lunes, 4 de diciembre de 2017

COMPROMISO EN PRIMERA PLANA: CAPITULO 34





La secretaria de Pedro le pidió que esperase un momento y Paula se sentó en uno de los sofás del vestíbulo, nerviosa. 


¿Qué estaba haciendo allí? ¿Iba a firmar los papeles que romperían para siempre su relación con Pedro?


La puerta que conectaba el despacho de la secretaria con el pasillo se abrió en ese momento y la oyó hablando con otra mujer. Paula pudo ver un montón de globos y unos zapatos de tacón…


Y la propietaria de los globos era la rubia del periódico.


Se levantó de un salto, tan furiosa que apenas podía respirar. Con las piernas temblorosas, se dirigió al despacho. 


La rubia seguía hablando con la secretaria de Pedro y no la vio llegar.


—¡Tú! —le espetó.


—¿Señora Alfonso? —exclamó la secretaria—. Si no le importa esperar un momento…


—¿Es usted la señora Alfonso? —la rubia no parecía asustada en absoluto—. Hola, soy una de las ayudantes de Pedro. Me parece que no nos conocemos.


—Claro que nos conocemos —replicó Paula.


—¿Ah, sí? Lo siento, pero…


—Lo siente, ¿verdad? ¿Siente haber destrozado un matrimonio?


La rubia puso cara de horror.


—Perdone, pero creo que me confunde con otra persona…


—No, de eso nada. Era usted quien aparecía en la fotografía del periódico con mi marido.


—No, no, esa fotografía… en el restaurante había mucha gente y el señor Alfonso tuvo que inclinarse un poco para decirme que debía volver al despacho para recoger unas diapositivas…


—Sí, claro —la interrumpió Paula—. Esa sería una explicación muy lógica si no hubiera usted llamado a la puerta de mi casa una noche creyendo que era el apartamento de Pedro.


La rubia frunció el ceño.


—Eso fue hace varias semanas, ¿no?


—Sí.


—Estaba buscando al señor Alfonso.


—Lo sé, acabo de decirlo —suspiró Paula.


—Yo era antes la ayudante del señor Alfonso padre. No podía encontrar a su hijo esa noche y me pidió que fuera a buscarlo a su casa, pero le pido perdón por haberla molestado.


Ella tuvo que tragar saliva.


—Pero el señor Alfonso está retirado…


Otra mujer apareció entonces en el despacho.


—Lorena, tenemos que irnos. Todo el mundo está esperando.


La rubia asintió con la cabeza.


—Mis compañeras me han organizado una fiesta porque voy a casarme. Estoy embarazada, señora Alfonso.


Si Paula tuviera superpoderes, en ese momento se habría vuelto invisible. Pero ella no era Superwoman, al contrario. Y tuvo que cerrar los ojos un momento, avergonzada.


—Lo siento muchísimo. No sé cómo he podido hablarle así. De repente me ha entrado un ataque de celos…


—Todas hemos pasado por eso —intentó tranquilizarla la secretaria de Pedro.


—Lo siento mucho, Lorena.


—No pasa nada. Ya está olvidado —sonrió la rubia.


—No, no está olvidado, pero gracias. Y pienso hacerle un regalo… un cochecito… una casa o algo parecido —dijo Paula, deseando que se la tragase la tierra.


Lorena soltó una carcajada.


—Ah, ahora entiendo por qué el señor Alfonso siempre quiere irse pronto a casa. Es usted muy divertida.


Ella sólo quería marcharse de allí lo antes posible.


Pedro me ha dejado unos papeles…


—Sí, están en su despacho. ¿Quiere ir usted misma a buscarlos? —le preguntó la secretaria.


—Sí, gracias.


Después de disculparse de nuevo con Lorena, Paula se dio la vuelta y entró en el despacho de Pedro. Y, después de cerrar la puerta, se apoyó en ella con los ojos cerrados. No se había sentido más ridícula en toda su vida.


Luego abrió los ojos. Pedro no estaba allí, pero sí el aroma de su colonia, sus colores, su estilo. Cuánto lo deseaba, pensó. Pero después de lo que había hecho no creía que hubiera ninguna posibilidad de volver con él.


Encontró un sobre con su nombre encima del escritorio, pero temía ver lo que había dentro incluso antes de abrirlo.


Sí, eran los papeles del divorcio.


Y Paula sintió ganas de vomitar.


Estaba todo: el acuerdo de vivir juntos durante un año, la compensación económica… Pedro no se retractaba de nada de lo que le había ofrecido, aunque eso daba igual. No aceptaría nada más de él.


Pero fue la siguiente página lo que hizo que sus ojos se llenaran de lágrimas. Pedro se ofrecía a pagar los gastos médicos de su madre y sus cuidados durante el resto de su vida.


Paula, desolada, salió de la oficina dejando los papeles sin firmar.



COMPROMISO EN PRIMERA PLANA: CAPITULO 33





Paula llevaba cuatro días viviendo en casa de su madre cuando recibió una carta de Pedro. Era lo primero que sabía de él desde que se marchó del apartamento y de su vida.


Pedro le decía que debía firmar unos papeles que había dejado en su oficina y en la nota indicaba las horas en las que no estaría en el despacho para que no tuvieran que verse.


A Paula se le encogió el corazón. Aquellos habían sido los cuatro días más largos de su vida. Lo echaba de menos tanto…


Pero, evidentemente, él no sentía lo mismo.


De pie en la cocina, volvió a mirar la nota escrita a máquina. 


Ni siquiera estaba escrita de su puño y letra.


Había unos papeles que quería que firmase…


¿Qué papeles? ¿Los del divorcio? 


Aparentemente, Pedro quería terminar con su relación lo antes posible. Tal vez para salir con la rubia, pensó, desolada. A lo mejor esa mujer ya se había ido a vivir con él.


De repente, era como si una garra de hierro le apretase el corazón. Pero ella era una persona obstinada y no volvería con un hombre que no la quería, un hombre para quien tener amiguitas estando casado era algo aceptable.


Tomando el bolso, Paula salió del apartamento. Pasaría por su oficina esa misma tarde, a una hora en la que él no estuviera. Lo mejor sería terminar de una vez.



****


—¿Un bocadillo para el almuerzo?


Pedro, concentrado en un informe, levantó la mirada.


—No, gracias.


Dany, el chico de los bocadillos, no se movió de la puerta.


—¿Por qué?


—No es nada personal. Dany. Es que voy a comer fuera.


—¿Con tu mujer?


—No —murmuró él, apartando la mirada—. Aunque no es asunto tuyo.


—Eso es verdad.


—¿Se puede saber qué quieres?


—Preguntarte una cosa.


—Vamos, pregunta. Tengo una tonelada de trabajo.


Dany se dejó caer en el sillón que había frente a su escritorio.


—Si de repente yo me convirtiera en una máquina que no sale de la oficina, tú me dirías algo, ¿verdad?


—Sí, claro, te diría: muy bien, chico. Tú sabes cómo triunfar en esta ciudad.


—Pero tú eras feliz hasta hace unos días. Nunca te había visto tan contento. ¿Se puede saber qué ha pasado?


Pedro lo fulminó con la mirada.


—Llámame señor Alfonso.


Suspirando, Dany se levantó.


—Muy bien, señor Alfonso, me voy. Pero antes de irme quiero decirte algo: cuando te ofreciste a pagarme la carrera, a mi familia no le gustó.


—¿Por qué no?


—Porque, según ellos, eso era algo de lo que debía ocuparse la familia. Pero yo les dije que tú eras para mí como un hermano mayor, que la familia no siempre son los parientes.


—¿Y qué quieres decir con eso, hermano? —suspiró Pedro, con menos hostilidad que antes.


—Que a lo mejor tú no has tenido la familia que necesitabas cuando eras niño, pero podrías tenerla ahora.


—Es un detalle que te preocupes por mí, Dany.


—Paula es tu familia…


—No, déjalo —lo interrumpió él—. Vete, tengo mucho trabajo. Nos vemos mañana.


Cuando Dany se marchó, cariacontecido, Pedro intentó concentrarse en el informe, pero era imposible. También él había creído que podría formar una familia con Paula, pero tenía que enfrentarse con la realidad. No la había tenido de niño y no la tendría ahora. Esos sueños eran para críos.


La mujer a la que le había entregado el corazón se lo había tirado a la cara.


Pero no podía dejar de darle vueltas a lo que había pasado.


Sí, Paula había salido huyendo por miedo, pero la verdad era que él no había hecho nada para aliviar sus miedos. Y también él le había escondido cosas, como sus visitas a la comisaría cuando era un adolescente. Tampoco él le había abierto su corazón del todo. ¿Sería posible que también tuviera miedos, que tampoco supiera si podía confiar en Paula del todo?


Pedro sacudió la cabeza, intentando aclarar sus pensamientos. Pero la idea de que también él fuera culpable de la situación estaba ahora grabada en su mente, junto con una imagen de su cara, esa dulce y sonriente cara que nunca podría olvidar.





COMPROMISO EN PRIMERA PLANA: CAPITULO 32




Era un hombre feliz, un hombre que tenía la posibilidad de formar una familia. Lo único que su padre había hecho bien, por lo tanto, había sido convencerlo para que se casara.


Un mes antes su objetivo era conseguir el puesto de presidente de AMS, ahora lo único que le importaba era Paula y forjar un futuro con ella. Y, con un poco de suerte, tener un pequeño Pedro y una pequeña Paula, si ella estaba de acuerdo.


Pedro entró en casa a las ocho, con una bolsa de comida tailandesa en la mano. No sabía si a Paula le gustaba la comida tailandesa, pero estaría bien probarla. Y luego podrían ver una película juntos. Durante los últimos días había tenido mucho trabajo y obligaciones, pero aquella noche sería sólo para los dos.


Claro que antes tendría que animarla con una copa de vino, porque estaba seguro de que habría visto el periódico. No le había devuelto las llamadas y eso significaba que o estaba muy ocupada o muy enfadada con él.


Y la entendería. Era un idiota por no haberla avisado. Había visto al fotógrafo en el restaurante, pero estaba demasiado preocupado por la reunión como para darle importancia.


—¡Cariño, estoy en casa!


Silencio.


Pedro la buscó en todas las habitaciones, en los cuartos de baño… Nada, no estaba allí. No había vuelto del trabajo todavía o a lo mejor estaba con su madre. Se acercó al estudio para llamarla por teléfono, pero al ver una nota sobre el escritorio tuvo un mal presagio.


Y después de leerla, al saber que Paula lo había abandonado, se puso furioso. Sí, había visto la fotografía del periódico, estaba claro. Pero en lugar de hablarlo con él había salido corriendo. Había salido huyendo como hizo su padre.


No tenía ninguna fe en él o en ese matrimonio que ella misma había dicho querer convertir en algo permanente. 


Pero lo peor de todo: no había tenido valor para enfrentarse a él en persona.


Y eso le resultaba insoportable.


El rostro de Pedro era una máscara de rabia mientras hacía una bola con la nota y la tiraba a la papelera.