sábado, 4 de diciembre de 2021

LA MAGIA DE LA NAVIDAD: CAPÍTULO 23

 


—Oh, Paula, es la cosa más bonita que he visto nunca.


La joven sonreía con satisfacción mientras examinaba la delicada lámpara que sostenía un cliente.


—Tienes razón, Maxima. Es hermosa —se echó a reír—. Aunque esté mal que yo lo diga.


—Tienes derecho a hacerlo, créeme —Maxima la observó colocar la lámpara en una caja—. Espera a que la vea mi hermana de Seattle. Apuesto a que deseará comprar otra.


—Eso sería fantástico —replicó la joven.


—Gracias por todo y feliz Navidad.


—Feliz Navidad a ti también y tened cuidado en el viaje.


Cuando se quedó sola, respiró hondo y se quitó los zapatos. Le dolían mucho los pies. No debería haberse puesto aquellos zapatos de tacón, pero había sentido la necesidad de vestirse bien en un esfuerzo por animar su decaído espíritu.


¿Por qué no la llamaba él? ¿Cómo era posible que no supiera lo mucho que deseaba verlo? Le había dicho que no lamentaba que hubieran hecho el amor. Si aquello era cierto, ¿por qué no llamaba?


—Vaya, esto está muy tranquilo.


La joven salió de sus pensamientos y sonrió a Solange, que salía del taller de trabajo.


—Lo sé y resulta agradable.


Su amiga se echó a reír.


—Estás muy guapa. ¿Ocurre algo que yo no sepa?


—No.


—Hum.


Paula miró a su amiga.


—¿Qué significa ese «hum»?


—Bueno, Olivia ha dicho que tenía un nuevo amigo —sonrió—. Y supuse que, si es amigo de Olivia, también será amigo tuyo.


—Recuérdame que le ponga una mordaza a mi hija cuando vuelva de la fiesta.


—Así que no piensas revelarme ningún secreto, ¿eh?


—Así es.


Sonó el teléfono. Paula fue a cogerlo, escuchó un momento; luego se apretó el estómago y lanzó un gemido. Segundos después volvía a colocar el auricular en su sitio.


—Paula, ¿qué ocurre?


La joven tosió y, cuando pudo hablar, sus dientes castañeteaban descontroladamente.


—Se trata de Olivia.


—¿Qué le pasa? —insistió Solange.


—Ha desaparecido.


Su amiga frunció el ceño.


—¿Desaparecido? No comprendo.


Paula perdió la compostura.


—¡Oh, Dios! —gritó—. ¿Qué hago aquí parada? Tengo que irme.


Solange no hizo más preguntas.


—Cerraré la tienda e iré contigo.


¡Pedro! ¡Necesitaba a Pedro! Él la ayudaría. Él sabría lo que había que hacer.


—No, tú quédate aquí. Llamaré a Pedro.


La joven sintió los ojos de él sobre ella mientras la llevaba en su coche, pero siguió mirando al frente con la espalda rígida y las entrañas contraídas.


—Procura relajarte, ¿vale?


—No puedo —musitó.


El miedo la invadía por completo. Cuando Mariana, la anfitriona de la fiesta, le dijo que Olivia había desaparecido, pensó que alguien le estaba gastando una broma. Luego oyó los sollozos de Mariana y supo que iba en serio.


Después del secuestro, se había negado a dejar a la niña fuera de su vista. Sólo cuando llegaron a aquella ciudad pequeña, se sintió lo bastante segura para bajar algo la guardia. Ahora la pesadilla volvía a repetirse y no podía soportarlo. Multitud de imágenes y posibilidades llenaban su mente. Sin embargo, hizo un esfuerzo por pensar de un modo racional. Aquella desaparición no tenía nada que ver con su ex marido. Él había muerto y no podía volver a hacerles daño.


Quería gritar, pero respiró profundamente y miró a Pedro. Su presencia era lo único que le impedía derrumbarse. En cuanto le dijo que lo necesitaba, él respondió sin vacilar:


—Voy para allá.


Ella lo había esperado fuera de la tienda y saltó al coche en cuanto él lo detuvo. Sólo llevaban diez minutos viajando, pero a la joven le parecía una eternidad.


—Paula.


—¿Qué?


—Dime qué te ha dicho esa mujer.


—No hay mucho que decir. Lo único que ha dicho es que no podían encontrar a Olivia.


—¿Qué clase de fiesta era?


—Una fiesta de cumpleaños y de Navidad combinada. ¡Y pensar que he estado a punto de no dejarla ir!


—¿Por qué?


—Porque yo no podía ir con ella. Pero se echó a llorar cuando le dije que no podía ir y, como conozco a Mariana, cedí.


El hombre la miró con rabia.


—¿Cómo puede haberse perdido? ¿Dónde diablos estaban los adultos?


—No lo sé —repuso ella, temblando de miedo.


—Eh, tranquilízate. La encontraremos.


—¿Cómo puedes estar tan seguro? ¿Y si…?


—No adelantes acontecimientos. Ya veremos lo que ocurre cuando lleguemos allí. Todo irá bien.


Hablaba con tanta seguridad que ella deseaba creerlo. Necesitaba creerlo



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