lunes, 17 de mayo de 2021

EL TRATO: CAPÍTULO 11

 


—¡Ah, aquí estás, querida! —dijo Eleonora—. Ven por aquí, todo el mundo se muere de ganas de conocerte.


Paula murmuró algo, pero la siguió. Trató de ver a Pedro, pero no estaba por ninguna parte. Tenía que detener eso. Lo conocía sólo desde hacía unas horas y se estaba transformando rápidamente en una obsesión. Era necesario que encontrara la mejor forma de tratar con un hombre que estaba tan claramente fuera de sus círculos habituales. Era un hombre sofisticado, sarcástico, exigente, y nada parecido a nadie que hubiera conocido anteriormente. Lo más fácil podría ser ignorarlo. Cerró los ojos por un momento y se repitió mentalmente que no existía.


Con ese pensamiento sólidamente implantado en la mente, Paula alcanzó su reserva interior de encanto y logró sonreír a un montón de gente que le presentaba Eleonora. Una hora más tarde, estaba agotada y segura de que no había nadie a quien no hubiera saludado. Le parecía como si Eleanora la estuviera arrastrando más que guiándola.


Paula estaba a punto de pedirle un momento de respiro, cuando se percató de un hombre alto y pelirrojo que estaba al lado de una mujer muy atractiva. Le hacía señas a Eleonora para que se les acercara.


—Oh, querida —dijo Eleonora—. Me había olvidado de él. Y de ella. Ven, es mejor que te los presente ahora mismo y terminemos cuanto antes.


—¡Eleanora! —dijo el hombre dándole la mano—. ¡Me encanta volverte a ver! Gracias por invitarme a esta fabulosa celebración! Yo creía que era «persona non grata» por aquí.


—¡Dario! No seas tonto. Sean cuales sean las diferencias que tengáis en los negocios Eduardo y tú, se dejan en la puerta. Ya lo sabes. ¡Hemos sido amigos durante años!


—Bueno, te lo agradezco sinceramente. Por favor, preséntanos a esta hermosa novia.


Paula estaba estudiando al hombre mientras hablaba. Era tan alto como Pedro, pero mucho más grande, más ancho. Su cabello rojizo y los brillantes ojos azules estaban como fuera de lugar en su ruda complexión, lo que sugería que trabajaba a la intemperie, o que, por lo menos, se pasaba mucho tiempo allí. El traje que llevaba estaba bien cortado y era caro, pero parecía como si no pegase con su gran tamaño. La miró directamente a los ojos cuando le ofreció la mano.


—Paula, éste es Dario Carmichael, un viejo amigo y socio de los Alfonso. Y esta adorable joven es Johanna Cassidy.


—Felicidades por tu matrimonio. Ya era hora de que atraparan al escurridizo Pedro. Ya pensábamos que era una causa perdida —dijo Johanna.


—Eso es que no conoces bien a Pedro si piensas que se puede dejar atrapar por alguien —contestó Eleonora—. Él no hace nada que no quiera. Sólo hay que verlos juntos para saber que ha sido cosa del amor. ¿Por qué habrá tenido que apartarlos Eduardo allá en el altar?


Paula casi se atragantó con el champán y se ruborizó hasta la raíz del cabello. Se maravilló por la rápida defensa de Eleonora y, cuando trataba de pensar cómo seguiría la cosa, observó un destello en los ojos de Dario.


—Perdonadme —dijo Johanna—. Ahí está Pedro y quiero darle mi enhorabuena personalmente.


Johanna se dirigió directamente hacia el bar, donde estaba Pedro hablando con un grupo de hombres. En ese mismo momento, una señora mayor saludó con un gesto a Eleonora.


—Vais a tener que perdonarme a mí también. Ahí está la señora Naughton y tengo que hablar con ella.


Antes de que Paula pudiera abrir la boca, Dario le contestó:

—Ve con ella, Eleonora. Me encantará entretener a la señora Alfonso, si ella me lo permite.


Paula asintió y Eleonora se marchó, dejándola con ese hombre bien parecido y bastante perturbador. Levantó la copa de champán y le dio otro sorbo. Se quedó helada cuando vio a Johanna. Tenía sus largos brazos pasados posesivamente por el cuello de Pedro y le sonreía mientras se apoyaba en él con todo el cuerpo. Pedro le había puesto las manos en la cintura, a la vez sujetándola y manteniendo cierta distancia entre ellos, aunque Paula no podía decir cuánta. De todas formas, a juzgar por su expresión, Paula no pensaba que alguna vez la hubiera echado de su cama. La cuestión era ¿lo haría ahora que estaba casado?


Trató de decirse a sí misma que eso no debía de preocuparle, que no tenía derecho para pedir o esperar algo así de él con el tipo de arreglo al que habían llegado. Si él tenía algo con Johanna ¿por qué no continuarlo? Su matrimonio era un trato de negocios, así de sencillo, y su vida privada era cosa suya, de nadie más.




EL TRATO: CAPÍTULO 10

 


Cuando Paula y Pedro volvieron al jardín, la fiesta estaba en todo su apogeo. La gente andaba por allí bebiendo champán y tomando canapés mientras unos camareros uniformados se movían entre la multitud.


Paula estaba impresionada. Sabía que la familia Alfonso era rica y, evidentemente, no les importaba gastarse el dinero. Pero ¿Por qué por esta razón? Eso era una celebración por todo lo alto. Bajo otras circunstancias, a ella le hubiera encantado que la familia de su marido aprovechara para presentarles a sus amigos y socios de esa manera tan espléndida. Pero, teniendo en cuenta todo lo que había pasado, esa fiesta lo único que lograba era despertar su suspicacia.


Pedro tomó dos copas de champán de una bandeja. Se dio cuenta de la expresión de extrañeza de Paula cuando le pasó su copa y le preguntó:

—Un montaje un poco impresionante ¿no?


—Sí. En realidad, demasiado impresionante.


—¿No crees que te lo mereces?


—Ése no es el caso —le contestó ella mirándolo a los ojos.


—¿Entonces cuál, señora Alfonso?


Paula lo miró cuando él la llamó por su nuevo nombre. Se dio cuenta del brillo de sus ojos y supo lo hábilmente que él la había puesto en su sitio.


—El caso es «señor Alfonso», que esta boda… y nuestro matrimonio, es una farsa. Lo que no veo es la razón por la que habéis querido celebrarlo.


La expresión de Pedro no mostró enfado, sino sólo resignación.


—Es cosa de Eleonora. Es así de romántica. Edu y yo no tuvimos corazón… o valor, para evitarlo. Ella no pudo hacerlo la primera vez y siempre se sintió un poco frustrada.


—¿La primera vez? —preguntó Paula.


—Sí, estuve casado antes. Creía que lo sabías.


Paula agitó la cabeza; no confiaba en su voz. ¿Por qué la preocupaba el que él hubiera estado casado antes?


—¿Qué pasó?


—Nos divorciamos. Hace años. Nos conocimos durante un partido de fútbol en la universidad y la familia nunca me lo perdonó.


—¿La querías?


Y ahora ¿por qué decía eso? Paula se quedó mirando a la multitud, incapaz de mirarlo a la cara, temerosa de lo que pudiera ver allí.


Pedro le tomó la barbilla con la mano y la hizo mirarlo a los ojos.


—¿Te importa?


—No ¡por supuesto que no! ¿A mí qué más me da el número de esposas o amantes que hayas tenido?


Ella volvió el rostro de nuevo y él dejó caer la mano.


—Entonces ¿por qué me lo has preguntado?


—No lo sé. Era una forma de hablar.


—Eres una mujer extraña, señora Alfonso.


—¿Que yo soy extraña? —le dijo casi gritando.


Dándose cuenta de que estaba en medio de la gente, bajó la voz y continuó:

—¡Es para reírse! Esto —dijo abarcando con un gesto el jardín—, es lo más extraño que he visto en mi vida. ¡Esta boda os debe de haber costado el dinero suficiente como para mantenernos a Mateo y a mí durante un año entero! ¿Por qué no os habéis ahorrado esto y me habéis dado el dinero en vez de… ¿esta farsa?


Pedro tenía la mandíbula apretada y la expresión dura. La agarró por la muñeca y se la acercó hasta que estuvieron separados sólo por algunos centímetros.


—Dinero. Es eso lo que te interesa ¿no? ¡Tengo que estármelo recordando continuamente para no olvidarlo!


Ella se liberó de su sujeción.


—¡No te preocupes! ¡Me encantará recordártelo yo misma!


Paula se dio la vuelta para apartarse tanto como le fuera posible de toda aquella multitud sonriente, pero Pedro la siguió de cerca.


—¡Espera!


Ella se detuvo y se dio la vuelta. Estaba enfadada y, aunque una pequeña parte de ella estaba como arrepentida por ello, veía que tenía razón.


Pedro la llevó a un sitio un poco apartado para tener un poco de intimidad.


—¿Qué pasa? —le preguntó ella.


El fuego de sus ojos era solamente el barómetro de sus sentimientos. El enfado de ella se disipó. Era tan bien parecido. Tan masculino. Sentía la tentación de tocarlo, de tratar de borrar ese gesto de su barbilla. Sin querer, su mano le acarició esa tensa barbilla, pero él se la agarró a medio camino.


—Toma —le dijo poniéndole algo en la mano—. Te has olvidado de algo, señora Alfonso.


Luego, se dio la vuelta y la dejó sola.


Ella abrió la mano y los ojos se le llenaron de lágrimas cuando vio lo que contenía. Era el anillo de bodas de J.C.



EL TRATO: CAPÍTULO 9

 


Paula estaba físicamente convulsa. Tenía las manos como el hielo y colgaban a sus costados mientras una gente a la que no conocía se le acercaba para felicitarla. Sonreía y aceptaba las felicitaciones tan amablemente como le era posible, mientras trataba de evitar la mirada de Pedro. Sabía que si él le veía la cara, se daría cuenta de lo profundamente que le había afectado ese beso.


Nadie la había besado antes de esa forma; y lo que era peor ¡ella nunca le había devuelto un beso a nadie! La había cogido completamente por sorpresa. Eso la había confundido y, más que nada, la había excitado.


Pedro estaba al otro lado, recibiendo también las enhorabuenas de los invitados, y Eduardo estaba con él.


—¿A qué ha venido eso? —le preguntó Eduardo.


Pedro no pretendía evitar responder á la pregunta de su hermano y, sacando un poco de orgullo masculino, le contestó:

—Le estaba enseñando una pequeña lección.


—¡Pues algunas lecciones más como ésa y ya podemos despedirnos de anular el matrimonio!


Al cabo de un rato apareció por allí un tipo con un montón de equipo fotográfico y Eleonora tomó de los brazos a Paula y a Pedro y los puso delante del trípode.


¿Una foto de boda? Paula agitó la cabeza, sin poder creerse que alguien de la familia quisiera seriamente que ese día pasara a la posteridad. Pero debía de ser así, ya que Eleonora se puso entre ellos.


El fotógrafo les dijo cómo debían ponerse y que sonrieran. Tardó un rato en estar preparado y en hacer una foto detrás de otra, hasta que a Paula le dio la impresión de estar haciendo una sesión de fotos para publicidad, en vez de un álbum de bodas. Le dolía la mandíbula de tanto sonreír. Todas esas sonrisas eran artificiales y sabía que, cuando revelaran las fotos, la imagen sería lo mismo. Se preguntó cómo se sentiría Pedro después de ese beso devastador, ya que no se había atrevido a mirarlo mucho para que él no se diera cuenta de su mirada. ¿Y qué reflejaba esa mirada? ¿Deseo? ¿Pasión? ¿Miedo?