domingo, 19 de marzo de 2017

PROBLEMAS: CAPITULO 11



Paula se sentó en el asiento de columpio del porche y lo puso en movimiento con un empujón del pie sobre el suelo de madera.


-Siéntate conmigo dijo-. No muerdo.


Pedro permaneció en el borde del porche con las manos en los bolsillos, contemplando la oscuridad.


-Esto no es fácil para mí, Paula.


-Supongo que no. Si lo fuera no lo habrías retrasado todo lo posible.


Pedro se volvió y la miró. Podía habérselo dicho después del juicio, cuando estaban solos en el coche, pero había esperado porque tenía planeado decírselo en el restaurante. 


Después de comer trató de nuevo de decírselo. Paula estaba dispuesta a escuchar, incluso le alentó a hablar, pero el volvió a posponer el asunto. Ahora no podía retrasarlo más. 


Antes de irse esa noche debía decirle que su relación había
terminado y que no iban a volver a verse en ninguna circunstancia.


-Nos conocemos desde hace mucho tiempo -¿por qué le costaba tanto encontrar las palabras adecuadas? 


Era un abogado, un aspirante a político; la diplomacia y el tacto eran parte de su vida diaria.


-Desde que tengo trece años -dijo Paula-. Esa fue la primera vez que el abuelo me dejó ir a cazar con todos vosotros.


-Hector era muy bueno con el rifle, ¿verdad? El mejor tirador de esta región. Y Claudio el mejor deportista. Y Joaquin el más listo de todos


-¿Qué tienen que ver mis hermanos con lo que tienes que decirme?


-Nada -admitió Pedro-. Excepto que le prometí a tu hermano Claudio que te mantendría vigilada. Tus hermanos han contado conmigo para que te mantenga alejada de problemas.


-Claudio se fue hace ocho años, Pepe. Creo que ya has cumplido el tiempo suficiente. Después de todo, no se suponía que esa vigilancia fuera una sentencia de por vida.


-Sabes que las cosas no pueden seguir así -Pedro sacó un puro y un mechero de su abrigo.


Paula empujó con más fuerza el columpio.


-A pesar de lo que penséis tú y mis hermanos, yo no necesito ningún guardián. Soy una mujer hecha y derecha y en la mayoría de las circunstancias puedo arreglármelas sola. Este juicio ha sido una excepción, pero tú no tenías por qué haber sido mi abogado. Podría haber contratado a otro.


Pedro encendió su puro y le dio una larga calada.


-Me siento responsable de que esto haya durado tanto -dijo-. Debería haber dejado de acudir en tu ayuda cada vez que te metías en un lío.


Paula movió la cabeza.


-Yo soy igualmente responsable. No tenía que haberte llamado. Podría haber manejado la mayoría de mis problemas yo solita. Pero es que... bueno, he llegado a
depender de que siempre estuvieras ahí. Y, para serte sincera, no podía soportar la idea de no verte.


Pedro bajó la mirada y arrojó la ceniza al suelo.


-Paula...


Deteniendo abruptamente el columpio, Paula miró a Pedro.


-Déjame facilitarte las cosas. Has pasado los últimos ocho años cuidándome por hacerles un favor a mis hermanos, y durante esos ocho años sólo te he traído problemas. Ahora has decidido seguir los pasos del senador y meterte en política. Tener a alguien como yo en tu vida y estar en la política es un problema para ti. Así que esto es un adiós a Paula y un hola a la mansión del gobernador en Nashville.


Paula hizo que Pedro se sintiera como un canalla, sobre todo recordándole que iba a seguir los pasos de su padre.


-No es sólo el hecho de que esté pensando en presentarme a gobernador. Hay otras razones por las que sería mejor para nosotros...


-¿Cómo el hecho de que me colé por ti a los dieciséis años y que mis sentimientos por ti son una incomodidad?


Tras dar otra calada a su puro, Pedro caminó hasta el columpio y se sentó junto a Paula.


-No sólo tus sentimientos son un problema para mí.


Paula volvió el rostro para mirarlo. No estaba segura de creer lo que vio en sus ojos. Pasión y dolor, los mismos sentimientos que sabía que reflejaban los suyos.


-Estás... estás diciendo que...


-Me atraes, Paula. Me siento atraído por ti desde hace años.


Paula tragó con dificultad. Aspirando hondo, bajó la vista y miró sus temblorosas manos.


-¿Me estás diciendo que durante todos estos años me he estado muriendo por dentro por mi amor no correspondido y que tú... que tú has estado sintiendo lo mismo?


-No -dijo Pedro, inclinándose hacia delante-. El amor no tiene nada que ver con lo que siento por ti.


-Ya... ya veo dijo Paula con voz entrecortada.


-No me malinterpretes -dijo Pedro, mirándola-. Siento cariño por ti. Siempre lo he sentido. Pero...


-Pero no me amas. No soy la clase de mujer que un hombre como Pedro Alfonso podría amar, ¿no? Pero puedes sentirte sexualmente atraído por mí, ¿no? Sexualmente atraído. No tendrías ningún problema en acostarte conmigo, pero serías incapaz de casarte conmigo.


-¡Deja de decir tonterías, Paula! -Pedro quería alargar los brazos, poner las manos en torno a aquel sedoso cuello y estrangularla. Oírle poner en palabras lo que sentía le hacía sentirse como un monstruo sin corazón. Tal vez lo fuera. Tal vez fuera más parecido a su padre de lo que creía.


Paula lo miró, sintiendo que todo el amor de su corazón se convertía repentinamente en amargura. 


Cuando Pedro alargó una mano para tocarle el hombro se la apartó de un manotazo.


-¡No te atrevas a tocarme!


-Escucha, Paula...


-Si querías acostarte conmigo, ¿por qué no lo has hecho? Dios sabe que habría hecho cualquier cosa que me pidieras. He sido una idiota, ¿verdad? -Paula saltó del asiento.


Levantándose, Pedro la siguió a la puerta, cogiéndole la mano justo cuando iba a ponerla sobre la manija.


-No eres ninguna idiota, Paula, y ya no eres ninguna niña. Eres lo suficientemente mayor como para saber hace tiempo lo que ha estado pasando entre nosotros. No me digas que no has sentido la tensión con tanta fuerza como yo.


-Creía que era mi imaginación -Paula no podía resistirse teniendo a Pedro tan cerca, sintiendo su fuerte pecho contra su espalda. A pesar de todo sentía una irresistible urgencia de apoyarse en él, de absorber toda su fuerza masculina. 


Por muy enfadada y dolida que estuviera aún amaba a Pedro, y descubrir que él la deseaba hacía aún más difícil renunciar al sueño que había tenido desde los dieciséis años. El sueño de ser la mujer de Pedro Alfonso.


Pedro la rodeó por detrás con sus brazos y la atrajo hacia sí. 


Paula abrió la boca en un silencioso grito. Había anhelado aquel momento durante años, soñando en el día que Pedro la quisiera.


Aquello era un error, se dijo Pedro. No debería tocar a Paula. Tocarla era peligroso. Pero no podía detenerse. Era tan agradable estrecharla entre sus brazos.


¿Cuándo había deseado a una mujer como deseaba en esos momentos a Paula?


¡Nunca! Nunca había deseado a nadie como la deseaba a ella.


-Lo último que quiero hacer es herirte -susurró, acariciando la oreja de Paula con su nariz-. No puedo vivir tu clase de vida y tú no puedes vivir la mía. Y no eres la clase de mujer que se conformaría con algo pasajero.


-¿Cómo sabes qué clase de mujer soy? -Paula se apoyó contra él a la vez que trataba de darse la vuelta para rodearlo con sus brazos.


-Eres la clase de mujer que necesita más de lo que yo podría ofrecerte -Pedro dejó que Paula se volviera en sus brazos, sabiendo que si no cortaba pronto aquella situación no habría vuelta atrás.


Paula deslizó los brazos en torno al cuello de Pedro, inclinó hacia atrás la cabeza y lo miró a los ojos.


-No me has ofrecido nada. Todavía.


Buscando en su interior todas sus reservas de voluntad, Pedro cogió a Paula por los hombros y la apartó con suavidad, poniendo suficiente distancia entre ellos como para que sus cuerpos no se tocaran. Paula dejó caerlos brazos.


-Y no voy a ofrecerte nada. Esta noche voy a irme y no voy a mirar atrás. No me llames, no trates de ponerte en contacto conmigo o de verme.


-Finalmente lo has dicho, ¿no? -Paula sintió que las lágrimas se le agolpaban en la garganta, pero consiguió contenerlas.


Sujetándola aún por los hombros, Pedro la atrajo un poco hacia sí y se detuvo.


-Esto no es sólo cosa mía. Yo soy tan malo para ti como tú para mí. Hay que enfrentarse a ello.


-¿Qué harías si me ofrecieras una aventura y yo dijera que sí? -preguntó Paula, mirándolo con firmeza, pero temblando por dentro.


-No puedo... no voy a hacer ese oferta.


¿Cómo podía un hombre enfrentarse a esa tentación y no ceder? ¿Cómo podía negarse a aceptar lo que más deseaba en la tierra?


Sorprendido por lo que acababa de pensar, Pedro se preguntó si sería cierto.


¿Deseaba ser el amante de Paula más que un futuro en la política, más que ser gobernador de Tennessee?


-¡Maldita seas, Paula! -dijo, estrechándola entre sus brazos, levantándola momentáneamente del suelo y dejando que se deslizara luego por su excitado cuerpo, permitiéndole sentir la dura tensión de su cuerpo.


-¿Pepe? -dijo Paula, mirándolo con gesto interrogador y a la vez de aceptación, anhelante y a la vez asustada.


-No hables, cariño. No digas nada.


Su boca cubrió la de Paula, hambrienta, caliente y salvaje. 


Hacía demasiado tiempo que deseaba aquello. Cuando Paula entreabrió los labios con ardiente anticipación, Pedro se hundió en su húmeda calidez, capturando su lengua, explorando su boca mientras deslizaba las manos por su espalda y caderas.


Nada le había sabido nunca tan dulce como la boca de Paula. Nunca había sentido nada tan agradable como aquel blando y suave cuerpo presionado contra el suyo.


El húmedo y dulzón aroma de su calor femenino le rodeaba, seduciéndole, llevándole más y más cerca del borde.


Pedro la cogió por las caderas mientras la besaba desde la garganta hasta el escote del vestido.


-Detenme, Paula -susurró-. No dejes que esto suceda.


¿Cómo podía detenerle si aquello era lo que tanto había anhelado Paula, lo que siempre había deseado? Quería a Pedro Alfonso. Nunca había querido a otro hombre, nunca se había entregado a otro, esperando que Pedro llegara a ser su amante algún día.


-No quiero detenerte -dijo Paula, aferrándose a él, animándole a que continuara.


-Ninguna promesa más allá de esta noche -dijo Pedro, cogiéndola en brazos y preparándose para llevarla dentro a la cama más cercana.


La mente de Paula oyó y comprendió lo que Pedro había dicho; pero su corazón se negó a escuchar, creando fantasías de un futuro siempre feliz.


Cuando Pedro alargó una mano para coger el pomo de la puerta oyó el sonido de un vehículo que se acercaba. Se volvió ligeramente y miró en dirección al estrecho camino que llevaba a casa de Paula. Su mirada se topó con unas brillantes luces a la vez que distinguía el ruido del motor de una vieja camioneta acercándose.


-¿Quién es? -preguntó Paula, rodeando el cuello de Pedro con los brazos mientras este seguía sosteniéndola en los suyos.


-No puedo ver. ¿Podría ser Mike?


-Su camioneta no hace esa clase de ruido. Además, hoy está de guardia en la grúa.


Solomon y Whitey rodearon la casa y empezaron a ladrar.


-No reconozco la camioneta -dijo Paula-. Tal vez sea alguien que se ha perdido y quiere preguntar por alguna dirección.


Paula se apartó de Pepe, avanzando hacia la camioneta mientras esta se acercaba, dispuesta a ayudar al conductor. 


Pero el conductor no se detuvo frente a la casa; en lugar de ello, hizo girar su camioneta. Pedro vio la pistola en la mano del hombre y el reflejo de la luz del porche en el metal.


-¡Atrás, Paula! -gritó en el momento en que vio que la pistola apuntaba hacia ella.


Sin pensárselo dos veces, Pedro se abalanzó sobre Paula, haciéndola caer al suelo. Los disparos resonaron en sus oídos mientras cubría el cuerpo de Paula con el suyo. La camioneta aceleró, dejando a su paso una nube de polvo.


Whitey y Solomon corrieron tras el vehículo, ladrando vigorosamente.


Pedro permaneció tumbado sobre Paula, protegiéndola con la armadura de su cuerpo. Ella le dio un suave empujón. 


Si Pedro no se movía pronto se iba a quedar sin aliento.


Al ver que Pedro respondía con un gemido, Paula se inclinó sobre él, viendo una herida en su hombro.


-Oh, Dios mío, Pepe. Te ha dado a ti.


-No es muy... grave -susurró Pedro en voz tan baja que Paula apenas pudo oírlo-. Llama...


-Llamaré a una ambulancia -Paula se inclinó hacia él para oírle mejor-. ¿Estás herido en algún sitio además de en el hombro?


-En el lado izquierdo.


-En seguida vuelvo -dijo Paula, levantándose-. Llamaré a una ambulancia y luego a Lorenzo Redman. Oh, Dios, Pepe, ¿quién puede haber hecho algo así? -en el mismo instante en que hizo la pregunta le vinieron a la mente dos sospechosos. Dos personas lo suficientemente despiadadas y llenas del suficiente odio como para querer ver a Paula Chaves muerta. Cliff Nolan y Lobo Smothers.


Si hubiera podido ver mejor al conductor... Pero todo había sucedido muy deprisa y el interior del vehículo no estaba iluminado.


Paula corrió a la casa e hizo las llamadas necesarias con tanta rapidez y calma como pudo. Al cabo de unos minutos volvió junto a Pedro, colocando un almohadón bajo su cabeza y cubriéndolo con una manta entre sollozos.


-No llores, pequeña -susurró Pepe, apretándole la mano-. Todo lo que importa es tu... tu seguridad.


El corazón de Paula se rompió en mil pedazos. Si algo le sucedía a Pepe no sabía si sería capaz de seguir viviendo.






PROBLEMAS: CAPITULO 10




Pedro no trató de engañarse a sí mismo. Sabía que Paula era consciente de lo que quería decirle esa noche. Interrumpir su relación era lo mejor para ella y para él.


¿Entonces por qué se sentía como un canalla? «Porque estás actuando igual que el senador», se dijo. «Estás poniéndote a ti y a tu carrera por delante de todos».


La persona a la que menos quería parecerse Pedro era a su padre, pero no podía escapar a las similitudes que había entre sus personalidades, su aspecto físico o sus aspiraciones políticas. Su padre había mostrado al mundo una fachada de caballero del sur, pero por debajo, Mariano Alfonso fue un hombre muy duro, hipócrita y terriblemente egoísta. Pedro había luchado contra aquellos defectos todos los días de su vida, consciente del desastroso efecto que su padre había tenido sobre la vida de los otros, especialmente sobre la de sus propios hijos.


Pedro miró de reojo a Paula y sintió que su corazón latía más deprisa. No recordaba haberla visto nunca con un vestido. El que llevaba era uno sencillo y nada caro que la mayoría de las mujeres con las que él había salido no habrían comprado nunca. Pero aquel vestido sin adornos, de manga corta, con la falda recta que se ceñía a sus redondeadas caderas, le quedaba muy bien a ella.


-¿Por qué no te relajas? El juicio ha terminado. Loretta y sus niños están en una casa segura. Todo va a ir bien.


-Comprendo -dijo Paula-. Has cambiado de tema porque no quieres darme la patada de despedida hasta después de que comamos.


Pedro rió a pesar de la preocupación que sentía. Paula Chaves debía ser la mujer más sincera y directa que había conocido.


-No pienso darte ninguna patada.


Paula dio un bufido.


Pedro sonrió.


-De acuerdo dijo ella-. Llámalo como quieras. Esta noche vas a dejarme y los dos lo sabemos.


-No seas tan melodramática. Tú y yo nunca hemos sido novios ni amantes. Ni siquiera hemos salido, ¿así que cómo voy a dejarte?


-No enturbies el asunto con tecnicismos. ¡Sabes malditamente bien lo que quiero decir!


Cruzándose de brazos, Paula se hundió en el asiento.


-Las damas no maldicen.


-No soy ninguna dama y lo sabes malditamente bien.


-De acuerdo, de acuerdo. Aunque tú estés lista para una pelea yo no lo estoy. Hoy he ido al juzgado sin apenas dormir, he sacado libre a un cliente culpable por la pena mínima y he tenido que enfrentarme a una nube de ruidosos periodistas. Me gustaría disfrutar de un par de horas de calma antes de enfrentarme a más problemas.


-Y eso es exactamente lo que soy, ¿no? Un problema. Eso es todo lo que soy para ti. Y todo lo que seré.


Pedro no respondió. Paula notó la visible tensión de sus hombros y la severidad que adquirió su expresión. De acuerdo, pensó. ¿Qué más daba? Si se enfrentaban a lo inevitable ahora o dentro de unas horas el resultado final sería el mismo. Pedro Alfonso iba a apartarla definitivamente de su vida.