domingo, 2 de junio de 2019

MELTING DE ICE: CAPITULO 14




Al entrar en casa, Paula comprobó que tenía mensajes en el contestador. Le estaba empezando a doler mucho la cabeza, así que se tomó un vaso de agua y se sentó en el sofá para escucharlos.


—Señorita Chaves, la llamo del Herald. Por favor, llámeme cuanto antes.


«No, ahora, no me apetece», pensó Paula.


Había otro mensaje de Laura y, por último… ¡uno de Gaston!


—Siento mucho que te tengas que enterar así, por la televisión, pero, por lo menos, todo ha terminado —le decía su antiguo jefe.


¿Por la televisión?


Paula consultó el reloj. Las diez y media.


Perfecto. Había noticias. Paula conectó el televisor y vio a Gaston confesando que había tenido una aventura con una prostituta de lujo en el yate de Mario Scanlon y que el hombre de negocios lo había estado chantajeando y lo había obligado a despedirla si no quería que lo contara todo.


Al final, el que había decidido contarlo todo había sido Gaston. Animados por su ejemplo, otros diez empresarios chantajeados habían salido en su ayuda y habían contado sus casos.


¡Paula no se lo podía creer!


—¡Por ti, papá! —exclamó emocionada—. ¡Genial! —añadió dando un salto.


A continuación, recibió varias llamadas. Todas de periodistas. No era el momento de atenderlos. Paula no podía dejar de pensar en Pedro.


¿Estaría implicado en todo aquello? ¿Le echaría la culpa a ella? Para Pedro, era muy importante que la ciudad cambiara de alcalde y, a lo mejor, ahora tendría problemas profesionales.


Paula pensó en llamarlo por teléfono, pero finalmente decidió ir a su casa, así que se puso un abrigo grueso. Llevaba un par de minutos andando cuando oyó un coche y, al girarse, comprobó que un vehículo se paraba en la puerta de su casa con las luces apagadas.


«Un periodista», pensó.


Aquello le hizo apretar el paso en dirección a casa de Pedro. Al llegar, llamó al timbre y Pedro abrió la puerta sin chaqueta, con las mangas arremangadas y sin corbata. Tenía una copa de whisky en una mano y se estaba fumando un puro.


Paula se sorprendió al darse cuenta de lo mucho que lo amaba. Se quedó mirándolo, intentando controlar su respiración entrecortada. Pedro la estaba mirando con el ceño fruncido.


—¿Estás celebrando algo? —le preguntó Paula.


Pedro la miró de arriba abajo y a Paula no le quedó ninguna duda de que la deseaba.


—Ahora que tú has llegado, va a empezar la celebración —contestó Pedro poniéndole el dedo índice en el escote.


Paula sintió que le quemaba la piel. Sentía que tenía el cuerpo en llamas y, antes de que le diera tiempo de recuperarse, Pedro se inclinó sobre ella y la besó.


Paula sintió su deseo, sus labios y sus manos, su lengua, instándola a que respondiera aunque no le había pedido permiso para iniciar nada.


Ningún hombre la había puesto nunca así con tanta facilidad. Pedro Alfonso la besaba o la tocaba y ella veía colores y oía música, perdía el sentido del tiempo y se le nublaba la razón.


Paula se apretó contra su cuerpo, invitándolo a seguir, lo besó con la misma pasión y se derritió contra él. Su corazón ya había decidido y ahora su cuerpo quería reafirmarse en aquella decisión.


En un abrir y cerrar de ojos, Pedro tiró de ella, cerró la puerta de la calle, la apoyó en ella y le bloqueó el paso con su cuerpo.


Pedro no paraba de besarla y, de repente, la tomó en brazos, la levantó un poco del suelo, la colocó sobre sus pies y comenzó a caminar. 


Paula sintió que sus rodillas se chocaban y se dio cuenta de que estaban entrando en un dormitorio.


Se trataba del dormitorio de Pedro.


Una vez allí, la condujo a su cama y le quitó el abrigo. Paula se moría por sentirlo desnudo contra su piel y se preguntó cuántas veces había recreado aquella escena en su mente.


Pedro la besó en el cuello y volvió a su boca. Sus expertos dedos encontraron y desabrocharon los botones de su chaqueta y, segundos después, aquella prenda estaba en el suelo junto al abrigo.


Aunque debía de estar tan excitado como ella, Pedro parecía no tener prisa. Mientras le acariciaba los brazos, la miraba con deseo, fijándose en su cuerpo desnudo de cintura para arriba a no ser por el sujetador. Mientras Paula le quitaba la camisa, Pedro dio buena cuenta de aquella última prenda.


Pedro, necesito…


La coherencia se esfumó en cuanto Pedro volvió a besarla.


¡Cuánto lo deseaba!


—Ahora vuelvo —le dijo Pedro.


Confundida, Paula se quedó a solas en su dormitorio y se deleitó con la maravillosa vista de la ciudad. No pudo evitar preguntarse si no debería contarle primero lo que sabía. ¿No sería egoísta por su parte hacer realidad su sueño de hacer el amor con aquel hombre sabiendo que el proyecto de su vida estaba en peligro?


Al verlo aparecer con una caja de preservativos, sonrió encantada y decidió volver a la carga.


—Te tengo que decir una cosa.


—Todas las razones por las que no deberíamos hacer esto serán las mismas mañana, pero haz lo que quieras. La decisión es tuya —contestó Pedro.


Lo estaba dejando todo en sus manos.


Paula se acercó a él y lo besó.


Pedro procedió entonces a desnudarla, moldeando su cuerpo, y Paula se dejó hacer. Con cada beso, con cada caricia la pasión iba en aumento hasta que Paula sintió que la espiral era tan fuerte que se iba a volver loca.


No sabía cuánto tiempo había pasado pero Pedro le estaba quitando las braguitas, acariciándole la parte interna de los muslos, separándole las piernas. A continuación, se arrodilló ante ella y comenzó a lamerla.


Paula sintió como si estuviera al borde de un precipicio. Todas sus células estallaron de placer. Las piernas se le tensaron y comenzó a estremecerse. Era tal la intensidad que casi le dolía. Se agarró al pelo de Pedro mientras él absorbía y contenía sus temblores con la boca.


Luego, se dejó flotar en un éxtasis indescriptible, sin miedo. Podría haberse quedado así para siempre, pero Pedro se estaba poniendo en pie.


—¿Más? —se sorprendió Paula.


—Esto no ha hecho más que empezar.


Paula se estremeció mientras Pedro se colocaba el preservativo. Paula vio su imponente miembro y se preguntó si saldría viva de aquélla habitación. Pedro se sentó en el borde de la cama, la agarró de la cintura y la colocó a horcajadas sobre sus piernas. A continuación, tiró de ella hacia abajo hasta introducirse por completo en su cuerpo.


Paula comenzó a jadear.


—¿Demasiado? —le preguntó Pedro.


—Quiero más —suspiró Paula abrazándolo por la cintura con las piernas.


En aquella ocasión, fue Pedro quien se quedó sin aliento. Paula aprovechó el momento para tomar las riendas de la situación. Ambos se quedaron mirando a los ojos. Paula apretó sus músculos vaginales para tener una idea del tamaño exacto.


—¿Demasiado? —volvió a preguntarle Pedro.


—Perfecto —contestó Paula apoyando las manos en sus muslos y echándose levemente hacia atrás.


No le había sorprendido en absoluto que aquella parte de su anatomía fuera grande, pues iba en proporción con el resto de su cuerpo. Lo que le había sorprendido sobremanera era la increíble delicadeza con la que Pedro hacia el amor.


—Me apetece moverme —le dijo en tono de broma agarrándole las manos y colocándoselas sobre sus pechos.


Pedro no dudó en acariciarle los pezones, haciendo que Paula ahogara una exclamación de placer. Cuando se echó hacia delante y le tomó uno de los pezones con la boca, Paula no pudo evitar gritar.


Todas las experiencias pasadas no eran nada comparadas con lo que sintió cuando Pedro comenzó a moverse en el interior de su cuerpo.


Por cómo la estaba mirando, le quedó claro que él también estaba absorto en la intensidad de su conexión.





MELTING DE ICE: CAPITULO 13




Mientras se hacía el nudo de la corbata, Pedro se sorprendió silbando. No solía llevar corbata a menudo, pero iba a volver a ver a Paula después de tres días y quería estar bien.


Durante aquellos tres días, había aceptado que Paula no se iba a mudar de casa y que, además, no podía dejar de pensar en ella.


Lo había llamado el día anterior con una invitación de lo más interesante. El periódico para el que estaba trabajando le había dado entradas para la fiesta de recaudación de fondos de cierto candidato a la alcaldía.


—Ven conmigo —le había dicho entre risas—. Te prometo que me comportaré bien.


—Mentirosa —había contestado Pedro—. Lo que quieres es que te proteja por si Scanlon no te deja entrar.


—Supongo que tiene muy claro que voy a estar en la fiesta. Gracias a mí y al periódico está consiguiendo un montón de publicidad gratuita.


Pedro le había dicho que había declinado ir a esa misma fiesta cuando Mario lo había invitado, pero acabó accediendo a ir con ella. Por lo visto, Paula no veía ningún problema en que Pedro la acompañara a pesar de que cada uno estaba de un lado de la valla.


Pedro se puso el abrigo sobre el esmoquin, apagó la cadena de música que se había comprado el día anterior y se fue andando a casa de Paula.


Mientras caminaba, se preguntó cómo iría vestida ella. ¿Con traje de chaqueta o con un vestido sexy? ¿Bailarían en la fiesta, se lanzarían indirectas sobre lo mucho que se deseaban el uno al otro?


Nada lo había preparado para el placer que le produjo verla. Paula llevaba puesto un traje de color plata vieja de falda larga y lucía unos tacones altísimos, pero lo que le llamó poderosamente la atención fue la chaqueta, de escote muy bajo y bien ceñida. No llevaba blusa debajo para no quitarle protagonismo al escote y lo único que lucía sobre la piel era un collar de perlas negras.


—Perdona, todavía me tengo que poner los pendientes —se disculpó haciéndolo—. Me han llamado por teléfono a última hora y me he retrasado —añadió apresurándose—. ¿Llamamos para reservar un taxi en la terminal de ferrys?


—No hace falta, nos está esperando mi chófer —contestó Pedro.


Durante el trayecto en el barco, Pedro pensó que Paula parecía distraída, pero, cuando le preguntó, negó con la cabeza y él lo achacó a los nervios de tener que enfrentarse cara a cara con su enemigo de la infancia.


—¿Qué crees que hará cuando te vea? —le preguntó en voz baja.


—No tengo ni idea —confesó Paula.


Cuando llegaron al lugar en el que se estaba celebrando la fiesta, bajaron del coche y, tras indicarle a su chófer que lo llamarían para volver, se adentraron en el edificio. Mientras lo hacían, se dispararon varios flashes. Pedro hizo una mueca de disgusto, pero Paula lo agarró del brazo y entraron juntos.


Una vez dentro, Paula se puso a hablar casi inmediatamente con conocidos de la televisión. 


Pedro se tomó una copa antes de cenar y la observó admirado. En poco tiempo, había una fila de personas esperando para hablar con ella.


«Qué diferente somos», pensó.


Mientras la estaba observando, vio que Mario Scanlon iba hacia él. Había visto a Paula, pero ella a él todavía no.


Aquello podía ser interesante.


—¡Pedro! Cuánto me alegro de que hayas venido —lo saludó estrechando la mano.


—Ha sido una decisión de última hora.


Evidentemente, allí pasaba algo.


Pedro no conocía a Mario Scanlon mucho, pero siempre lo había tenido por un hombre frío, elegante y encantador. Evidentemente, aquella noche estaba nervioso. Así lo demostraba la perla de sudor que tenía en la frente. También tenía las manos húmedas. Además, no paraba de mirar a un lado y a otro, como si estuviera esperando que se produjera una catástrofe en cualquier momento.


—Te quería comentar que preferiría que no dijeras en público que estoy apoyando tu campaña —le dijo Pedro.


—No hay problema —contestó Mario.


Paula los había visto y, tras conseguir zafarse de una mujer, fue hacia ellos. Pedro aguantó la respiración. Mario le estaba agradeciendo por enésima vez su contribución cuando Paula se colocó al lado de Pedro y miró a su enemigo con el mentón bien alto.


Mario la miró, desvió la mirada y la volvió a mirar. 


Estuvo a punto de quedarse con la boca abierta.


—Vaya, vaya, vaya, pero si es la señorita Pepa Chaves.


—¿Cómo has dicho? —ladró Pedro.


—No pasa nada, Pedro —le dijo Paula poniéndole la mano en el brazo—. Así me llamaban de pequeña. No me importa.


Pedro se quedó mirando a Mario Scanlon. Nunca lo había visto con aquellos ojos. Mario también se quedó mirándolo, obviamente comprendiéndolo todo.


—¿Durmiendo con mi enemigo, Pedro? Por supuesto, es una manera de hablar solamente —se apresuró a añadir al ver la cara de pocos amigos de Pedro—. Confieso que estoy sorprendido… y bastante decepcionado, pero espero que sigas siendo generoso en tus contribuciones a mi elección. Soy un buen amigo de por vida.


Pedro se lo quedó mirando con frialdad.


—Lo cierto, Mario, es que te veo bastante desmejorado —comentó Paula con naturalidad—. ¿Es el estrés del trabajo o, quizá, que alguien te está sacando los trapos sucios y no te está gustando?


Mario sonrió, pero era obvio que aquella conversación no le estaba gustando en absoluto. 


Por primera vez en su vida, Pedro lo vio como lo debía de ver Paula, como un manipulador grotesco.


—Señorita Chaves, su acompañante se puede quedar, pero usted perdió el derecho de asistir a esta fiesta en el mismo instante en el que comenzó a escribir esa odiosa columna, así que le voy a pedir que, por favor, se vaya.


—Será un placer, Mario. En cualquier caso, tú también empiezas a estar de más en esta ciudad. Esta fiesta es asquerosa —contestó Paula levantando la voz—. Veo que todavía le das al whisky —añadió—. Espero que la niñera de Jose tenga su propio coche.


—Jose es ya muy mayorcito como para tener niñeras, pero te aseguro que tú fuiste la mejor niñera de mi hijo.


Ante aquellas palabras, Pedro sintió cómo le hervía la sangre en las venas.


—¡Basta! —exclamó inclinándose sobre aquel odioso hombre.


Paula fue más rápida que él y se colocó entre ambos hombres, de frente a Pedro.


—No le des esa satisfacción —le rogó.


Mario aprovechó la intervención de Paula para dar un paso atrás y colocarse bien la corbata.


—Por favor, Pedro —insistió Paula.


Pedro se quedó mirándola, consciente de que había estado a punto de perder el control. Miró a Mario de nuevo, que estaba intentando controlar su consternación, y a continuación se sacó la cartera del bolsillo, eligió una moneda y la lanzó al aire. Mario, Paula y una pareja de curiosos que había cerca se quedaron mirando mientras la moneda se elevaba por los aires y caía exactamente en el vaso de Mario.


Mario Scanlon hizo una mueca de disgusto pues el líquido color ámbar que estaba bebiendo le había salpicado la cara y la camisa.


—Esto por la copa que me he tomado —le dijo Pedro—. Es el último dinero que vas a ver de mí.


Mientras salían de la fiesta, varios fotógrafos los siguieron. Pedro no pudo evitar sentirse muy tenso, pero Paula le indicó que se relajara y, a continuación, le brindó a uno de los fotógrafos, un tipo muy insistente, una maravillosa sonrisa.


Una vez en la calle, decidieron que, en lugar de llamar al chófer de Pedro, irían andando hasta el muelle. Al llegar, descubrieron que todavía faltaba mucho tiempo para que llegara el siguiente barco, así que decidieron ir a dar una vuelta.


Al llegar junto al mar, se quedaron mirando el horizonte. Pedro se dio cuenta de que Paula agarraba la barandilla con mucha fuerza y se dijo que debía de estar tan tensa como él.


—Mi héroe —murmuró Paula mirándolo—. Llevaba trece años sin verlo. Ya sé que no está bien odiar a alguien, pero lo odio.


—Es normal.


—¿Has visto? Yo diría que estaba muy nervioso.
Pedro asintió.


—Incluso antes de verte, estaba sudando. A mí me parece que tiene muchas cosas en la cabeza.


—Sí, y supongo que serán cosas un tanto oscuras. Justo antes de que me vinieras a buscar, he recibido una llamada de la mujer de mi antiguo jefe. Por lo visto, Gaston ha desaparecido. Hace tres días me dejó un extraño y emotivo mensaje en el contestador diciéndome que ya me llamaría, pero no lo ha hecho. Por lo que me ha contado su mujer, llevaba semanas nervioso.


—¿Y qué tendría que ver esto con Scanlon?


—He descubierto que Mario tiene a muchos peces gordos de la televisión chantajeados. Sé que a mi jefe no le hizo ninguna gracia tener que despedirme, pero no tuvo más remedio que hacerlo para impedir que me pusiera a investigar en el programa la red de corrupción de Mario.


Pedro la miró sorprendido.


—¿Te despidieron? Creía que lo habías dejado tú.


—Ésa es la versión oficial. Gaston me dio esa opción por si algún día quería volver a trabajar en la televisión —le explicó Paula—. También he averiguado que uno de los directores es muy amigo de Mario y creo que todo está conectado.


—Me alegro de que me hayas abierto los ojos y me hayas hecho ver lo canalla que es —contestó Pedro preguntándose si Paula tendría frío—. Menuda manera de tirar el dinero.


Paula asintió, pero parecía más pendiente de las manos de Pedro, que estaban a pocos centímetros de las suyas en la barandilla.


Pedro pensó que era maravilloso mirar a aquella mujer. No solamente por sus atributos femeninos sino por la vitalidad que emanaba. La vida que había en ella a pesar de los malos momentos vividos. Era una mujer generosa y optimista y, de alguna manera, llenaba un hueco que había en su interior.


¿Cuándo había sido la última vez que se había sentido tan atraído por una mujer?


Pedro recorrió con los dedos los últimos centímetros hasta que sus manos se encontraron. La descarga de energía que sintió entonces fue muy fuerte, pero no lo suficiente como para impedirle sentir que Paula también tenía los dedos quietos y tensos.


Aunque sabía que no debería hacerlo, le tomó las manos entre las suyas. Lo cierto era que jamás se había sentido tan atraído por una mujer. Con el exilio autoimpuesto en el que vivía, tampoco tenía muchas oportunidades de conocer a nadie.


Paula se acercó a él y Pedro sintió unas inmensas ganas de besarla. ¿Por qué no lo hacía? No había nadie cerca.


Lo lógico sería que se acostaran. Así, una vez hecho, Pedro podría concentrarse en el gran proyecto de su vida y no pasar los días y las noches obsesionado con ella.


Normalmente, no se acostaba con mujeres a las que fuera a ver a menudo, pero no esperaba que Paula se quedara para siempre en la isla. 


Teniendo en cuenta que era una mujer a la que le gustaba estar rodeada de gente y que era una celebridad de la televisión, lo más probable era que pronto se aburriera de su casa vieja y húmeda y volviera a la ciudad.


Y allí terminaría todo.


—¿Pedro?


Pedro se giró hacia ella y la miró a los ojos. Sí, allí terminaría todo. Entonces, sería obvio que Paula no podría vivir en su mundo y que él no podría formar parte de ninguna manera del de ella.


—Estás en otro mundo —le dijo Paula.


—No, estoy aquí —contestó Pedro.


Paula le acarició la mejilla y Pedro sintió una descarga eléctrica por todo el cuerpo.


—Sé que el estadio es muy importante para ti —añadió Paula.


«Nada es tan importante para mí en estos momentos como besarte y hacerte mía», pensó Pedro apasionadamente.


—¿No podrías convencer al alcalde? ¿Lo has intentado? Benson es mayor y tiene una forma peculiar de ver las cosas, pero es un hombre leal a su gente.


—Lo cierto, Paula, es que a mí no se me da bien convencer a los demás de nada —contestó Pedro acariciándole con el pulgar la palma de la mano.


Cuando la miró a los ojos de nuevo, se encontró con que Paula tenía la boca abierta y los labios húmedos, invitándolo. Pedro tragó saliva.


—Esto se nos está yendo de las manos —murmuró tomándola entre los brazos.


Dando al traste con los preliminares, Paula abrió la boca directamente para besarlo, así que Pedro introdujo la lengua en su boca y la apretó contra su cuerpo.


—¿Señora Summers? —dijo alguien de repente.


Al mirar hacia la voz, ambos quedaron momentáneamente cegados por el potente flash de una cámara de fotos.


En cuanto se hubo recuperado, Pedro reconoció al mismo fotógrafo que los había retratado al salir de la fiesta, aquél que se había mostrado tan insistente.


La incredulidad y la ira se apoderaron de él.


Pedro —le dijo Paula preocupada.


Pedro no la escuchó.


—¿Te gusta nadar, listillo? —le dijo al fotógrafo yendo hacia él.


El joven salió corriendo. Pedro lo hubiera perseguido si no hubiera sido por los repetidos ruegos de Paula.


—No pasa nada, ¿no? —le dijo ella al verlo tan preocupado—. Ninguno tenemos pareja…


—No es eso lo que me molesta —contestó Pedro con el ceño fruncido—. Vámonos a la terminal —añadió comenzando a andar hacia allí.


Paula lo siguió.


—Antes de que apareciera el fotógrafo, estaba pensando que, tal vez, podrías enfocar el tema del estadio como algo más de la gente, no tanto como un negocio…


Pedro se paró en seco.


—Paula, aquí no hay historia —ladró—. Mira, ahí llega el ferry.


Paula se quedó mirándolo. Sus ojos reflejaban un inmenso dolor. Pedro se sintió fatal, pero había llegado el momento de que Paula se diera cuenta del tipo que hombre que era.


En el trayecto de vuelta a casa, hablaron poco. 


Paula estaba cabizbaja. Pedro, enfadado y excitado.


Tampoco hablaron en el taxi.


Al llegar a casa de Paula, Pedro tuvo que hacer un gran esfuerzo para no salir con ella. Qué cruel era la vida, que primero le ponía a la mujer de sus sueños delante y ahora lo hacía apartarse de ella.


Paula se quedó mirándolo, pero Pedro no se movió.


—Gracias —se despidió Paula—. Sólo una cosa, Pedro. ¿Estabas enamorado de la actriz?


Aquello era lo último que Pedro hubiera pensado que le iba a preguntar.


—No pude soportar la publicidad —contestó negando con la cabeza. Paula asintió.


—Sigo sin poder soportarla —añadió Pedro


Paula lo miró confusa, parpadeó y se bajó del taxi.