sábado, 4 de julio de 2020

A TODO RIESGO: CAPITULO 66




Paula colgó el teléfono. Por fin había hecho la llamada a la agencia de adopción: la llamada que había estado postergando durante dos semanas. Se sentía deprimida, agotada. Y muy sola, a pesar de que Lautaro Collier estaba en el piso de abajo, leyendo la novela policíaca que había traído consigo.


Pedro pensaba que ella no podía comprometerse con ninguna relación debido a su pasado, y quizá tuviera razón. Pero incluso aunque acordaran seguir juntos, sabía que no funcionaría. Sus vidas eran demasiado distintas. 


Acabarían separándose y ella volvería a quedarse sola. Siguiendo un impulso, como si se viera arrastrada por el pasado, empezó a subir los escalones del final del pasillo.


—Me voy a la cúpula —avisó a Lautaro por el hueco de la escalera—. Dile a Pedro que estoy arriba, por favor, si llega antes de que baje.


—¿Quieres que te acompañe?


—No, gracias. Estaré bien.


—Si me necesitas, da un grito. Subiré en un momento.


El sol estaba a punto de ponerse cuando abrió la puerta y entró en la habitación de la cúpula. 


Todavía jadeando por el esfuerzo de la subida, contempló las cajas. No podía levantar las que estaban en lo alto de las filas, pero Pedro le había bajado unas cuantas al suelo, por si se le ocurría revisarlas.


Escogió la que tenía la etiqueta «Mariana». Estaba llena de ropa, y fue sacando las prendas una a una: faldas y suéteres de los sesenta, del mismo tipo que actualmente se cotizaban tanto en las tiendas. Siguió rebuscando en la caja hasta que tropezó con un libro. Tenía las pastas de un color verde desvaído, desgastado en los bordes. Era un diario.


El libro contenía palabras y pensamientos del pasado: era como un atisbo del corazón y del alma de una mujer que todavía seguía siendo una extraña para Paula. Quizá la lectura de unas pocas páginas la ayudara a ver claro en sí misma. Con manos temblorosas, abrió la cubierta y leyó el primer renglón:


Hoy me matriculé en el festival de misses. Todavía no se lo he contado a mi madre. Se llevará un disgusto cuando se entere, porque dice que no es propio de una joven dama exhibir su cuerpo de esa manera. Pero yo no solo quiero participar, sino ganar. Este premio y muchos más. Quiero llegar hasta la cumbre y que me corone Miss América. Ese será mi billete para Broadway.


Paula fue pasando las páginas hasta que la palabra «embarazada» llamó su atención. La escritura del párrafo era desigual, y en algunos casos la tinta estaba disuelta, como si unas lágrimas hubieran caído sobre el papel


La regla se me ha retrasado dos semanas. Todavía no se lo he contado a nadie más que a Sandra, pero sé que estoy embarazada. Mi madre me matará cuando se lo diga, sobre todo si descubre quién es el padre. Ella nunca entenderá que yo lo amo y que él me ama a mí. Es la malvada esposa suya la que se interpone entre nosotros.
Pero sobre todo es a papá a quien más pena me da decírselo. Le romperé el corazón y ya no podré seguir siendo su preciosa hijita…


Por primera vez en su vida, Paula pudo imaginarse perfectamente cómo se habría sentido su madre en aquel entonces. Joven. 


Temerosa. Embarazada de un hombre casado.


Lo que significaba que todo lo que le había contado acerca de su padre había sido mentira. 


Continuó leyendo como si estuviera en una especie de trance.


Las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas mientras leía los acontecimientos que habían seguido a aquella revelación. Su madre había quedado devastada por el rechazo del hombre al que amaba. Había tenido que soportar el dolor que había infligido a su padre y las recriminaciones de su madre. Había crecido con demasiada rapidez: de niña mimada se había convertido, en tan solo unos meses, en madre soltera. A pesar de sus sufrimientos, Mariana había ocultado a su madre la identidad de su amante, sin siquiera escribir su nombre en el diario. Y, temerosa, avergonzada, deprimida, había optado por tener el bebé. Había querido a Paula, aunque se había sentido abrumada por la perspectiva de convertirse en madre.


Paula cerró el diario, sintiendo una profunda ternura por Mariana que jamás antes había sentido. Aquella mujer había sido su madre: el resultado de todo lo que le había sucedido, una personalidad formada por un padre que la había mimado demasiado y una comunidad que, para su desgracia, valoraba la belleza física por encima de todo.


Esa era su madre, pero no era ella. Se rodeó el vientre con las dos manos, aliviada.


—Estaba equivocada, pequeñita. Yo soy mucho más fuerte de lo que fue mi madre. No te entregaré a nadie… nunca. Te quiero muchísimo y seré una buena madre para ti. Lo seré. E incluso aunque cometa errores, lo superaré y tú también.


Joaquin pensaría que estaba loca por renunciar a su carrera, pero no le importaba lo que pensara. Quería tener aquel bebé y quería tener la oportunidad de ser feliz con Pedro. Quería todo eso, y estaba decidida a conseguirlo.


Unos pesados pasos resonaron en la escalera que conducía a la cúpula. Debía de ser Pedro


Paula se incorporó para acercarse a la puerta, con el corazón rebosante de alegría. Apenas podía esperar para anunciarle su decisión.


Abrió la puerta, pero era Mateo Cox quien subía hacia ella.


—¿Qué estás haciendo aquí?


—Terminar lo que empecé en Atlanta… hace un mes.



A TODO RIESGO: CAPITULO 65




21 de diciembre


El viaje al hospital le había llevado más tiempo del calculado, sobre todo porque había tenido que esperar a que Carlos Sellers se recuperara lo suficiente para poder hablar con él. Y, al hacerlo, le había revelado secretos que habían permanecido ocultos durante años.


Pedro no estaba muy seguro de la reacción de Paula cuando se enterara de que su mejor amiga había sido, en realidad, su hermanastra. Tenía que ser el primero en decírselo. Y la buena noticia era que los médicos confiaban en que Carlos Sellers viviría lo suficiente para ver a su biznieta: el fruto del óvulo fertilizado de una nieta incubado en el cuerpo de otra.


Si todo aquello se hubiera sabido antes, Pedro habría estado completamente seguro de que el hecho de que Paula fuera a heredar una enorme suma de dinero estaba detrás de los atentados contra su vida. Paula, Juana y un sobrino, el hijo del estigmatizado hijo de Carlos. Formando parte todos de la misma familia. Un sobrino que podría embolsarse mucho dinero si tanto Juana como Paula desaparecían de escena. Motivo más que suficiente para matarlas a ambas. Su cerebro trabajaba a toda velocidad: en principio, Leonardo Shelby había confesado ser el autor de los atentados contra la vida de Paula antes de suicidarse. Pero… ¿y si no se había suicidado?


Inquieto, llamó a Lautaro Collier.


—Hola, Lautaro. Soy Pedro Alfonso el amigo de Paula.


—Ya me acuerdo de ti.


—Hoy he tenido que ir a Birmingham y me he retrasado un poco en la vuelta. Acabo de hablar con Paula y se encuentra bien, pero no me gusta nada que esté sola. ¿Te importaría pasar por su casa y quedarte con ella hasta que yo vuelva? Supongo que tardaré un poco más de una hora. Te compensaré debidamente.


—¿Temes que surja algún tipo de problema? Yo creía que había acabado todo con la muerte de Leo.


—Lo que me preocupa es que Leo pudiera tener algún socio y que el tipo intente regresar al Palo del Pelícano con ánimo de robar algo más. No me gustaría que un ladrón entrara en la casa mientras Paula se encuentra dentro.


—Lo haré, aunque sigo pensando que será una pérdida de tiempo. Y no tienes que compensarme de ninguna forma. Paula es amiga mía.


Pedro no retiró el pie del acelerador. Incluso contando con la ayuda de Lautaro, estaba ansioso por volver con Paula. Había tenido mucho tiempo para reflexionar mientras esperaba en el hospital, viendo cómo el señor Sellers luchaba minuto a minuto con la muerte.





A TODO RIESGO: CAPITULO 64




El joven se sentó en la arena de la playa, con un cigarrillo en los labios, y soltó una bocanada de humo. El plan había salido a la perfección. Los policías habían mordido el cebo, concluyendo que se había tratado de un suicidio.


Solo que había sido él quien había redactado la nota y disparado el gatillo. No había tenido elección. Leo sabía demasiado. Si se hubiera ido de la lengua, todo se habría ido al garete. Y quizá en aquel preciso momento estaría en la cárcel en vez de en la playa, esperando a que lo condenaran por el asesinato de Benjamin y de Juana Brewster, y por el homicidio frustrado contra Paula Chaves.


Esta vez, sin embargo, el intento se haría realidad. La familia Sellers estaría muerta, toda ella. Todos excepto él.


—Lo siento, Paula, pero tu madre era una zorra, y ahora tú vas a pagar por ella. Una embarazada sufre un desgraciado accidente. Nadie sospechará nada.


Plop. Un cuerpo muerto derrumbándose en la arena. La imagen lo divirtió. No podía esperar para representarla en la realidad. Y lo haría, sin importar a quién tuviera que matar en el proceso. El tiempo se le escapaba. El viejo moriría pronto.



A TODO RIESGO: CAPITULO 63




20 de diciembre


Pedro se había pasado la mañana al teléfono, preguntando a las casas de empeño de la zona. 


Había localizado la pulsera de Paula y una vajilla de plata que había pertenecido a su abuela en una tienda de Foley, Alabama. Había ido inmediatamente a recogerlas. Le había enseñado al dependiente una fotografía de Leonardo Shelby y lo había identificado al momento como el hombre que le vendió los artículos.


Después de varias semanas llenas de misterio y peligros, el caso estaba casi cerrado. Ya no quedaba nada, excepto una creciente sensación de vacío que se iba abriendo paso en el alma de Paula. Iba a entregar al bebé, y sospechaba que también estaba perdiendo a Pedro. Aquella sensación le resultaba familiar: era la misma que había experimentado durante toda su vida… cada vez que su madre y ella hacían las maletas para mudarse a una nueva ciudad. Solo que esa vez era mucho más profunda, como si le quemara por dentro. Ni siquiera pensar en su trabajo lograba aliviar aquel dolor.


—Supongo que el FBI habrá cerrado oficialmente el caso —comentó, volviéndose hacia Pedro.


—Tan pronto como redacte el informe final.


—Y Pedro Alfonso se disolverá para convertirse en otra persona. Dime una cosa: tu verdadera identidad… ¿es tan fascinante como el hombre con quien he estado viviendo?


—Depende de lo entiendas por «fascinante». Mi nombre es Dario Cason. Me crié en una granja de Iowa, soy el mayor de seis hermanos. Típica clase baja rural.


—Háblame de tu familia.


—Bruno es el pequeño de los chicos. Está en la universidad. Luego está Sara, felizmente casada con tres hijas. Y María, la hermanita para quien construí aquella casa de muñecas. Está en el instituto. Por último, los gemelos, Julio y Julian, dos años más jóvenes que yo…


Paula siguió escuchando los episodios y anécdotas de sus hermanos y sobrinos. Aquel mundo le era tan ajeno como el argumento de una novela de ciencia ficción. Un mundo en el que jamás encajaría.


Sandra Birney los estaba esperando cuando llegaron al Palo del Pelícano. Su coche estaba aparcado en la parte trasera de la casa y ella se hallaba sentada en la mecedora del porche.


—Me pregunto qué es lo que querrá —pronunció Pedro. A lo mejor es importante.


—No pueden ser malas noticias. Creo que ya las hemos agotado todas.



****

Nada más entrar, Paula advirtió que estaba parpadeando la luz roja del contestador.


—Hay un mensaje en el teléfono.


—Probablemente sea Florencia —dijo Sandra, entrando en la casa seguida de Pedro—. Lo está pasando terriblemente mal. Se siente culpable de la muerte de Leo, pero lo cierto es que jamás conocí a ninguna madre que aguantara y se sacrificara tanto por su chico.


—No debe de ser nada fácil perder a un hijo.


Paula pulsó un botón y esperó a que se oyera el mensaje. Era de Joaquin.


—He recibido otra llamada de ese señor que dice ser tu abuelo, pero esta vez me dio su nombre y su número de teléfono. Se llama Carlos Sellers y se encuentra en un hospital en Birmingham, Alabama. Insistió en que necesitaba hablar urgentemente contigo.


Paula anotó rápidamente el número, confundida. Cuando terminó de escuchar el mensaje, se volvió hacia Pedro.


—No tengo ni idea de quién puede ser ese hombre, pero no es mi abuelo.


—Carlos Sellers es el padre de Leandro Sellers, el abuelo de Juana —pronunció Sandra, suspirando.


—No puede ser —replicó Paula—. El abuelo de Juana murió unos pocos meses después que su padre. Recuerdo que Juana estaba estudiando en el extranjero durante aquel semestre, intentando superar el dolor producido por el fallecimiento de su padre, y ni siquiera pudo volver para el funeral.


Sandra se acercó al árbol de Navidad y, con gesto ausente, arregló uno de los adornos de las ramas.


—Lo único que sé es que ese Carlisle es el padre de Leandro. No puedo decir más.


—Pero usted sabe más —insistió Pedro.


—¿Por qué Johana le habría dicho a Juana que su abuelo había muerto si aún seguía vivo? —le preguntó Paula—. Sé que no le caía bien, pero no pudo haber sido tan cruel.


—Johana tenía sus razones, Paula —Sandra le puso una mano en el brazo—.Todo el mundo tiene sus razones para hacer lo que hace. Sea lo que sea que te diga Carlos Sellers, tú acuérdate de esto. Y ahora tengo que irme…


—Por cierto, ¿a qué habías venido? —se quitó su cazadora y la dejó sobre el sofá—. Espero que no te marches sin decírmelo.


—Oh, por nada en especial. Pasaba por aquí y se me ocurrió entrar a verte. Imagino la sorpresa que debiste de llevarte ayer, en casa de Florencia, cuando Pedro encontró a Leo —nada más abrir la puerta, se detuvo por última vez en el umbral—. Recuerda lo que te he dicho, Paula, acerca de las razones de la gente y de sus actos. Y recuerda también que tu madre siempre te ha querido y te querrá.


—¿Pero qué tiene que ver mi madre con todo esto?


Sin añadir nada más, Sandra se retiró apresuradamente.


—¿Tienes alguna idea de lo que significa todo esto? —le preguntó Paula a Pedro.


—Supongo que solo hay una forma de averiguarlo —recogió la nota en la que ella había anotado el número de teléfono—. ¿Quieres que llame a Carlos Sellers de tu parte?


—Sí. ¿Por qué no?


Reflexionando, se dejó caer en el sofá mientras Pedro marcaba el número del hospital de Birmingham. Si el abuelo de Juana seguía todavía vivo, ¿por qué tenía tanto interés en contactar con ella? ¿Y por qué Sandra había mezclado a su madre en todo aquello, recomendándole que no fuera demasiado dura a la hora de enjuiciar sus actos?


Esperó, viendo cómo cambiaba la expresión de Pedro mientras hablaba por teléfono. Segundos después cortó la comunicación y se sentó a su lado en el sofá.


—Al parecer el estado de Carlos Sellers ha empeorado. La enfermera dice que ha caído en una especie de semicoma.


—¿Qué le pasa?


—Problemas de corazón. Tiene ochenta y seis años. Me dijo que a veces recuperaba la conciencia, y que en esos momentos se mostraba muy lúcido —le tomó una mano—. Está en la lista de enfermos más graves: no esperan que sobreviva a esta semana.


—Pobre hombre. Debía de estar delirando cuando le dijo a Joaquin que era mi abuelo. Estoy segura de que era a Juana a quien estaba buscando. Me encantaría visitarlo, pero dudo que en mis condiciones actuales pudiera soportar el viaje hasta Birmingham. Y después del parto mucho me temo que será ya demasiado tarde.


—Si quieres yo puedo ir y hablar con él.


—Oh, Pedro, sería estupendo. Sería la única manera de saber a ciencia cierta si es o no el padre de Juana.


—Será lo primero que haga por la mañana, para poder estar de vuelta al atardecer. No quiero dejarte sola por la noche.


—Puede que hagas el viaje en balde. No hay garantías de que pueda salir del coma.


—Me arriesgaré.


—Si realmente es su abuelo… ¡qué triste pensar en todos los años que perdieron cuando podían haber llegado a conocerse! Durante todo este tiempo Juana lo creía muerto…


Pedro le pasó un brazo por los hombros, atrayéndola hacia sí.


—Tienes razón. La gente nunca debería separarse, ni consentir que otros los separaran, de sus seres queridos.


Aquellas palabras le desgarraron el corazón. 


Estaba a punto de renunciar a un bebé que ya quería con locura. Y también estaba a punto de regresar a una vida que no incluía a Pedro. Solo que, para ella, no existía ninguna otra salida.


—Me alegro de que vayas a esperar hasta mañana, Pedro.


—Si tienes miedo de quedarte sola, seguro que podremos encontrar a alguien para que quede contigo.


—No, no tengo miedo. Solo quiero pasar una noche más contigo —otra noche, y todos los recuerdos que pudiera atesorar.


Lo besó en los labios. Dejó de pensar en Leo en Juana y en Carlos Sellers. No quería pensar: solo sentir.




A TODO RIESGO: CAPITULO 62




Pedro le estaba tendiendo un juguete de niño, un osito de peluche que parecía condenarla con la mirada. Sintiendo una dolorosa opresión en el pecho, Paula desvió la vista. Lentamente bajó los pies del sofá y se sentó.


—¿Por qué has hecho esto, Pedro? —le preguntó, suspirando.


—Quería comprarle al bebé su primer juguete. ¿Es eso tan terrible?


—No puedo conservar el bebé. Ya te lo dije. Sería una madre pésima.


—Eso es lo que dices tú.


—Eso es lo que digo yo y lo que es —repuso con voz temblorosa. Toda ella estaba temblando—. Mi trabajo me ocupa todo mi tiempo.


—Con tus capacidades, podrías tener un millón de trabajos diferentes.


—¿Qué se supone qué quiere decir eso?


—Que tu negativa no tiene que ver con tu trabajo. Tiene que ver contigo y con tu equivocada percepción de ti misma. Tienes miedo de no tener suficiente amor para ese bebé, y lo cierto es que rebosas de amor.


—No hace ni siquiera un mes que nos conocemos. No puedes saberlo.


—Sé que, por una amiga, fuiste capaz de ofrecer tu cuerpo para llevar en tu seno su óvulo fertilizado. Es el acto más sacrificado y desinteresado que he visto nunca. Sé que querías con locura a Juana y a tu abuela, y que incluso quieres a tu madre, a pesar de que nunca logró darte la clase de seguridad y de cariño que tanto necesitabas.


Paula seguía temblando por dentro, y de repente tuvo la sensación de que la sangre le abandonaba la cabeza, dejándola débil y aturdida.


—Serías una madre fabulosa. Tienes derecho a no desear este bebé, Paula. Pero si lo deseas, no te rindas por miedo, por temor a no poder darle la misma estabilidad que tu madre nunca te dio a ti.


Se levantó del sofá para acercarse a la ventana. 


Las olas azotaban la costa, haciéndose eco de la violencia de sus propias emociones.


—Esto no es asunto tuyo, Pedro.


—Muy bien, Paula. Si no quieres quedarte con la niña, cédela en adopción. Hay muchas familias que querrán tenerla —descolgó el teléfono y le tendió el auricular—. Llama a la agencia de adopción y diles que vas a tener un bebé. Pídeles que le encuentren unos padres que aprendan a amar a la hija de Juana de la misma forma que tú la amas.


Paula le arrebató el teléfono y se dispuso a marcar el número, que se sabía de memoria. 


Los dedos, sin embargo, se negaban a obedecerla. Con los ojos llenos de lágrimas, comenzaron a temblarle las manos.


Pedro le quitó entonces el auricular y lo lanzó descuidadamente sobre una silla mientras la abrazaba.


—Oh, Paula. Yo no quería hacerte daño… pero no puedo quedarme de brazos cruzados mientras te veo renunciar a un futuro que deseas por un pasado que no puedes cambiar.


—No puedo cambiar quien soy, Pedro. Si lo intentara, todo podría acabar en un desastre. No puedo hacerle eso a una criatura inocente.


—¿Y qué hay de mí, Paula? Cuando todo esto acabe, ¿me echarás de tu vida de la misma forma?


—No seas ridículo.


—A mí no me parece tan ridículo. Tienes miedo de los compromisos, así que dudo mucho de que quieras integrarme a mí en tu vida. De que quieras tener un futuro conmigo, en común.


¿Un futuro en común? En aquel momento Paula no podía pensar en eso. No podía pensar en nada que no fuera en tener aquel bebé.


—Por favor, Pedro. Ahora no puedo hablar ni pensar en compromisos. Mi vida se encuentra en un estado de constante cambio. No puedo pensar en el futuro.


—Y yo no puedo conformarme con menos —la soltó, apartándose—. Me quedaré hasta que nazca el bebé, Paula, a no ser que prefieras que me marche. Yo no soy tan aficionado como tú a las aventuras sin futuro.


—Te quiero a mi lado, Pedro.


—Por el momento —con exquisita delicadeza, le sujetó un mechón de cabello detrás de la oreja—. Y asegúrate de que salgamos a tiempo para el hospital. Sería la primera vez que ayudara a una parturienta a dar a luz —sonrió.


—Apuesto a que lo harías perfectamente, Pedro Alfonso o quienquiera que seas. Apuesto a que podrías hacer todo aquello que te propusieras.


—No. No puedo construir una vida en común con una mujer que tiene miedo de amar —se volvió, disponiéndose a salir de la habitación.


Paula tuvo la sensación de que las paredes se cerraban en torno a ella, amenazando con ahogarla. Lo que realmente deseaba era abrazarlo con fuerza y decirle que lo amaba.


Pero, en lugar de ello, simplemente lo observó marcharse.