jueves, 24 de diciembre de 2020

SIN TU AMOR: CAPITULO 23

 


El caso Robertson había sido muy desagradable. El hombre había permitido que el éxito de su programa de televisión se le subiera a la cabeza. Había abandonado a la mujer con la que había estado casado tres años, junto a su hijo recién nacido, para dedicarse a la vida de una estrella del rock… y a la actriz principiante que había conocido en el estudio de grabación. Creyendo que le bastaría con su dinero y la fama, había contratado a un abogado especialista en divorcios, argumentando que su dinero era suyo y que no tenía que compartirlo con su esposa y el bebé. Su esposa había contratado a Pedro. Había sido el caso más importante de su carrera y había cementado su reputación.


–Robertson quería batallar en el tribunal. Y lo consiguió.


–Y ganaste.


–No hubo ningún ganador, en estos casos nunca lo hay –Pedro aún se sentía enfadado–. Había un bebé por medio, Paula. Un bebé que cuando sea mayor leerá sobre el caso y sabrá que su padre no lo quiso, que no quiso conocerlo, que no quería pasar tiempo con él y que se vio obligado por un juez a pasarle el dinero para criarlo. ¿Cómo crees que se sentirá? Siempre es igual. O bien los niños son rechazados o son destrozados como moneda de cambio entre sus amargados padres.


Pedro siempre aconsejaba acudir a un consejero, intentar la mediación y llegar a un acuerdo fuera de los tribunales, cualquier cosa para facilitar las cosas.


–¿Te sentiste tú así cuando tus padres se separaron?


Él se quedó helado. Por eso no solía hablar de sus padres con las mujeres, siempre querían profundizar en el tema más de lo que él estaba dispuesto.


–Supongo que yo también fui una moneda de cambio. Lucharon por mí. Sobre mí.


Sin embargo, aunque ambos lo habían querido, no les había bastado. No lo suficiente para mantenerse juntos ni para ser felices. La mayoría de sus problemas habían surgido tras no poder tener otro hijo. Él, su único hijo, no les había colmado.


–Supongo que siempre es mejor que luchen por uno a que no te quieran –levantó la vista a tiempo para ver el gesto de disgusto reflejado en los ojos de Paula y quiso haberse mordido la lengua. Le acarició el brazo–. Oye, lo siento.


–No pasa nada –sin embargo, ella retiró la mano–. Además, tienes razón.


Hasta ese momento, Pedro no había sabido nada del pasado de Paula y el conocimiento había reforzado su decisión sobre lo que planeaba hacer con su propia vida.


–Yo jamás tendré hijos.


–Yo tampoco.


–¿Por qué no? –preguntó él perplejo. ¿No eran todas las mujeres un poco mamá gallina?


–Porque no quiero que otra persona sufra lo que yo sufrí –ella tenía la mirada fija en el tablero.


–Yo tampoco –al parecer tenían más en común de lo que se había figurado.


–Hora de pagar –de repente, ella sonrió–. Acabo de ganarte.


Cuanto más tiempo dedicaban a jugar, más descabelladamente alto se volvía el premio y, llegado un momento, y a instancias de ella, se volvió descaradamente pervertido. El sentido de la realidad de Pedro retrocedió un año atrás. Aquello se parecía cada vez más a la semana de locura que habían vivido, pero daba igual mientras pudiera tocarla.


–¿Qué sucede? –Paula se cepillaba los cabellos cuando oyó a Pedro soltar un juramento.


–Nos hemos quedado sin preservativos –rugió él furioso–. Demonios, la última vez que tuvimos una aventura nos casamos. Sólo faltaba que te dejara preñada.


La mente de Paula se quedó en blanco y, ciegamente, soltó el puño que se estrelló contra la pared. Sin embargo, el dolor no le hizo regresar al presente.



SIN TU AMOR: CAPITULO 22

 


Pedro se asomó a la puerta y la vio sentada sobre la arena con las piernas cruzadas peinándose el cabello, y él deseó poderle peinar esos cabellos. Deseó sentarla sobre el regazo para poder hundirse en su interior y sentir esos maravillosos cabellos acariciándole el rostro y las largas piernas abrazándolo.


Era una amante increíble. Jamás se había sentido tan deseado, ni había sentido tal deseo por otra persona, ni tal sorpresa ante el deseo y la agresividad de Paula. ¿Paula osada? En esos momentos lo era. De haberlo sabido, habría ido tras ella mucho antes.


Deseaba repetir cada una de las fantasías que había hecho realidad al mismo tiempo que su cerebro se llenaba de más ideas seductoras. La sirena lo llamaba y él era incapaz de resistirse a su canto. Avanzó hasta la playa y le quitó el peine de la mano, cumpliendo así su deseo.


La tarde se prolongó, larga y perezosa. Pedro consiguió hacerse con un juego de bao y, con la ayuda de Hamim enseñó a jugar a Paula, cuya competitividad se activó cuando él propuso para el ganador un premio sólo apto para adultos. A Pedro le intrigaba el funcionamiento del cerebro de esa mujer, con qué habilidad planeaba sus estrategias, y quiso saber más.


–¿Juegas al ajedrez?


–Sí.


–¿Con quién?


–Solía jugar con Felipe, y en la universidad… –se interrumpió sonrojándose.


–¿Qué?


–Mi exnovio creía saber jugar.


–Y tú le dabas una paliza tras otra, ¿me equivoco? –esa mujer era buena, lista y había mucho más en esos ojos azules y las embriagadoras y largas piernas.


–No le gustaba –ella asintió.


–¿Y qué pasó con él?


–Encontró a otra –Paula bajó la vista–. Más bajita. Más rubia.


En otras palabras, la había engañado. No era de extrañar que no le creyera cuando le dijo que se había mantenido célibe casi un año. Y de nuevo estaba el problema de la estatura.


–¿Y además jugaba fatal al ajedrez?


–No lo sé –ella rió–. Seguramente.


–Está claro que ese tipo era un imbécil. No sé qué problema podía haber en que tú ganaras.


–Pensaba que tú siempre jugabas para ganar –ella lo miró con picardía.


–Sí, pero tendrás que admitir que en este caso, pase lo que pase, ganaré.


–¿Algo así como ganar el caso Robertson? –preguntó ella mientras seguían jugando.


–¿Lo conoces?


–Estuvo en casi todos los periódicos durante semanas. Claro que lo conozco.





SIN TU AMOR: CAPITULO 21

 


La vista sobre el océano Índico era amplia e increíble, y había una total privacidad. Los muebles eran tallados y todo rebosaba comodidad. Sin embargo, ella se sintió embriagada al ver la enorme cama.


Aún no era mediodía, pero como si eso le importara a Pedro. Quitó la hermosa colcha blanca dejando únicamente las sábanas de algodón. Después, la miró a los ojos.


–¿Qué me dices, Paula?


–Digo que aún tienes mucho de pirata, Pedro –contestó sin poder evitar una sonrisa–. Te echo una carrera hasta el mar.


Paula abrió la puerta y corrió por la arena directa al agua sin importarle que los pantalones cortos y la camiseta quedaran empapados. A su espalda, oyó la risa de Pedro.


Haciendo caso omiso del agua que chorreaba de su ropa, regresó a la cabaña y se quitó la ropa antes de sacudirse la arena de los pies para no arruinar la blancura de las sábanas. La cama era cómoda e irresistible. Cerró los ojos, extendió los brazos y disfrutó de la suave brisa que acariciaba su húmeda piel.


Unas manos tiraron de sus tobillos hasta que los pies quedaron colgando del borde de la cama. Abrió los ojos y se encontró con la mirada azul glacial que le sonreía.


–Esto es a lo que estás acostumbrada, ¿no? –las manos de Pedro se deslizaron por las piernas generando un calor inmediato–, a que tus pies cuelguen del borde de la cama.


–Pero en ésta no cuelgan.


–No –Pedro la levantó en vilo y la tumbó en el centro de la cama antes de separarle las piernas hasta dejarla dispuesta como una estrella de mar.


Hipnotizada por su mirada, ella le dejó hacer.


–Son enormes –él deslizó un dedo por el pie–. Si fueran más pequeños no te sujetarían.


Paula soltó una carcajada. Tenía razón.


–Tus pies son perfectos. Tus piernas son perfectas. Nadie podría resistirse a esta sedosa piel, y tu cintura es estrecha… –deslizó una mano sobre las costillas–. Te crees una gigante, pero en realidad eres frágil –los dedos descendieron más–. ¿Cuándo te hicieron esto?


La cicatriz. Los dedos de Pedro acariciaban la cicatriz. El placer que había sentido Paula desapareció de golpe y tuvo que obligarse a reprimir la oleada de pánico que la asaltó.


–No soy frágil –se puso de rodillas. Sólo se le ocurría un modo de evitar la pregunta.


Pedro ya se había desnudado y estaba completamente excitado, por lo que no le resultó difícil distraerle. Los besos lo conseguirían, la química era sublime. Y en ese instante desapareció la última de sus reticencias. Aquello no era más que un revolcón de fantasía y se negaba a que el pasado destruyera el momento.


Permitió que su cabeza y sus hombros colgaran sobre el borde de la cama y los cabellos llegaran hasta el suelo mientras Pedro la tomaba. Los brazos cayeron hacia atrás, como si estuviera volando. Con sus largas piernas le rodeó la cintura y él le ancló el íntimo núcleo a la cama. Estaba anegada en sudor y con la parte inferior del cuerpo pegada a él y aun así se sentía libre.


–Increíble –gruñó él–. Eres increíble.


A continuación le agarró la mano y tiró de ella para que todo su cuerpo estuviera sobre el colchón. Casi sin aliento, Paula se sintió enloquecer de dicha. Pedro se acercó a la mesa y cortó una rodaja de piña. Le acercó un trozo a la boca para que la saboreara. El jugo era a la vez dulce y ácido y ella se lo comió mientras él lamía el jugo que había quedado en su mano, pero ella le agarró la mano y lo imitó, provocándole una gran excitación. Había vaciado su mente de todo contenido salvo el deseo animal de yacer con él. Era todo sensualidad sin ninguna reflexión.


–Otra vez –Paula posó la cabeza sobre la almohada sin quitarle los ojos de encima a Pedro.


–Será un placer.


–Un gran placer –ella cerró los ojos.