sábado, 6 de junio de 2015

EL HIJO OCULTO: CAPITULO 28




La casa estaba en la costa, alejada de la ciudad. Tenía unas magníficas vistas al mar. Una mujer con cara de preocupación salió a recibirlos y Pedro les presentó. Era Maria, el ama de llaves. Mientras hablaba con Pedro en griego, Paula miró a su alrededor.


Una extravagante escalera presidía el centro del recibidor, desde el que se llegaba al menos a una docena de habitaciones. De pronto, se abrió una de las puertas y apareció una mujer... ¡Sophia! 


Paula la reconoció inmediatamente. Ella pasó a su lado y agarró el brazo de Pedro, dirigiéndose a él en griego.


Paula permaneció quieta mirando a uno y a otro. ¿Por qué le molestaba verlos juntos y se sentía traicionada?


Porque todavía amaba a Pedro... No. No podía ser. No podía sucumbir de nuevo ante algo que le había hecho tanto daño en el pasado. Dudaba de que tuviera fuerzas para sobrevivir a ello otra vez.


Trató de recordar que tan sólo unos días antes se suponía que Sophia no se hablaba con Pedro. Sin embargo, la mujer estaba en su casa y no paraba de hablar, con una mano sobre el torso de Jed Pedroy agarrándolo del brazo. Él la sujetó por los hombros y trató de separarse de ella con una sonrisa...


—Gracias por tu preocupación, Sophia, pero estoy seguro de que mi padre se pondrá bien. Habla en inglés, por favor, tengo invitados —empujando a Benja hacia delante, añadió—: mi hijo, Benjamin. A su madre, Paula, ya la conoces.


—¡Tu hijo! —exclamó Sophia, pero se recuperó enseguida—. Hola, Benjamin —dijo antes de volverse hacia Paula—. Por supuesto que me acuerdo de ti, Paula. ¿Cómo iba a olvidarte? —sonrió—. Aunque creo recordar que por aquel entonces no recordabas a Pedro y, sin embargo, ahora estás en su casa con tu hijo. ¡Qué curioso! —comentó, y volvió a dirigirse a Pedro en su idioma.


Paula vio que Pedro se tensaba al contestar y observó que Sophia negaba con la cabeza.


Pedro empezó a hablar en inglés otra vez.


—Dale las gracias a tu padre por interesarse, pero ahora tienes que excusarnos, Sophia, ha sido un día largo. Maria te acompañará a la puerta.


Sophia miró a Paula con curiosidad.


—El niño es igual que su padre. No puedo decidir si eres tonta, o muy lista —se encogió de hombros—. En cualquier caso, te deseo suerte. Vas a necesitarla con Pedro, créeme —se despidió con la mano y siguió a Maria hasta la puerta.


—La noticia de lo de mi padre ha sido dada en la radio —le explicó Pedro, y la agarró del brazo.


Ella lo retiró.


—Para alguien que no se habla contigo, Sophia ha estado muy locuaz —dijo Paula con sarcasmo.


—Ha venido a ofrecerme el apoyo de su familia. Algo normal entre amigos.


—Una muy buena amiga, mentiroso...


Él entornó los ojos y, al ver que Maria regresaba, le dijo a Benja:
—Ve con Maria, hijo, te dará algo de beber.


Benjamin obedeció y se marchó con el ama de llaves.


—No vuelvas a llamarme mentiroso delante de Benjamin. No tiene por qué oír tus comentarios despectivos y tus quejas por culpa de los celos.


—¿Celos? No me hagas reír. Al contrario que tú, yo no suelo mentir. ¿De veras crees que quiero estar aquí contigo? Pues no. El único motivo por el que estoy aquí es por Benjamin y por el bien de tu padre. Al contrario que tú, tengo corazón y nunca rechazaría la petición de un hombre enfermo. Eso sería digno de un desaprensivo.


—Bien. No sabes cómo me alegra oír eso —añadió con una risita—. Ahora, si me perdonas, voy a darme una ducha. Maria te enseñará la casa —dijo, y subió por las escaleras. 


Paula no le encontraba la gracia a lo que había dicho. Los
últimos días habían sido un infierno y las cosas no parecían mejorar. Al ver que Benjamin corría hacia ella, suspiró aliviada.


—Mamá, he comido bizcocho hecho con miel.


Maria se rió y le limpió la boca con una servilleta.


—Es muy listo —sonrió—. ¿Quieres que te enseñe la casa?


Paula aceptó y, tras recorrer las habitaciones, se quedó asombrada. Además, había un gimnasio y una piscina.


Maria le dijo que había dos suites y cinco dormitorios, todos con baño. En la planta superior, estaban las habitaciones del servicio. Finalmente le mostró a Paula dos habitaciones contiguas, para ella y para Benjamin. Le dijo que la cena solía servirse a las nueve, pero que puesto que el padre de Pedro estaba en el hospital, se cenaba cuando la gente llegaba a casa también le enseñó a Paula a utilizar el teléfono interno y le dijo que la llamara cuando quisieran cenar.


Una hora más tarde, después de asearse, estaban sentados a la mesa. Benjamin estaba comiendo unos huevos revueltos y tomates a la plancha. Paula se comió el último bocado y se apoyó en el respaldo de la silla, relajada, hasta que llegó Pedro.


Inmediatamente, ella se puso tensa. Pedro tenía el cabello mojado. Se había afeitado y llevaba un traje de rayas, camisa blanca y corbata, pero ya no parecía tan cansado. 


De hecho, estaba muy atractivo. Ella lo miró y trató de calmar su pulso acelerado.


Pedro se acercó a la mesa y la miró. Ella se había puesto un vestido que resaltaba sus pechos. Tratando de ignorar la frustración que sentía, levantó la vista y la posó en su rostro. 


Estaba tensa y, con aquella luz, parecía pálida.


Durante un momento, sintió cargo de conciencia. Después, miró a Benjamin.


—Imaginaba que te encontraría aquí, Benja —intentó no pensar más en lo que había sucedido. Paula lo había engañado cinco años antes y otra vez en el baile de la embajada. No se merecía su compasión—. Tengo que salir, hijo —miró el reloj—. Y puesto que no regresaré antes de la hora de acostarte, te daré las buenas noches ya. Duerme bien.


Le alborotó el cabello y, tras hacer un asentimiento con la cabeza mirando a Paula, se marchó.







EL HIJO OCULTO: CAPITULO 27





Paula agarró a Benjamin de la mano y le dedicó una sonrisa tranquilizadora mientras avanzaban por el pasillo del hospital hacia el área de cuidados intensivos.


—Vas a ver a tu papá, y a conocer a tu abuelo, que no se encuentra muy bien. Pero no temas, se recuperará.


—Sid me ha dicho que soy mayor y que no tengo miedo de nada —dijo Benjamin—. ¿Verdad, Sid?


—Claro que sí —Sid sonrió mirando a Paula—. No te preocupes. Sentaos —señaló unas sillas que estaban contra la pared—. Le diré al señor Alfonso que estáis aquí.


Paula observó que cerraba la puerta y tomó asiento junto a Benja. Ella tenía miedo. Todo estaba sucediendo tan deprisa que temía haber perdido el control.


Sid regresó al cabo de un momento y dijo:
—El señor Alfonso llegará enseguida, así que me voy —dijo, y se marchó. Paula continuó mirando a la puerta hasta que apareció Pedro.


—Paula... Has venido —dijo él.


—Sí —se miraron a los ojos.


—No estaba seguro de que fueras a venir —admitió—. Pero me alegro de que lo hayas hecho.


Paula lo miró de arriba abajo. Llevaba la ropa arrugada y tenía el cabello alborotado, como si se hubiera pasado los dedos por él docenas de veces. Parecía cansado.


—No me has dejado mucha elección —dijo ella con una media sonrisa—. Y Benjamin estaba deseando meterse en el avión. Nunca había volado y estaba fascinado.


—Cuando sea mayor, voy a ser piloto, papá —dijo Benjamin. Pedro se agachó y tomó a Benja en brazos.


—Cuando seas mayor, puedes ser lo que quieras, pero ahora quiero que conozcas a tu abuelo —mirando a Paula, añadió—: mi padre también quiere conocerte, Paula. El médico le ha dado algo y ahora está despierto, pero no sabe cuánto tiempo... —se encogió de hombros—. Entra —dijo, y poniéndose en pie, Paula siguió a Pedro y a Benjamin hasta otra habitación.


Una mujer menuda de cabello oscuro se acercó a ella.


—Soy Caro, la hermana de Pedro —dijo con una sonrisa y miró a Benjamin. Después se dirigió a Paula—. Tú debes de ser Paula. He oído hablar mucho de ti y estoy encantada de conocerte, pero me hubiera gustado hacerlo en otras circunstancias. Tienes que venir a cenar esta noche y conocer al resto de la familia.


—No, esta noche no —intervino Pedro, dejando a Benjamin en el suelo—. Ve a tomarte un café o algo. No estaremos mucho tiempo aquí, y después puedes quedarte unas horas mientras yo llevo a Paula y a Benja a casa.


—Ha hablado el oráculo —dijo la hermana, y agarró a Paula del brazo—. Adoro a mi hermano de Pedro, pero lo conozco. No permitas que te mandonee.
Mañana traeré a los niños por la mañana. Le harán compañía a Benjamin. Diga lo que diga Pedro, un hospital no es sitio para niños pequeños —dijo ella con una sonrisa—. Te veré más tarde.


Paula sonrió sintiéndose un poco mejor. Caro parecía simpática, aunque el comentario que había hecho acerca de que había oído hablar mucho de ella era extraño. Entonces, respiró hondo, se volvió y se quedó de piedra.


Un hombre de pelo cano estaba tumbado en la cama con una mascarilla de oxígeno retirada de la boca y un gotero.


 Varios monitores controlaban sus constantes vitales. Su rostro reflejaba dolor, pero sus rasgos se veían claramente.


Benjamin, que tenía la altura justa para ver por encima de la cama, miraba con curiosidad a su abuelo. Pedro le decía algo a su padre en griego y después habló en inglés para presentar a Benjamin.


Al ver que al hombre se le iluminaba la cara, Paula sintió un nudo en la garganta. Benjamin extendió la mano y su abuelo se la estrechó. Estaba viendo a tres generaciones de una familia, todos con sus ojos marrones, sonrientes y con el mismo cabello rizado. Todos se parecían mucho y era evidente que pertenecían a la misma familia. De pronto, Paula sintió que se le encogía el estómago. Benja encajaba perfectamente en aquella familia y, por mucho que ella quisiera, no tenía derecho a negársela.


—Eres un hombre muy viejo —dijo Benjamin.


—Benja, es de mala educación hacer esos comentarios —lo reprendió ella, pero sus palabras quedaron ahogadas por la risa de Pedro y de su padre.


Entonces, su padre se dirigió a Paula y dijo:
—La verdad no duele —dijo el padre de Pedro—. Acércate para que pueda verte. 


Paula se colocó al lado de Pedro.


—Tú eres la madre de mi maravilloso nieto —dijo él, con los ojos humedecidos—. Te agradezco de todo corazón que lo hayas traído.


—Ha sido un placer —murmuró Paula—. Estoy encantada de conocerlo y espero que se recupere pronto —tragó saliva para tratar de contener la emoción.


El hombre la miró un momento y después se dirigió a Pedro en griego. Ella se fijó en que Pedro se sonrojaba y que parecía avergonzado cuando respondió.


Pensando en el último deseo de su padre, sacó el teléfono móvil y llamó a su abogado.





EL HIJO OCULTO: CAPITULO 26




Al final, Paula no tuvo que tomar una decisión, sino que la tomaron por ella...


A las seis de la mañana abandonó el intento de quedarse dormida, salió de la cama y fue a ver a Benjamin. Seguía durmiendo, probablemente porque la noche anterior se había acostado tarde. Ella no quería quedarse sola con sus pensamientos.


No le había servido demasiado. No fue capaz de tomar una decisión ni siquiera después de una larga ducha. Se enjabonó el cuerpo y permitió que el agua se deslizara por su piel. Entonces, la imagen de Pedro acariciando sus senos invadió su cabeza. Quejándose, ella agarró el bote de champú y se enjabonó el cabello con fuerza. Entonces, abrió el agua fría y permaneció bajo el chorro un buen rato.


Cuando estaba segura de haber aplacado su deseo, cerró el grifo y salió de la ducha.


¡Maldita fuera! Oía sonar el teléfono en la distancia. Agarró una toalla y se cubrió el cuerpo con ella antes de bajar corriendo por las escaleras, preguntándose quién podía llamar tan temprano.


Paula contestó y antes de poder pronunciar palabra, Pedro le preguntó enfadado:
—¿Dónde diablos estabas? Llevo llamándote veinte minutos.


—Estaba en la ducha y ahora estoy en el pasillo tiritando, tapada con una toalla, así que...


—¡Maldita seas, Paula! Una imagen tuya desnuda es justo lo que necesito —dijo con frustración, y el efecto que la ducha de agua fría había tenido sobre ella desapareció—. Estate callada. Mi padre sufrió anoche un ataque al corazón.
Está vez no quiero tu compasión. Sólo quiero que hagas lo que te digo. He hablado con su médico y me ha dicho que las próximas cuarenta y ocho horas son cruciales. Está semiconsciente, pero le he contado lo de Benjamin y me ha dicho que quiere conocerlo. No voy a permitir que mi padre muera sin conocer a su nieto. A las nueve irá un coche a recogeros para llevaros al aeropuerto. Le he pedido a Sid que os acompañe y él os llevará al hospital, ¿comprendido?


—Sí... No. Espera —tartamudeó ella con el corazón acelerado.


—No tengo tiempo para discutir. Haz lo que te digo —ordenó Pedro, y colgó el teléfono.








EL HIJO OCULTO: CAPITULO 25




Paula permaneció mirando al infinito y con el corazón acelerado durante bastante tiempo. Finalmente se dirigió al salón y se dejó caer en el sofá.


No se había tomado la píldora desde que se separó de Pedro, pero no estaba dispuesta a admitirlo. 


Rápidamente hizo unos cálculos y suspiró. Le faltaba una semana para tener el periodo, no había demasiado problema.


Además, la última vez habían mantenido relaciones sexuales montones de veces. Una vez en el sofá no contaba lo mismo. Golpeó el sofá, como si fuera el culpable.


Si había algún culpable, era Pedro. Él nunca se olvidaba de ponerse protección. Al principio de su relación había sido muy cuidadoso con los preservativos, hasta asegurarse de que la píldora estaba haciéndole efecto. De hecho, no podía culparlo por haberse olvidado de emplear protección a propósito.


Si se quedaba embarazada, ella era la única culpable.


Se puso en pie. No tenía sentido quedarse ahí sentada temiendo lo peor. Lo mejor era que se fuera a la cama...


«¿Y quedarme embarazada sería lo peor que podía sucederme?», pensó mientras intentaba quedarse dormida.


Benjamin estaría encantado de tener un hermano o hermana. En circunstancias normales, a ella le habría gustado tener dos o tres hijos. Pero su situación con Pedro no era normal, y nunca lo sería...


Él no se comprometía en las relaciones amorosas.


Al día siguiente, durante el desayuno, Paula le comentó a Benjamin la posibilidad de ir a Grecia de vacaciones y el pequeño se entusiasmó. Pero Paula seguía indecisa...


El día empeoró cuando Benjamin y ella fueron caminando al pueblo, donde él le contó a todo el mundo que había conocido a su padre. Tampoco era necesario. La recepcionista del hospital ya había hecho su trabajo, y cuando entraron en la oficina de correos, la empleada le preguntó cuándo era la boda.






EL HIJO OCULTO: CAPITULO 24






Paula se duchó y se vistió mientras Benjamin se fue con Pedro a bañarse en la piscina cubierta. Sólo aceptó cuando Pedro le dijo que irían caminando y le dejó las llaves del coche con una mirada irónica. Sabía que ella no se fiaba de él.


Ella no podía dejar de pensar. Temía por el futuro, Pedro podía darle a Benjamin todo lo que el dinero pudiera comprar, y lo único que ella podía darle a su hijo era una madre trabajadora y mucho amor... Era como si todo se hubiera vuelto en su contra. Suspiró y terminó de recoger la caravana. No podía evitar preguntarse si Benjamin disfrutaría de los placeres sencillos que había compartido con ella después de haber conocido lugares exóticos y gente interesante gracias a su padre.


Cuando regresaron de la piscina, trató de disimular sus preocupaciones.


Pasaron el resto del día de excursión. Fueron a Chesil Beach, la costa de los dinosaurios, como la llamaba Benjamin. La playa terminaba en un pueblo llamado Lyme Regis, un lugar conocido por los fósiles que se podían encontrar. Tras algunas preguntas que Pedro contestó con toda naturalidad, Benjamin aceptó que ese hombre era su padre y mostró su entusiasmo. Paula se sentía culpable por haberlos mantenido separados durante años y también un poco celosa. Benjamin era su hijo, y era difícil aceptar que ella ya no volvería a ser el centro del universo para él y que tendría que compartirlo con Pedro.


Pedro había cautivado al pequeño hablándole de su familia y Benjamin lo había fascinado a él mientras buscaban fósiles en la playa. Encontraron uno en una roca y Benja decía que era un diente de dinosaurio.


Paula estaba de acuerdo. Pedro también.


Cuando regresaron a Peartree Cottage, Sid los recibió en la puerta y se marchó después de entregarle las llaves a Paula. Benjamin estaba encantado con la nueva decoración de la habitación y en menos de media hora estaba bañado y acostado.


—Parece un angelito cuando está dormido —murmuró Pedro.


—Sí.


Al ver a Pedro observando al pequeño con ternura, Paula sintió que se le ablandaba el corazón. Pero se había sentido dolida cuando Benja, con un brillo en la mirada, había besado a Pedro y le había dicho: «buenas noches, papá».


—Pero a veces puede ser un demonio, como su padre —respondió ella con amargura y salió de la habitación dirigiéndose al piso de abajo


Necesitaba un café y entró en la cocina. Sacó una taza y se preparó un café instantáneo.


—Yo también quiero un café, por favor, Paula —dijo Pedro al entrar.


—Muy bien —repuso ella, y preparó otra taza. Cuando se volvió, él estaba demasiado cerca y ella comenzó a temblar.


—Tranquila, Paula —agarró una de las tazas y sonrió—. Ha sido un día estupendo. No lo estropees tirándome el café encima —bromeó, y se sentó en una silla de la cocina—. Siéntate y disfruta del café —le ordenó—. Tenemos mucho de qué hablar.


Durante un momento, Paula miró a Pedro y deseó que se marchara y no regresara jamás. Pero sabía que eso no iba a suceder.


Ella se había prometido que no permitiría que él le hiciera daño otra vez, y la rabia y el resentimiento acumulados durante años salieron a la luz. Era su vida y No tenía por qué justificar sus decisiones ante ningún hombre, y menos ante Pedro Alfonso, el hombre egocéntrico y machista que tenía delante.


—Tú eres lo que me ha pasado. Me destrozaste la vida una vez y no permitiré que vuelva a suceder.


—¿Y Benjamin? ¿Estás dispuesta a destrozar su vida porque tú eres demasiado cobarde? Eres una madre estupenda, lo sé, pero él necesita un hombre en su vida porque tú eres demasiado blanda.


Ella se encogió al oír sus palabras. Su tía Irma le había dicho lo mismo en alguna ocasión.


—Contéstame a esto. ¿Por qué permitiste que llevara a Benjamin a dar un paseo en coche el viernes por la noche? ¿Por qué permitiste que pasara el fin de semana con vosotros?


—Porque eres como una apisonadora y aplastabas cualquier objeción que hiciera.


—Y yo que pensaba que era porque tenía mucha influencia sobre ti, lo cierto es que es Benjamin quien la tiene. He estado observando y he visto que no eres capaz de disgustar al niño y por eso siempre se sale con la suya. Él lo sabe, Paula. Créeme, soy su padre, y yo era igual con mi madre hasta que mi padre me enseñó de otra manera —esbozó una sonrisa—. Ahora puede ser que no suponga un problema, pero en un futuro lo será, si no tiene un modelo masculino en su vida. Has permitido que te presione para que le dijeras que yo era su padre antes de salir de la cama esta mañana, y ayer le permitiste que tuviera los dos papeles pintados para la pared en lugar de obligarlo a tomar una decisión. Algo que tendrá que hacer si quiere tener éxito en la vida.


Paula se sintió afectada por su comentario porque, en el fondo, tenía la sensación de que había algo de verdad en lo que había dicho. Pero no estaba dispuesta a permitir que él viera cómo se sentía.


—¿Quién te ha formado en psicología infantil? —preguntó ella—. Para ser un hombre que no tenía pensado tener hijos, y que sabe que es padre desde hace tres días, eres muy atrevido para comentar mi talento como madre. Si crees que pero es típico de un canalla despiadado como tú —le espetó.


Él dejó de sonreír. La miró con rabia y ella se puso tensa.


—Pequeña... —se calló para agarrarla por la cintura y presionarla contra su cuerpo.


Se hizo un tenso silencio y Paula no estaba segura de qué iba a suceder. Sólo sabía que estaba atrapada y que notaba cada parte de su anatomía contra el cuerpo. Cuando él la agarró por la nuca con la otra mano, ella comenzó a temblar.


—No te eches flores. Convencerte para que me acompañes a Grecia no es mi objetivo, pero que venga Benjamin sí lo es. Ambos sabemos que la otra noche te derretiste entre mis brazos y que volverías a hacerlo ahora mismo —metió una pierna entre las de Paula y deslizó una mano hasta su pecho—. Puedes seguir acusándome de no querer un hijo, Paula —le susurró al oído, mordisqueándole el lóbulo—. Y de sugerirte que abortaras. Puedes continuar diciéndote que todavía te crees esa locura, pero a la única persona que estás engañando es a ti misma.


—Si tú lo dices... —murmuró ella.


Pedro vio el brillo de excitación en su mirada. Era tan bella, tan sensual y tan cabezota... Y él estaba tan excitado, que tenía que contenerse para no quejarse. Se separó un poco de ella para no perder el control y continuó.


—No voy a discutir más contigo, Paula, y tampoco voy a llevarte a la cama para saciar tu deseo —retiró la mano de su cintura y dio un paso atrás—. Ya he perdido demasiado tiempo buscándote las últimas semanas. No puedo obligarte a venir conmigo, pero volveré el martes al mediodía para recogeros y, al menos, pasarás el resto de la semana en Grecia.


—¿Pretendes que acepte así, sin más? —preguntó Paula—. Pues sigue soñando, porque no lo haré.


Pedro sonrió despacio.


—Ser testaruda es un rasgo poco favorecedor para una bella mujer —la miró a los ojos—. Piensa en ello, ¿quieres?


—No necesito pensarlo —le espetó ella—. No quiero —vio que él entornaba los ojos y añadió—. Todavía no —el sentido común le indicaba que no podía enfrentarse a Pedro completamente—. Se necesita un tiempo para llegar a un acuerdo legal sobre la custodia. No puedes ir ordenando a la gente, así sin más.


—Como quieras —dijo Pedro—. Entonces, te veré en los tribunales. 


Ella empalideció.


—¿En los tribunales? ¿Quieres ir a los tribunales?


—Puesto que pareces incapaz de llegar a un acuerdo privado, no veo otra solución —la sujetó por la barbilla para que lo mirara a los ojos—. La decisión es tuya. Te doy un día para decidir.


Inclinó la cabeza y la besó en los labios de manera posesiva. 


Ella no pudo evitar poner las manos sobre sus hombros y acariciarlo, dejándose llevar por el calor de su cuerpo.


De pronto, él se apartó de ella y la empujó un poco para que se separara más de él.


—Será mejor que me vaya.


Acercó la mano y le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja. Durante un instante, ella se quedó completamente desorientada, afectada por la magia de su beso, hasta que pudo centrar la vista en el rostro de Pedro y vio que sonreía con sorna.


—De otro modo, a lo mejor decido quedarme otra vez —retiró la mano—. Me deseas, no puedes evitarlo, Paula, pero la próxima vez que te haga el amor será después de que hayamos decidido el futuro de Benjamin, no antes —se volvió para marcharse, pero miró hacia atrás—. Por cierto, la otra noche me olvidé de utilizar protección. Así que espero que esta vez te estés tomando la píldora mejor que la otra vez —la miró a los ojos—. ¿no habrá problema, supongo?


—Por supuesto que no —respondió ella, y él asintió y se marchó.