martes, 14 de abril de 2015

SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 17




Paula se sentó en su sitio de un sopetón al mismo tiempo que bajaba la falda de su vestido. Pedro, por su parte se acomodó los pantalones y se cercioró de que todo estuviera en su lugar.


Encendió las luces del coche y bajó el cristal para encontrarse de frente con un oficial de policía.


—Buenas noches —saludó el oficial con voz firme.


—Bue…buenas noches, oficial —respondió Pedro aún tratando de recuperarse de lo sucedido.


—Identificación y licencia de conducir, por favor. El oficial se agachó y observó por un instante a la mujer que hacía un esfuerzo por ocultar el rubor de su cara mientras ordenaba su melena alborotada.


Pedro buscó la identificación en la guantera del auto y se la entregó al oficial.


El hombre uniformado leyó con calma y luego miró a Pedro.


—¿Es usted Pedro Alfonso, el pediatra?


Pedro asintió.


—Doctor Alfonso, soy el padre de Claire Porter, una de sus pacientes —dijo el oficial sonriéndole por primera vez.


Pedro respiró más aliviado cuando vio la sonrisa en el rostro hasta ese momento severo del oficial Porter.


—Sé bien quien es la pequeña Claire, estuvo la semana pasada en mi consulta por unos dolores abdominales. ¿Cómo se encuentra ahora? —preguntó amablemente.


—Está muy bien, las gotas que usted le recetó fueron una bendición.


—Mejor así, oficial.


—Perdón la pregunta pero es mi trabajo, doctor. ¿Qué estaba haciendo estacionado en esta calle?


Pedro miró de reojo a Paula quien no había mencionado palabra desde la inoportuna aparición del oficial Porter.


—Mi secretaria y yo nos detuvimos porque ella se puso muy mal al contarme que había discutido con su novio —explicó rogando a Paula con la mirada que le siguiera el juego—. Yo simplemente estaba consolándola, oficial… ya sabe como son esas cosas, sobre todo supongo que sabe como se ponen de sensibles y lloronas las mujeres cuando discuten con sus novios.


Paula no sabía si darle a Pedro un premio por su actuación o un pisotón por haber inventado aquella mentira dejándola a ella como una tonta mujer que moría de tristeza luego de una pelea con su supuesto novio.


El oficial miró a Paula con cierto aire de conmiseración.


—Entiendo, doctor.


Paula dio vuelta la cara para que ninguno de los dos notara la rabia que había en su mirada.


—¿Podemos irnos, oficial Porter?


El uniformado le entregó de regreso la documentación y le dio el visto bueno para que pudieran irse por fin.


—Déle un beso a la pequeña Claire de mi parte, oficial —dijo Pedro antes de poner en marcha su auto.


—¡Jamás pasé una vergüenza semejante antes! —estalló Paula de repente.


Pedro no pudo menos que echarse a reír.


—¡No entiendo que es tan gracioso! —replicó ella cruzándose de brazos y fulminándolo con la mirada.


—Si no inventaba esa pequeña e inocente historia en este momento estaríamos siendo trasladados a la estación de policía por exhibición indecente en medio de la vía pública —dijo él sin dejar de reírse.


Paula no dijo nada porque en el fondo sabía que él tenía toda la razón del mundo pero eso no hacía que se sintiera menos enfadada.


—Te ves preciosa cuando te enojas —dijo él suavizando la situación. Tenía una mano en el volante y la otra ya estaba subiendo por la pierna de Paula por debajo de su falda.


Paula se movió en su asiento cuando un calor intenso nació en la parte baja de su vientre.


Pedro… por favor, estás conduciendo —le recordó ella retorciéndose inquieta cuando la mano de Pedro subió aún más.


—Tienes razón —dijo él luego de retirar la mano—. Tenemos una cena pendiente y tengo mucho hambre —esto último lo dijo clavando sus ojos en el escote de su vestido.


Paula sonrió y el enojo que había tenido se evaporó en un solo segundo.


—No me has dicho aún adónde me estás llevando.


—Es sorpresa —respondió él con un dejo de misterio.


Paula no siguió preguntando porque sabía que no lograría sacarle nada más. Se dedicó a contemplar el paisaje y notó que se estaban acercando al área costera.


Unos pocos minutos después, el auto se detuvo frente a una casa ubicada frente a una de las tantas playas que coronaban la costa de Vallejo Beach, un complejo turístico que Paula solo conocía por referencia.


Pedro bajó del auto y fue hasta la puerta del acompañante para ayudarla a bajarse.Paula tuvo que aceptar la mano que él le ofrecía porque su vestido estrecho apenas la dejaba moverse con comodidad.


—¿Qué es este lugar? —preguntó curiosa—. No veo ningún restaurante en la zona.


Pedro le sonrió.


—No mencioné nunca la palabra restaurante ¿o si?


Paula entonces comprendió que él la estaba llevando a su casa. No supo si salir corriendo o dejar que él la guiara hacia el porche de su guarida de hombre soltero.


Después de lo que había sucedido entre ellos dentro del auto no hubiera sido sensato irse y dejarlo solo. Además, esa noche Paula no quería ser sensata sino que lo único que quería era dejarse llevar por lo que sentía, sin pensar en nada más.


Dejó que él la llevara hasta el interior y quedó encantada con lo que vio. Las paredes de la enorme sala estaban pintadas de blanco y solo había unos cuantos muebles de mimbre desparramados por el lugar. Una mesa, un par de sillones y unos cuantos estantes repletos de libros y de adornos marinos.


—¿Te gusta? —le preguntó él pasándole un brazo por la cintura.


Paula asintió sin pronunciar palabra.


—Ven, quiero que veas algo.


Pedro le tomó la mano y la condujo hacia un gran ventanal que daba a la terraza. Allí había una mesa con la cena ya dispuesta; una botella de champagne descansaba en un cubo lleno de hielo y una rosa roja junto a uno de los platos contrastaba con el blanco reluciente del mantel.


La vista era sencillamente maravillosa. El mar estaba a unos cuantos metros de distancia y esa noche estrellada estaba particularmente sereno.


Pedro la acompañó hasta su silla y ella se sentó. La mano de Pedro la rozó levemente y ese toque la produjo un cosquilleo en el estómago. No tenía mucho apetito pero no iba a desairar a Pedro después del empeño puesto en aquella cena.


Él se sentó frente a ella y le entregó la rosa roja.


—Es para ti.


Paula la cogió y aspiró su perfume.


—Gracias.


Ella se quedó mirándolo, completamente embelezada mientras él destapaba la comida. Paula descubrió que se trataba de espaguetis con salsa blanca y almendras
fileteadas.


—Se ve delicioso —dijo ella alzando la mirada hacia él.


—Espero que lo esté, me esmeré mucho en preparar todo —respondió él.


—¿Tú mismo has cocinado? Paula alzó las cejas sorprendida.


—¿Te sorprende?


—No imaginaba que fueras un experto gourmet —adujo ella observando como él le servía una copa de vino.


Pedro sonrió. Jamás le confesaría que aquel era el único platillo que sabía preparar.


—No soy un experto, pero me las arreglo bastante bien.


Disfrutaron de la cena, aunque Paula no comió demasiado pero se encargó de hacerle saber a Pedro que no era porque no le gustase lo que él había preparado sino porque que no tenía mucho apetito. Estaba nerviosa, excitada como una colegiala y sobre todo expectante; ansiosa por saber lo que sucedería luego de que la cena llegara a su fin.


—¿Te gustaría dar un paseo por la playa? —preguntó Pedro poniéndose de pie.


—Me encantaría.


Bajaron a la playa a través de una escalinata en la terraza.


—Espera —dijo ella.


—¿Qué sucede?


Paula le sonrió mientras se quitaba las sandalias.


—Voy a estar más cómoda sin ellas –dijo arrojándolas hacia la casa.


Pedro le cogió la mano y la apretó suavemente entre la suya a medida que avanzaban por la costa. La playa estaba desierta aquella noche y el sonido del mar lamiendo la orilla era el único ruido que se escuchaba.


Por unos cuantos metros ninguno de los dos pronunció palabra alguna, solo caminaban, tomados de la mano y echándose alguna que otra mirada de vez en cuando.


De repente, Pedro se detuvo y apretó la mano de Paula con más fuerza.


—Paula… —susurró su nombre mirándola fijamente a los ojos y ella supo que no necesitaba decirle nada más. Se acercó a él y pegó su cuerpo al suyo.


—Hazme el amor, Pedro —musitó a su oído.


Aquellas cuatro palabras fueron la chispa que encendió la llama y el fuego los devoró por completo.


En unos segundos, ambos estaban recostados sobre la arena blanca. Pedro encima de ella besaba su cuello, al mismo tiempo sus manos buscaban bajar las tiras de su vestido.


Paula había enredado sus piernas alrededor de las piernas de Pedro y tironeaba de su camisa; con la ayuda del propio Pedro logró quitársela por completo.


Él ahora la besaba en la boca; mordiéndole los labios y enredando su lengua a la de ella. Paula gimió de placer cuando sintió que él ya estaba duro. La polla enorme pugnaba por salir de su encierro de tela y golpeaba contra su vientre.


Mientras seguían comiéndose la boca; Pedro logró su objetivo y el vestido de Paula llegó hasta su cintura. Él la levantó un poco del suelo y con un rápido movimiento le quitó el sujetador. Sus pechos henchidos se soltaron, saltando hacia él y Pedro decidió abandonar la tibieza de su boca para internarse en aquellas dos cimas de carne blanca coronadas con unos pezones enormes y duros.


Los chupó y los saboreó durante un buen rato, entreteniéndose con ellos más de la cuenta. Le excitaba oír los gemidos que Paula emitía cada vez que él tironeaba una de las puntas sensibles haciendo que cobraran vida dentro de su boca.


Ella se arqueó más hacia él deseando sentir la dureza de su miembro con más fuerza. Sus manos temblorosas buscaron la cremallera de sus pantalones que tardó solo un soplo en ceder. Hurgó dentro y rápidamente encontró su tesoro.


Pedro entendió la urgencia de Paula porque era la suya propia y se dedicó entonces a quitarle las bragas. Se levantó, separándose de ella por un instante, el tiempo suficiente para terminar de desnudarla y terminar de desnudarse él.


Paula lo observó cuando él se acercó nuevamente con la verga completamente erecta, preparada para entrar en ella.


¡Dios, como lo deseaba!


Pedro… —su voz era apenas audible pero él sabía muy bien lo que ella quería.


Él la tomó de las manos y la obligó a erguirse. Paula lo miró, estaba tan excitada que temblaba de pies a cabeza.


Pedro se arrodilló encima de la arena y la sentó a ella encima de sus piernas. Paula las enredó entonces alrededor de su cintura; cuando lo hizo la polla de Pedro entró en pleno contacto con su coño y provocó que su abdomen se tensara.


Él la asió de las caderas, asegurándose de que ella estaba cómoda encima de él. Acercó su boca al cuello de Paula y comenzó a sembrar nuevamente besos por su piel húmeda que ahora brillaba por causa del sudor. Ella por su parte lo abrazó y acarició su espalda poderosa trazando una y otra vez la línea de su columna vertebral.


Pedro se estremeció ante aquel contacto y respondió apretando el culo de Paula entre sus dedos.


La polla de Pedro seguía descansando contra el coño húmedo y más que preparado de Paula pero no había mostrado señas de querer hundirse en ella aún. Sabía que era una tortura pero quería prolongar aquel momento de magia lo más que se pudiera antes de que ambos estallaran de pasión.


Las manos de Paula abandonaron la espalda de Pedro y se instalaron en su pecho en donde sus dedos comenzaron a jugar con los pezones endurecidos de él. Lo escuchó gemir bajo la influencia sublime de su toque y eso terminó por derretirla. Quería sentirlo dentro de ella y ya no podía esperar.


Pedro… por favor —le rogó al oído antes de morderle el lóbulo con suavidad.


Pedro no podía soportar más tampoco y cuando ella se acomodó mejor, arqueando su cuerpo contra el suyo y abriendo más sus piernas, él la penetró con todas la fuerzas de su ser, hundiéndose en ella hasta la raíz.


Paula dejó escapar un grito que retumbó en el silencio de la noche. A ninguno le importó si alguien podía escucharlos; en ese instante eran ellos dos convirtiéndose finalmente en uno y eso era lo único que inundaba sus mentes en ese momento.


Se aferró a Pedro con fuerza, podía sentir la punta de su polla tocar su útero y se movió para que él la llenara por completo. Las embestidas se hicieron más violentas y Paula no podía parar de gritar. Cada estocada la llevaba al paraíso y el ritmo vertiginoso que la unión de sus cuerpos había tomado amenazaba con lanzarlos a un abismo infinito.


Él buscó su boca una vez más y ella le entregó su alma y su vida en ese beso. Luego tiró la cabeza hacia atrás.


—¡Pedro…oh, Pedro! —gritó cuando percibió que el momento culminante estaba por llegar.


Él la abrazó y hundió el rostro en su cabello dorado; olía a sudor y a esencia de caramelo.


—Ya está, dulzura, ya está —susurró él convulsionando su cuerpo contra el de ella.


Ambos explotaron casi al unísono, ella unos segundos antes que él.


El cuerpo de Paula se llenó de la semilla de Pedro y ella pudo sentir que en esa descarga sublime él le estaba entregando su vida.


Lentamente el ritmo ligero de sus cuerpos se convirtió en un pausado balanceo y la paz que arriba después de la tormenta los envolvió por completo.


Paula hundió su rostro en el hueco del hombro de Pedro y sonrió complacida. Él le acarició la espalda dibujando pequeños círculos en su cintura. Querían permanecer así para siempre y ambos lo sabían.


La marea llegó hasta ellos y los mojó, pero no les importó. 


Se quedaron allí con sus cuerpos aún unidos hasta que la calma regresó a sus corazones.






SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 16




Paula observaba el paisaje costero que lentamente iban dejando atrás. Ignoraba hacia donde la estaba llevando Pedro pero aquella incertidumbre le agregaba más excitación a su primera cita.


No recordaba algún restaurante en aquella parte de la ciudad pero había estado ausente de Belmont doce años y eso era mucho tiempo.


Le echó un vistazo a Pedro quien parecía completamente concentrado en conducir, una mano aferraba con fuerza el volante y la otra descansaba en la manija de cambio. Los ojos de Paula se posaron en aquella mano, tan grande y tan suave a la vez. Un hormigueo bajó por su vientre al recordar como él la había tocado esa mañana. Todo su cuerpo estaba expectante, consciente de lo que podría llegar a suceder aquella noche. La cena podía fácilmente convertirse en algo más y ella lo sabía. Y lo deseaba; deseaba acabar en la cama de Pedro Alfonso más que nada en el mundo.


—¿En qué piensas? —le preguntó él de repente apartando la vista de la carretera uno instantes.


Paula se sonrojó. Jamás le diría los pensamientos que cruzaban por su mente en ese preciso momento.


—En nada —simplemente respondió.


Pedro sonrió y desvió su mirada hacia su escote. Paula había apoyado un brazo en la ventanilla abierta de la puerta y esa posición hacía que sus pechos se juntaran hacia delante. Una visión generosa y tremendamente tentadora. 


Paula era la clase de mujer que irradiaba sensualidad por cada poro de su piel y a Pedro, eso lo enloquecía. Faltaba solo unos pocos metros para llegar y eso fue motivo suficiente para abstenerse de detener el auto y hundir su rostro entre aquellas dos montañas suaves y carnosas que parecían querer escaparse de su vestido.


Paula descubrió hacia donde iba dirigida la atención de Pedro y se sintió tan deseada que de solo pensarlo comenzaba a excitarse. Ella misma desvió la mirada hasta posarla en la entrepierna de Pedro, solo para comprobar que él estaba tan o más excitado que ella.


No hubo necesidad de palabras y cuando Pedro detuvo el auto a un costado del camino se olvidaron del mundo. Las manos de Paula le quitaron la pretina de su cinturón mientras él acercaba el rostro a sus pechos. En tan solo cuestión de segundos; la boca de Paula estaba succionando su polla con fuerza mientras las manos de Pedro se metían debajo de la falda de su vestido y le apretaban las nalgas con fuerza.


Él se movió un poco hacia atrás para que ella pudiera jugar con su polla con total libertad. Su lengua subía y bajaba por toda la extensión de su verga erecta y cuando ella la metía y sacaba de su boca, en suaves movimientos primero y luego con tirones más violentos, Pedro sintió que todo su cuerpo se tensaba como las cuerdas de una guitarra. Estaba a su total merced y la sensación era apabullante. La dejó hacer mientras él respondía gimiendo de placer, hundiendo sus manos en las caderas carnosas de ella para ayudarla en su vaivén.


Paula podía sentir la punta de la polla de Pedro llegando hasta lo más profundo de su garganta y sabía que en cualquier momento él la inundaría con su néctar.


Movió su cabeza de manera que ahora podía verlo mientras seguía chupando y lamiendo. Pedro la miró, completamente embelesado, perdido en un trance exquisito y que no parecía tener final


Estaba por correrse y ambos lo sabían, entonces Paula cambió el ritmo de su mamada, moviéndose encima de él, su cabeza iba de un lado a otro mientras se metía la polla más adentro en cada succión.


—¡Oh, Dios! —exclamó él en medio de los jadeos.


Aquellas palabras fueron lo que Paula necesitó para dar su estocada final. Se irguió un poco hacia arriba, levantando las caderas para ubicarse mejor. Una de sus manos apretó los testículos de Pedro mientras que la otra sujetó la polla por la raíz. Separó un poco la boca y escupió la punta colorada dejándola más húmeda y brillante. La volvió a meter en la cavidad caliente de su boca y la succionó como si le fuera la vida en ello.


Pedro se retorcía en su asiento, las manos de Paula se movían por sus pelotas y por toda la extensión de su polla, haciendo que un volcán se formara en su interior. Estaba a punto de estallar; a punto de morir en la boca de aquella mujer que lo tenía completamente loco. Estaba perdido por ella y eso ya no era novedad alguna.


Eyaculó dentro de su boca, y encontró alivio a la tensión que, unos segundos antes había dominado todo su cuerpo.


Pedro la observó limpiarse con la lengua las gotitas de semen que habían rodado por sus labios. No aguantó más y la levantó, acercándola a su rostro. La besó con fervor, hurgando en su boca, buscando su lengua. Paula se acomodó encima de él y gimió complacida. Enredó sus dedos en la melena humedecida de él y lo atrajo más hacia ella.


Ninguno de los dos escuchó el sonido de un auto acercándose y solo se dieron cuenta de que ya no estaban solos cuando alguien dio unos golpes en el vidrio del parabrisas.




SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 15





Paula llegó a la casa y se encerró en su cuarto, había visto el auto de Gabriel en la cochera y no deseaba encontrarse con él. Tenía todavía un par de horas antes de que Pedro pasara a buscarla y quería dedicarlas a arreglarse. Le había prometido que estaría guapísima y cumpliría su promesa. De camino a casa había pasado por una lencería y se había comprado un conjunto de ropa interior negro formado por unas pequeñas bragas de tela transparente y un sujetador adornado con encajes y delicadas puntillas en color rojo. Había sido una osadía comprárselo pero no se arrepentía de haberlo hecho. Era consciente que cualquier cosa podía suceder esa noche y quería estar preparada y escandalosamente sensual.


Revolvió en su closet y luego de sacar unas cuantas prendas que arrojó encima de la cama para tener un mejor panorama se decidió por un vestido corto de color negro que se ajustaba a las curvas de su cuerpo como un guante. No tenía mangas y un escote pronunciado dejaría a la vista el encaje de su sujetador. Buscó un par de sandalias que hiciera juego y luego se dirigió hacia el espejo en donde se puso a jugar con el peinado que llevaría esa noche.


Finalmente se decidió por llevar su melena atada en la coronilla con un lazo de terciopelo negro que le había regalado su sobrina en su cumpleaños.


Ordenó todo lo que se pondría encima de la cama y comenzó a quitarse la ropa. Se daría un baño relajante con su sal de baño favorita, esa que hacía que toda su piel
oliera a lavanda.


Estaba a punto entrar al cuarto de baño cuando alguien golpeó a su puerta.


—¿Quién es? —preguntó temerosa.


—Soy yo, Pau.


Paula aflojó la tensión y suspiró aliviada. Caminó hacia la puerta y le quitó el cerrojo.


—¿Por qué tenías la puerta cerrada con llave? —preguntó Sara entrando a su habitación cargando unas cuantas toallas.


Paula se pasó una mano por la cabeza.


—Seguramente ni cuenta me di de que la había cerrado con llave —dijo.


Sara notó de inmediato el nerviosismo de su hermana y al ver la ropa encima de la cama creyó saber el motivo de sus nervios.


—¡Vaya, parece que tenemos una cita esta noche! Sara movió el vestido y descubrió la ropa de encaje debajo—. ¡Guau, parece que tendremos guerra también! ¿Quién es el afortunado?


Paula estuvo a punto de decir algo pero su hermana no la dejó ni siquiera abrir la boca.


—¡Ya sé, no me digas nada! ¡No hace falta! –Dijo contenta—. ¡Vas a salir con tu jefe! ¡Sabía que había algo entre ustedes!


—Sara, no te hagas ninguna ilusión, solo me ha invitado a cenar.


—¿ Y desde cuando para ir a cenar mi hermanita menor se compra un conjunto de ropa íntima tan sensual?


Era imposible refutar las palabras de Sara y Paula lo sabía. Terminó por darle la razón mientras terminaba de quitarse la ropa.


Unos minutos después y luego de que su hermana se hubiera marchado luciendo una enorme sonrisa de oreja a oreja, Paula se metió en la tina y se quedó allí dejando que todo su cuerpo se relajara.


Cuando se dio cuenta que faltaba menos de una hora para que Pedro viniera por ella salió del baño envuelta en su bata. 


Ya en su habitación se secó y comenzó a vestirse como si fuera una especie de ritual de seducción. Sabía que se vestiría para matar y anhelaba ver la expresión en el rostro de Pedro cuando la viera.


Luego de que se puso la ropa interior se colocó el vestido; le quedaba más ajustado de lo que recordaba pero no le importó, aquella noche estaban prohibidos la compostura y la sensatez; se dejaría llevar por lo que sentía y no se detendría a pensar en el después.


Acomodó el vestido lo más que pudo pero era inevitable que se le subiera cada vez que daba un paso. Además el escote demasiado profundo revelaba una porción de encaje de su sujetador y sus pechos abundantes se asomaban un poco por el borde. Sonrió al pensar hacia donde estarían dirigidos los ojos de Pedro la mayor parte de la noche; y pensar en ello la excitó. Se tocó el vientre con una mano y casi inconscientemente su mano subió hasta tocar uno de sus pezones. Dejó escapar un gemido al recordar como los dedos de Pedro habían acariciado aquel punto sensible de su cuerpo esa misma mañana.


Cálmate, Pau, cálmate se dijo respirando hondo un par de veces. No haber tenido sexo en los últimos cuatro meses, específicamente desde la separación con Matias sin dudas la había dejado más sensible de lo normal.


Se calzó las sandalias de tacón alto y se sentó en el tocador para arreglarse el cabello y maquillarse. Sacó el lazo de terciopelo de dentro del primer cajoncito de su cómoda y se ató el cabello en lo alto de la coronilla. Retiró algunos mechones y los acomodó a ambos lados de su rostro para darse un toque más informal. Cuando llegó el turno de maquillarse se decidió por una sombra de color pastel en la gama de los lilas y los azules. Se aplicó un poco de rimel y un labial rosado con sabor a fresa en los labios.


Se puso de pie y comprobó por última vez su atuendo.


Sin dudas había cumplido la promesa que le había hecho a Pedro y esperaba que él compensara su esfuerzo.


El sonido de un auto acercándose a la casa hizo que su corazón comenzara a latir más de prisa. Observó su reloj, faltaban diez minutos para las ocho pero parecía que Pedro estaba tan ansioso como ella.


Cuando Paula bajó en compañía de su sobrina quien había ido hasta su cuarto para anunciarle que su cita había llegado, vio que Pedro estaba en la sala conversando animadamente con Sara y su cuñado.


Tanto Pedro como Gabriel se dieron vuelta al verla bajar las escaleras. Ambos quedaron impactados ante la imagen de Paula descendiendo aquellos escalones lentamente. 


Paula clavó su mirada en los ojos verdes de Pedro que se habían encendido de repente y despedían un brillo intenso. 


Ni siquiera le dirigió una mirada a su cuñado aunque sabía que él la estaba devorando con los ojos sin importarle que Sara estuviera prendida de su brazo.


—¡Dios, Paula, estás radiante! —exclamó Sara contemplando a su hermana.


Cuando Paula terminó de bajar las escaleras, Pedro avanzó hacia ella y se acercó.


—Promesa cumplida —le susurró al oído para que nadie escuchara.


Paula no pudo evitar sonrojarse por su comentario y por su cercanía.


Ella lo observó y descubrió que él también había echado mano a su mejor vestuario. Llevaba unos pantalones oscuros y una camisa celeste con un par de botones desprendidos que dejaban ver su pecho. Se había peinado la melena hacia atrás y aún la llevaba mojada. Paula aspiró hondo, además olía deliciosamente bien. Una exótica mezcla de sándalo y mentol que la embriagó de inmediato.


Por unos segundos Pedro había logrado que ella se olvidara de la presencia de su hermana, de su sobrina y especialmente la de su cuñado.


—¿Nos vamos? —preguntó él extendiendo el brazo.


Paula dejó que él la cogiera de la mano y la condujera hacia la salida.


—¡Qué se diviertan! —les gritó Sara desde la sala.


Gabriel, a su lado, no había pronunciado palabra alguna. Por dentro tenía unas enormes ganas de correr hasta Paula y separarla de Pedro. Impedirle que se marchara con él y terminara esa noche en su cama.


Ambos entraron a la casa cuando Paula y Pedro se marcharon.


—Hacen una linda pareja, ¿no crees? —comentó Sara entrando a la cocina seguida por su hija y su esposo.


Gabriel no dijo nada, seguía rumiando la rabia de saber que Paula se había ido con otro hombre, vestida de aquella manera.


Sara notó la expresión de disgusto en el rostro de su marido pero no dijo nada, últimamente las cosas no andaban muy bien entre ambos, sobre todo en la cama y la culpable era ella. Desde hacía un par de meses había perdido las ganas de tener sexo, parecía que su libido se había evaporado con el embarazo, no le había ocurrido cuando esperaba a Ana y no entendía porque ahora con este segundo embarazo las cosas habían cambiado.


Estaba perdida en sus pensamientos que no notó que su esposo se acercó por detrás y metió una mano debajo de su vestido.


—¡Gabriel, la niña!


—Ana subió a su cuarto —dijo él besando el cuello de su mujer con ímpetu.


Ella trató de separarlo pero las manos de Gabriel subían por sus muslos, buscando ahora debajo de sus bragas. Sara sintió casi de inmediato la dureza de su erección golpeando contra su espalda.


—¡Gabriel! ¿Qué te sucede? —la repentina embestida de su esposo no dejaba de sorprenderla, hacía meses que no la tocaba y ahora de pronto parecía haberse desatado. No lo reconocía y eso la asustó.


—Sara… por favor —pidió él lamiendo y mordiendo su cuello.


—¡Gabriel, suéltame! ¡Me estás haciendo daño! —Gritó Sara intentando zafarse—. Nunca antes habías hecho algo así… ¿qué sucede contigo?


—¡Déjame, Sara, por favor! —exigió él abriendo la parte delantera de su vestido. De inmediato, su mano buscó uno de los pechos llenos de Sara y lo estrujó con fuerza.


—¡Me haces daño, Gabriel! —Sara le gritó a punto de echarse a llorar.


Gabriel no le respondió y tampoco la soltó. Estaba completamente fuera de sí, desenfrenado y haciendo oídos sordos a las súplicas de su esposa. En ese momento solo tenía en mente sacarse el deseo de follar que llevaba contenido desde hacía tanto tiempo. El rechazo de Paula y su posterior salida con Pedro habían sido el disparador; la gota que había rebasado el vaso y ya no aguantaba más.


—Te necesito —le susurró él al oído cerrando los ojos.


No era el cuerpo que quería tocar ni el olor que quería que se impregnase en su piel pero aquella noche eso no le importó. No quería detenerse, quería follar a su esposa e imaginarse a su cuñada en sus brazos.


Eso era lo único que le importaba esa noche.


Pero Sara no estaba dispuesta a ser tratada de esa manera y como pudo logró escapar de los brazos y los besos violentos de su irreconocible esposo.


Se apartó y miró al hombre que aquella noche había estado a punto de tomarla por la fuerza. Había terror en su mirada.


—¡Vete, déjame sola! —le gritó desesperada.


Gabriel aún jadeaba y su polla estaba erecta.


—¡Demonios, Sara soy tu marido! —replicó él sin importarle el pánico en su mirada.


—Te desconozco, Gabriel... no sé que es lo que te ocurre pero así no se hacen las cosas —dijo ella buscando calmarse pero aún seguía temblando.


Entonces cuando Gabriel vio el estado de conmoción en el que estaba su esposa comprendió lo que había estado a punto de hacer.


—Sara... —extendió la mano y buscó la de ella—. Lo siento.


Sara no le dijo nada, solo salió corriendo de la cocina como pudo y subió las escaleras en dirección a su habitación.


Gabriel respiró hondo, intentando calmarse. Había estado a punto de cometer una locura, lo sabía. Se pasó la mano por la cabeza y dio unas patadas en el suelo.


Estaba furioso consigo mismo pero estaba más furioso aún con toda aquella situación que se le escapaba de las manos.


Deseaba a Paula y ella se había marchado con su jefe dispuesta a todo con él y eso era lo que había provocado su actitud violenta hacia Sara.


Paula lo estaba volviendo loco y no tenerla se había vuelto una obsesión.