miércoles, 20 de octubre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 6

 

Pedro se acercó hasta el rincón en que estaba el árbol. La atención de Paula se vio inmediatamente atraída por su imagen. La parte trasera de su cuerpo, con sus anchos hombros y estrechas caderas, resultaba tan atractiva como la delantera. Tragó saliva mientras sentía que su cuerpo se acaloraba. Estaba claro que había llegado el momento de explorar parte del mundo… y de los hombres que lo habitaban. Era evidente que llevaba demasiado tiempo esperando…


Pedro se volvió de nuevo hacia ella.


–Firmaré por un año.


Paula abrió los ojos de par en par y, por un instante, olvidó el calor que aún le recorría el cuerpo.


–Ni siquiera sabe cuál es la renta…


–Eso da igual. Y quiero tener prioridad si en algún momento decide vender la casa.


–Hay un par de cosas que aún no le he dicho.


–¿Lleva algunas condiciones incluidas?


Paula asintió.


La expresión de Pedro se endureció.


–Tengo que seguir viviendo aquí mientras esté en la ciudad –explicó Paula precipitadamente.


–¿No suele estar normalmente en la ciudad? –preguntó Pedro con aspereza.


–Me voy al extranjero.


–¿Cuándo?


–Pronto –en cuanto tuviera el dinero, pero Paula decidió no mencionar que le iba a llevar unos meses conseguir la cantidad que necesitaba–. Tengo algunas cosas que hacer antes de irme.


Pedro asintió lentamente.


–De acuerdo.


Paula experimentó una repentina oleada de pánico. Iba a resultar duro ver a un extraño viviendo en la casa, pero no iba a quedarse allí para siempre y la casa seguiría siendo suya.


–La propiedad se ocupará del jardín –Paula vio la sonrisa de incredulidad de Pedro.


–Ya he comprobado lo denso que es el seto. ¿Me está diciendo en serio que tiene un jardinero?


–Totalmente en serio –replicó Paula–. El seto necesita muchos cuidados. Esa condición no es negociable.


La sonrisa que le dedicó Pedro estuvo a punto de distraerla peligrosamente.


–¿Y cómo se supone que accederé a la casa si no es a través del pasadizo del seto o del garaje?


–Hay una puerta oculta en el lateral del parque.


–¿Una puerta oculta? –Pedro rio.


El sonido de su risa era cálido, contagioso… y muy sexy. Paula tuvo que hacer esfuerzos para no quedarse boquiabierta y derretirse allí mismo. Se dio la vuelta para dejar de mirarlo y poder pensar.


–Parte del encanto de esta casa reside en su intimidad. ¿No es eso lo que busca?


–Muy astuta –dijo Pedro, repentinamente serio–. De acuerdo, las condiciones no suponen un problema. Sigo queriendo alquilarla por un año.


Paula se sintió aún más mareada que después de inhalar los perniciosos vapores del limpiador.


–Voy a necesitar referencias.


–Por supuesto. ¿Qué le parece si le dejo un depósito para asegurarme el alquiler? Nuestros abogados pueden redactar un contrato mañana mismo. Tiene abogado, ¿no?


–Claro. Su número aparece en el cartel. Haré que se ocupe de redactar el contrato.


SIN ATADURAS: CAPÍTULO 5

 


Paula sabía que había pensado que era demasiado joven como para ser la dueña de la casa. Seguro que pensaba que era una limpiadora adolescente. Pero lo cierto era que ya tenía veintidós años y hacía cinco que se ocupaba de aquella casa. Le molestó que no la viera como una mujer adulta y capaz. Resultaba irónico que, para una vez en la vida que se encontraba con un hombre espectacularmente atractivo, su aspecto fuera el de una desaliñada adolescente.


Salió del baño con toda la calma que le permitió su agitado corazón.


–La casa nunca estará en venta –dijo con toda la firmeza que pudo–. Siento que se haya esforzado en llegar hasta aquí para nada.


–No para nada –replicó Pedro mientras la seguía–. Siempre he sentido curiosidad por este lugar. Si no le importa, me gustaría echar un vistazo.


Consciente de que no podía negarse después de que acababa de ayudarla, Paula asintió y abrió los brazos.


–La casa es conocida como La Casa del Árbol. El motivo es obvio.


Pedro recorrió el cuarto de estar con la mirada.


–Sin duda lo es –dijo con evidente aprecio–. ¿Por qué la alquila?


–Porque necesito el dinero.


–Podría obtener una buena cantidad si la vendiera.


–No voy a venderla. Y no me preocupa asegurarme un inquilino –mintió Paula.


Pedro la observó un momento y luego volvió a mirar la habitación.


–Es única.


Sí. No era la típica construcción moderna con ventanales del suelo al techo, y tampoco era muy grande, pero era una auténtica casa del árbol, pues un viejo y sólido roble que servía a la vez de estructura y de decoración surgía del suelo en uno de los rincones del cuarto de estar. Había sido construida por los abuelos de Paula, que habían volcado tanto amor, sudor y energía en construir la casa como en cuidarla a ella. Hasta que la enfermedad hizo que todo cambiara y que Paula tuviera que ocuparse de ambos y también de la casa. No pensaba desprenderse de ella, pero tenía que tener algunas aventuras en aquellos momentos de su vida, o de lo contrario nunca saldría de allí. Era hora de volar libre… pero pensaba conservar su nido para regresar cuando lo necesitara.


–A la mayoría de la gente le encanta. Mi abuelo solía decir que no había nada como la belleza natural.


Pedro posó su oscura mirada en ella un momento antes de hablar.


–Y tenía razón.


Paula le devolvió la mirada mientras sentía que se le ponía la carne de gallina. ¿Estaba hablando de la casa? Pero Pedro se había vuelto y no pudo ver su expresión.


–¿Para cuánto tiempo quiere el inquilino?


–Para un mínimo de seis meses, y preferiblemente para un año –contestó Paula, aunque en realidad se habría conformado con menos.


SIN ATADURAS: CAPÍTULO 4

 


Nadie entraba así como así en aquella casa. La estratégica hilera de arbustos y árboles se aseguraba de ello. La mayoría de la gente creía que aquel lugar era una extensión del parque junto al que se hallaba, la antigua casa del jardinero, o algo parecido. Paula había entrado por el garaje y lo había cerrado a continuación. De manera que no sabía si creerlo. ¿Habría saltado la valla para robar algo… o para hacer algo peor? Pero si realmente fuera un asesino en serie, o un violador, no la estaría ayudando en aquellos momentos.


–Tiene los ojos realmente irritados –dijo Pedro en tono sinceramente preocupado… y también divertido.


–Desde luego –Paula apenas podía mantenerlos abiertos, porque le picaban mucho.


–Tendremos que lavarlos.


«Tendremos que nada», pensó Paula.


–Estaré bien en un minuto –dijo.


–No. Habrá que lavarlos. Soy médico.


Paula resopló. Tal vez no fuera un asesino en serie, pero no creía que fuera médico.


–Soy médico –repitió Pedro al ver la escéptica expresión de Paula–. Póngase esto sobre los ojos un momento –añadió a la vez que apoyaba un paño húmedo sobre los ojos de Paula, que alzó instintivamente una mano para sujetarlo. El agua volvió a correr en el lavabo.


–Alce el rostro –dijo Pedro, y la tomó con delicadeza por la barbilla para que lo hiciera. Retiró el paño y le hizo ladear la cabeza de un lado a otro mientras derramaba un poco de agua sobre cada ojo–. Trate de mantenerlos abiertos –murmuró–. Esto la aliviará.


Su voz sonó junto al oído de Paula, cuyo corazón comenzó a latir más deprisa. Hacía casi un año que no estaba tan cerca de nadie…


–¿Mejor? –preguntó Pedro.


Paula se sintió repentinamente acalorada al recordar que tan solo vestía unos pantalones cortos de lycra y una camiseta. No llevaba sujetador. Notó que el agua se deslizaba de sus ojos a su pecho.


–Me estoy mojando –dijo a la vez que se apartaba.


–No más de lo que ya está –replicó él en un tono ligeramente más impaciente.

 

–Ya puedo arreglármelas sola –Paula apartó su barbilla de la mano de Pedro–. Gracias.


El picor de los ojos prácticamente se le había pasado y los abrió para mirar al hombre que tenía ante sí. Parpadeó rápidamente. ¿Estaría alucinando? El hombre debía medir al menos un metro ochenta y tenía los hombros anchos y el pelo y los ojos negros. Vestía vaqueros, camiseta roja y zapatillas deportivas… ¡y era increíblemente atractivo!


–Gracias –repitió para romper el repentino silencio–. ¿En qué puedo ayudarlo?


–He visto el cartel en que se anuncia el alquiler de la casa.


–Acabo de ponerlo esta tarde –dijo Paula mientras se levantaba.


–Lo sé.


–¿Quiere alquilar el lugar? –no parecía un posible inquilino. Parecía la clase de hombre que poseía cosas. Muchas cosas. El reloj que llevaba en la muñeca aquel hombre era muy caro, como su calzado y su camiseta de marca.


–Quiero comprarlo –contestó Pedro sin rodeos.


–No está en venta –replicó Paula con firmeza.


–¿Dónde está el dueño?


–Lo tiene delante –contestó Paula con aspereza.


La sorpresa fue evidente en los oscuros ojos de Pedro.


–¿No me cree?


–No parece… –Pedro negó con la cabeza–. Da igual.