. Puedes decir que soy programador informático, y que acabo de perder el empleo.


-¿Sabes algo de ordenadores? –preguntó Paula, un tanto incrédula.


-Lo suficiente. ¿Por qué? ¿Preferirías que fuera otra cosa?


-No, programador está bien –aseguró Paula-. Tendría que saber también de dónde vienes y cómo es tu familia.



Los hombros de Pedro se tensaron. Se esforzó para recordar que aquél era sólo uno más de sus trabajos de incógnito. No tenía sentido que la idea de decepcionar a la familia de Paula lo preocupara tanto, que le resultara tan difícil mentir a aquellas personas.


-Bien, muy fácil, también. Soy de Cleveland. Nunca me he casado. No tengo parientes cercanos, y mis padres murieron en un accidente de coche cuando era un crío.


La cara de Paula se entristeció.


-Oh, Pedro, lo siento.


-Es pura invención.


-Oh.


-¿Qué más necesitarán saber?


-Bueno, si se supone que estamos comprometidos, deberíamos saber… cosas.


-¿Cosas? –repitió Pedro, arqueando una ceja.


-Tu música favorita, tus aficiones, qué cine te gusta, tu color preferido… Cosas así.


-Garth Brooks, no tengo tiempo para aficiones, me gustan las películas de acción –sus ojos se fijaron en el delicado tono azul del vestido que Paula llevaba-. Y si tengo que elegir, escogería el azul.


-¿Esto también es mentira?


-No; sólo miento cuando es estrictamente necesario.


Pedro guardó silencio mientras la camarera les servía los platos que habían pedido. Cuando se quedaron solos de nuevo, Paula intentó retomar la conversación, pero Pedro la disuadió.


-Ya iremos resolviendo los problemas a medida que se presenten; de momento, este filete tiene muy buena pinta. Aunque creo no creo que esté ni la mitad de bueno que tu café y esos pastelillos de canela que haces.


-Sí, ya sé que tienes buen apetito.


-Bien, y tú, ¿qué? –preguntó Pedro-. Aparte de hacer punto, leer novelas de misterio, cocinar deliciosas recetas y pasar todo el tiempo posible con tu familia, ¿qué otras cosas debería saber sobre ti?


-Bueno, supongo que eso es todo.


-Estupendo.


Pedro dedicó toda su atención al suculento filete de ternera que reposaba en su plato.


-Y si hay alguna pregunta sobre el otro que no sepamos contestar, siempre podemos decir que estábamos demasiado ocupados haciendo el amor como para hablar de nuestra vida.


A Paula se le cayó el tenedor de las manos.


Pedro!


-¿Qué pasa? Estamos comprometidos.



-No voy a empezar a contar a todo el mundo detalles sobre nuestra vida sexual. Quiero decir, sobre nuestra supuesta vida sexual.


-Bueno, no mentirías si dijeras que has estado en la cama conmigo.


Paula no pudo evitar sonrojarse.


-En un interrogatorio en toda regla, yo podría declarar que he visto ese lunarcito que tienes en el interior del muslo derecho.


Pedro!


-Las parejas son ardientes, querida. Podría parecer sospechoso si nosotros no lo fuéramos. Sobre todo, teniendo en cuenta lo rápido que nos enamoramos.


-Pero es que nosotros no estamos enamorados –dijo Paula, haciendo una mueca-. Aunque cualquiera lo diría, teniendo en cuenta cómo nos hemos comportado.


-Lo has hecho muy bien esta tarde, delante de Armando y Judith; todo lo que tienes que hacer es continuar línea, y nadie dudará de nuestra historia.


-Acerca de esta tarde… no creo que sea necesario que seamos… expresivos, ¿verdad?


La verdad era que Pedro había sido más expresivo de lo estrictamente necesario. Entonces pensó que sencillamente estaba actuando. Los suaves besos, las caricias, todos los gestos de afecto habían sido parte de su trabajo. Había resultado todo tan natural que no había querido pensar demasiado en ello.


Pero tendría que haberlo hecho. No sabía cuántas veces tenía que repetirse que Paula no era una chica que pudiera sentirse interesada por un hombre como él. Su tímida respuesta al primer beso en el ascensor, su mirada, la forma en que se había recostado en él, la cálida respuesta a sus caricias… Todo había sido fingido. Y si en algún momento le había parecido real, se debía a la cantidad de tiempo que había pasado pensando en ello desde la primera vez que la había tenido en sus brazos.


-Quiero decir que se supone que estamos comprometidos –continuó Paula-, pero esto es sólo… una cuestión de negocios. Trabajamos juntos. No hay nada personal.


-Pensaba que todo esto había quedado claro desde el principio.


-Sí, ya me lo explicaste. Y yo estuve de acuerdo –asintió Paula-. Sólo quiero asegurarme de que eres consciente de que no estoy interesada en ningún tipo de relación.


-Yo tampoco.


-Y mucho menos si hablamos de matrimonio.


-Lo mismo digo.


-Vale.


-Vale –dijo con un tono más duro de lo que pretendía-. Me aseguraré de que mantengamos nuestra relación dentro de lo estrictamente indispensable.



Paula apenas se atrevió a mirarlo.


-No quería herir tus sentimientos, Pedro. No es por ti. Es que no quiero volver a comprometerme con nadie otra vez.


-¿Otra vez?


-Una vez estuve a punto de casarme.


Al ver la tristeza que nublaba sus ojos, Pedro sintió la necesidad de tomarla de la mano y acariciarla. De hecho, ya había alargado la mano hacia ella cuando se dio cuenta, con el tiempo justo para cambiar de dirección y tomar el vaso de agua que tenía enfrente.


-Quizá deberías contármelo. Tu familia esperará que lo sepa.


-Se llamaba Ruben Beresford. Éramos amigos desde pequeños, y habíamos planeado casarnos cuando yo acabara los estudios, pero él… -Paula intentó continuar-. Lo siento. Debería haber sabido que toda esta historia del compromiso…


-¿Qué pasó?


-Acabábamos de comprarnos la casa cuando Ruben tuvo el accidente. Era campeón de salto con el equipo de la facultad, y estaba entrenando duro para las pruebas de selección del equipo nacional. Quería participar en las Olimpiadas. Fue en un entrenamiento. Calculó mal el salto y se rompió el cuello contra el bordillo de la piscina.


-Lo siento mucho. Debió ser horrible perderlo de esa manera.


-Ruben no murió en el salto. Quedó parapléjico.


-¡Dios!


-Canceló el compromiso, porque decía que no era justo para mí vivir atada a un inválido. Pero yo lo amaba de todas formas, así que, cuando salió del hospital, me trasladé a su casa. Viví con él hasta que murió, dos años después.


El dolor que sus palabras mostraban no empañaba la belleza de su rostro. Paula estaba confesándole su pesadilla privada. Y no se daba cuenta de lo que sus palabras revelaban. Después del accidente, lo amaba de todas formas. Se quedó con él, en una demostración de lealtad y fuerza que Pedro no había visto en su vida. Se preguntó cómo se sentiría una persona al ser amada de aquella forma.


No pudo evitarlo. Una breve caricia con la punta de los dedos, apenas rozándole la muñeca. Ella no retiró la mano.


-En su entierro me prometí que nunca me casaría. Mi familia lo sabe. Por eso Armando no se ha creído lo nuestro.


-Eso lo explica todo.


-Estaban tan preocupados por mí después de que Ruben muriera, que prácticamente me inundaron de cariño y buenas intenciones. No podían entender que yo tenía mi propia forma de enfrentarme a ello. No necesitaba su protección, necesitaba independencia.


-Eso lo puedo entender. Si estás solo, nadie puede hacerte daño.



-Exactamente. El amor te hace demasiado vulnerable… -Paula miró a Pedro directamente a los ojos-. Tú me entiendes, Pedro. ¿Qué fue lo que te pasó a ti? ¿Estuviste casado?


-No.


-¿Te has prometido alguna vez?


-No. Establecerse en pareja, vivir con una mujer no es para mí, eso es todo. El tipo de trabajo que yo hago no me permite ataduras –atajó, dedicando toda su atención al filete a medio terminar-. ¿Qué tengo que saber sobre el negocio de catering para trabajar con vosotros?


El brusco cambio de tema provocó una cierta frialdad entre ellos, lo cual estuvo bien, se dijo Pedro. A fin de cuentas, habían quedado en que su relación iba a ser estrictamente profesional. Ninguno de los dos quería una implicación personal.


La única persona de Chicago que conocía su pasado era Javier, y ni siquiera él lo sabía todo. Pero en cuestión de un día, Paula había roto con todas sus defensas. No entendía por qué. No podía ser simplemente porque la encontraba atractiva.


No era una mujer deslumbrante, y tampoco podía considerarla una belleza. Escondía sus suaves formas en ropas anchas e informales, y siempre llevaba el pelo escondido. Sin duda, el hecho de que no pudiera apartarla de sus pensamientos se debía a lo sucedido la noche anterior.


“Si estás solo, nadie puede hacerte daño”.


Su relación con ella formaba parte de su trabajo. Eso era todo. Si hubiera otra manera de acercarse a Fitzpatrick, la utilizaría.


Pero no la había.



EN LA NOCHE: CAPITULO 9




El contacto de los labios de Pedro sobre los suyos diluyó cualquier protesta, antes incluso de que ésta se hubiera formado en su mente. Aquellos cálidos y suaves labios rozaron los suyos, en una breve caricia, apenas promesa de un beso.


Nunca pensó que un beso pudiera hacerla sentir de aquella forma. Pedro era tan resuelto, tan vigoroso, tan decidido, que nunca lo habría creído capaz de comportarse con tanta gentileza como había demostrado en el beso.


-No me esperaba esto –murmuró Paula.


Él la tomó de la mano y le besó las puntas de los dedos. 


Paula sintió su cuerpo desfallecer y se apoyó en su sólido pecho; el cálido contacto de su piel le aceleró el pulso, y un montón de sensaciones que había luchado por olvidar la inundó.


De pronto oyeron un carraspeo, procedente de la puerta del ascensor.


Paula parpadeó entre los brazos de Pedro, y vislumbró a Armando a unos metros. Estaba cruzado de brazos y los contemplaba con las cejas arqueadas.


Pedro la rodeó de nuevo con los brazos, mordisqueando con suavidad el lóbulo de su oreja.


-Sigue así. Lo estás haciendo muy bien –le susurró.


La realidad la golpeó bruscamente y Paula se sonrojó, humillada.


-Dios mío –murmuró.


Con las mejillas ardiendo de vergüenza, se apartó de Pedro.


Todo había sido una farsa. Todo era mentira. No entendía cómo había sido capaz de olvidarlo, ni siquiera durante un segundo. Pedro no había vivido un momento romántico; sólo estaba actuando.


Afortunadamente, había pensado que ella también fingía.


Incapaz de mirarlo a la cara, Paula dedicó su atención a recomponer su aspecto. Luego se enfrentó con su hermano.


-Hola, Armando.


-Hola, Paula.


Como su madre, Armando tenía el talento de expresar miles de cosas con una sola palabra.


Paula se sonrojó de nuevo. De todas formas, no era asunto de sus hermanos si ella decidía besarse con un hombre en el ascensor. Y no le hacía ninguna gracia sentirse como si tuviera que pedir perdón; a fin de cuentas, ya tenía veintiocho años. Tenía todo el derecho del mundo de besar a quien le diera la gana, donde le diera la gana.


En algunas cosas, sus hermanos eran más severos que sus padres; al menos, éstos querían verla casada. Armando prefería conservarla intacta en una torre de cristal; una doncella pura y virginal par el resto de sus días.



Además, si a Armando le sorprendía tanto aquel breve beso, no sabía qué pensaría si supiera el resto, cómo reaccionaría su protectora familia si supiera que estaba dispuesta a participar en una peligrosa operación policial encubierta.


Pedro se volvió hacia Armando, intentando romper el hielo.


-Tú debes ser el hermano de Paula. Me llamo Pedro Alfonso –dijo tendiéndole la mano.


Armando dudaba, con una expresión contrariada en el rostro. Por fin alargó la mano, y estrechó la que Pedro le tendía.


-Armando Chaves.


Pedro se agachó, levantó la caja del suelo y salió del acensor.


-¿Dónde quieres que deje las copas, Armando? –le preguntó amablemente.


-Déjelas en el mostrador de recepción, ahora los guardo –contestó Armando con cierta sequedad.


Pedro pasó por alto la actitud del hermano de Paula.


-Vale. ¿Hay algo más que pueda hacer?


-No, gracias. ¿Has tenido algún problema con el ascensor? –dijo mirando fijamente a su hermana.


-Creo que he pulsado el botón de parada por accidente –contestó Pedro.


-Pedro ha venido a ayudarme con la caja –interrumpió Paula.


-Ya veo… No recuerdo que Paula me haya hablado nunca de usted –dijo Armando, poco convencido.


Pero Pedro no estaba dispuesto a permitir que la situación se le escapara de las manos.


-Tutéame, por favor; teniendo en cuenta las circunstancias, no hay necesidad de ser tan formales.


-Y ¿cuáles son esas circunstancias? –preguntó Armando, realmente sorprendido.


-Creo que han descubierto nuestro secreto, cariño. ¿Se lo dices tú o se lo digo yo?


Pedro la atrajo hacia sí e intentó besarla de nuevo, pero Paula consiguió evitarlo, sin que resultara demasiado evidente para su hermano.


-Eres el primero en saberlo; Paula ha aceptado ser mi esposa –anunció Pedro, sonriendo.


Armando se quedó boquiabierto. Con una expresión de completa sorpresa en el rostro, se encaró con su hermana.


-No puedo creerlo. ¿Es eso cierto, Paula? –consiguió articular.


Paula pudo sentir cómo el cuerpo de Pedro se tensaba a su lado. Sin embargo, una voz femenina interrumpió la situación.


-Hola, Paula. Te estábamos esperando.


Paula se volvió hacia la puerta. Su cuñada Judith, la esposa de Armando, se acercaba al grupo con las manos llenas de serpentinas de colores. Se detuvo junto a su marido, dirigiendo a Pedro una mirada de curiosidad con sus cálidos ojos castaños.


-Bueno, hola a todos –dijo con una sonrisa.


-Hola, Judith –dijo Paula.


Intentó una vez más deshacer el estrecho abrazo que la unía a Pedro, pero él no se lo permitió, así que prosiguió con las presentaciones.


-Judith, te presento a Pedro AlfonsoPedro, ésta es mi cuñada Judith.


-No habréis traído una botella de champán con las copas, ¿verdad? –preguntó Pedro, estrechado la mano de Judith.


-¿Champán? –preguntó Judith, arqueando una ceja.


-Paula y yo vamos a casarnos. Acabamos de comprometernos.


Durante un instante, la cara de Judith reflejó tanta sorpresa como la de su marido. Dirigiéndose a su cuñada, preguntó:
-¿De verdad, Paula? ¿Es cierto que os vais a casar?


Para Paula había llegado la prueba de fuego, el punto sin retorno. Una vez que se lo hubiera dicho a Judith, la noticia llegaría a toda la familia en cuestión de minutos.


Los dedos de Pedro se deslizaron por su brazo, en una caricia que la hizo estremecer.


-Venga, cariño. Vamos allá –le susurró.


Armando la contemplaba, expectante, con los ojos entornados.


-Sí, estamos prometidos –contestó, resignada.


-¡Oh, querida! ¡Qué alegría me has dado! –dijo Judith, abrazándola y besándola en las mejillas.


-Gracias, Judith.


Paula, atónita por la efusión de su cuñada, intentó recuperar el equilibrio.


Judith no cesaba de repetir lo contenta que se sentía.


-Es maravilloso, ¿verdad, Armando? Simplemente maravilloso.


-E inesperado –añadió Armando.


El hermano de Paula no parecía muy contento con la noticia.


-Oh, déjalo ya, Armando –cortó Judith-. Si alguien merece en este mundo un poco de felicidad, después de todo lo que ha pasado, ésa es tu hermana –se volvió hacia su cuñada, con el rostro radiante-. ¡Qué calladito te lo tenías!


-Es que todos hemos estado muy ocupados últimamente y… -empezó a decir Paula, mientras buscaba una excusa convincente.


Pero fue Judith quien dio con la más adecuada.


-Debe haber sido un flechazo: amor a primera vista –concluyó-. Eso fue lo que pasó con Armando y conmigo. Nada más verlo supe que era el hombre de mi vida.


Amor a primera vista. La imagen de Pedro, desnudo, paseándose por su habitación cruzó fugazmente por la mente de Paula.


-Sí –asintió-. Fue algo así.



-Podríamos decir que le he robado el corazón –intervino Pedro, sonriendo.


Judith volvió su atención hacia Pedro.


-Eres el vecino de Paula, ¿verdad?


-¿Cómo lo sabes? –preguntó Pedro, sorprendido.


-Constanza me lo ha dicho todo.


-¿Qué? ¿Qué es lo que te ha dicho? –interrumpió Armando-. ¿Por qué nadie me cuenta nunca nada?


-Armando, los hermanos mayores no pueden estar enterados de todo –contestó Judith, guiñándole el ojo a Paula-. Tu madre comentó que Paula estaba saliendo con alguien, y yo tuve la impresión de que se trataba de algo serio.


Paula no sabía si enfadarse o echarse a reír. Debería haber sabido que su madre no iba a mantener silencio sobre el encuentro con Pedro de aquella mañana.


-Sabía que algún día cambiarías de opinión con respecto al matrimonio –continuó Judith-. Tienes demasiado amor dentro como para seguir soltera durante mucho tiempo –se volvió hacia Pedro-. Eres un hombre afortunado, Pedro. Paula es una verdadera joya.


-Lo sé, Judith. No sabes lo feliz que me ha hecho al darme el sí.


Sólo Paula conocía el verdadero significado de las palabras de Pedro.


-Pedro puede ser muy convincente –dijo-. Hasta hace unos minutos no estaba segura de cuál iba a ser mi respuesta.


-Eh, mamá, ¿cuándo vamos a comer? Ah, hola, tía Paula.


Jimmy se les acercó, con desgarbados aires de adolescente y las cejas arqueadas en una expresión que recordaba la que tenía su padre minutos antes. Era increíble lo mucho que se parecían.


-Paula va a casarse –dijo Judith, revolviendo cariñosamente el pelo de su hijo.


-¿Ah, sí? –murmuró el muchacho, cruzándose de brazos.


-No le hagáis caso; es cosa de los genes –sonrió Judith-. ¿Para cuándo es la boda?


-Todavía no lo hemos decidido –contestó Pedro, tomando la mano de Paula y besándola suavemente-. Pero espero que muy pronto.


Judith se volvió hacia su marido.


-¿Dónde has puesto la botella de champán, Armando? –le preguntó-. Ésta es una ocasión que hay que celebrar.


-Son para la fiesta de mañana. No podemos abrir una botella para nosotros –contesto su marido, indignado.


-Oh, pobrecito. No te preocupes; mañana traigo más –se burló su mujer-. Creo que he visto unas copas en la sala de reuniones… ¡Casi no puedo esperar a mañana para contárselo a los demás! –añadió, dirigiéndose a la sala.



Jimmy se alejó tras su madre, con las manos en los bolsillos. 


Después de ofrecer a Pedro una lenta y gélida mirada asesina, Armando los siguió.


Pedro acercó los labios al oído de Paula.


-Con tu cuñada no hay problema, pero dudo que tu hermano se lo haya tragado.


-A mis hermanos les encanta protegerme, Judith se encargará de convencerlo.


-Vamos a tener que ser más convincentes la próxima… un momento.


Se quedó callado, prestando atención a los sonidos que provenían de la sala y, sin previo aviso, la tomó en sus brazos.


-Pero Pedro, por favor, ¿qué haces? –exclamó Paula, intentando deshacer el abrazo-. ¡Bájame de aquí!


-Rodéame con los brazos –interrumpió Pedro- y finge que te gusta lo que hago.


Armando y Judith contemplaban la escena, apoyados en el quicio de la puerta. El rostro de ella era todo sonrisas, mientras que su hermano se obstinaba en permanecer ceñudo.


Sin soltar a Paula, Pedro se acercó a la pareja. A medido que avanzaban, Paula era casa vez más consciente de los fuertes músculos de Pedro rodeando su cuerpo, y dejó que el suave aroma de loción de afeitado invadiera sus sentidos.


“Finge que te gusta lo que hago”.


Las palabras de Pedro resonaron de nuevo en sus oídos. 


Aunque lo que sentía en aquellos momentos no era precisamente fingido.