viernes, 17 de enero de 2020

SIN PALABRAS: CAPITULO 12





El viaje hacia el centro y una cita de almuerzo improvisada la dejaron con el tiempo justo para ver una matinée antes de dirigirse a casa para reunirse con su mejor amiga de nuevo.


Alicia llegó cinco minutos después de Paula. 


Después de un cálido abrazo, fue directo a la mesa de la cocina.


Inclinándose para inhalar el suave aroma de los delicados pétalos, suspiró.


—Oh, esta es la perfección absoluta. —Se acomodó en una silla y se giró para estudiar a Pau—. No puedo creer que te quedaras con algo.


—Tú lo dijiste... perfección pura.


— ¿En dónde está la tarjeta?


Pau enderezó los controles alineados con precisión en su mesa de cristal.


—Vamos, amiga, detalles.


Pau fue arrastrando los pies hasta el área de comer de su vivienda de concepto abierto.


— ¿Te gustaría algo de tomar? —Rodeó la mesa y abrió el refrigerador—. Tengo tu Shiraz favorito.


—Paula Chaves —la regañó la voz de Alicia—. Confiesa en este instante.


La puerta del refrigerador se cerró con un soplo de aire. La botella sonó contra el mostrador, el corcho saltó y dos copas de vino fueron llenadas rápidamente. Sentada junto a Ali, se inclinó y sacó una tarjeta de su bolsillo. Su pulgar trazó las palabras, y bebió un buen trago de vino antes de deslizar la tarjeta sobre la mesa.


Después de mirarla por dos minutos enteros, Alicia alzó la vista y se encontró con los ojos de Pau.


—Oh, Dios —se deslizó de sus perfectos labios rosa. Igualó el trago de Pau y luego lo sobrepasó con otro.


— ¿Qué? —Los vellos de la nuca de Paula estaban erizados. Quería golpear sus puños en la mesa y exigir que Alicia dijera su preocupación. En su lugar, las cruzó en su regazo.


—Sólo estoy cuidándote —dijo Alicia con voz ligera. Puso la tarjeta arrugada contra el florero—. Pedro parecía sumamente dulce y todo, pero me preocupa que empieces una relación con alguien... emmm... discapacitado. —Pau parpadeó. ¿Estaba escuchando bien a Ali?—. Es decir, por el lado bueno, no tendrías que preocuparte nunca de que te grite. Pero por el lado negativo, habría una barrera de comunicación ahí.


Ella encontró su voz. 


—Estuvimos juntos por horas la noche del sábado. Su cara y lenguaje corporal no me dejaron preguntándome por nada. Es un libro abierto y un caballero. ¿Cuándo he tenido uno de esos?


Alicia estaba en silencio. Tomó otro trago y miró a Pau de reojo.


— ¿Realmente te ha atrapado, eh?


Pau se mordió el labio y alcanzó su copa. Su mano tembló y el tallo se resbaló de sus dedos. 


Aterrizando de costado, el líquido se esparció por la mesa y hacia la tarjeta de Pedro. Se estiró para quitarla y tiró el florero. El blanco capullo y el agua se mezclaron con el vino, manchando los pétalos una vez prístinos.


—Discapacitado —gritó Pau, parándose y tirando su silla. Lanzó sus brazos al aire y se alejó de la mesa—. Si quieres hablar de discapacitados, hablemos de la mía. Mi odiosa madre me crío a base de insultos y menosprecio. Ni una sola vez me mostró un verdadero momento de afecto. El hecho de que la dejara atrás hace cinco años no ha hecho que sus constantes críticas dejen de reproducirse en mi mente diariamente. —Ira, rabia y auto compasión aporrearon su cuerpo. Cayó de rodillas—. Pedro es dulce, amable y considerado. Nunca en un millón de años querría ensillarlo con un cesto como yo. —Las lágrimas escocían en sus ojos y corrían por sus mejillas. Su nariz estaba obstruida y se ahogó.


Alicia se apresuró a su lado. Hecha un ovillo, Pau colocó su cabeza en el regazo de su amiga.


—Eres amable, hermosa, inteligente, divertida y la persona más dulce que he conocido. 
Cualquier hombre sería suertudo de tenerte. Si quieres a Pedro, ve por él. A menos que sea un completo idiota, él verá todo lo que yo veo en ti. —Acarició la frente de Pau y dijo cumplidos en un fuerte tono maternal hasta que Pau dejó de llorar.


Sentándose y limpiándose la cara con su camisa, parpadeando su hinchados párpados y miró a su mejor amiga de todo el mundo.


—Pero, Ali, él me vio matar a mi madre. —Su voz se rompió, apenas por encima de un susurro.


—Técnicamente, sólo bajaste una palanca. Me encantaría explicar la perra sin corazón que fue.


La barbilla de Pau tembló. Sorbió de una manera fuerte y tragó un trozo de autocompasión. Mental, física y emocionalmente, era un completo desastre.


—Míralo de esta forma —dijo Alicia, limpiándole una lágrima del rabillo del ojo—. Te ha visto en tu peor momento, y todavía te mandó esa perfecta rosa y una tarjeta, lo cual implica que quiere verte.


—Tienes razón. —Trató de sonreír débilmente y falló—. Gracias a Dios se pierde este desastre. —Agitó sus manos para indicar su persona completa y añadió un engreído movimiento de cabeza.


Alicia se echó a reír.



SIN PALABRAS: CAPITULO 11




El fin de semana pasó al mismo ritmo de un sitio web que se reinicia constantemente. El jefe de Pau hizo que se tomara la licencia de una semana por luto. Él no tomaría un no como respuesta, incluso cuando ella le aseguró que no era necesario. Nadie pareció creerle cuando dijo que estaba bien.


Para la noche del lunes, estaba volviéndose loca. Su apartamento brillaba como una habitación de muestra de Better Homes and Gardens4. Menos el jardín. Cada flor o planta de pésame que recibió fue donada al centro local de personas mayores de su calle. Alicia sabía bien que no debía desperdiciar dinero en la memoria de la Madre Monstruo, su apodo para Elena Chaves. Como era su voluntad, su cuerpo sería donado a la ciencia, todas sus posesiones y dinero fueron a un refugio de animales y no hubo arreglos para un funeral. No es que alguien fuese a asistir.


Para la tarde del martes, el timbre de la puerta sonó. Pau se debatió en ignorarlo, pero sintió lástima por el mensajero. No era su culpa que el artículo que traía no fuese deseado. Abrió la puerta y encontró una larga caja delgada con un listón blanco. El logo de Formal Floral estaba estampado en cursiva en una esquina.


Llevó la caja de buen gusto adentro y la dejó en su brillante mesa de cocina de lacado negro. 


¿Ali había decidido sorprenderla con un pequeño regalo de celebración?


El listón blanco se deslizó fácilmente y levantó la tapa. Una sola rosa blanca descansaba dentro, en una cama de flores aliento de bebé. Un sobre miniatura estaba ubicado debajo del capullo todavía sin florecer. Sacó la pequeña tarjeta.


En un grabado limpio, pero varonil, decía:



Estoy aquí para ti. ~ Pedro


Su visión se volvió borrosa por los ojos llorosos y sorbió un repentino chorro de mocos. No había derramado, ni derramaría ninguna lágrima por su madre.


En el fregadero llenó un vaso alto con agua. 


Añadió el conservador de flores y colocó el regalo sincero en el centro de la mesa. La caja fue directa a la papelera de reciclaje y la tarjeta fue al bolsillo de su pantalón negro.


El reloj de pared cromado de la cocina marcaba las doce quince. Faltaban cinco horas hasta que Alicia viniera de visita. Paula se acomodó el cabello y lo puso en una cola de caballo floja. 


Examinando la sala de estar, confirmó que ni una sola mota de polvo manchaba algún objeto. 


Se volvería loca si se quedaba aquí.


Con el bolso en mano, se dirigió a la puerta. El tren la llevaría a la oficina de Alicia para la una, bastante tiempo para arrastrar a su mejor amiga para almorzar. Se giró y miró el capullo de rosa blanco. En medio de los aparatos metálicos y las superficies negras relucientes de su decorado ultramoderno, la rosa brillaba como un faro de vida. Un faro de esperanza. Un faro de posibilidad.


El corazón se le apretó en el pecho. Se giró y cerró la puerta.


No era merecedora.


4 Serie de televisión.





SIN PALABRAS: CAPITULO 10





Era un hombre maravilloso, amable y atento. Era el tipo de hombre con el que cualquier mujer tendría la suerte de ser amada. Demasiado bueno para ella, para su trasero feo e inútil.


La rabia corrió por sus venas. La rabia hizo que quisiera gritar cada obscenidad que alguna vez había escuchado de la odiosa cara de su madre. 


Su boca se llenó con un exceso de saliva y alcohol rancio.


Se alejó de Pedro al lado opuesto de la cama. El lado con la máquina de soporte de vida. El lado con la energía.


—Has estado muerta para mí desde el día en que me fui. —Se inclinó sobre madre cerca de ser un cadáver y miró su rostro inflamado—. Esto es más de lo que mereces, Madre. Mereces sufrir.


Se enderezó. Sus dedos hurgaron por encima de las palancas en la máquina a su izquierda. 


Ella encontró la palanca correcta.


Pedro estiró sus brazos encima de la cama, diciendo adiós.


Se negó a reconocerlo.


Se movió rápidamente por la cama.


—Adiós, Madre. —Bajó el interruptor.


La máquina de respirar se desinfló y no se levantó. El sonido del pitido del monitor se fue de intermitente a un sólido zumbido. Su madre no se movió. Ni una exhalación final fue expulsada. Ni un aura vital se levantó de ella hacia el techo. Nada cambió.


Pedro estaba parado a los pies de la cama. 


Finalmente miró su cara. Estaba muy familiarizada con la repulsión que esperaba que estuviera mirándola de vuelta. Después de todo, había sido criada en la repulsión, decepción y la indiferencia.


Pero él no la miraba. Su mirada estaba en la infortunada persona de la cama. Cuando su intensa mirada oscura fue hacia ella, sólo vio lástima. Tomó un paso en su dirección.


—No. —Levantó su brazo y extendió sus manos, con los dedos separados para hacer claro que no lo quería cerca.


Exhaló un fuerte sopló de aire y camino hacia la puerta.


Bajó su mano y miró hacia la puerta vacía. La insensibilidad estaba de vuelta. No sintió nada. 


Ni tristeza. Ni dolor. Ni alivio.


Una enfermera entró, seguida del doctor.


Los pasó de largo y Alicia le dio un abrazo que no pudo responder.


Los sonidos, olores, colores, todo parecía apagado y plano. La música del elevador durante la bajada estaba fuera de tono y deformada.


Después de que firmó algunos papeles, salieron del hospital. Los papeles estaban escritos en jeroglíficos antiguos. Su contenido pudo haberse tratado de su madre o cualquier otro paciente.


No lo sabía.


No le importaba.


No sentía.


La insensibilidad era todo lo que importaba.