lunes, 10 de julio de 2017

¿CUAL ES MI HIJA?: CAPITULO 3





Paula temblaba mientras observaba a Abril correr hacia la
cocina, dispuesta para almorzar. Aquel hombre estaba loco.


Equivocado. Tenía que estar confundido respecto a todo lo que había pasado. Pero no parecía loco ni equivocado ni sonaba confundido. Parecía...


Parecía como si estuviera al mando del mundo entero. Era alto, ancho de hombros y con ojos color tabaco, más oscuros todavía que su cabello. Parecía totalmente fuera de lugar en su dúplex decorado con cojines de colores, dibujos enmarcados y vasos de porcelana. Ella le había enseñado a Abril lo que podía tocar y lo que no. Le había enseñado a...


Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas mientras se dirigía a la cocina detrás de la niña.


Pedro Alfonso había agarrado una de las sillas y tomado
asiento como si lo hubiera hecho cientos de veces antes.


Paula sabía que tenían que hablar. Sabía que tenían que poner aquello en claro. Pero cada vez que lo miraba el corazón le latía más deprisa. Se le aceleraba el pulso. El calor se le subía a las mejillas. En un intento de mantener la calma, se dijo a sí misma que todo aquel asunto estaba haciendo mella en su sistema nervioso.


Apartándose de él, Paula se acercó a la nevera, la abrió y miró su interior. Pero no vio nada.


—Mamá, mamá, tengo mucha hambre —canturreó la niña—.
Quiero pollo y zumo.


Paula trató de tragarse el nudo que tenía en la garganta pero no fue capaz de articular palabra.


—¿Paula? —preguntó Pedro levantándose y colocándose a su lado.


Ella parpadeó varias veces.


—Sé cómo te está afectando esto —dijo en voz baja tras colocarle la mano sobre el hombro.


Paula trató de serenarse y pensó que efectivamente, Pedro lo sabía porque él también lo estaba sufriendo en sus carnes. Pero no podía soportar el tono compasivo de su voz. Tenía que mantenerse fuerte por ella y por su hija. Por Abril.


—Estoy bien —murmuró finalmente—. Dame sólo un minuto.


Sintió cómo Pedro daba un paso atrás. Lo escuchó acercarse de nuevo a su hija y preguntarle si el conejito de peluche que tenía en la mano era su mejor amigo.


—No, no —respondió Abril inmediatamente—. Mi mejor amiga es mami.


Cuando Pedro se apartó, Paula dejó de sentir tantos escalofríos.


Agarró un cartón de zumo de naranja, una fiambrera con ensalada de pollo y un pepino. En cuestión de minutos había preparado la comida de Abril pero se había olvidado de la suya.


—¿Qué quieres que te prepare? —le preguntó a Pedro mientras la niña daba buena cuenta de su sándwich—. Tengo jamón, queso...


—No tengo hambre —aseguró él expresando con exactitud lo que ella sentía—. Prepara lo que a ti te apetezca.


—No podría probar bocado —respondió Paula mirándole a los ojos.


—Entonces déjame contarte porqué estoy aquí y lo que me
gustaría hacer.


Si se sentaba y se disponía a escuchar aquella historia parecería más real. Pero vio la determinación dibujada en los ojos de Pedro Alfonso y supo que no le quedaba más remedio. Abril se llevó un trozo de pepino a la boca y Pedro esperó a que Paula se sentara.


Entonces él hizo lo mismo frente a ella.


—No sé si deberíamos hablar delante de la niña —dijo Paula
mirando a su hija comer.


—Te contaré lo que yo sé y luego tal vez puedas entretenerla
dándole unos lápices de colores para que pinte mientras hablamos.


Estaba claro que sabía cómo tratar a una niña de tres años, lo que significaba que ejercía realmente de padre.


—A Abril le gusta dibujar —admitió ella—. ¿A tu hija también?


—Casi tanto como las pegatinas —dijo Pedro mirando a la niña antes de revolverse incómodo en la silla y clavar la vista en Paula—. Mi esposa y yo vivíamos en Washington D.C. cuando se quedó embarazada. Soy bioquímico y Fran era una de mis técnicos cuando la conocí. Llevábamos un año casados, y ya que los dos teníamos treinta y cinco años no queríamos esperar para tener hijos.


—Me dijiste que ahora vives en Pensilvania, ¿verdad?


—Sí. En un viñedo cercano a Lancaster. Me hice bioquímico por las bodegas en las que crecí. Pero cuando terminé la universidad sólo regresaba de visita. Hasta hace nueve meses. Mi padre murió de un repentino ataque al corazón y yo me hice cargo de los viñedos.


—Entonces, ¿tu hija y tú vivís en Willow Creek?


—Sí, con mi madre. Ella ha sido de gran ayuda con Mariana
desde que... Por eso estoy aquí —dijo cruzándose de brazos.


Paula supo por la intensidad de su mirada que era el tipo de
hombre que sabía dónde iba y cómo llegar. No se parecía en nada a Eric. Al menos en ese sentido. Pero Eric le había enseñado que no se podía confiar en los hombres. Los hombres sacaban provecho de cualquier situación en su propio beneficio. Cuando Eric murió se prometió a sí misma que pondría siempre en primer lugar a su hija por encima de todo. Su hija.


Paula volvió a tragar saliva.


Cuando miró a la niña vio que había terminado su sándwich y estaba dando cuenta de las galletas saladas que tenía en el plato. En aquellos días sólo estaba tranquila cuando comía. ¿Sería la hija de Pedro Alfonso tan bulliciosa, vivaz y llena de energía como la suya?


¿Y cómo era posible que Abril fuera hija de él?


—Sé lo que estás pensando —dijo la voz de Pedro devolviéndola al presente—. Cuando miro a Mariana no puedo imaginar que sea de otra persona.


Las miradas de ambos se encontraron. La fuerza del impacto pilló a Paula por sorpresa, y supo con certeza que pasara lo que pasara a partir de aquel momento, su vida nunca sería la misma.


—Cuéntame el resto —le pidió.


—Fran tuvo un embarazo complicado —continuó explicando
Pedro—. Pero se lo tomó con calma. Ambos queríamos tener un hijo. Las náuseas matinales le duraron los nueve meses. Pero era una luchadora. Cuando se puso de parto pensábamos que teníamos de frente al mundo y toda nuestra vida.


Paula pensó que su parto había sido muy distinto. En aquellos momentos había estado tratando de asimilar la traición de Eric y su decisión de perdonarlo y seguir adelante con su matrimonio.


—¿Tardó mucho tu mujer en dar a luz? —le preguntó con
dulzura.


—Muchísimo. Doce horas. Cuando la llevaron a la sala de partos estaba agotada. Tú ya estabas allí.


Paula había dilatado completamente cuando la llevaron a la sala.


Tuvo tiempo de observar que había mujeres en los pasillos que estaban más o menos en su situación y que aquella noche el hospital estaba hasta la bandera. Luego se concentró únicamente en traer a Abril al mundo. Cuando llevaron a Fran Alfonso a la sala, la enfermera había echado la cortina. Paula recordó ahora haber visto brevemente a
Pedro. Recordó su expresión de absoluta adoración cuando miraba a su esposa y cómo se había preguntado el modo en que una mujer podía conseguir aquello. Ella no se había sentido nunca tan sola como entonces. La noche en que Abril nació, Eric estaba otra vez fuera de la ciudad. A pesar de los dolores del parto, Paula no podía evitar preguntarse con quién estaría y qué andaría haciendo. Y si podría volver a confiar en él.


—Dimos a luz casi a la vez —recordó.


—La doctora le iba dando instrucciones a la enfermera que te atendía. Después colocaron a los dos bebés en las cunas.


—Y entonces se fue la luz —murmuró Paula.


—Sí, hubo un apagón. Yo escuché cómo se movían las ruedas de las cunas —aseguró Pedro pasándose la mano por el cabello—. Mi detective privado localizó a la enfermera. Ella admitió que desde aquella noche tenía el temor de haberse equivocado al ponerles las pulseras a los bebés.


—¿Y por qué no dijo nada?


—Es madre soltera. Ya lo era entonces. No quería arriesgarse a perder el trabajo.


—¿Y cómo te enteraste tú de esto? ¿Qué te hizo sospechar que habían cambiado los bebés?


—Ya he terminado, mamá —dijo en aquel momento Abril
levantándose—. ¿Puedo ver un ratito los dibujos animados de Epi y Blas?


Cinco minutos más tarde, la niña estaba sentada en el sofá frente a la televisión acompañada de tres muñecas. Pedro Alfonso las había seguido hasta el salón. Parecía ocupar toda la estancia con su presencia. Paula pudo sentir el rastro de su colonia mezclado con su propia esencia varonil. El estómago le dio un vuelco.


Tomó asiento en el sillón que había al lado de la ventana, frente a la silla que había ocupado él. Se sentía algo frustrada por la reacción que había experimentado ante aquel hombre. No había salido con nadie desde que Eric murió. Salir con alguien no estaba siquiera en la lista de las cosas que quería hacer durante los próximos cinco años. 


Entonces, ¿por qué era tan consciente de la potente virilidad de Pedro Alfonso?


—Dime, ¿cómo averiguaste lo del error? —le preguntó tratando de concentrarse en la razón por la que aquel hombre estaba en el salón de su casa—. Si es que hubo algún error...


—Cuando llevaron a Fran al quirófano a toda prisa dejaron a Mariana en el nido. Los médicos no pudieron hacer nada por mi esposa.


Pedro se detuvo un instante, como si aquellos recuerdos
permanecieran todavía nítidos en él.


Entonces se aclaró la garganta y continuó hablando.


—Después, cuando yo estaba tratando de asimilar lo que había ocurrido, vino la pediatra y me dijo que a mi niña le habían diagnosticado una dolencia cardiaca. Tenía, para entendernos, un agujero en la pared que divide las dos secciones del corazón. Me dijo que la mayoría de las veces el agujero se cierra por sí mismo en el primer año de vida, pero que si a los dos o tres años no ocurría así o tenía algún síntoma, entonces habría que operar. La muerte de Fran me afectó profundamente. Gracias a Dios tenía a Mariana para concentrarme en ella. Me refugié en mi hija y en el trabajo.


Pedro miró un instante a Abril para asegurarse de que seguía viendo los dibujos antes de continuar.


—Hace un año mi padre murió. Unos meses después, Mariana y yo nos fuimos a vivir a Willow Creek para ayudar a mi madre. Enseguida me puse en contacto allí con un cardiólogo infantil. Mariana iba muy bien hasta que hace tres semanas tuvo una ligera arritmia. El cardiólogo dijo que el lado derecho del corazón había aumentado y que sería preciso operarla dentro de una semana. Yo doné sangre por si acaso la necesitaban y entonces fue cuando descubrimos lo que había pasado. Nuestros grupos eran incompatibles. No podía ser hija mía. Al descubrir aquello recordé el caos que hubo aquella noche en la sala de partos. El apagón. El hecho de que tú dieras a luz al mismo tiempo que Fran. Entonces contraté a un detective privado para que te siguiera.


La mente de Paula estaba tratando de asimilar toda aquella
información: La enfermedad de Mariana, las repercusiones que eso tenía... Pero entonces se dio cuenta de que había otra posibilidad en aquella historia, una posibilidad que no cambiaría su vida ni la de Abril.


—Sé lo que estás pensando —dijo Pedro con brusquedad—. Lo primero que sugirió el detective fue que Fran pudo tener una aventura. Pero ella no era esa clase de mujer. No había nada en su vida diaria que sugiriera semejante posibilidad. Trabajábamos juntos y pasábamos juntos nuestro tiempo libre. Apenas nos separábamos. Y por otro lado la enfermera admitió que pudo haber un error. Por eso tomamos este camino. Sólo hay una manera de averiguarlo con certeza. La prueba del ADN.


—¿Antes de la operación de Mariana? —preguntó Paula.


—No. Eso no puede esperar. Fui a solicitarle a un juez una orden de custodia provisional para poder tomar una decisión respecto a su salud en caso de que no te encontrara.


Paula sintió una oleada de miedo mezclada con la duda y la
confusión. Pedro Alfonso tenía la custodia legal de Mariana. Si realmente era el padre de Abril podría reclamar a las dos niñas.


—Escucha, Pedro —comenzó a decir con voz pausada—. ¿Entras en mi vida de golpe y esperas que me crea todo esto?


—He entrado en tu vida de golpe, pero tengo pruebas de todo lo que te he contado —respondió él sacando unos papeles del bolsillo interior de la chaqueta—. Tengo el informe del cardiólogo sobre la enfermedad de Mariana. Tengo la transcripción de la entrevista del detective con la enfermera. Y también tengo mi tarjeta de la Seguridad Social y el permiso de conducir por si quieres verlos también.


Paula sintió que las mejillas le ardían y se dio cuenta de que
Pedro iba un paso por delante de ella en aquel asunto. Tenía que alcanzarlo. Ahora él tenía la custodia legal de Mariana y si Abril era su hija...


Pedro le tendió los papeles y ella los tomó.


Entonces él se puso de pie para buscar la cartera en el bolsillo de atrás de los pantalones. Paula no era ninguna florecilla delicada. Medía casi un metro ochenta y nunca se había considerado una mujer frágil.


Pero al estar sentada delante de Pedro Alfonso se sentía demasiado... femenina. Demasiado intimidada.


Estaba tratando de comprender el significado de la primera hoja de papel que le había pasado cuando Pedro le tendió el carné de conducir y su tarjeta de la Seguridad Social. Los dedos de Paula rozaron su palma al agarrarlos. La descarga eléctrica fue tan intensa que no tuvo más remedio que alzar los ojos y mirarlo con sorpresa.


Pedro tenía la mirada vacía. No se leía nada en ella. Nada indicaba que hubiera sentido algo.


Así debía ser. Así tenía que ser.


Pedro no volvió a sentarse. Se quedó allí de pie mientras ella lo leía todo.


—¿Quieres preguntarme algo? —le preguntó cuando Paula
terminó de leer el informe médico.


—¿Corre peligro Mariana mientras espera a que la operen?


La expresión indiferente de Pedro se convirtió en una mueca de dolor.


—El médico cree que no. Por eso la operación está prevista para el lunes de la semana que viene, no para mañana mismo. Pero somos conscientes de que eso podría cambiar en cualquier momento. Mi madre la observa con suma atención. Si hay algún cambio en su condición avisaría a una ambulancia para que la trasladaran de inmediato al hospital. Por eso quería encontrarte antes de la operación, si fuera posible.


—Porque hay alguna posibilidad de que... —comenzó a decir
Paula con voz entrecortada—. ¿De que no lo supere?


—Toda cirugía conlleva un riesgo —aseguró Pedro con
rotundidad.


—Gracias por buscarme. Si es hija mía...


—¿Cuál es tu grupo sanguíneo? —le preguntó.


—AB. Eric era B.


—¿Y cuál es el de Abril?


—A.


—Mariana es AB —dijo Pedro—. Yo soy O. Fran era A. Así que Abril podría ser tuya y de Eric o de Fran o mía. Pero Mariana sólo concuerda contigo.


—A menos que tu esposa hubiera tenido una aventura con un hombre que perteneciera al grupo B —murmuró Paula llevándose al regazo el informe del cardiólogo—. ¿Qué quieres que haga? ¿Quieres que concierte una cita con el médico de Abril para hacer una prueba de ADN?


—No. Quiero que Abril y tú vengáis a Pensilvania conmigo, hoy mismo si es posible. Sólo tienes que decir que sí y reservaré los billetes.


Paula tenía un negocio que atender. Pero también tenía una
socia, y Carla podía encargarse de todo si no hubiera otro remedio. Tal vez podría contratar ayuda extra.


Si Mariana era hija suya nada podría alejarla de ella. Tenía que volar hasta Pensilvania. No tenía otra opción.


—Yo me dedico a organizar eventos. Tendré que llamar a mi socia y ver la manera de que pueda encargarse ella de las fiestas del fin de semana. Pero de una manera u otra lo arreglaremos, Pedro.


Paula agarró todos los papeles y se puso de pie. Todavía tenía sus carnés en la mano derecha.


—Has tomado la decisión correcta.


Su voz era grave y segura y la atravesó con la misma fuerza que el miedo que sentía ante lo que pudiera ocurrir a partir de aquel momento.


Paula miró su carné de conducir antes de clavar sus ojos en los de él. Tenía que mantener el equilibrio. Superaría aquello del mismo modo que había superado todo lo demás.


Le entregó a Pedro los papeles y los carnés y se dispuso a
telefonear a Carla con la esperanza de que su socia y mejor amiga le dijera palabras esperanzadoras a las que agarrarse.






¿CUAL ES MI HIJA?: CAPITULO 2





Pedro Alfonso ya ni siquiera pestañeaba ante los golpes que
el destino le tenía preparados. Había tenido ya suficientes como para tres vidas. El último, sin embargo, era más perturbador que cualquiera que le hubiera ocurrido antes.


Mientras se iba acercando al parque sentía cómo la brisa le
levantaba las puntas del abrigo. Aquella prenda no resultaba muy adecuada para Pensilvania, pero allí en Florida era demasiado abrigada incluso para mediados de febrero.


Cuando su vista alcanzó a la madre con su hija que estaban
sentadas en el parque de Daytona Beach, toda su atención se concentró en ellas y todo lo demás dejó de importarle. 


Centró su interés en la niña de tres años que podría ser su hija biológica, pero no pudo evitar fijarse también en Paula Chaves, la mujer que había dado a luz la misma noche que Fran... Y en la misma sala. Unos instantes de confusión y caos habían unido sus vidas de un modo que ninguno de los dos podría haber imaginado.


Pedro sabía que lo suyo no eran las relaciones con la gente. Fran lo sabía y lo aceptaba, e incluso a veces bromeaba con ello. Pero ahora sabía que tenía que tratar a Paula Chaves con suma delicadeza cuando lo único que quería era regresar al lado de Mariana, asegurarse de que no había empeorado y sentarse a su lado para leerle uno de sus cuentos favoritos.


Pedro miró de nuevo a Paula Chaves y se dio cuenta de que su cabello castaño brillaba con reflejos rojizos bajo la luz del sol. Y de que su rostro era todavía más hermoso tras haber dado a luz a su hija tres años atrás. Aquella noche sólo la había visto un instante. Pero la recordaba.


O tal vez veía su rostro en el de Mariana cada vez que su hijita sonreía.


Paula sonreía también. Estaba empujando a su hija en el
columpio. Gracias al informe del detective privado sabía que le había puesto de nombre Abril. Abril. Su hija...


Paula pareció sorprenderse cuando Pedro se acercó a ella
acortando por el césped. Pero no mostró un gesto huraño, lo que le dio a entender que era lo suficientemente ingenua o segura de sí misma como para manejar cualquier situación que se le presentara.


Tras observar detenidamente a Abril, que tenía el cabello largo y oscuro cayéndole sobre los hombros, clavó los ojos en los de Paula.


—¿Señora Chaves?


Los ojos verdes de Paula le plantearon cientos de preguntas al responder.


—Sí, soy Paula Chaves.


Él sabía ahora que era viuda, y eso facilitaría las cosas.


—Mi nombre es Pedro Alfonso y estoy aquí por un asunto que les concierne a su hija y a usted.


—¿Qué clase de asunto? —preguntó ella acercándose todavía más al columpio en el que estaba la niña.


—Acabo de llegar esta mañana de Pensilvania. Dirijo allí una
explotación vinícola llamada Willow Creek. Fui a su casa, pero no estaba y una vecina me dijo que solía venir a este parque con su hija. Necesitaba encontrarla lo más pronto posible.


—¿Por qué? —preguntó Paula con expresión de absoluto
desconcierto.


—Tengo hambre —dijo entonces la niña girándose para mirar a su madre—. ¿Podemos irnos a casa?


Paula centró de inmediato toda su atención en Abril. Se acercó para bajarla del columpio y la estrechó entre sus brazos.


—Nos iremos a casa ahora mismo.


La niña de tres años se llevó un dedito a la boca y apoyó la cabeza en el hombro de su madre antes de mirar a Pedro con timidez.


Él deseaba con todas sus fuerzas abrazarla, conocerla y averiguar si realmente era su hija. Pero otra parte de sí mismo no quería saber nada. No quería que el lazo que lo unía a Mariana se debilitara.


Paula llevaba puesta una camiseta de flores azules y pantalones vaqueros que se ajustaban perfectamente a su cuerpo. Pedro no pudo evitar fijarse. Hacía mucho tiempo que no le prestaba atención a la ropa de ninguna mujer.


—Ya que su hija tiene hambre y hace calor tal vez podríamos ir a su casa para hablar de esto.


—No voy a permitirle acercarse a mi casa hasta que me diga de qué tenemos que hablar. Yo nunca he estado en Pensilvania ni he oído hablar de las bodegas Willow Creek.


—Ya nos conocemos, Paula. Aunque no oficialmente. Mi mujer dio a luz la misma noche que usted. En la misma sala.


—¿En Washington? —preguntó ella abriendo mucho sus ojos verdes.


—Sí. No me sorprende que no me recuerde. Estaba usted de parto y echaron la cortina entre las dos camas. ¿Recuerda lo que sucedió después? Los partos se sucedieron simultáneamente y después se fue la luz.


—Sí, por supuesto que lo recuerdo. Y luego su mujer...


—Tuvo una hemorragia —respondió Pedro con sequedad—. La perdieron en el quirófano.


—Lo siento muchísimo.


Paula parecía sincera.


Pedro no deseaba entrar en detalles sobre lo ocurrido con Fran, así que se limitó a decir:


—Al parecer aquella noche cometieron un error. Pienso que
nuestras hijas fueron intercambiadas. Creo que Abril es hija mía. Y mi hija Mariana es suya.


—¡Eso no puede ser! —aseguró Paula palideciendo de golpe—. La enfermera le puso una pulsera de identificación a Abril.


—Creo que la enfermera colocó las pulseras en el bebé que no era. Tenemos que hablar de este asunto en un lugar privado.


Paula Chaves parecía absolutamente desconcertada. Pedro
observó la negación, el pánico y el miedo sucederse en su rostro.


—Vamos a casa, mamá —dijo Abril agarrándose a las piernas de su madre—. Tengo hambre.


—De acuerdo, cariño —contestó ella acariciándole la cabeza—.Vámonos.


Por alguna extraña razón, Pedro sintió deseos de abrazar a Paula Chaves. Aunque sabía que era una locura. Por eso optó por el sentido práctico y trató de distanciarse un poco.


—Señora Chaves...


—Llámame Paula —dijo bajando el tono de voz—. Vayamos a mi casa y prepararé algo de comer. Cuando haya acostado a Abril podrás contarme todo lo que tengas que decirme. Pero será mejor que tengas algo más que una leve sospecha respecto a este supuesto error.


—Tengo algo más —respondió él con brusquedad.


Paula le dedicó una última mirada antes de emprender el camino hacia su casa con su hija de la mano.